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Magia muerta
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Libro electrónico411 páginas6 horas

Magia muerta

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Información de este libro electrónico

Immanuel no quiere más que llevar una vida pacífica como científico, pero su felicidad dura poco cuando los demonios de su pasado se niegan a marcharse tranquilamente. Mientras los espíritus roban cuerpos y las criaturas se levantan entre los muertos, él comienza a temer que su salud mental se escurra entre sus dedos. Agobiado con nuevos y extraños poderes, se esfuerza por esconderlos de su amante por miedo a perder a la única persona en la que confía.

Sin embargo, la mujer con quien comparte su alma guarda su propio secreto. Desilusionada con su vida, Emmeline lleva su atención hacia un guapo pretendiente que le ofrece un mundo de posibilidades ilimitadas en un club exclusivo. Los rumores de magia y rituales ocultos se arremolinan a su alrededor, y Emmeline pronto teme que desea más que solo su amor.

Algo maldito que amenaza con destruir todo lo que Emmeline e Immanuel consideran querido se acerca a Londres. Y anhela más que secretos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 feb 2018
ISBN9781547519576
Magia muerta

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    Vista previa del libro

    Magia muerta - Kara Jorgensen

    Magia muerta

    Libro 4 de Los mecanismos ingeniosos

    ––––––––

    Kara Jorgensen

    ––––––––

    Editorial Fox Collie

    Este es un trabajo de ficción. Los nombres, los personajes, las empresas, los lugares, los acontecimientos y los incidentes son los productos de la imaginación del autor y se usan de una forma ficticia. Cualquier parecido a personas reales, vivas o muertas, o acontecimientos reales son mera coincidencia.

    Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, y no puede usarse en ninguna forma sin el permiso escrito de la editorial, excepto para el uso de frases breves en las reseñas del libro.

    Derechos de autor © 2016 por Kara Jorgensen

    Diseño de la portada © 2016

    Primera edición: 2016

    ISBN: 978-0-9905022-7-2

    Versión digital: 978-0-9905022-6-5

    Tabla de contenidos:

    Título

    Derechos de autor

    Dedicatoria

    Primer acto

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Segundo acto

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Tercer acto

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Capítulo 33

    Sobre la autora

    Libros de la misma autora

    A mis mascotas,

    cuyo amor hace mi vida soportable.

    PRIMER ACTO

    «Estoy desconcertado. Dudo, temo, pienso en cosas extrañas, y yo mismo no me atrevo a confesarme a mi propia alma»

    Bram Stoker

    Capítulo 1

    Carne y huesos

    ––––––––

    En las agradables noches de verano, el cementerio de Highgate se encontraba tan tranquilo y silencioso como sus residentes, sin embargo, una sombra apareció conforme se acercaba la hora de las brujas. Las pisadas resonaron a través de las hileras de tumbas cubiertas en vides, cuyos nombres eran imposibles de leer bajo la luz escasa de la luna. Los grillos guardaron silencio y el césped a cada lado del camino desgastado crujió lleno de vida justo debajo de la superficie cuando Cecil Hale pasó. Al alcanzar la tapa cerrada de la linterna que llevaba a su lado, el joven se detuvo y escuchó para buscar algún indicio de sus compatriotas. Le habían instruido que no abriera la tapa de la linterna hasta que llegara a la avenida egipcia, pero bajo la oscuridad orientarse en el campo santo era más difícil de lo que se había imaginado. Las filas vertiginosas de sepulturas torcidas parecían no tener fin, pues todas eran casi idénticas a las siguientes.

    Luego de cerrar sus ojos, Cecil inhaló largamente y liberó una oleada de energía que comenzó en su cabello castaño cobrizo y pasó a través de sus pies. En la oscuridad que había más allá de la curva de árboles, sintió un destello de fuerza que volvía a pulsar. Así que, después de todo, ellos se habían aventurado en la bóveda sin él. Mientras doblaba por la esquina, su corazón se aceleró ante la visión del obelisco y la entrada con columnas lotiformes hacia la avenida egipcia. Unas ramas frondosas y unos helechos jurásicos se desbordaban sobre lo más alto de la entrada al mausoleo, ahogando el olor fuerte de la muerte con las esencias del verano. Se detuvo cuando la puerta de hierro rechinó bajo su mano para esperar la luz del guardia nocturno que sabía que no aparecería. Una sonrisa de superioridad apareció por sus labios. A nadie le interesaba preocuparse por los muertos.

