Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

María en puntos suspensivos
María en puntos suspensivos
María en puntos suspensivos
Libro electrónico341 páginas4 horas

María en puntos suspensivos

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Conocí y maldije a María antes de verla en persona. No es nada nuevo, lo descubriréis tan pronto comencéis a leerme; no quisiera adelantarme. Soy Valentina Vincci, autora y protagonista a la par que con María de esta bilogía que tanto me ha costado en todos los sentidos.
Por alguna razón más habitual de lo que parece, nuestros caminos se cruzaron el día en que María comenzó a trabajar como secretaria para Damián Marín, cirujano plástico de Barcelona. Más tarde conoció a Marc Millán, presentador de un programa de radio y, cómo no, tuvo que conocerme a mí. Creo que no le quedó otra.
Entre los cuatro trataremos de explicaros qué supone remover un pasado amoroso inacabado, cómo el amor te sorprende incluso en las situaciones más insospechadas y qué supone volver a empezar cuando tu vida no tiene el sentido que tenía antes. 
Es evidente que es una historia real, a ratos divertida, sensual, erótica y con ese punto intrigante que te dejan las primeras impresiones. Un relato de amor como muchos de los que habréis vivido en vuestras carnes pero con unas peculiaridades que no suceden todos los días. Me taché por mala en el escrito de esta novela y sencillamente, y con el tiempo, pienso que solo somos víctimas de nuestros sentimientos.
¿Tú qué crees?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 mar 2019
ISBN9788417864811
María en puntos suspensivos

Relacionado con María en puntos suspensivos

Títulos en esta serie (6)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Ficción literaria para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para María en puntos suspensivos

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    María en puntos suspensivos - Valentina Vincci

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Valentina Vincci

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    ISBN: 978-84-17864-82-1

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Te presto este pedazo de mí,

    Te regalo lo que un día fui,

    Te invito a hacernos siempre felices.

    Te quiero

    Prólogo

    Cuando vi a María por primera vez me dio rabia. Mucha rabia. No sé explicarte por qué. Es decir, sí sé pero no me gustó reconocerlo.

    Apuesto que no soy la única a la que le sorprende un día encontrarse de bruces con un archienemiga que ni ella misma sabía que lo era. El título se lo adjudiqué yo misma el día que supe que esa tía poseía algo de lo que yo nunca más me podría vanagloriar. Y es que cuando te arrebatan la ilusión, la esperanza y las ganas de tomar algo que ansías con tiempo, tiendes a odiar aquello que se ha interpuesto en tu camino. Y eso, en mi caso, se llama María.

    Cinco letras y tan perfectas. Tan armónicas, cálidas, sonrientes...su propio nombre hace honor a ella. Simple, breve pero arraigado. Alguien que sabe llevar el nombre más usado de la historia de la forma más particular que conozco. Y es que María, aun cuando no la conocía y me dedicaba a espiarla a través de las redes sociales sabía que era especial. Sus fotos no eran solamente artísticas. Eran una perfecta demostración de su ser: alegre, sonriente, cálida y con ese toque de originalidad que solo las personas que lo poseen de manera innata son capaces de plasmar en una imagen. María era y es todo lo que yo no soy. Y eso jode.

    De primeras es una chica normal. De segundas no te deja indiferente. Y es que tiene dulzura en sus palabras, un espíritu inquieto y lleno de ideas tan dispares que te apetece defenderlas aunque sepas que se diluirán como la resaca del mar en un día de oleaje por su eterna incertidumbre. Y no, no pienso en ella como si fuera el alma de la fiesta. De hecho soy sincera y me declaro abiertamente su enemiga. Pero tratando de arrojar un halo de cordura y objetividad a la historia decir que María a mi entender es una perfecta...bah, da igual.

    Dicen que las comparaciones son odiosas pero en mi caso, por si no se nota, preferí odiarla a ella. Yo también soy especial. Claro que a mi manera. Y nadie iba a venir de la nada con su melenita rubia, sus ojos verde oliva y su figura menuda y mona a tocarme los cojones. No soy de esas que con una sonrisa amarga y resignada acepta lo que venga. No. No me da la gana.

