Bob el gigante
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Sinopsis "Bob el Gigante":
Le conocían como Bob el Gigante, y su gran mazo de roqué era lo que la gente creía que utilizaba para asustar a todos, incluidos los perros. Un día, desaparece un niño llamado Jayden, y se propaga por todo el pueblo que Bob es el asesino. Tres críos se reúnen para buscar el cadáver de su amigo Jayden mientras hablan de Bob el Gigante y de cómo será su enfrentamiento con él y su mazo.
Sobre el autor:
Crecí y empecé a escribir influenciado por el maestro del terror y el drama, Stephen King. Soy el autor de la biografía de su primera etapa como escritor. Además, he escrito una antología basada en la caja que encontró la cual pertenecía a su padre que era también escritor. Ahora escribo antologías y novelas de terror, suspenses y thrillers. Ya he publicado "Los inicios de Stephen King", "La caja de Stephen King", "La historia de Tom" la saga de zombis "Infectados", "Miedo en la medianoche", "Toda la vida a tu lado", "Arnie", "Cementerio de Camiones", "Siete libros, Siete pecados", "El hombre que caminaba solo", "La casa de Bonmati", "El vigilante del Castillo", "El Sanatorio de Murcia", "El maldito callejón de Anglés", "El frío invierno", "Otoño lluvioso", "La primavera de Ann", "Muerte en invierno", "Tú morirás", "Ojos que no se abren", "Una sombra sobre Madrid", "El juego de Azarus", "Mi lienzo es tu muerte" y "Crímenes en verano". Pero no serán las únicas que pretendo publicar. Hay más. Mucho más.
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Bob el gigante - Claudio Hernández
¿Cuántos libros llevo escritos ya? ¿Y a quién se lo dedico? Este libro se lo dedico, una vez más, a mi esposa Mary, quien aguanta cada día niñeces como esta. Y espero que nunca deje de hacerlo. Esta vez, me he embarcado en otra aventura que empecé en mi niñez y que, con tesón y apoyo, he terminado. Otro sueño hecho realidad. Ella dice que, a veces, brillo... A veces... Incluso a mí me da miedo... También se lo dedico a mi familia y, especialmente, a mi padre: Ángel... Ayúdame en este pantanoso terreno... Menos mal que tengo a Sheila...
Bob el Gigante
1
––––––––
Le llamaban «Bob el Gigante» por sus dos metros y dieciocho centímetros de estatura y todos lo conocían. También como el «Gigante del Mazo de Roqué». En cualquier caso, tres mocosos de mierda debían enfrentarse a él, pero al final... Al final todos hablaban mucho. Calvo, pero con cejas pobladas como si tuviera dos gatos acostados a ambos lados de la frente, el musculoso Bob, de 130 kilos de peso y con el delantal de cuero mohoso hasta donde le llegaban las botas, se dedicaba supuestamente a matar a los perros que se acercaban a su parcela. A su hogar. Una cabaña donde los rugidos del ronquido se confundían con los golpes del mazo de roqué: uno de los más grandes fabricado jamás.
Y, una tarde de verano del 86, desapareció Jayce Milton. Un crío de doce años de edad. Las malas lenguas decían que le había despachurrado el cráneo con el mazo de roqué, y nadie se atrevía a ir a comprobarlo, porque él, sencillamente, daba miedo. El sheriff Majestick hablaba de murmullos confusos. No quería ni oír hablar de Bob.
Otros, y volviendo a lo mismo, decían que el chaval había sido atropellado por el tren, que trotaba todas las tardes cerca de la cabaña de Bob el Grande.
Y los intrépidos del club de los tres
a secas —porque no sabían inventar un nombre mejor— se habían propuesto ir de excursión en busca de Jayce y ver más de cerca a Bob.
Y así iniciaron su particular aventura Caden Wilson, Oliver Rogers e Isaac Jones.
2
Aquello no iba a ser una excursión cualquiera. Tampoco utilizarían las bicicletas para desplazarse hasta la parcela de Bob el Gigante. Caminarían sobre sus pies enfundados en zapatillas. Las de Caden, blancas; y los otros dos, grises.
—Está bien. Son las nueve de la mañana y parece que hoy el astro rey va a fastidiarnos un poco. Tenemos pocas horas por delante. Cinco o seis horas caminando pasan demasiado deprisa y tenemos que encontrar el cadáver de Jayce Milton. Hace tres días que no aparece y he escuchado a mis padres hablar de él. Al parecer. estaría implicado ese Bob...
—¡Bob el Gigante! —exclamó Isaac cortando de cuajo la cháchara de Caden. Fue como un golpe de hacha con el filo brillando en el aire.
—Joder. ¿No puedes estar callado de una vez? Me has interrumpido —rezongó Caden. Su cabello era castaño y lucía una melena que le tapaba toda la nuca. Sus ojos eran marrones y tenía la nariz puntiaguda; y no, no llevaba gafas. Vestía un pantalón corto azul y una camiseta blanca descosida por el sobaco derecho.
Isaac, el pelirrojo, y de aspecto convulso —por su esmirriado cuerpo—, era el que sacaba de quicio a Caden y a veces a Oliver, el chistoso del grupo. Ahora movía las manos como aspas y había sellado su boca como una cremallera estrecha.
—Eres un bocazas —le espetó Oliver—. Pero me encanta verte con esa cara de panizo. —Después, el rollizo de Oliver se echaba a reír mostrando un hueco en su dentadura.
Los tres tenían catorce años cada uno.
—Y tú eres un gordito —bramó Isaac mirándole