    La mirada de Cecil recorrió la fila anónima de puertas a cada lado de él, hasta que esta se detuvo en el fulgor ondulante de una lámpara de aceite que brillaba bajo el umbral. Tras abrir la puerta, cerró sus ojos para evitar la luz intensa de las linternas que había en el interior.

    –¿No te enseñaron en el internado a ver la hora, lord Hale?

    Cecil Hale se puso tenso. Si hubiera sido cualquier otra persona, le habría bajado los humos, no solo por insultar a un vizconde, sino que por atreverse a cuestionar el prestigio del practicante de magia más joven iniciado en el club Eidolon, pero cuando enfocó su mirada de color avellana, encontró a lady Rose mirándolo con furia.

    –Perdona mi tardanza, lady Rose, pero no me fue sencillo encontrar el camino hasta aquí en medio de la oscuridad. No todos frecuentamos cementerios – respondió antes de que pudiera detenerse a sí mismo.

    Una risita débil surgió desde donde ella se encontraba, pero Cecil juraba que no había visto ningún movimiento en sus labios o en su pecho. Entre las sombras del mausoleo, su cabello de bronce pulido y sus pálidos ojos verdes adquirieron tal tonalidad artificial que no se atrevió a cuestionar lo que había oído. De todos los practicantes que conocía, ella era la única que temía. Si la observaba por el tiempo suficiente, podía ver la energía que se retorcía y serpenteaba a su alrededor, tensando las llamas ubicadas en un círculo alrededor del féretro frente a sus pies. Lo que sentía cuando despejaba su visión mental era el poder de la mujer.

    Conforme Cecil cerraba la puerta de la cripta, una figura desgarbada de cabello blanco apareció desde la cámara contigua. Cecil estaba acostumbrado a ver a lord Sumner en el vasto estudio del club Eidolon, pero no le calzaba bien verlo de pie en el mausoleo. No lo sentía correcto, pues era como ver a su propio abuelo salir caminando de un burdel en Piccadilly. No podía imaginarlo con su barba cuidadosamente recortada y su traje Saville Row en ningún lugar cercano a un osario. El hombre tenía un linaje tan distinguido como el de cualquier rey en el continente así que, ¿qué podía ser tan importante como para arriesgarse a que lo encontraran merodeando alrededor de un cementerio con gente de la clase de lady Rose? Tal vez Cecil no era el único que no confiaba en ella.

    –¿Esta tarde solo seremos nosotros? – preguntó Cecil, y su voz resonó en la piedra abovedada mientras se quedaba mirando hacia la cámara oscurecida.

    Sin levantar la vista del borde del féretro, lady Rose respondió – Si te preocupa que nos descubran, contraté a un hombre para que vigilara afuera, pero el ritual solo necesita a uno. Su señoría está aquí simplemente para supervisar.

    –Espero que el ritual no sea necesario – murmuró el noble anciano, apartando su mirada del improvisado círculo de invocación.

    –¿Oh? ¿Está dudando, lord Sumner?

    –Creo que todos nosotros preferiríamos evitar tal vulgaridad. Solo podemos esperar que su familia pensase que lo mejor era enterrar el maldito libro con él.

    –¿Para que ladrones de cuerpos como nosotros pudieran encontrarlo? Lo dudo – dijo ella mientras desplazaba sus dedos desnudos sobre la tapa como si buscara algo.

    –¿Alguien revisó su finca y su casa? – preguntó Cecil.

    Lady Rose y lord Sumner intercambiaron una mirada escéptica antes de llevar su atención de regreso hacia el ataúd. Los dedos de la mujer se deslizaron sobre la moldura decorativa y alrededor de las barras de latón adheridas a cada lado, investigando cada rendija para buscar algún resorte escondido.

    Tras volver a levantarse, ella le indicó a Cecil que fuera a su lado con un movimiento de su dedo –. Cecil, ¿nos harías el honor?

