El vendedor de lluvias
Por Héctor Hidalgo
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El vendedor de lluvias - Héctor Hidalgo
Héctor Hidalgo
El vendedor de lluvias
Ilustraciones de
Sol Undurraga
LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL
© LOM Ediciones
Primera edición, 2015
ISBN libro impreso: 978-956-00-0635-6
ISBN digital: 978-956-00-0832-9
Ilustración de portada: Sol Undurraga
Diseño, Composición y Diagramación
LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago
Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88
www.lom.cl
lom@lom.cl
El vendedor de lluvias
La tienda se encontraba al fondo de una calle serpenteante, escondida y sin salida, ubicada en la zona vieja de la ciudad. Era uno de esos lugares que sin buscarse se encuentran, y cuando aparecen, así, tan inesperadamente, se adueñan de la situación como si siempre hubieran estado entre nuestras preocupaciones.
En la vitrina había una gruesa pátina de polvo color ladrillo molido que también se pegaba en los frascos, que exhibían una curiosa mercancía, y para qué decir al interior de la tienda: parecía que por allí había pasado una tormenta de arena como esas fabulosas del desierto del Sahara.
Antes de entrar me volví a fijar en el frasquerío de la vitrina: ¿qué podría significar esa extraña cantidad de frascos cubiertos con polvo viejo? ¿Por qué tenían esas etiquetitas escritas a mano, y en su interior, brumas azules, verdes, amarillas, rojas? ¿Por qué esas brumas se desplazaban como si lo hicieran de acuerdo a la acción de minúsculos vientos invisibles? Los frascos estaban llenos y sellados, a excepción de uno que se encontraba abierto y con su tapa en el piso de la vitrina. Muy cerca del frasco vacío había un letrero donde se podía leer: «VENDO TODO TIPO DE LLUVIAS».
En el interior de la tienda vi a un anciano sonriente, envuelto en un largo abrigo oscuro y con una bufanda azulina enrollada hasta las orejas.
–¿Es verdad que vende lluvias? –dije como saludo, incrédulo. Pero también pensando en mi pueblo, que sufría una sequía de meses.
–Lo estaba esperando; como ya es tarde, después de atenderlo a usted, cerraré. ¿Cuánta lluvia necesita? Dígamelo de una vez, que para eso se requiere hacer un trabajo muy especial.
El cielo estaba arrebolado, con los tintes rojizos propios del atardecer y se apreciaba prácticamente despejado, como hace tanto tiempo en todos estos lugares; también en mi pueblo.
«¿Esperando?» –pensé–. «¿De dónde, si ni siquiera tenía la intención de llegar a este callejón sin salida?». Pero como creo en los momentos especiales, en esos instantes que surgen inesperadamente y que generan territorios nuevos por explorar, le respondí como si estuviera diciendo la cosa más natural del mundo:
–Necesito suficiente lluvia como para apagar la sed de mi pueblo, de los animales, de las plantas, en fin, de la gente…
–Sí. Ya lo sé. Todos andan en lo mismo. No se imagina cuánto trabajo he tenido últimamente.
El anciano se desprendió del abrigo y de la bufanda azulina ¡y