Espada de Fuego: A Través de las Cenizas 1, #1
Por J.A. Culican
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Indefensa. Sola. Abandonada.
Bells es una pobre hada que trabaja en una granja fuera de la protección de la ciudad dragón. Cuando su familia es atacada por troles ella va con la única persona que sabe que pueda ayudarla. ¿Pero lo hará?
Paz. Muerte. Suficiente.
Los dragones trajeron paz a la ciudad y el area que la rodea cuando se levantaron. Jaekob cree que no hay razón para que los dragones se sigan involucrando. Han perdido muchas vidas por ésta causa. Pero cuando los elfos oscuros infectan su ciudad con un virus como nunca antes visto, sabe que necesitan una solución. Ahora.
La espada de la paz. ¿Mito? ¿Realidad?
Estan a punto de descubrirlo.
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Espada de Fuego - J.A. Culican
Espada de Fuego
A través de las Cenizas Libro 1
J.A. Culican
A Través de las Cenizas © copyright 2018 J.A. Culican
Derechos Reservados.
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Los personajes, locaciones, y eventos reflejados en éste libro son ficticios. Cualquier similitud o parecido con personas reales, vivas o muertas es coincidencia y no es intención del autor.
Editora: Cassidy Taylor
Artista de portada: Rebecca Frank
Traductora: Nicole Turcios
Dragon Realm Press
www.dragonrealmpress.com
Creado con Vellum Creado con Vellum
Para Fiona.
Prólogo
Bells trató de empujar la carretilla por la lodosa y agitada tierra. El humo de la pequeña villa, que aún estaba en llamas, lastimaba sus ojos y pulmones. Los humanos recientemente habían comenzado a construir sus hogares de plástico que liberaban horribles y agrios olores. A su amiga, Crys, le dijo, Aún me pregunto cómo los humanos sobrevivieron por tanto tiempo después de destruir el planeta.
Por ahora,
respondió Crys, me preocupa más terminar nuestro trabajo sin romper nada o darle al capataz una excusa para recortar nuestras raciones de comida.
Bueno, los humanos pueden estar ahora cosechando lo que sembraron—fue su destrucción del planeta lo que llevó a los Puros a regresar al mundo, para desgracia de los humanos—pero los elfos quemando las ciudad de plástico y villas de la humanidad no le estaba haciendo ningún favor a la ya dañada Tierra. Creo que el Rey Blanco se preocupa más por otras cosas que por el ambiente. Después de todo, ¿hace cuánto que los Puros dejaron a los humanos en su propia miseria por última vez? ¿Tres mil años? ¿Seis mil?
Cuida lo que dices, Bells. Pero fue mucho antes de mi tiempo, de todas formas,
respondió Crys y luego gruñó por el esfuerzo de mantener el vagón derecho.
Bells miró al foso del castigo
cercano, un montículo de cuerpos humanos colocados perfectamente que había desbordado completamente el agujero original de 8’x16’ en el suelo. Esa noche, los elfos probablemente cremarían esos restos; eran conocidos por purificar
por medio del fuego, a pesar de los gases tóxicos que ahora vertían en el aire en ciudades de todo el mundo.
¡Oof! Mientras ella se encontraba viendo el horrible montículo de muerte, su carretilla de tamaño humano atoró su única rueda frontal y se volcó. Era demasiado grande para que Bells lo detuviera a tiempo. Crys maldijo, luego ella y Bells corrieron frenéticamente a recoger las herramientas caídas y paquetes de semillas. Por suerte, la mayoría habían quedado dentro de la carretilla.
Una vez que ella recogió lo que pudo, miró alrededor furtivamente. No veo al capataz.
Con suerte, el elfo no la había visto, tampoco.
Probablemente esté dormido en el Otro Lado. Los elfos aman demasiado las bebidas fermentadas de los humanos.
Bells sacudió la cabeza ante la idea, deseando también estar en el Otro Lado, y comenzó a empujar otra vez. Esta vez, juró que prestaría más atención hacia dónde guiaba el estúpido y pesado artilugio. Las carretillas fueron un diseño tonto.
Están diseñadas para criaturas más grandes que nosotras las pobres hadas que se encuentran estancadas usándolas. Los elfos debieron haber dejado algunos humanos vivos.