    Por un momento, él deseó que hubieran dejado abierta la puerta hacia la cripta. El aire rancio lo oprimió conforme tomaba aire y contenía el aliento. Cecil se armó de valor, listo para apartar su mirada cuando la tapa se abriera con un chasquido, pero cuando trató de tirarla para soltarla, un dolor lancinante atravesó sus muñecas y subió por sus brazos. Aullando, se tambaleó hacia atrás y casi tiró con el pie la linterna de Sumner.

    –¡La maldita cosa está embrujada! – gritó y se restregó sus manos retorcidas y ardientes.

    –Los subalternos del duque fueron más inteligentes de lo que pensé – dijo lord Sumner entre dientes.

    Tras tomar un manojo de polvo del piso, lady Rose lo arrojó sobre la parte superior del ataúd. Una serie de aros, líneas y garabatos aparecieron a través del detrito. Cecil se inclinó para ver de más cerca. Nunca había visto un sigilo que realmente funcionara. El club Eidolon no respaldaba el uso de tal técnica pasada de moda, así que no había razón para que él se molestara en aprenderla. Deseó haberlo hecho cuando sintió el dolor punzante en su mano. Antes de que pudiera terminar de trazar la línea serpenteante con su mirada, lady Rose extrajo un pañuelo de su bolso gladstone y fregó el sigilo. Cecil la miró con los ojos abiertos de par en par conforme la mujer apretaba sus dientes y continuaba aun cuando los símbolos esotéricos liberaban ondas eléctricas que crujían bajo su palma.

    Ella soltó una exhalación dificultosa y secó su frente con el dorso de su mano –. Ábrelo.

    Cautamente, Cecil se estiró hacia la tapa, esperando sentir la dentellada de la electricidad una vez más. La tapa crujió bajo su mano, pero mientras la levantaba, la bilis trepó por su garganta ante la pestilencia de la putrefacción. El olor de la carne podrida mezclado con la mordacidad del ácido y de la dulzura metálica de la sangre era tan fuerte que no se atrevió a bajar la mirada. Había esperado que en los pocos meses que habían transcurrido desde su muerte, el cuerpo del duque de Dover hubiera quedado reducido a nada más que un esqueleto en un traje. Por el rabillo de su ojo, pudo percibir un rostro disuelto y ennegrecido de forma antinatural, y el indicio de un hueso que se asomaba desde lo más alto de lo que él solo podía imaginar que alguna vez había sido la mano del duque. Mientras regresaba a su ubicación cerca de la puerta, Cecil cubrió su boca con su pañuelo, esperando que lady Rose y lord Sumner no notaran su repentina palidez, no obstante, ella ya estaba inclinándose hacia el féretro con sus manos indagando el cuerpo para buscar el grimorio perdido.

    –Tal como sospeché, no está aquí – dijo ella a la vez que volteaba hacia Sumner.

    –Entonces, ¿qué propone hacer ahora? – respondió él hoscamente, pues ya sabía la respuesta.

    –El ritual. A menos que usted ya no quiera adquirir el libro, pero dudo muchísimo que los Pinkerton o que sus investigadores sean capaces de encontrarlo sin escuchar lo que el duque tiene que decir.

    El labio de lord Sumner se curvó con disgusto al mismo tiempo que clavaba sus ojos sobre la bruja posada junto al ataúd. Ella le sostuvo la mirada; sus ojos verdes estaban en calma, mientras que los nobles entornaban los ojos por la acrimonia del cuerpo en estado de putrefacción. Con una mirada final hacia la figura hinchada del duque, lord Sumner tomó su capa y su sombrero de un nicho vacío.

    –Haga lo que quiera, pero yo no seré parte de ello. Déjeme un mensaje en el club si encuentra algo, pero no me mancille con sus conjuros.

    Mientras salía hecho una furia de la cripta, lord Sumner cerró la puerta de un golpe, dejando a Cecil y a lady Rose en silencio. Ella miraba hacia delante y su rostro no delataba nada, aun cuando se reclinó en el piso polvoriento. Cecil no se atrevió a preguntar si ella estaba del todo bien.