    Así que después de tiempo y de tantas idas y venidas con todo lo que vivimos, decidí llamarla. Por favor, aún me acuerdo lo sorprendida que la dejó mi llamada. Esa reacción de asombro y miedo conglomerándose en la garganta y que se palpa al otro lado de la línea...me hizo reír porque en el fondo sabía que mi llamada no le agradaba. Y no es que sea cruel pero mi carácter me hace ser un poco así. Cínica. No sé, cosas de caracteres ¡qué sé yo!

    Le propuse un proyecto y su primera reacción fue colgarme. Lo esperaba, no te creas.

    Volví a insistir. Y cuando descolgó de nuevo el teléfono al décimo tono, explotó en un sinfín de improperios de cuyos nombres no quiero acordarme.

    Aun así sucumbió. O de lo contrario no estaría hoy contando su historia. Nuestra historia, perdón. Y aunque en algunos pasajes me haya podido exceder o puesto palabras de más...sabe que en el fondo lo hice por joder.

    Que lo disfrutes reina.

    CAPÍTULO 1

    «Hoy es el primer día del resto de mi vida»

    ¿Conoces esa sensación de haber quemado tu penúltimo cartucho y saber que el último está defectuoso? Lo usarás, claro que lo usarás porque antes has empleado un centenar de ellos sin éxito y por uno más…pero lo peor de todo es conocer la respuesta de algo que aún no se ha dignado a suceder. No es clarividencia ni pesimismo. Se trata de una lógica aplastante y de dejar de ser gilipollas, y que me perdonen la expresión. Si después de cien intentos no ha funcionado, ¿qué iba a ser diferente en el ciento uno?

    La pregunta que te estás formulando ahora mismo, «¿De qué habla?», es normal. Lo que no es normal que me haya liado esa tía para explicaros todo esto. Dios mío y la de aludidos que pedirán explicaciones…pero me da igual. Afortunadamente, hoy ya me da igual.

    Soy María y tengo 27 años. Hasta hace cinco vivía con mis padres (o creo que ya mi padre para entonces se había separado, no sé) y mis hermanos, Samantha de 25 y Kilian de 6, en Barcelona. ¿Que menuda diferencia de edad con Kilian? Bueno ya sabes, algunos padres que se creen jóvenes con 45 años y juegan a ser adolescentes. Y no es que sean mayores pero tampoco unos chavales. Bueno da igual, no pienso seguir por ahí que luego se creará una plataforma de señoras manifestándose sobre su derecho a parir superados los 35.

    Como decía, hace cinco años me fui a vivir a Extremadura con mi novio natural de esa tierra (concretamente Badajoz) y con el que mantenía una relación a distancia durante dos años. Tuve lo que se dice valor, coraje, mérito y, en definitiva, dos cojones para que con 22 años decidiera empaquetar mi vida en Barcelona y llevarme hasta donde pude a Extremadura. Sin familia, sin amigos, sin trabajo…depender única y exclusivamente de la ayuda de tu pareja, su familia y de tus dotes para salir a flote cuando tú mismo te creas un naufragio en tu propia vida. Necesario, desde luego, pero duro.

    Hoy sin embargo, justo hoy después de cinco largos e «intensos» años…hoy… «¡Pero dilo ya!», estarás pensando. No hay prisa, que yo me he pasado cinco años de mi vida para decirte esto así que nunca es demasiado tarde, créeme. En fin, HOY me encuentro en esa casa de dos plantas tan bonita, con su campo y mini-huerto, con sus paredes blancas atestadas de jarrones coloridos y claveles… sí, esa clase de casa grande que solo en la media sureña de España, en los pueblos y, en su defecto, la gente rica es capaz de poseer. Esta casa que tantas veces se me ha echado encima en este tiempo y a la vez ha sido mi refugio donde llorar, extrañar a mi familia y sentirme a solas en mi espacio.