Aunque estaba estancada usando esas herramientas por ahora, Bells se recordó a sí misma que los elfos pronto usarían los recursos de la Tierra para buenos implementos de construcción que sus hadas sirvientes podrían usar para mejor—
Una sombra pasó por encima, y ella volteó a ver. Una gran bandada de aves estaba oscureciendo el cielo, viniendo desde el sur. El sol estaba en sus ojos, así que levantó una mano para cubrirlos y trató de adivinar qué tipo de aves eran.
A su lado, Crys dijo, No es la época indicada del año para la migración masiva de aves.
Bells cerró los ojos y dejó que sus sentidos la guiaran, entrelazándose con las energías naturales del área, el viento, el cielo, las plantas… Oh no,
murmuró con voz ronca, esas no son aves.
No, eran enormes, más largas y de cruel apariencia.
Dragones,
Crys envió un llamado enfático y de pánico a las demás hadas, quienes corrieron casi instantáneamente hacía sus útiles escondites. Las hadas eran buenas en esconderse, y su magia era perfecta para eso—tan pronto estaban escondidas, parecían casi fusionarse con las rocas, las sombras o lo que sea que las escondiera. Era un rasgo de supervivencia, útil ya que las demás razas Puras consideraban que las hadas eran poco mejor que los humanos.
Los elfos usualmente hablaban de los crueles y arrogantes dragones, quienes creían que gobernaban a las razas Puras. Violentos y brutales, decían los elfos. Tres de ellos separados de la vasta y oscura nube de alas. En un abrir y cerrar de ojos, estaban cayendo como meteoros al suelo justo hacia ella.
Bells miró a su alrededor frenéticamente; Crys ya no estaba, pero ella no podía encontrar un lugar donde esconderse.
Justo antes que tocaran el suelo, los tres extendieron sus alas y aterrizaron con tanta fuerza que Bells sintió el impacto a través de sus pies. Se tambaleó hacia atrás, su trabajo olvidado, y en pánico, levantó su brazo para protegerse. Van… ¿Van a comerme?
El dragón de enfrente, el más grande, con escamas masivamente gruesas y rojas desde su hocico hasta su cola—mucho más gruesas que las de sus dos acompañantes—rio, y ese sonido era aterrador. Sus ojos nunca la dejaron, viéndola de arriba hacia abajo y luego mirando su rostro. Probablemente decidiendo cómo preparar el mejor platillo de hada. Los otros dos eran casi tan grandes como el rojo, pero con escamas más delgadas. Ellos miraban en todas direcciones y la ignoraban. Probablemente asegurándose que su merienda no fuera interrumpida.
Ella corrió.
El dragón de enfrente habló con una voz gruñona que fue difícil de entender. "No, pequeña hada, no a menos que tú matarás a los humanos que vivían aquí." Aun hablando en su forma de dragón, Bells podía escuchar un poco de humor en su voz.
Sintió algo de esperanza, pero también confusión. ¿Por qué se preocuparían los dragones, maestros de la Tierra y el cielo, por las vidas de unos cuantos animales inteligentes? Así que, decidió preguntar. Al menos podría satisfacer su curiosidad antes de morir. Pero, ¿por qué? Los humanos no tienen almas. No son nada para ustedes. Los elfos dicen que los humanos son poco más que monos inteligentes pero mucho más violentos y destructivos.
Observó su reacción atentamente, estudiando a la magnífica criatura. Medía por lo menos cincuenta pies desde el hocico hasta la cola. Su pesada cabeza era casi tan ancha como su cuerpo, ojos de reptil de un brillante azul cielo. Crestas que se salían desde un lugar casi entre sus dos ojos, corriendo hacia atrás por encima de su cabeza y detrás de sus orejas. De las crestas crecían picos, haciéndose más largos y gruesos en la parte de atrás junto a las crestas.
El gran dragón sacudió la cabeza, sacándola de su examinación, y dijo, Los humanos tienen almas. Son Puros, como nosotros. Sólo han perdido el camino y abandonado su conexión con la Gran Creación. Tristes, miserables y pequeñas cosas, incluso cuando son ricos y poderosos, aun rodeados de amigos. Envejecen y mueren en un abrir y cerrar de ojos, y cuando mueren, sus almas—con toda esa sabiduría y experiencia acumulada—se pierden en lugar de volverse a unir al gran ciclo. No tienen una Reserva de Almas.
