Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Ruecas de Marfil (Novelas)
Ruecas de Marfil (Novelas)
Ruecas de Marfil (Novelas)
Libro electrónico171 páginas2 horas

Ruecas de Marfil (Novelas)

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

"Ruecas de Marfil (Novelas)" de Concha Espina de la Editorial Good Press. Good Press publica una gran variedad de títulos que abarca todos los géneros. Van desde los títulos clásicos famosos, novelas, textos documentales y crónicas de la vida real, hasta temas ignorados o por ser descubiertos de la literatura universal. Editorial Good Press divulga libros que son una lectura imprescindible. Cada publicación de Good Press ha sido corregida y formateada al detalle, para elevar en gran medida su facilidad de lectura en todos los equipos y programas de lectura electrónica. Nuestra meta es la producción de Libros electrónicos que sean versátiles y accesibles para el lector y para todos, en un formato digital de alta calidad.
IdiomaEspañol
EditorialGood Press
Fecha de lanzamiento19 may 2021
ISBN4057664095534
Ruecas de Marfil (Novelas)
Autor

Concha Espina

Entre muchos otros premios y honores, en 1914 y en 1924 recibió premios de la Real Academia Española por La esfinge maragata y Tierras del Aquilón respectivamente. Además, en este último año, fue nombrada hija predilecta de Santander, erigiéndose a tal efecto en 1927 un monumento diseñado por Victorio Macho e inaugurado por Alfonso XIII, que también la nombró dama de la Orden de las Damas Nobles de la Reina María Luisa. Ese mismo año le fue concedido el Premio Nacional de Literatura por su obra Altar mayor. Asimismo, llegó a ser candidata en tres ocasiones consecutivas al Premio Nobel de Literatura (1926, 1927 y 1928). El primer año perdió por un solo voto y el galardón lo recibió la italiana Grazia Deledda.

Lee más de Concha Espina

Relacionado con Ruecas de Marfil (Novelas)

Libros electrónicos relacionados

Ficción hispana y latina para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Ruecas de Marfil (Novelas)

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Ruecas de Marfil (Novelas) - Concha Espina

    Concha Espina

    Ruecas de Marfil (Novelas)

    Publicado por Good Press, 2022

    goodpress@okpublishing.info

    EAN 4057664095534

    Índice

    RUECAS DE MARFIL

    NAVES EN EL MAR

    I EL FIORDO ANDINO

    II PRESENTIMIENTO

    III LAS AVES NUEVAS

    IV COSTA INCLEMENTE

    V LA CUNA TRÁGICA

    VI INSOMNIO

    VII LA FATAL CAÍDA

    VIII «RAYO DEL CIELO»

    LA RONDA DE LOS GALANES

    I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    VII

    VIII

    IX

    X

    XI

    XII

    XIII

    XIV

    XV

    XVI

    XVII

    EL JAYÓN

    I ROSA DE ZARZA.—EL «JAYÓN».—EL DARDO DE UNA SOSPECHA.—AMANECER...

    II EL ALTAR, LA FUENTE Y LA LUNA.—LA SOMBRA DE UNA MUJER.—LA SEÑAL DE LA CRUZ.

    III VOCES DE LA TIERRA.—HISTORIA DE UN AMOR.—EL MAL DEL PAÍS.—LA PÁLIDA VENTURA.—NUEVA ESPERANZA.

    IV EL ESTIGMA.—LA SENTENCIA DEL INOCENTE.—¡NADIE LO SABRÁ!

    V LA RUEDA DEL TIEMPO.—FRATERNIDAD.—LA CONCIENCIA Y EL CORAZÓN.—LOS OJOS VERDES.—VIDAS INFELICES.

    VI LAS FLORES DE LA NIEVE.—DICEN LOS PASTORES...—A LA LUZ DE UN RELÁMPAGO.

    VII RÁFAGAS DE TEMPESTAD.—LA SELVA MUDA.—EL CANTAR DEL AGUA.—LA HUÍDA.—EL GRITO CELTA.

    VIII EL RESPLANDOR DE LA TRAGEDIA.—CAMINO DEL CIELO.—EL BESO DEL SOL.

    IX HORAS DE ANGUSTIA.—LAZO DE DOLOR.—LA VOZ DE LA SANGRE.

    X EL DÍA DEL PERDÓN.—LOS PEREGRINOS.—ENTRE DOS ORILLAS.—ALMAS QUE SE BUSCAN.—REVELACIONES.—SOLA EN EL MUNDO.—SUEÑO DE ETERNIDAD.

    TALÍN

    I EL PÁJARO Y LA NIÑA

    II EL TORO GILVO

    III LA MADRE

    IV EL SOL

    V EL MAR

    VI EL AMOR

    VII EL DOLOR

    VIII EL AIRE

    IX LA SOMBRA

    X EL TRAMONTO

    XI LA LUZ

    (SEGUNDA EDICIÓN AUMENTADA)

    MADRID

    EDITORIAL PUEYO

    Calle del Arenal, 6.

