El planeta del amor
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Nino y Cuca llegaron a la Tierra en el halo de luz de una nave espacial. ¡Son dos hermosos gatitos! ¿Su misión? Ayudar a Rigel, el león más bueno de la selva, en su viaje de autoconocimiento.
Así, mientras los demás animales se entregan a la banalidad y la indiferencia, Rigel quiere aprender a controlar sus instintos y anhela vibrar más alto.
¿Podrá lograrlo? ¡Acompáñalo en esta fantástica búsqueda de armonía y amor!
Angela Romero Luceño
Ángela Romero LuceñoDurante décadas me dediqué a la enfermería. Siempre he sentido pasión por el crecimiento personal, y decidí hacer un máster de Coaching y Liderazgo personal en la Universidad de Barcelona; en la actualidad estoy haciendo Coaching Realista en la Escuela de Carlos Melero; es un coaching no directivo y está más enfocado en el trabajo con el ser. Ahora, ofrezco mis servicios como coach para todo aquel que requiera un acompañamiento.
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El planeta del amor - Angela Romero Luceño
Introducción
La luz solar apareció en la selva y penetraba entre las ramas de los árboles y arbustos provocando luces y sombras que daban volumen a las hojas y las hacían brillar con diferentes tonos.
El olor mañanero se filtraba hasta el último rincón de la espesura. La tierra estaba fría y un poco humedecida. Era primavera. Un sinnúmero de plantas despertaba alegre de su letargo invernal esparciendo su aroma y absorbiendo con fruición los cálidos rayos de sol para dotarse de renovada energía.
Los animales comenzaban a salir de sus nidos de la noche y los pájaros iniciaban sus cantos como relojes cuando amanecía el día, se desperezaban sacudiendo de sus ágiles cuerpos la pereza de la noche. Después, como hicieron antes sus padres y los padres de estos, desde tiempos inmemoriales, se dirigían al arroyo a beber agua junto a sus crías, que saltaban y jugaban alrededor de sus madres.
Una vez saciada su sed, se entregaban a sus tareas cotidianas, para lo cual se desplazaban por grupos o especies hasta el lugar elegido.
En el altiplano, camino de la gran montaña, había un claro protegido de los vientos y alfombrado con verde hierba que ofrecía a los animales que así lo deseaban un refugio soleado. Allí las madres permitían a sus cachorros que se acercasen a ellas para mamar ávidamente de sus ubres. Entretanto, los más jóvenes se entregaban a la diversión imitando a los adultos en sus simulacros de peleas.
Cerca de donde estaban, había un riachuelo cuya agua desde lo alto de las rocas saltaba, cayendo con suave y adormecedor chapoteo hasta convertirse en un remanso. En él, una multitud de ranas y sapos croaba al amanecer y al atardecer, y se unía a sus algarabías el canto de los grillos que con sus chirridos despedían cada tarde al sol. Podría afirmarse que todos gozaban de una calma y un orden que estaba en consonancia con la propia armonía que existía. Pero aquella tranquilidad se la debían al rey.
Rigel duerme en una cueva. El león más bondadoso y querido por todos los habitantes vivía solitario en su cueva situada en la falda de la gran montaña, a la que se llegaba por un camino rodeado de arbustos bastante definidos porque por allí pasaban diariamente a visitarlo. Él los ayudaba en todo, era el protector y consejero, siempre encauzando su sabiduría para mantener la armonía entre todo el grupo.
El planeta del Amor
Era muy temprano cuando Rigel despertó; con energía sacudió su melena, hizo unos estiramientos, miró hacia el cielo de forma meditativa y comenzaron a brotarle sus lágrimas. Hace tiempo que está triste, pero no sabe el porqué, y pensó: «Otro día más y todo sigue igual, necesito un cambio en mi vida, pero no sé cuál es, quizás que me comprendan». Los animales con los que comparto mis días, mis horas, no me comprenden ni quieren escuchar lo que siento porque dicen que no saben de qué hablo. No me imagino estar así toda la vida. Me enamoré de una leona muy guapa, pero tampoco me escuchaba, me decía que viviera el día a día sin preocuparme en pensar tanto.