Se quedó boquiabierta. ¿Los humanos una vez tuvieron un don de la Gran Creación, la fuente de todas las cosas? ¿Tenían almas, como los Puros, pero sin forma de continuar el eterno ciclo del renacimiento? Eso no tenía sentido. Seguro que el dragón podía ver cómo los humanos habían tratado la Tierra mientras los Puros no estaban.
"Bueno, nosotros no los matamos, respondió ella.
Nosotros las hadas sólo tratamos de no ser asesinados. Obedecer y trabajar, es lo que nos mantiene vivos. La mayoría del tiempo, al menos. Algunas veces, un elfo o híbrido se aburre y nos caza por deporte o nos hace trabajar hasta la muerte para su entretenimiento, sin embargo nosotros las hadas sobrevivimos."
¿Cómo lo hacen?
preguntó el dragón, sonando… ¿triste? Genuinamente interesado, al menos.
De cualquier forma que podamos,
respondió ella. La aparente inocencia del dragón era sorprendente.
Reveló sus dientes ante ella, terriblemente filosos enfrente con dientes más anchos en la parte de atrás, pero parecía más entretenido que hambriento. Me agradas, pequeña hada. ¿Cuál es tu nombre? Yo soy Jaekob, hijo de Mikah.
Bells se levantó del suelo y se puso de pie. Se sentía aterrada por este Puro, quien se veía como si pudiera partirla a la mitad y devorarla en dos tragos, ¿pero dónde podría correr? A ningún lado. Todo lo que podía hacer era ponerse de pie, así que hizo eso. Mentón en alto, mirada firme, corazón golpeteando en sus oídos como un martillo, ella dijo, Mi nombre es Bells.
Quizá sería inteligente elogiarlo. Ella agregó, Los dragones son héroes en las todas las viejas leyendas. ¿Estás aquí para ayudarnos?
Las orillas de la boca de Jaekob cayeron y miró hacia otro lado por un momento. ¿Estaba apenado? ¿Podía un dragón sentir decepción? Quizá, porque cuando él respondió, estaba prácticamente murmurando. No, no estamos aquí para ayudar. No a ti, al menos. Me sentí curioso acerca de ti y éste lugar mientras volaba sobre la villa, es todo.
Ella sintió su esperanza morir. Los dragones no estaban aquí para salvarlos. Pero al menos no venían a comerse a su villa tampoco. No se encontraban peor que antes. Trató de forzar una sonrisa en su rostro.
El dragón sonrió devuelta, descubriendo sus colmillos. Sus ojos deambularon por ella y sintió sus mejillas enrojecer. Bells… es un lindo nombre,
dijo él, sacándola de sus pensamientos, y recordaré tu olor. Si nos volvemos a encontrar, quizá no logres ver la diferencia entre un dragón y otro, pero yo te reconoceré.
Bueno, ella probablemente apestaba. Había estado trabajando duro en los campos desde el día anterior sin descansar. Esperaba que no fuera una amenaza cuando él dijo que la reconocería pero ella no a él.
Decidió asumir que él lo decía de forma cortés, ya que no ayudaría el hacer enojar a un Puro de enorme tamaño. Todos los elfos decían que los dragones comían tanto Puros como humanos, devorando a quien sea que quisieran. Ella rezaba que su voz no fallara y dijo, ¿Recordarás mi olor? Lo siento, no me he bañado hoy. Hay mucho trabajo que hacer.
Jaekob dejó salir una risa gruñona de nuevo. Quizá saldría del encuentro con vida después de todo. De hecho, el dragón no se parecía para nada a cómo lo describían los elfos. Era confuso.
Cuando Jaekob recuperó el aliento, dijo, Nos vemos, en esta vida o la siguiente, pequeña hada.