    1919

    ES PROPIEDAD

    Imprenta Helénica.—Pasaje de la Alhambra, 3.—Madrid.


    RUECAS DE MARFIL

    Índice

    Nodrizas de nuestros sueños, hilanderas de nuestras vidas, melancólicas hadas que acompañáis nuestros pasos desde la cuna al sepulcro: dadme las ruecas de marfil con que sabeis transfigurar las cosas vulgares, los destinos crueles, los dolores mudos, en gloriosas urdimbres, en doradas hebras de ilusión y de luz.

    Discípula vuestra soy: por las rutas sombrías de este valle de lágrimas, absorta en mi noble vocación de poeta, voy recogiendo en el camino todo aquello que la realidad me ofrece, para guardarlo con ternura en mi corazón y tejerlo, después, en mis fantasías.

    Nada desprecio por trivial y menudo que sea. En una gota de agua se cifra todo el universo. Abejas hacen la miel; con barro se fabrica el búcaro. Tosca y ruin es, casi siempre, la realidad, como el copo de lino, como el vellón de lana, como el capullo de seda sin hilar; pero esa materia ruda se convierte en estambres luminosos, en delicados fililíes, cuando la imaginación y el arte, que son las hadas benéficas de los hombres, la toman, la retuercen y devanan en sus ruecas invisibles de marfil.

    Con más rústico instrumento hilé en este libro unas pobres vidas de mujer, humildes y atormentadas vidas, cuyo obscuro y resignado dolor tuvo en mi corazón ecos muy hondos, ¡Luisa, Ángeles, Irene, Marcela, Talín, bellas y desventuradas criaturas que un día pasasteis junto a mí llorando y sonriendo, bajo la pesadumbre del destino! ¡Pobres vidas fugaces, rosas al viento, naves en el mar!

    Acaso, lector, preferirías que te contase historias más felices, invenciones alegres, soleados romances de un dichoso país, donde las flores no se marchitan nunca. Mas ya dije que cuento vidas de mujer...

    ¿Qué culpa tengo yo si la realidades amarga, si hasta la imaginación, lo mismo que el sentimiento, suelen padecer melancolía?

    Pero si estas novelucas te parecen demasiado tristes, si te conmueven hasta hacerte sufrir, piensa, al cerrar el libro, que no son ciertas, que fueron soñadas. ¿No dicen (y dicen bien) que la vida es sueño? ¿No son tristes todos los sueños al despertar?

    Las cosas del mundo, para quien tiene piedad, son harto melancólicas. La vida, para quien sabe de dolor, es algo a la vez hermoso y duro, pálido y sugerente, como el marfil de las ruecas con que las hadas tejen nuestros sueños, hilan nuestras vidas y urden, al cabo, nuestras mortajas.


    NAVES EN EL MAR

    Índice

    I

    EL FIORDO ANDINO

    Índice

    Habíamos llegado al Estrecho de Magallanes, y el Orcana se atrevía, lento, sobre las aguas misteriosas...

    Al penetrar entre el cabo de las Vírgenes y la punta del Espíritu Santo, las tierras son cándidas, verdes, sin árboles ni rocas; y contrastando con esta mansedumbre, el mar inquieto, movido, oculta bajo la ondulante marea el agudo puñal del arrecife. Luego el paisaje se ensoberbece: medran las montañas hasta las nubes y ruedan hasta el mar peñas y cerros formando canales y lagos. Aquí el agua es calmosa, estática, profunda: surgen de ella negros cantiles, adustos y violentos; escarpados montes con la toca de nieve y la falda selvosa; islas y valles de original belleza; archipiélagos; istmos; penínsulas, que dilatan la vertiente occidental de los Andes en un fiordo gigantesco y magnífico, para cortar la punta del continente sudamericano. Las praderas y los glaciares, el granito y el musgo, la nieve y la flor, el roble y el tremedal, cuanto hay en la Naturaleza más diverso y contrario, más distante y enemigo, se une con terrible hermosura en esta maravilla del mundo que Magallanes descubrió para España un día pretérito y glorioso.

    Pasión de la raza y amor de la tierra me poseyeron en la ruta escabrosa y admirable, donde el misterio y el peligro navegaban a nuestro lado. Yo sabía que en la dulcedumbre de la corriente y el encanto de los hocinos acechaban el escollo y el temporal, siempre ocultos en aquella intrincada estrechez, y pensaba, con asombro entrañable, con altísimo orgullo, en los exploradores hispanos, los primogénitos de la Humanidad en el antiguo Mar de las Tinieblas, que lucharon a veces hasta «noventa días» en las desconocidas angosturas del Estrecho, con leves naos inseguras, audaces las velas latinas, el aparejo de cruz y la cruz en el trinquete...