    Estoy concretamente en mi habitación. No la que comparto con Roberto (¡Tachán! Nombre del susodicho y apodado Robin…como el Hood pero sin serlo) sino otra en la que usaba como mía y personal. La única habitación que pude decorar antes de comenzar a vivir juntos y que me obligué a hacerla mía. Mi pequeño rincón de Barcelona pintada de azul como el mar y muebles blancos de Ikea, fotos de Barcelona, de mi familia y amigos. Entrar allí era como mi refugio, mi santuario, como si me sintiera arropada por quién era en realidad. Y ahora mismo me encuentro llevándome mi vida conmigo igual que un día la traje. Con tres maletas gigantes posadas sobre el suelo y guardando todo lo que tenía que ver conmigo más allá de mi ropa.

    Roberto volverá a las 21h de trabajar y aprovecharé para, por última vez, hablar con él. Ahí va mi último cartucho del que os hablaba antes. Mi última razón para no irme sin más dando un portazo y con una nota sobre la mesa del comedor que rece: «Buena suerte y te deseo lo mejor». Y es que después de estos años no me nace nada más que decir:

    —Hola.

    —Qué pasa —saluda Robin sin sonar a pregunta—. ¿Qué hay para cenar?

    —Ensalada y pechuga de pollo. Ahí tienes el plato —respondo nerviosa por lo que tengo que decirle. Por supuesto que me molesté en hacerle la cena.

    Pasa delante de mí como si se le olvidara que existo y que antes nos saludábamos con un beso. Cosas curiosas que tienen las parejas, ¿no?

    Recoge su plato de la cocina, enciende su tele y yo contemplo como todo pasa fotograma a fotograma delante de mis narices. Me siento una mera espectadora desde la puerta que da paso al comedor.

    — ¿Tú ya has cenado?

    —Sí —miento—. He picado algo mientras hacía cosas pero no tengo más hambre.

    Él, por supuesto, ya ha empezado a comer antes de preguntar y sin esperar a que, tal vez, ¡oh sorpresa! Acerque mi plato a la mesa y comamos juntos. Para mí, una de tantas.

    —Vamos, que no has cenado —responde seco, resuelto pero sin mucho interés más que el de comerse el plato incluido si hace falta. Siempre devora la comida, la engulle como los patos y encima hace ruido al masticar. Una joyita.

    —No mucho —contesto nerviosa mirándolo desde la puerta del comedor, de pie, y dando vueltas al anillo de prometida. Sí, desde hace un año, lo sé, no digas nada.

    —¿Qué te pasa? ¿Te vas a quedar ahí mirándome hasta que acabe de comer?

    —Bueno, te queda solo un trozo para acabar, tampoco es que tardes mucho en cenar —comento con una media sonrisa en mi cara intentando apaciguar las aguas a sabiendas que el comentario le ha jodido. Venga vale, fastidiado.

    Me dirijo al sofá, me acomodo mientras disimulo y veo la tele distraída repasando mentalmente en «qué le voy a decir» y «cómo sería bueno empezar». Él, rutinario como siempre, ni siquiera recoge su plato, se dirige a la nevera, se engulle unos cuatro sorbos largos del gazpacho de la botella donde lo vertí y vuelve al sofá con una Natilla sentándose a mi lado y no quitando ojo de la tele. Están dando El Hormiguero y que conste que me encanta, pero en ese momento deseo apagar la tele, cogerle la cara con las dos manos y decirle: «¡Estoy aquí, estoy rara y no es porque tenga la regla sino porque quiero hablar contigo!». Pero claro, ni tengo los huevos suficientes ni eso va a pasar así. En vez de eso decido respirar hondo expulsando sonoramente mi aire y decir por fin:

    —Robin, quiero hablar contigo.

    —Mientras me llames por mi mote y no por mi nombre no suena preocupante.

    —Bueno, sí es importante —sigo con la voz velada por los nervios. ¿Dónde está la María fuerte de antes?—. Por un lado y, creo que no te vendrá por sorpresa después de tantas veces que lo hemos hablado, sabes que necesito un cambio, respirar aire fresco y ordenar mis ideas.

    No responde y parece más atento a la tele que a lo que le estoy diciendo. Es que ni siquiera me ha mirado una sola vez.

    —¿Me estás escuchando?

    —¡Siii! Pero puedo ver la tele a la vez, ¿o no puedo?

    —Esto es importante y bastante me está costando ya. —Siento el corazón a mil. Si la carne fuera más débil saldría del pecho literal como a veces se dice metafóricamente.

