Los cautivos de la Ciudad Dorada

Por Julie C. Gilbert

El sueño de Keio de ver la Ciudad Dorada se convierte en una pesadilla. Él y su amiga, Clara, son arrastrados por las Hadas del Fuego junto con los demás jóvenes de su pueblo. Rápidamente son vendidos al señor local.

El hombre busca algo muy especial que sólo poseen ciertos jóvenes, y está dispuesto a amenazar a cualquiera para conseguirlo. Pero su hija tiene otros planes.

Les guste o no, Keio y Clara aterrizan en medio de una guerra en ciernes. Pronto tendrán que elegir un bando, y si se equivocan, sus vidas no serán las únicas que se pierdan.

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Preguntas de la entrevista:
P: ¿Qué hace que Los cautivos de la ciudad dorada sea especial?
R: Es una historia clásica del bien contra el mal envuelta en un mundo lleno de magia y misterio.

P: ¿Hay una secuela?
R: Todavía no. Algún día, espero ampliar el mundo, ya que estoy seguro de que hay montones de historias sin contar aquí. Keio y Clara tienen un largo camino por delante. Esto es sólo el principio.

P: ¿Qué tema o temas lo hacen especial?
R: La familia. La amistad. La responsabilidad. El destino. (Todas las cosas buenas).

• Idioma: Español
• Editorial: Julie C. Gilbert
• Fecha de lanzamiento: 28 abr 2022
• ISBN: 9798201504960

Vista previa del libro

Los cautivos de la Ciudad Dorada

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Por Julie C. Gilbert

Copyright 2017 por Julie C. Gilbert.

Todos los derechos reservados.

Esta historia fue publicada previamente en la antología de Fellowship of Fantasy: Fantastic Creatures.

Índice:

Dedicación:

Capítulo 1: Las llamas de la montaña

Capítulo 2: La selección

Capítulo 3: Una terrible elección

Capítulo 4: La Arena

Capítulo 5: Liberarse

Gracias por leer:

Muestra de la novela gráfica Plight de la princesa Melia:

Dedicación:

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A Rubén Corbett por prestar su hermosa voz a esta historia.

Es posible que desee emparejar este libro electrónico con la encantadora versión de audiolibro.

Capítulo 1:

Las llamas de la montaña

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Las luciérnagas descendieron por la colina en una magnífica y ondulante ola hasta que todo el bosque sobre el pueblo de Stillwater pareció arder. A lo largo de las calles cubiertas de tierra, la gente asomaba la cabeza por puertas y ventanas, fascinada por el espectáculo. La corriente dorada se acercaba cada vez más, aumentando la expectación.

Las leyendas, las promesas y las profecías llenaban todas las mentes en un revoltijo de excitación. Keio se preguntaba qué tendrían los dioses esta vez. El Pueblo de la Luz -los Gantari- había decidido por fin elegir a sus campeones.

Todos los jóvenes esperaban secretamente ser uno de los pocos afortunados que experimentaran las maravillas de la Ciudad Dorada, donde la gente no pasaba hambre y las calles brillaban con piedras preciosas. Keio intentó imaginarse a su madre con las suaves sedas que supuestamente llevaban las mujeres de la ciudad. Se imaginó trabajando para un príncipe rico, quizás cuidando sus caballos o alimentando sus ovejas. Si era bueno, el príncipe podría apadrinarle, de modo que podría ganar una comisión en el ejército del rey o ser aprendiz de herrero o aprender algún otro oficio respetable.

Los jóvenes más fuertes, valientes y hermosos salían a la calle, hinchaban el pecho y esperaban a que las luciérnagas los inspeccionaran. Keio ansiaba ir con ellos, pero una mirada a su madre le quitó las ganas de soñar. Su expresión no tenía sentido. Mezclaba terror y angustia. Sólo había visto una expresión así una vez en su vida: el día en que los vigilantes del pueblo trajeron el cuerpo de su padre y lo dejaron en la puerta de su casa de una sola habitación.

Keio no quería pensar en aquella vez. Volvió a fijarse en la conmoción de las calles.

Las luces giraban alrededor de Carmichael y Bree antes de dirigirse a Jorash y Kaim. Algunas luces se quedaron cerca de ellos, pero la mayoría siguió adelante. Su amiga, Clara Mills, saludó desde la puerta de al lado antes de que una gran mano la hiciera retroceder por la ventana. Keio vio que una gran parte de las luces se separaba del resto y se acercaba a su casa, pero nunca sospechó que mostraran interés por él. A los doce años, supuso que no tenía muchas posibilidades de ser elegido.

Una sola luciérnaga se separó de la nueva manada y se acercó volando, prácticamente rozando la nariz de Keio. Éste la apartó con un gesto. Así de cerca, podía ver su cara. Los rasgos eran humanos, pero en miniatura.

¡Hadas del fuego!

Siempre había querido ver una de cerca. La delicada criatura llevaba una brillante armadura verde con una coraza de pinchos y un casco