    Yo también iba de exploraciones por el gran fiordo andino: niña y triste, a miles de leguas de mi patria, el mar, el cielo y el monte me producían una desgarradora impresión de soledad. Por primera vez adiestraba mi vida para la lucha torva y callada frente al destino, y la fecunda semilla del sufrimiento henchía dolorosamente la pobre tierra virgen de mi corazón.

    Quiso un designio providencial que durmiesen los temporales en las hoces y nos siguiera desde Europa el viento amoroso de la bonanza.

    Y después de cien millas de apacible navegación por el Estrecho, entre mansa ribera, cuando ya los montes se levantaban y el glaciar y el cantil aparecían, un largo anochecer decembrino nos llevó al refugio de una ensenada, donde era menester pasar la noche. Hallamos buen tenedero bajo el agua transparente y muda, tan cerca de la margen vecina, que el capitán del buque, adornado de una cortesía británica muy complaciente, nos permitió desembarcar a unos cuantos pasajeros curiosos.

    Ya se abría en el cielo la divina rosa de un pálido plenilunio, cuando volvimos de nuestra visita a la solitaria tierra patagona. Habíamos hurtado a su secreto raras piedras, tímidas flores y peludas arañas de color de rosa, inofensivas y cobardes: todos seres humildes, llenos de alma.

    La quietud de la marea parecía el cristal de unos ojos muertos donde soñara el paisaje milagroso bajo el hechizo del silencio y de la luna. Un inefable resplandor austral exaltaba en el cielo el vaivén luminoso de los astros, y en la sublime escritura de las constelaciones la Cruz del Sur decía su leyenda polar, clavada como señuelo en el profundo corazón de la noche...


    II

    PRESENTIMIENTO

    Índice

    Yo tenía a bordo una protegida, linda joven montañesa que me estaba recomendada desde Santander, y que en estado de próxima maternidad iba a Chile para reunirse con su esposo, residente en Concepción.

    Todos los días visitaba yo a Luisa en su departamento de tercera y la obsequiaba muchas veces con golosinas que en los barcos no llegan más que de limosna hasta los pasajeros pobres.

    Mi paisana era una dulce y graciosa mujer de belleza tranquila un poco triste, de esas criaturas melancólicas que a menudo sonríen y a menudo miran al cielo; tenía dorados los ojos y el pelo rubio; moreno el color; la boca expresiva; cántabra la tristeza del semblante.

    Solíamos hablar juntas de nuestra familia y de nuestro país, apoyadas en la borda, contemplando la estela hirviente del buque y la fuga imaginaria de los horizontes; el paisanaje y la juventud nos unieron desde la costa nativa con lazo cordial, lleno de mutua compasión.

    Se expresaba la moza con la peculiar finura de las campesinas montañesas, por lo común inteligentes y un poco ilustradas. Pronto me contó su historia, breve y apacible, alterada únicamente por las aventuras de la emigración; hija de labradores acomodados, se casó con el único novio, un artista humilde, tan buen mozo como trabajador, que seducido por halagadoras promesas de bienestar había emigrado unos meses antes, y ya la llamaba impaciente, en la certeza de una vida feliz, para esperar juntos al hijo que iba a nacer. Acaso todas las inspiraciones del amor no hubieran decidido a Luisa a emprender sola y delicada aquel viaje penoso. Pero la casualidad favoreció oportunamente los planes del marido, deparando a la joven una buena compañera de expedición, de su misma vecindad, una mujer que ya conocía las penalidades del barco y que volvía a reunirse con sus hijos, residentes, también, en la República de Chile. Y Luisa salió de casa de sus padres confiada a los cuidados de Inés, mañosa viajera que había mirado por la joven con desvelo cariñoso.

    Duro era el camino para la moza. Las molestias de su estado, aumentadas con el trastorno de la travesía, la hicieron sufrir mucho, por más que Inés de cerca, y yo un poco más de lejos, la ayudamos a sobrellevar las horas. Algún alivio tuvo en las aguas tranquilas del Estrecho, y cuando el buque dejó el seno aplacerado junto a la cordillera, cobijo de nuestra primera noche andina, fuí a buscar a mi paisana, deseando que gozase conmigo, como el día anterior, la novedad majestuosa del paraje.

    A media marcha, previsores contra el peligro de una varadura, nos habíamos puesto a navegar con el repunte de la marea. Avanzaba la mañana con sigilo, detrás de un largo amanecer, lleno el paisaje de una luz glacial. Hasta bien entrado el día se deshojó en el agua, palpitante, el fulgor de las estrellas; después el cielo se cubrió de nubes claras y luminosas, trasfloradas por el sol, mientras el frío se dejaba sentir con viva intensidad.

    Cuando atravesé el puentecillo entre ambas cámaras para visitar a Luisa, la hallé sobre cubierta, mirando fascinada la aparición de unas islas primorosas sobre las cuales la fatalidad había sembrado multitud de cruces, protectoras, al parecer, de otras tantas sepulturas.

    Quedamos suspensas delante del original cementerio, que se nos aparecía como fantástica evocación de una tragedia en que

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1