¡Imagínense! Un gran dragón, recordando a la pequeña Bells. Era difícil de creer. Ella le sonrió, despidiéndose con su mano hasta que los tres se levantaron del suelo, sacudiendo con fuerza sus grandes alas y creando un poderoso viento. Sólo podía imaginar el poder que debió tomar levantar sus enormes cuerpos del suelo.
Quizá no estaban de vuelta en el mundo para salvar a las hadas, pero ella sospechaba que podían tener algo que decir acerca de los otros Puros tratando de controlar el lugar. Sonrió al pensar en los dragones enojados apilando elfos en el foso, así como los elfos le habían hecho hacer a ella y las hadas con los feos e indefensos humanos.
Ella sólo esperaba vivir lo suficiente para verlo. Si el capataz se enteraba que había hablado con un dragón, probablemente la lanzaría a esa pila él mismo. Hora de trabajar más duro para compensar, para que el capataz no tuviera razón para hacer preguntas.
CAPITULO UNO
Diez años después…
La luz de la mañana que entraba por las persianas de las ventanas despertó gentilmente a Bells. Por un momento, la nueva calidez de la luz y el brillo trajo una sonrisa a su rostro, y ella se estiró. Pero la sonrisa duró poco. La lista de todas sus tareas diarias pasó por su mente. La inspección de elfos se acercaba, y cualquier familia que no pasara… bueno, no quería pensar en eso.
Una mirada rápida le dijo que su hermana, con quien compartía su cama, ya se había levantado. Bells no escuchó a nadie en la choza, así que su hermana probablemente ya estaba afuera comenzando con el trabajo del día. Ella se sentó y deslizó su pie de la cama hacia el duro suelo de tierra y miro alrededor con ojos nublados.
La choza era de casi cinco metros, y las paredes de barro eran lisas y sin decoración. La magia de hada la había levantado rápidamente, pero sus supervisores no habían permitido tiempo para las usuales decoraciones que las hadas amaban. Era una simple y deprimente choza de lodo. La cama sobre la de ella pertenecía a sus dos hermanos, y al otro lado de la choza había una cama más grande para Mamá y Papá.
En el centro, había un agujero rodeado de ladrillos para el fuego, y una barra de metal amarrada a lo largo del agujero sobre dos postes de metal. De eso colgaba cada olla de hierro fundido y utensilio de cocina que tenían. El espacio de la pared restante estaba dedicado al almacenamiento de todas las cosas que necesitaban para sobrevivir.
El baño era una letrina, por supuesto. A nadie en la villa le habían dado suficiente tiempo de crear un baño interior.
Ella realmente deseaba que los elfos no hubieran destruido los hogares de los humanos, ya que tenían plomería interna y electrodomésticos. Sin embargo, el capataz de su villa, había dicho que hadas de bajo nivel no merecían una casa humana, y todos los edificios habían sido quemados, tal como los cuerpos de todas las personas que una vez vivieron ahí. Pobres humanos.
Pero se le ocurrió que debía guardar su pena para su propia gente. Por qué su familia le había dejado dormir hasta el amanecer, no lo sabía, pero era agradable, aunque significara que tenía más trabajo que hacer en menos tiempo.
Ella rápidamente salió de la cama y se puso se vestido de uso diario. Era básicamente un saco tejido con agujeros para sus brazos y cabeza, y un cinturón alrededor de su cintura para mantenerlo en su lugar, y sostener sus bolsas, y cargar un par de herramientas. Tomó el último pan plano en la fridera sobre el agujero y lo puso en su boca mientras se dirigía a la puerta.
Como cada mañana, su primera tarea era recoger agua para su familia. Desde atrás de la casa, ella tomó un yugo, una barra de madera con cuatro baldes de cinco galones pegados a ella que debía ir sobre sus hombros. Ella la lanzó sobre su espalda y lo llevó a la parte de enfrente.
El viejo señor Drumm estaba agachado sobre el pequeño jardín frente a su casa y saludó. Ella agitó su mano y le sonrió—él había sido amable con ella por los diez años completos que las hadas habían estado cultivando estas tierras. Su jardín asignado era pequeño, solo el cuarto de un acre, pero era todo lo que sus viejos huesos podían manejar. Era triste que ya no tuviera un hijo para que cultivara más tierra. El chico había sido devorado por un hombre lobo hace dos años, y ni