    Después de un momento, ella lamió sus labios y apartó de su frente un rizo de bronce perdido –. Cecil, si alguna vez quieres triunfar, nunca dejes que la teoría triunfe ante el conocimiento práctico. Pese a tu posición, nunca se es lo suficientemente bueno como para no usar lo que se ha aprendido.

    –No planeo depender de la teoría, tía Claudia.

    Satisfecha con su respuesta, ella preguntó sin emoción – ¿Hiciste la solución que te pedí?

    Cecil asintió y metió su mano en el bolsillo de su pecho para sacar el frasco. Le había tomado la mayor parte del día prepararla a partir de las notas que ella le había dado, pero era perfecta. Tenía que serlo. Había sido tan cuidadoso al revisar el termómetro, e incluso había probado un poco del precipitado para asegurar que había creado el compuesto previsto. No tenía idea de lo que había hecho. Luego de arrancarlo de su mano, ella resopló y lo agitó antes de ponerlo a un lado.

    –Muy bien. ¿Planeas quedarte para el ritual o prefieres esperar afuera, lord Hale?

    –Si me lo permites, me gustaría quedarme.

    –Ya veo. Entonces, debes permanecer quieto y fuera de mi camino. Lo que veas podría molestarte, pero debes permanecer en silencio. ¿Puedes soportar eso?

    Por un momento breve, Cecil consideró escurrirse al exterior por la puerta de la cripta y meterse en el primer taxi que lo llevara de regreso a su departamento, pero él era un alquimista y, para que lo tomaran en serio, tenía que quedarse aun cuando lord Sumner no. Tras aislar su energía con una exhalación lenta, Cecil caminó para adentrarse más en las sombras hasta que su espalda dio contra la piedra húmeda. Vio como lady Rose hurgaba en el bolso gladstone que había a su lado y sacaba un cuenco bajo y grande, una botella de lo que parecía ser agua, un manojo de viales estrechos, y una cuchillo tosco de obsidiana. Vació la botella de agua y tres de los viales en el cuenco, y luego de ponerlo ante sí, sopló la débil estela de humo que subía desde el líquido hacia ella. Mientras la mujer cerraba sus ojos, su cuerpo se sacudió al mismo tiempo que la curva lánguida de su mano y un cántico bajo resonó en su garganta. Su mano libre patinó a través del polvo que había a su lado y garabateó unas figuras minúsculas, que él no pudo descifrar, antes de apresurarse a tomar otro vial para agregarlo al cuenco.

    El aire se volvió sofocante con la pestilencia del humo sulfúrico hasta un punto en el que Cecil temió enfermar. El cuerpo flexible de lady Rose se retorcía y parecía quebrarse conforme su cántico se volvía más fuerte y más apremiante. Los sonidos mutaban en palabras que él casi reconoció pero se perdieron antes de que su mente pudiera obtener su significado. Luego de inhalar ruidosamente, las palabras cesaron.

    El cuchillo de obsidiana destelló bajo la luz titilante de las velas. Con un movimiento rápido, lady Rose lo desplazó sobre la mano del duque. Unas cuantas gotas de un espeso líquido negro se filtraron de la herida y sobre la palma abierta de lady Rose, donde un dedo hinchado yacía prolijamente cercenado de su unión. Cecil silenció una arcada tragando con fuerza, mientras el hedor de los desechos humanos dominaba sus sentidos. Unos susurros cruzaron rápidamente por los labios de lady Rose conforme levantaba el dedo por lo alto antes de arrojarlo dentro del cuenco. El humo se retorció y se condensó, hasta combinarse con las sombras que permanecían al borde del círculo de velas. Unos rostros monstruosos aparecieron fugazmente. Se elevaron en grotescos de bocas abiertas, que otros rostros tragaron, hasta que finalmente se solidificó el contorno difuso de un hombre. Sus ojos estrictos y mejillas ahuecadas se clavaron en los ojos avellanas de Cecil antes de voltear hacia lady Rose.

    –Duque de Dover, nosotros, los vivos incapaces de ver, le pedimos humildemente su ayuda. Su visión divina lo ve todo: pasado, presente y futuro. Díganos, señor, díganos dónde se encuentra el Grimorio corpus en este momento – le rogó ella con su voz plana pero con un dejo de anhelo.