    —Bueno, dime —dice cediendo finalmente a la conversación, mirándome altivo y con un tono contenido de rabia.

    El cabrón se lo huele. Como no se lo iba a oler si esto apesta desde hace tiempo.

    — He hecho mis maletas y me voy a Barcelona. —Sin anestesia ni rodeos. Ahora sí soy yo. Pero no llores María. Todavía no, por favor.

    —Pero…cómo… —Se queda mirándome con el rostro extrañado, alertado y con desconfianza. Todavía espera que le diga que es una broma pero no lo es. Ya lo creo que no.

    —Necesito despejarme un tiempo. No sé si será un mes, tres meses…pero sabes que he empezado a ir incluso al psicólogo y creo que mi mejor terapia es alejarme un tiempo y ver qué me pasa.

    Por un momento parece estar sopesando la situación. Roberto se acaricia levemente la barbilla, se rasca su incipiente barba del carrillo izquierdo y vuelve a mirar la tele como si aquello le pareciera más importante en ese momento. Sé que no es así. Después de siete años de relación sé que esa reacción es como siempre su manera de meter la cabeza bajo tierra como los avestruces. Nunca ha tenido valor para apoyarme, comprender mi estado al sacrificar mi vida por él y jamás ha valorado ninguna inquietud o ganas de prosperar por mi parte sea donde fuera. Es algo muy largo de explicar, diría que interminable a veces, pero mi paciencia ha llegado a un límite y mi imbecilidad temporal se ha terminado.

    —Además quiero comentarte algo —añado hablándole a su perfil.

    —¿Más aún?

    —Sería bueno apagar la tele y hablar como una pareja normal en algo que creo, es importante para ambos.

    —¡Que no apago la tele joder! Podemos hablar aunque esté encendida y ¡no me sale de los cojones, básicamente! Dime lo que tengas que decirme y punto.

    —Como quieras. —No pienso amedrentarme porque la verdad es que mañana busco un vuelo para largarme—. Necesito saber qué te parece que me vaya un tiempo y si podemos acordar cambiar algo de nuestras vidas de ahora. Sabes que te quiero, que estoy haciendo esfuerzos para que esto funcione desde que vine aquí a vivir pero…

    —Y yo —interviene como si tuviera derecho a creerse esa mentira.

    — Y que haré cuanto pueda para que los dos estemos bien.

    —Yo estoy bien —vuelve a interrumpir dando por enterado, otra vez, su egocentrismo.

    —¡Pero yo no! Y además lo sabes. Lo sabes desde antes de pedirme matrimonio. Lo sabes casi desde que llegué. Y no aguanto más tu pasotismo. ¡Mirando a otro lado no se solucionan las cosas! No desaparecen ¿sabes? Necesito ver que estás conmigo en esto y me ayudarás a ser feliz aquí.

    —¡¿Pero qué coño quieres?! —explota mirándome casi por primera vez.

    —¿Otra vez tengo que decírtelo?

    —No me pienso mover de mi casa, mi pueblo ni de aquí por nadie. ¿Te queda claro? —responde cínicamente a su propia pregunta. Esta vez sí, despega su vista del televisor para mirarme amargamente a los ojos—. No pienso buscarme un piso en Extremadura capital para contentarte, no pienso salir más por la ciudad con lo que me agobia, ni mucho menos me planteo el cambiar mi vida para irme a tu tierra. Eso ni muerto. Yo lo tengo todo aquí.

    Mi cuerpo se autodestruirá en tres, dos, uno….

    —En fin —suspiro mientras noto la salinidad de mis lágrimas que sin previo aviso han asomado sin más—. Me voy un tiempo y espero que podamos reconducir esto.

    —Si te vas, podrás volver cuando quieras, pero olvídate que vamos a cambiar algo de nuestra vida porque ya te digo de antemano que no —advierte señalándome duramente con el dedo índice y dando golpecitos en el aire como si acompañara sus palabras cual batuta.

    —Ya… —No alcanzo a decir más en ese momento y ahora soy yo quien mira la tele con ¿rabia?, ¿decepción?, qué se yo.

