Los cuentos de Hanah
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Ana Valentín Mezquita (Tenerife, 1955) desde muy pequeña siente afición por la escritura y, desde los ocho años en los que escribe su primer cuento, la imaginación ya no conoce límites. El cuaderno y el lápiz se convierten en uno de sus juegos preferidos haciendo partícipes a los que la rodean de todo ese mundo que descubre con sus personajes. Soñadora, pero con los pies muy firmes sobre la tierra creó este legado que siempre ha querido compartir con las personas que, al igual que ella, encuentran en la imaginación una verdadera razón para crecer. Como Trabajadora Social en Ayuntamientos y en el Cabildo de Tenerife ha desarrollado su vida laboral en contacto con jóvenes, niños, mujeres y personas mayores, y ha enriquecido su vida con esos valores que se reflejan en su obra, Los cuentos de Hanah.
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Los cuentos de Hanah - Ana Valentín Mezquita
Cuando Se Durmió El Verano
La lluvia amarilla hacía su aparición como en anteriores veranos. Todos corríamos con ilusión para hacer crujir bajo nuestros pies las primeras del otoño. Tradición que todos compartíamos bajo la cariñosa mirada de la abuela. Después nos reunía alrededor de la mesa para merendar.
Comenzaba a contarnos esas bonitas historias que sólo las abuelas saben contar. Los rayos rojizos del sol de otoño penetraban por la ventana como si quisieran escuchar también a la abuela. Pero en aquella melancólica tarde pudimos ver como desde una espumosa nube bajaba hasta nosotros un bello caballo blanco. Todos corrimos curiosos hasta la ventana para ver cómo se posaba en el jardín. Lo montaba un apuesto jinete que llevaba sobre sus hombros una capa negra.
Al ver nuestras caras pegadas al cristal nos hizo una señal para que saliéramos. Con cierto alboroto y sin hacer apenas caso de la abuela, bajamos las escaleras y llegamos junto a él.
El caballero nos dijo entonces:
–No tengáis miedo de mí, por favor. Vengo viajando a través del tiempo. Mi padre me ha enviado hasta aquí pues se halla preso de una gran tristeza. Mi padre, el rey del Lago Azul, está viendo como día a día su país está perdiendo el color. No sabemos qué hacer para consolarle. Sus ciudadanos inventan las cosas más raras para que el color no desaparezca del todo, pero ya todo es inútil. Debo encontrar a la Rosa de la Luz. Sólo así mi país y mi padre podrán vivir de nuevo. Pero no todo es tan sencillo. La Rosa de la Luz debe ser cortada por la mano inocente de una niña y debo encontrarla cuanto antes.
Todos nos mirábamos con asombro. Yo, con gran temor, me adelanté a mis amigos.
Ofrecí mi inocente mano, porque siempre había deseado subirme en una nube como aquella y más todavía, montada en un caballo tan elegante.
Un cielo que entraba ya en el camino de la noche nos dijo adiós con sus primeros luceros y la espumosa nube se abría paso entre otras más pequeñas, pero igual de bonitas. Tras cruzar muchos cielos llegamos a la Isla de la Rosa de la Luz. Su luz era tan intensa que teníamos que taparnos los ojos con las manos. Por sus innumerables senderos de luciérnagas caminábamos en busca de la Reina de la Luz. Tropezamos con una tortuga que dormía y, al despertarla, se enfadó mucho. Por fin vislumbramos el palacio de la reina. Era todo de cristal y a través de estos contemplamos la vida de palacio. Pero allí no estaba la reina.
Preguntamos entonces a un joven:
–¿Dónde podemos encontrar a Rosa de la Luz?
Nos respondió amablemente:
–Encontraran a la Rosa en el fondo de la montaña.
Al emprender la marcha, el joven nos gritó desde lejos:
–¡Sólo la encontraréis si la buscáis en la penúltima hora del último día del verano!
Faltaban tres horas para que se terminara el verano. Nos encontramos entonces a un campesino que cuidaba de sus campos. Nos preguntó:
–¿Esperáis a la Rosa de la Luz?
Le respondimos que sí.
Luego, nos contó que solía bajar a bañarse al lago en la hora penúltima del último día del verano. Pero no todo es verla bañarse en el lago.
Además, debéis traerle un collar con diez caracoles rojos. Sólo de esta manera podrán acceder a su montaña.
El caballero preguntó entonces al campesino:
–¿Dónde encuentro