    El rostro del duque se disolvió, vagando y girando hasta que una nueva escena apareció en el humo. Había un paquete de papel entre montones de cajas y bolsas de cartas que tenían estampado un Londres, Inglaterra. El suave zumbido de un dirigible reverberó a través de la tumba. Estaba en una aeronave postal.

    Los ojos de lady Rose se abrieron de par en par –. Duque de Dover, ¿quién recibirá el paquete? ¿A quién va dirigido?

    El humo se retorció en una columna antes de debilitarse para revelar las curvas suaves de una mujer. Su cabello estaba rizado en modernos bucles negros que caían por su cuello y sobre los hombros de su vestido violeta. Cecil se acercó: sus mejillas redondas, los amplios ojos bizantinos, la disposición de su mandíbula cuando estaba concentrada. Él la conocía. Durante la temporada, la había sacado en cada baile, embelesado por su genio y la calidez escondida tras sus miradas cómplices y sus acotaciones mordaces. Su figura se derrumbó antes de estirarse hacia arriba hasta adquirir la forma de un joven delgado y enjuto. Él podría haber sido alguien común y corriente, excepto por la cicatriz larga que atravesaba su ojo izquierdo. ¿Cómo podían tener ambos el grimorio?

    Una sombra se revolvió en la esquina del mausoleo. Escaló a lo largo de la piedra, distendiéndose y expandiéndose hasta que casi envolvió toda la pared. El corazón de Cecil se aceleró conforme la sombra se consolidaba en la forma de un hombre. Soltaba golpes con un brazo y azotaba las flamas de las velas. La tumba se sumergió en la oscuridad y el único sonido que quedó fue el silbido de la sombra y el traqueteo del cuenco mientras se volcaba. Tras tantear para buscar la linterna que estaba a sus pies, Cecil sintió su calidez radiante y rápidamente abrió la tapa.

    Incluso antes de que pudiera ver, sabía que los espíritus habían abandonado la cripta. Pese al olor extremadamente desagradable del cuerpo, ya no se sentía como si se fuera a ahogar. Al avanzar, pudo percibir una mancha que se extendía donde el cuenco había caído y derramado la infusión. Lady Rose estaba detrás de la mezcla. Observaba con furia su ritual arruinado antes de llevar su mirada endurecida hacia lord Hale. Él pasó saliva ante el destello de poder que emanó de su cuerpo. Las preguntas quedaron suspendidas en sus labios mientras ella agarraba los viales vacíos del piso y los arrojaba en su bolso.

    –¿No vas a intentarlo de nuevo?

    –No tiene sentido hacerlo. El duque no tenía mucha energía para comenzar. No habría durado otra pregunta, mucho menos que se lo vuelva a invocar. Tenemos suficiente información: el libro está en movimiento, y caerá en las manos de uno de esos dos.

    Su mente fue hacia la visión de la joven con el cabello oscuro y los ojos de búho –. ¿Cómo los encontrarás?

    –Tengo mis métodos – respondió y se detuvo para fijar su mirada sobre algo en la oscuridad –. Si está en la ciudad, uno de nosotros lo sentirá y lo encontraremos.

    –La chica, creo que la conozco – dijo él, sin querer imaginar qué sucedería si su tía llegara a ella primero.

    Lady Rose levantó la mirada de su bolso y sus ojos se suavizaron con interés. Por primera vez, su mirada estaba libre de desprecio mientras buscaba su rostro –. ¿De verdad? ¿Puedo confiar en ti para que le eches un ojo y me informes? Si ella tiene el grimorio, será tu responsabilidad recuperarlo.

    –¿Pero qué tal si no lo deja ir? – Emmeline Jardine no era una chica estúpida a la que podía persuadir fácilmente con sus encantos de noble y un poco de adulación –. Ella es una médium real, puedo sentir su poder en la Sociedad de espiritistas. ¿Qué tal si quiere conservar el libro?

    Con una sonrisa apenas visible, Claudia desplazó su pañuelo a lo largo del cuchillo de obsidiana –. Entonces, simplemente cambiaremos nuestra táctica.