Cada mañana miro al cielo y pido algún milagro; no pierdo la esperanza de que algún día pueda aparecer algo nuevo, aunque también pensé marchar a otros lugares y alguna vez lo hice, pero me volví porque no encontré nada interesante ni diferente a lo que hacemos aquí, donde vivo hace muchos años.
Un día cualquiera
Aquella mañana el cielo estaba claro, con algunas nubes de algodón con tonos blancos brillantes y otros grises mate que, al mirarlos, producían una agradable sensación que invitaba a fundirse con la totalidad del universo. Los habitantes de la selva, como otro día cualquiera, hacían las cosas habituales como jugar, pelear, cazar… Lo importante sucedió al terminar el día.
Al ocaso, cuando todos se disponían a recogerse para ir a dormir, el cielo comenzó a resplandecer de nuevo. Parecía que iba a volver el amanecer. Se dieron cuenta de inmediato y atentos observaban el espacio, como hipnotizados. La selva quedó totalmente iluminada, se proyectaba un halo de luz desde el infinito que, a los pocos minutos, desapareció, y volvió todo a la normalidad. Todos quedaron inmóviles sin saber qué podría haber sido lo que acababa de suceder.
El rayo de luz proyectado en el infinito era el medio de transporte en el que viajaban dos gatitos que llegaban de otro mundo. Tras su paso, se podían apreciar aún jirones de luz solar. La noche se imponía y los felinos escogieron un lugar para refugiarse y preparar su plan de trabajo para el día siguiente en la Tierra.
El resto de habitantes quedaron tristes después del apagón sin saber qué había sido aquel misterioso suceso.
Nino y Cuca
De las estrellas llegaron dos gatitos: Nino y Cuca.
Ambos son hermosos.
El pelo de Nino es blanco y negro, suave como la seda; sus ojos son como dos esmeraldas que, contrastando con el rosado de sus patitas, le dan unos matices que tienen distinción y gracia, destacando su sencillez y realzando más su belleza. Su caminar es elegante y silencioso.
Cuca es bella. Su pelo tiene dos tonos marrones oscuros y claros y, cuando reflejan los rayos de luz solar, destacan su encanto, realzando más su belleza y su esbelta figura.
Después de la llegada de los felinos
Al día siguiente de su llegada, Nino y Cuca paseaban y eran el centro de atención. Algunos animales los seguían con reparo porque iban envueltos en un halo tenue, apenas perceptible, pero, eso sí, con un magnetismo especial, diferente. Los seguidores se limitaban a observarlos y deseaban comunicarse con ellos, aunque no se atrevían a tocarlos porque tenían miedo. No sabían qué pasaba. Nino y Cuca los entendían, ya que poseían poderes telepáticos muy desarrollados, que en los demás no existían.
Los felinos seguían su camino con algo de recelo, se daban cuenta de la curiosidad y el entusiasmo que mostraban los demás hacia ellos. Sobre todo, no entendían lo de la envoltura de protección que llevaban a su alrededor, pero, aun así, los acompañaban con acatamiento. Seguían caminando lentamente y apreciaban la variedad de sonidos, olores y colores que los envolvían en el nuevo mundo.
Nino y Cuca se dieron cuenta de que tenían que comunicarse con el lenguaje terráqueo, pese a que ellos poseían la facilidad para conocer el pensamiento de los demás animales. Pero, si hablaban como ellos, se sentirían más cercanos y la comunicación sería más completa y fluida. Nino y Cuca eran felices al sentir toda la unidad y familiaridad en la Tierra.
Muy pronto percibieron que en algunos animales existían fuertes focos energéticos que no eran saludables. Eran sentimientos dañinos, pero que a los dos gatitos les eran ajenos porque en su planeta estaban liberados de ellos. Se trataba de las emociones que expresaban la agresividad, el ansia de control, la avaricia, la envidia, el resentimiento, la competitividad…
Se sintieron profundamente disgustados, preocupados y algo asustados. Así pues, algo tenían que hacer de forma inmediata. Decidieron buscar una solución, estaban recién llegados y se podían encontrar con alguna sorpresa desagradable que querían evitar.
Encuentro con el león
—A veces, Cuca, siento un poco