    —Y otra cosa te digo, me anulaste la boda de este año para dejarla para el año siguiente. Pues bien, ahora soy yo quién no quiere casarse contigo hasta que esto no se aclare. Creo que es lo normal ¿no? Y…haz el favor de ponerte bien, cálmate y ven fuerte pero no te vayas a pasar con el tiempo o el que perderá las ganas seré yo.

    Me parece lógico maldito idiota. Si tuviera más valor te mandaría al carajo como aquí decís porque nadie con la suficiente dignidad debería permitir que alguien la menospreciara hasta este punto. He apostado tanto por esto, tanto que no es que me sienta solo decepcionada sino ninguneada.

    Mi mayor miedo era que nuestra relación se rompiera por la distancia pero jamás reparé en la cercanía. Era una persona que, a pesar de ser buena en los demás ámbitos de su vida, no se había portado como debía conmigo en ningún momento. Me había mentido, chuleado, vacilado, gritado y constantemente demostraba lo idiota que era al permitir que hiciera tantas y tantas cosas que nadie en su sano juicio aceptaría de su pareja. No es suficiente enseñar cuan gilipollas podemos llegar a ser las personas cuando vivimos cegadas por otra. Además tampoco sería justo para él. Al fin y al cabo, no hay pena sin gloria.

    Y después de cinco años viviendo aquí no sé qué es lo que me hace finalmente coger carretera y manta como se suele decir. Tal vez no quiera ser una desgraciada tan joven ni mucho menos de mayor. Odio tener que ser la responsable de joderme la vida y excusarme en el amor. ¡A la mierda el amor! O mejor dicho ¡A la mierda vivir este tipo de amor! Aquel que te hace sufrir, malgastar tu tiempo, tu fuerza, aquel que te ata y te obliga a permanecer por si un día...o tal vez otro día... ¡No! No hay que mentirse. A uno mismo al menos no se debería. Miente a los demás si quieres pero no a ti, joder. Cuando no aguantas más no es el tiempo, ni tus nervios puntuales, no es una mala racha...cuando de verdad estás saturada como persona de tanta incongruencia, de ver que lo que un día era alegría al otro no es más que un montón de cenizas agotadas de oxigeno, la única llama que crecerá es la del infierno y esa quema no enamora de nuevo, te lo aseguro. Así que me declaro a día de hoy independiente y con la mano en alto me despido de tanta mentira.

    Rumbo a Barcelona, sin lágrimas en los ojos, nerviosa pero con la ilusión de empezar mi nueva vida. Solo espero que mis maletas lleguen sanas y salvas a mi tierra porque yo al menos ya lo estoy.

    Comenzamos.

    CAPÍTULO 2

    «¿De qué sirve confesarme si no me arrepiento?»

    Por fin vuelvo a Barcelona. Y digo por fin porque ha sido una larga y encarnizada lucha conmigo misma que he llevado sufriendo durante cinco años. Es muy duro reconocer que te has equivocado en algo que soñaste, planeaste y organizaste con tanto ahínco. Cuando todo el mundo rezaba por qué no me marchara, porque una niña para entonces de 22 años no debía huir de su familia y ciudad SOLO por amor y porque, egoístamente, los que me querían deseaban que las cosas me salieran mal en la medida de lo posible, sin demasiado drama, para que un día como hoy estuviera de vuelta.

    Hice caso omiso de todas las advertencias, deseos deshonestos y encariñados mensajes de apoyo aunque con una triste esperanza de pronto retorno. Me pudieron las ganas y, entonces, el amor. Me pudo mi juventud, mi ilusión por vivir y descubrir por mí misma. Aquella huída no era más que un paso hacia adelante porque, donde unos veían inconsciencia (marcharse a la otra punta de España solo por un chico, ¡por favor!) yo vi liberación. No de nadie ni de nada en concreto sino de mí misma. Necesitaba volar y crecer como solo alguien lo puede hacer en un momento de adversidad extrema. Para mí ese fue y será siempre mi gran reto. Y desde luego me liberé, crecí, lloré, me forjé como persona, me descubrí y me reinventé.