    Él tragó con fuerza –. ¿Y el otro hombre?

    –Déjamelo a mí.

    Capítulo 2

    Un nuevo régimen

    ––––––––

    En los dieciocho años de vida de Emmeline Jardine, ella había aprendido dos cosas que eran seguras: las personas casi siempre son más tontas de lo que parecen y nada duraba para siempre. Era con esto en mente que Emmeline se dijo a sí misma que el reinado de madame Nostra en la Sociedad de espiritistas de Londres sería corto. Aborrecía todo en la mujer, desde sus sombreros extremadamente grandes y su cabello demasiado naranjo hasta su estrecha cintura machaca-costillas y los patrones sin sentido de sus vestidos. De pie con su espalda apoyada en el empapelado de cachemira y con revestimiento de madera, Emmeline vio con unas cejas negras e incrédulas cómo los otros espiritistas pululaban alrededor de la médium falsa, escuchando atentamente su relato de sus dos largos meses en su tour por Europa.

    Madame Nostra dejó salir una risita gutural y palpó el enorme listón pegado a su sombrero –. Oh, sí, hacer una lectura al rey de Italia fue un deleite. No quería decir nada, pero sí le dije sobre la muerte de un hijo que él no sabía que tenía. Su Majestad estuvo profundamente afectado por las noticias.

    Emmeline rodó sus ojos conforme los otros se reían tontamente y le pedían que les contara más. Un día en tierra inglesa y ellos ya estaban desviviéndose en atenciones para congraciarse con madame Nostra. ¿No se daban cuenta de que ella en realidad no podía comunicarse con los espíritus? Una lectura fue todo lo que Emmeline necesitó para descubrir que los espíritus de madame Nostra le hablaban con golpes que surgían de su pie izquierdo. No le parecía bien que, entre todas las personas, ella subiera a la cima, pero con lord Rose muerto, madame Nostra tenía el nombre más grande y la boca más ruidosa. Si Emmeline hubiera permanecido en Oxford, tal vez las cosas habrían sido diferentes.

    Alguien chocó suavemente contra el brazo de Emmeline, rompiendo con su cadena de pensamientos. Volteó con un ceño fruncido preparado, pero solo encontró a Cassandra Ashwood a su lado, dándole una sonrisa de complicidad. Contra su voluntad, Emmeline sintió aparecer una sonrisa en su rostro. Desde que Cassandra llegó a la Sociedad de espiritistas en marzo, habían sido tan inseparables como hermanas, y a menudo las confundían como tal. Además de tener los mismos ojos marrones, rostros redondos y baja estatura, ambas compartían la misma opinión sobre la ilustre madame Nostra.

    –Y yo creí que estarías emocionada de ver a la abuelita de regreso – susurró Cassandra, manteniendo sus ojos sobre las mujeres de mediana edad que estaban absortas en cada palabra de madame Nostra.

    Emmeline bufó –. ¿Crees que estoy rebosante de alegría ahora que me ignoran de nuevo?

    –Supongo que ese es el fin de nuestra corregencia – respondió con una sonrisa apenas visible que cruzó por sus labios –. Fue divertido mientras duró.

    –Nuestras vacaciones no serán largas si tengo algo que decir en el asunto.

    Cassandra negó con su cabeza y un rizo de cabello caoba danzó en su mejilla –. No vale la pena montar un golpe de Estado. La mujer es inofensiva.

    –Cass, tú sabes que las personas estúpidas nunca son inofensivas.

    Luego de intercambiar miradas, Emmeline sostuvo la de Cassandra hasta que finalmente su mejor amiga cedió con un encogimiento de hombros y un suspiro –. Tu tía está contagiándote. Aun así, ¿no estás feliz porque no tienes que encargarte de todo ahora? Puedes ser una médium de nuevo.

