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Todos Los Hombres Sobran
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Libro electrónico125 páginas2 horas

Todos Los Hombres Sobran

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Información de este libro electrónico

Alexia es enviada a una zona de exclusión, donde conocerá a Sofía, su nueva compañera de departamento, confidente y poseedora de un secreto que solamente puede ser revelado a unas pocas elegidas. Los humanos somos el recuerdo vivo de lo que alguna vez fuimos. Estamos extintos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 jun 2018
ISBN9780463687918
Todos Los Hombres Sobran
Autor

Ezequiel Tambornini

Periodista y escritor argentino Argentine journalist and writer

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    TODOS LOS HOMBRES SOBRAN

    Ezequiel Tambornini

    * * * * * *

    Todos Los Hombres Sobran

    Copyright © 2018 Ezequiel Tambornini

    Published by:

    Ezequiel Tambornini on Smashwords

    Smashwords Edition License Notes

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    * * * * * *

    I

    No tenía fuerzas suficientes para reaccionar y, aunque las hubiese tenido, no podría haber hecho nada. Todas las extremidades del ejemplar estaban inmovilizadas.

    A través de una pequeña cánula, introducida en una de las venas centrales del antebrazo izquierdo, se le administraba de manera regular la dosis exacta de una sustancia que mantenía al R. en un estado de somnolencia constante. Así lo requerían las usuarias del servicio. No resultaba satisfactorio que el ejemplar estuviese completamente dormido: debía mostrar signos vitales. Pero tampoco se consideraba apropiado que estuviese lúcido.

    En el antebrazo derecho otra cánula introducía en el torrente sanguíneo del ejemplar una droga que contribuía a provocar erecciones firmes que podían llegar a extenderse durante varias horas seguidas. Si bien las administradoras del lupanar solían emplear todos los recursos necesarios para intentar alargar la vida útil de los ejemplares ofrecidos, el exceso de demanda ejercido sobre determinados individuos en muchas oportunidades terminaba con ellos en apenas unos pocos días: su corazón finalmente estallaba.

    R.154, desafortunadamente, era uno de los más solicitados. Bastaba que alguna funcionaria de alto rango usuaria del servicio dijera algunas palabras a favor de alguno de los ejemplares para que la demanda se concentrara sobre determinados machos en desmedro de otros. Supuestamente había un reglamento vigente con horas de descanso por cumplir y demás formalidades. Pero en los hechos era difícil que una administradora se negara a rechazar el pedido urgente de una funcionaria; además, después de todo, se trataba de material considerado desechable.

    R.154 podía sentir su pene extenuado y erguido contra su voluntad, los movimientos torpes de una anciana cabalgándolo, friccionando su miembro, dolorido, el jadeo de una mujer cuyos rasgos no alcanzaba a percibir, pero que lo doblaba en edad, y cuya blanquecina flaccidez celulítica contrastaba con la voluminosa musculatura color caoba del ejemplar.

    Al finalizar cada servicio era debidamente higienizado por medio de un sistema de aspersores y secadores automáticos, que también se activaban luego de que el individuo terminara de orinar o defecar. El nivel de hidratación era monitoreado de manera permanente, pero no así la alimentación, que se restringía al máximo posible para evitar contratiempos incómodos durante el servicio.

    Buena parte del descarte de las reservas tenía como destino los lupanares, antros subterráneos a los que sólo tenían acceso las funcionarias de determinado rango, quienes, invariablemente, contaban ya con una edad avanzada y la experiencia suficiente para poder mantener la boca cerrada sobre aquella actividad que se encontraba ajena al marco legal vigente.

    R.154 hubiese deseado tener las energías necesarias para poder emitir algún sonido que expresase su deseo de fallecer. Movía sus labios o al menos creía que los movía. Pero no lograba escuchar su voz. Quizás la música estaba demasiado fuerte. Quizás ya había comenzado a morir.

    II

    Ni siquiera esperaron a que la mujer acabara. La quitaron de encima del ejemplar y, a pesar de las quejas de la funcionaria, que gritaba de manera histérica, las operadoras realizaron su tarea como si ella no estuviese presente en el lugar. Se necesitaron cuatro mujeres para poder acomodar al ejemplar en la camilla, mientras una médica veterinaria, también con extrema frialdad, se ocupaba de medir los signos vitales de R.154 para finalmente determinar que la probabilidad de sobrevida era lo suficientemente elevada como para decidir su traslado. Una inyección logró desinflar la erección involuntaria del R., quien, aún adormecido, no dejaba de percibir un dolor insoportable en su enrojecido miembro generado por el uso excesivo realizado por las funcionarias.

    Una vez trasladado, R.154 fue mantenido en suspensión en el ámbito de una habitación aislada localizada en un edificio público que no estaba identificado como tal porque era empleado por integrantes de alto rango de fuerzas de seguridad con propósitos confidenciales. Alexia solamente pudo observarlo, a través de un ventanal, desde la habitación contigua. No permitieron que se acercara al ejemplar.