    Ha sido la mejor etapa de mi vida aunque hoy esté de vuelta a la que fue en su día mi habitación a ratos compartida con Samantha, mi hermana pequeña. Tirada sobre mi cama, oliendo al perfume suave, limpio y narcótico que tiene la colada de mi madre y rememorando en un suspiro lo vivido durante cinco años lejos de estas cuatro paredes. Parece tiempo pero se me ha pasado volando. Los otros dos que pasé como relación a distancia ni los cuento aunque parezcan ventajosamente los más bonitos.

    Aun con los ojos abiertos puedo ver a Roberto, puedo verme a mí caminando por todos los rincones de aquella casa y puedo escuchar la voz en mi cabeza incesante que repite cual disco rayado: «Este no es tu sitio», «Este no es tu sitio»…

    Es curioso como tu subconsciente es capaz de advertirte desde un principio de algo que para entonces es demasiado pronto para tomar conciencia. Recuerdo como ese día que llegué a Badajoz, con tan solo una maleta de mano a la espera que el resto de tres maletas gigantes (mi habitación casi al completo) llegarán a los días en una empresa de transporte, no podía parar de llorar. Tenía grabada a fuego la imagen de mi madre, mis hermanos incluso mi padre que para entonces ya no vivía con nosotros como lloraban y se despedían de mí con la mano mientras recorría con un enorme nudo en la garganta el cordón policial.

    Fue en el momento que subí al avión y vi como se encendieron los motores cuando no pude reprimir un llanto primero ahogado y luego casi infantil que negaba que fuera escuchado sin éxito. Creo que en ese momento entendí que aquello, desgraciadamente, si salía bien y me gustaba vivir con Roberto y en Badajoz ya nunca sería nada igual con mi familia. Y es ese «clic» que te hace tu cabeza en ese momento que entiendes que para tener ciertas cosas hace falta dejar otras importantes en el camino el que no supe digerir. Lo entendía, sí, pero me negaba.

    Y justo aterrizando en el lugar donde pretendía quedarme de por vida y después de haber sido mi lugar de vacaciones y de escapadas preferido durante años, reconozco verlo todo distinto. Ya no era mi Extremadura. Ni sentía ilusión por pisar hoy esa Tierra. Ni me gustaba su gente ni quería nada de allí de repente.

    Apareció Roberto con un ramo de rosas a recogerme al aeropuerto y lo único que hice fue llorar. Más todavía. Como si durante el viaje no hubiera exprimido ya suficientes lágrimas. Roberto siempre creyó que lloraba de alegría y emoción. Yo siempre creí que algún día me entendería y me conocería. Pero ni él me entendió ni yo le perdoné de por vida el que no lo hiciera.

    Lo que sucedió los días posteriores, meses y como digo años fue muy largo y sufrido.

    Nunca me sentí en casa porque, aunque sé que lo intenté, Roberto no estuvo en la labor de ayudarme ni de cambiar un ápice su vida tras mi llegada. Se molestaba cuando me sentía triste, me reprimía cuando creía encontrar soluciones y me envidiaba en cuanto conseguía nuevas amistades. Sí, surrealista…lo sé.

    Mi forma de vivir siempre había sido muy urbana hasta la fecha. Barcelona es una gran ciudad, con planes y sitios para aburrir y una forma de hacer las cosas diferente. Claro que yo ya no vivía allí y aunque creía conocer esa tierra como la palma de mi mano pronto descubrí las limitaciones: no encontraba trabajo, había quién no se sentía muy cómodo con los catalanes por mera conciencia política, vivía en un pueblo apenas sin transporte y para colmo, Roberto se NEGABA repito a cambiar nada en absoluto de su vida hasta el momento para adaptarnos ambos a nuestra nueva situación.

    Digamos que fui un apósito más durante todo ese tiempo que pasé a su lado sin merecer atención por considerarme, según él, demasiado inmadura. Claro que tendría mucho que rebatir a esa acusación pero para entonces hasta me lo creía. «Seré yo», pensaba, «que no me hallo porque soy una inmadura».

    Mientras tanto luchaba por acomodar mi vida de la mejor manera posible y aceptar los cambios molestando lo menos a mi entorno; que como siempre se resumía a él. Sin embargo Roberto «luchaba» por seguir

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1