Se hacen llamar ‘cazadores de auroras’. Un oficio peculiar, por describirlo de alguna manera. Salen por las noches guiando a grupos expectantes de cumplir la fantasía de observar, en vivo y en directo, las famosas luces del norte. Llevan, entre el bosque y las montañas, a individuos de todos los puntos del mundo para encontrar el rincón más oscuro, el más cómodo, el más fotogénico. Lo que sea que prefiera el visitante que, por lo regular, ha soñado más de una vez con los paisajes luminiscentes que provocan los vientos solares al chocar con la atmósfera.
Claro, a pesar de todo el misterio y la ciencia que encierran, para los habitantesEstaban tan brillantes…”, me dice la diseñadora de joyería Vanessa Aegirsdottir (). Esa anécdota, que quizá ya no compartiría con otros locales, la usa para darme ánimos. He llegado en una temporada con buenas posibilidades de avistamientos. Un rango de tiempo que en Yukón es bastante más amplio de lo que uno podría imaginar, ya que las auroras pueden aparecer entre agosto y abril. Es decir, durante casi todo el año.