    Alexia escuchaba a la funcionaria sin prestar atención a lo que ella proponía pues sabía que la única alternativa que tenía era acatar las órdenes impartidas, aun si las mismas venían envueltas en supuestas proposiciones. Mientras acariciaba a su hijo o hija, todavía imperceptible, a través de su panza, experimentaba una extraña confianza en el futuro, a pesar de que el mismo, insólitamente, nunca había sido más incierto para ella. El único signo vital presente en R.154 era una respiración agitada, que ni siquiera podía escucharse, pues el ventanal que separaba a ambas habitaciones impedía el traspaso de cualquier sonido entre una y otra. Pero en esa respiración –creyó advertir Alexia– había tantos deseos de vivir como en el ser viviente que se estaba formando en su útero.

    Alexia parecía estar alimentándose de aquella energía vital. Probablemente recordó su anterior rutina, cuando todo estaba organizado de manera más o menos predecible, y se imaginó envejeciendo, año tras año, regocijándose en las costumbres adquiridas, en los hábitos incorporizados, hasta finalmente desaparecer sin haber añadido o quitado nada sustancial al mundo, siendo pronto reemplazada por otra funcionaria con un perfil equivalente al de ella, que no tardaría en repetir el ciclo.

    Sabía que estaba en peligro. Pero se sentía completa al estar tan cerca de dos seres amados. Se trataba de una experiencia inusual, quizás primeriza, para ella, quien apenas podía describir aquello que sentía, a pesar de la agudeza que en su anterior vida, antes de despertar, había mostrado para comunicar de manera simple cuestiones verdaderamente complejas.

    Ella, al igual que R.154, estaban oficialmente fallecidos. Pero seguían con vida por alguna razón que Alexia no llegaba a descifrar. Le hablaban de una misión en una zona de exclusión, completamente incomunicada, pero sin mencionar mayores detalles. Recibía una alimentación adecuada para su estado. Y las agentes que trataban con ella eran bien educadas y se esforzaban por evitar incomodarla con comentarios impertinentes ni actitudes violentas. Le llevó un buen tiempo entender qué querían de ella.

    III

    Cuando pasaba por enfrente de ese templo antiguo no dejaba de preguntarse qué debía preguntarse al respecto que no se estaba cuestionando. No era, por cierto, la estatua de un macho barbudo colocado en la parte superior de la entrada de aquel edificio, la cual estaba acompaña por dos figuras femeninas, más pequeñas, que supuestamente oficiaban de ángeles y que mostraban una actitud sumisa y obediente frente al macho, quien, ante semejante devoción, parecía satisfecho. Toda iconografía relativa a los machos, sin importar su valor histórico, había sido suprimida en las zonas centrales; probablemente habían sido destruidas o erradicadas para ocultarlas en el sótano de museos o depósitos de acceso restringido. Alexia no lo sabía. Pero en esa zona periférica a la cual había sido asignada, todo lo relativo al viejo orden había sido conservado, incluso aquella representación de dos figuras femeninas periféricas mostrando subordinación ante la imagen de un macho dominante. Probablemente, pensaba Alexia, no se trataba de una política expresamente conservacionista, sino del abandono al había sido expuesto aquella zona, en la cual residían las parias que no se habían podido adaptar al orden prevaleciente, además de aquellas que, habiendo nacido allí, se consideraban perdidas, a menos que mostrasen una habilidad extraordinaria que justificase el costo de la readaptación necesario para poder ser transferidas.

    Alexia sólo logró encontrar la pregunta que sabía que estaba buscando, pero no lograba hallar, gracias a la ayuda de Sofía, una mujer canosa, de unos sesenta años de edad, quien compartía, según designación de la autoridad, un departamento vetusto que, debido al esfuerzo realizado por Sofía en los años en los que residió sola en el mismo, lucía entrañablemente confortable.

    – Siempre que pasamos por aquí, puedo ver la expresión de asombro en tu rostro– indicó Sofía mientras señalaba a la antigua iglesia, durante una de las tantas recorridas diarias que ambas emprendían por la zona, ya sea para conversar, comprar víveres o dirigirse al banco a buscar el dinero en papel correspondiente a la jubilación de Sofía; dinero que Alexia jamás había visto en su anterior vida, en la cual todas las transacciones se encontraban digitalizadas.

    – La primera vez que observé a esa estatua, la juzgué impertinentemente obscena; pero ahora no sé qué pensar –respondió Alexia.

    – No se trata solamente de la estatua, sino de todo el edificio en su conjunto. Tantos detalles intrincados, tantos vitrales, columnas, ¿para qué? Para construir recuerdos. Cuando yo era niña, hace mucho tiempo, por cierto, la gente aún podía ingresar ahí para ver cuán majestuoso era el interior, aunque luego fue clausurado para evitar que las vándalas terminaran de sustraer los objetos históricos que aún conservaba esto, que alguna vez fue un templo religioso.

    – Qué interesante manera de verlo –contestó Alexia–. Es muy probable que, si todo el diseño urbanístico fuese homogéneo, sería bastante más difícil generar recuerdos vívidos de aquello que fuimos en algún momento.

    – Además, nosotros crecemos, envejecemos y estos edificios, si bien se deterioran, permanecen, nos muestran, impunemente, que fueron creados antes que nosotros y que seguirán existiendo luego de que ya no estemos más aquí. Es un promotor de recuerdos del pasado, correcto, pero también es un constructor de la cotidianeidad del presente y un recuerdo del futuro que no veremos, aunque podamos ser parte del mismo en caso de que podamos edificar algo duradero.

    Alexia, con su embarazo de tres meses, podía percibir que Sofía, al igual que la

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