    Las palabras se juntaron en la lengua de Emmeline, pero se las comió con un trago amargo. Incluso a Cassandra, no podía admitir que había disfrutado cada momento que dirigió la Sociedad de espiritistas. Durante la mayor parte de su vida, había visto a su madre encargarse de la Sociedad de espiritistas de Oxford, así que tomar las riendas en Londres se había sentido tan natural como dar una fiesta. Había sido afortunada de que nadie mayor o más conocido se ofreciera después de que madame Nostra se fuera a un tour porque sin duda habría sido usurpada, pero ella lo habría permitido si hubiera sido la persona correcta. Con la ayuda y las palabras reconfortantes de Cassandra, habían manejado a los sirvientes, ocupado de los libros de contabilidad, seguido la pista de las citas de todos para asegurar que siempre hubiera una sala de estar disponible para una sesión espiritista, e incluso habían organizado una pequeña cena para los benefactores de la sociedad. Todo había ido a las mil maravillas, especialmente después de la primera semana cuando los miembros más antiguos de la sociedad finalmente se dieron cuenta de que ella no iba a detenerse y accedieron a su gobierno temporal.

    –Pronto podrían descubrir que extrañan mi estilo de gestión.

    –Sé que yo sí.

    Emmeline giró bruscamente para encontrar a lord Hale observándola con una sonrisa pícara. Los ojos de la joven recorrieron apreciativamente su cabello cobrizo con pomada y su chaleco esmeralda. Era el tipo de hombre que cada mujer imaginaba como su príncipe. Ella debió haber ocultado sus sentimientos por él como la decencia dictaba, pero con un caballero que no era solo guapo sino que podía bailar y hablar tan bien como Cecil Hale, era casi imposible.

    –Lord Hale, ¿qué lo trae por aquí? ¿Ha venido a escuchar las largas historias de madame Nostra?

    –No, como usted, simplemente estoy dejando en evidencia que vine a verla –. Su mirada la recorrió, deteniéndose un instante demasiado largo antes de que se diera cuenta de lo que hacía y agregó con una tos – ¿Todavía no llega el correo? Estoy esperando un paquete. Por más que lo intento, no puedo recordar si puse la dirección de aquí o la de mi departamento.

    –¿Por qué lo enviaría aquí? – preguntó Cassandra.

    –En ese momento, creo que iba de departamento en departamento y no estaba seguro de si me instalaría permanentemente en uno. El paquete terminó retrasándose, y bueno...– Se encogió de hombros –. ¿Podría estar atenta a eso, señorita Jardine?

    El calor inundó su pecho y sus mejillas mientras él proyectaba una sonrisa vibrante –. Claro, le haré saber si lo veo.

    –Bueno, supongo que debería hacerle una visita a madame Nostra. Buen día, señorita Jardine, señorita Ashwood.

    Conforme Emmeline veía a lord Hale atravesando el círculo de mujeres en la sala de estar, trazó descaradamente la curva de su espalda y su trasero con sus ojos y entonces sintió la mirada fría de Cassandra sobre ella –. No me mires así, Cass.

    –Eres demasiado obvia, y él es un ligón –. Agitó su mano en un gesto desdeñoso –. De todas formas, tengo un poco de hambre, ¿te gustaría ir al Dorothy conmigo? Si nos vamos ahora, todavía podemos conseguir una cena de ocho peniques.

    Emmeline arrugó el entrecejo. Aun si no le encantaba ir a ese restaurante exclusivo para mujeres, le garantizaba que madame Nostra y su séquito no estaban allí –. Bien.

    Con un asentimiento de satisfacción, Cassandra desapareció por el corredor para tomar sus capas. Tras ellas, en el pasillo, el correo golpeó la alfombra con un ruido sordo y un arrugar de papeles. Emmeline suspiró y levantó el enorme revoltijo de cartas y paquetes, ya que, si no lo hacía ella, sabía que los otros lo dejarían allí hasta que estuviera aplastado en la alfombra. Emmeline revisó el montón de cartas con poco interés. La mayoría eran anuncios de médiums falsos con actos incluso peores que madame Nostra o cartas de clientes que esperaban tener una sesión espiritista, sin embargo, al final de la pila había un paquete. El envoltorio marrón se había desgarrado y arrugado en los bordes durante el viaje, pero, entre manchas de tierra, Emmeline pudo ver los restos de estampillas y palabras escritas en media docena de idiomas. El paquete había llegado a sitios lejanos durante su viaje por el extranjero, pero no aparecía una dirección a la que regresarlo ni por delante ni por detrás.

