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La mujer ladrillo
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Libro electrónico116 páginas47 minutos

La mujer ladrillo

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La mujer ladrillo narra la historia de Milagro, una mujer que nació sin piernas y sin brazos, además de un retraso mental severo. La trama, en armonía con el personaje, posee una estructura circular, el lector inicia y termina su recorrido con el recuerdo de la protagonista asesinada por el asfalto bajo el follaje; es, sobre todo, en las páginas intermedias donde el lector descubrirá poderosas estampas que descubren los momentos más esenciales de la narración. Instantes que, por sus imágenes, provocan en el que cruza sus páginas incomodidad, comezón.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 dic 2015
ISBN9786071634177
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    La mujer ladrillo - Eduardo Rojas Rebolledo

    Fotografía: Eva Rozas

    Eduardo Rojas Rebolledo (La Paz, 1970) estudió historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y en la Universidad de Santiago de Compostela. Sus primeras novelas, La ruta de Aqueronte y Bálano, fueron publicadas por el FCE en 2006 y 2012, respectivamente; también ha publicado los libros de relatos De luces y sombras (1994) y Cuentos crueles (2004), y los ensayos El Cid entre líneas (1997) y De alquimia e imposibles (2004). Ha colaborado en diversas publicaciones y antologías, así como en el segundo volumen de El libro rojo, continuación (FCE, 2011). Actualmente vive en Galicia.

    LETRAS MEXICANAS
    La mujer ladrillo

    EDUARDO ROJAS REBOLLEDO

    La mujer ladrillo

    Primera edición, 2015

    Primera edición electrónica, 2015

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-3417-7 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    A Eva, Zoe y Lois, que también son de agua

    Todos los cántaros de que dispone el cielo —hechos, no palabras— están a la disposición del mar. Y esta operación es absurda y triste. Absurda, porque el mar tiene más agua que el cielo; triste, quién sabe por qué.

    EFRÉN HERNÁNDEZ, El señor de palo

    ÍNDICE

    Cuaderno I

    Cuaderno II

    CUADERNO I

    Hoy cumpliría los cuarenta y cuatro años, aunque en realidad ella nunca quiso tener edad. Vivió sin entender el calendario, como apartada del tiempo, libre de ayeres y mañanas.

    Una enramada y cinco metros cuadrados de sombra le bastaron para construir su mundo. Un mundo cuyo fin lo marcaban una calle arenosa y polvorienta como el mismo desierto, tres guajes pelones y un lote baldío que poco a poco se fue amontonando de chatarra.

    El mar no existía en su horizonte, pero lo olía por la tarde.

    Se decía que en otra vida fue un caracol.

    Había que ver lo que le gustaba deslizarse boca abajo sobre la tierra recién llovida y dejar aquel rastro cruzando la calle en zigzag. Una vez que alcanzaba el otro lado, giraba la cabeza con la suavidad de un molusco y volteaba los ojos al cielo: como dos cuernitos queriendo tocar el sol. Al final: una sonrisa gigante, de niña, que le duraba hasta caer la noche.

    La escena se repetía cada septiembre, que es si acaso el único mes que cae agua en este lugar.

    Murió dormida bajo la enramada. El doctor no quiso averiguar la causa. Las personas como ella por lo general no alcanzan la pubertad y ella hacía tiempo que la había superado. Pero en el pueblo se creyó otra cosa: que la culpa de su muerte la tuvo el asfalto. Y era cierto.

    Un día aparecieron las máquinas. Invadieron su paisaje y sin más asfaltaron la calle de tierra. Ella intentó hacerles frente. Pero sus gritos sólo sirvieron para alebrestar a los perros del vecindario: aullaron enloquecidos durante trece días.

    Las máquinas ganaron. Su horizonte quedó convertido en una plasta de alquitrán. El negro se comió la luz; borró los surcos salitrosos; escondió los guijarros; pisoteó los mechones ajados de zacate. Las lluvias de septiembre jamás volverían a ser las mismas. No volverían los arroyos, los charcos... el barro. Ya no sería ése un mundo para reencarnarse en caracol.

    Agotada, cerró los ojos.

    Quería soñar con su calle de tierra.

    No despertó.

    Se veía linda en su cajita de pino, como una muñeca de trapo.

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