    Mientras lo sostenía en su palma, determinó su peso y sonrió para sí misma. Tenía que ser un libro y uno de una encuadernación de calidad y sofisticada. Sus ojos fueron rápidamente hacia lord Hale, pero mientras daba un paso hacia delante, captó las palabras garabateadas con una escritura apretada sobre la envoltura de papel: para el líder de la Sociedad espiritista. Lord Hale sin duda no lo era. Pudo haber sido de madame Nostra ya que técnicamente había asumido el rol como líder de la sociedad, pero si había sido algo que ella ordenó, definitivamente habría dado su nombre al vendedor. Si no era de ella, entonces... la garganta de Emmeline se apretó ante el pensamiento de lord Rose gruñéndole, con sus ojos dorados encendidos como la punta de su cigarro. Había muerto por su propia mano casi seis meses atrás, pero por el viaje que delataban los sellos postales desteñidos, podrían haber ordenado el libro fácilmente justo antes de que muriera.

    –¿Qué es eso? – preguntó Cassandra conforme le entregaba a Emmeline su capa.

    Emmeline abrió su boca para hablar, pero las palabras se enredaron en su garganta mientras apretaba el libro firmemente contra su pecho.

    –No es nada. Yo... – tras bajar el volumen de su voz, dijo – Si quieres saber, ordené un libro que no quiero que mi tía vea.

    Las cejas castañas de Cassandra se arquearon –. ¿Otro? Si ese es como el último, será mejor que lo escondas bien.

    –Soy afortunada porque todavía no ha encontrado mi escondite.

    Cassandra se rió entre dientes y se colocó su impermeable. Tras soltar una exhalación silenciosa, Emmeline se puso su capa y salió tras Cassandra hacia la calle Mortimer. Se mordió el labio y echó un vistazo sobre su hombro para ver si alguien la había visto tomarlo, pero todos los ojos estaban sobre madame Nostra. Mientras Emmeline salía, mantuvo el paquete bajo su brazo y con su mano puesta con firmeza sobre la fila de texto escrito sobre su portada.

    ***

    El restaurante Dorothy vibraba con parloteo, aunque a veces una risa aguda lo interrumpía. Emmeline resistió la urgencia de moverse en su asiento. Había ido en varias ocasiones al Dorothy con Cassandra Ashwood, pero nunca dejaba de sentirse fuera de lugar allí. Nunca había estado en un lugar público donde no se permitía la entrada a los hombres. Incluso con el clima gris, la habitación estaba excesivamente brillante con sus paredes rojas y su despliegue llamativo de coloridos abanicos japoneses y sombrillas ingeniosamente clavadas al yeso. A su alrededor, todo tipo de mujeres comían el mismo plato sobre manteles blancos idénticos con jarrones de flores. Durante sus visitas previas, habían divisado a Constance Wilde y a la condesa de Dorset, no lejos de una mesa de dependientas. En un espacio libre de hombres, las mujeres parecían transformarse ante sus ojos en una perversión extraña de la femineidad que conocía. Encendían cigarros y las conversaciones que oía sin querer, a menudo trataban de política, derechos de las mujeres, e incluso colonialismo. Claro, había chismes, pero entre ellas había mezcladas algunas historias de charlas íntimas que bordeaban en lo ilícito. En el Dorothy, todas parecían tan libres, aunque Emmeline se sentía apabullada al estar rodeada de una carencia completa de restricciones.

    –Estás muy tranquila hoy, Em – dijo Cassandra, levantando la mirada de su pollo asado y sus patatas –. ¿Ocurre algo?

    Los ojos de Emmeline fueron con rapidez hacia la ventana, donde la lluvia golpeaba el cristal, y a través de la llovizna, captó accidentalmente la mirada de un hombre que atisbaba al interior. Ella no podía imaginarse lo que él esperaba que estuvieran haciendo, pero los mirones, como aprendió pronto, eran comunes en el Dorothy.

    –Ignóralo.

    –¿Por qué siempre miran hacia dentro? Es maleducado. Es un restaurante, no una atracción.

    –No les gusta

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