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Guardianes de almas eternas (Draconangelus 2): Guardianes de almas eternas
Guardianes de almas eternas (Draconangelus 2): Guardianes de almas eternas
Guardianes de almas eternas (Draconangelus 2): Guardianes de almas eternas
Libro electrónico534 páginas8 horas

Guardianes de almas eternas (Draconangelus 2): Guardianes de almas eternas

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La segunda parte de la saga Draconangelus os descubrirá que los auténticos guardianes de almas eternas no son solo ángeles o dragones.

Tras la batalla sufrida en Seattle, Angie regresa a su trabajo bajo la atenta mirada de Rashel, su ángel de la guarda.

La obligada separación de William hará que la relación entre la joven y Raffaele sea cada vez más sólida y confidente, lo que será aprovechado por el jefe de custodios para utilizarla en pro del alma de su hermano, Michael, tras su muerte.

Esa situación pondráa prueba la fortaleza física y psíquica de una simple humana. Pero el amor y la pasión entre William y Angie se verán reforzados a diario, a pesar de los obstáculos, ayudando a forjar una alianza inquebrantable entre ángeles y dragones y necesaria para el nacimiento de un ser insólito y sagrado.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento31 ago 2018
ISBN9788417164485
Guardianes de almas eternas (Draconangelus 2): Guardianes de almas eternas
Autor

K. Dilano

Nació en Madrid (España) en 1969 y actualmente trabaja como azafata de vuelo. Durante años montó adaptaciones musicales para equipos de animación en hoteles. Ha colaborado en revistas culturales de la Sierra Norte de Madrid, así como en la presentación de exposiciones de diversos pintores. Cuenta con una mención honorífica de relato corto (Miami, 2012) y ha sido finalista y seleccionada para diversas antologías de microrrelatos (España, 2014-2016). En sus escritos se vive romance, sexo y muerte por ser elementos fundamentales de la vida. Hasta la fecha lleva publicadas la novela erótica La maleta ardiente de Luna Beltrán (Amazon, 2013), la novela romántica gay El secreto de Boommarang (Amazon, 2014) e Igoli (Caligrama, 2017) y Guardianes de almas eternas(Caligrama, 2018) que, junto a Nahia (Caligrama, 2018), completan la trilogía «Draconangelus».

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    Guardianes de almas eternas (Draconangelus 2) - K. Dilano

    Capítulo 0

    La reunión dio comienzo

    Uriel, padre del nephilim Michael y de la mortal Angie, había sido uno de los miembros más destacados de aquel grupo de elohims sagrados unidos a humanas. Todos los que ahora componían ese grupo sabían, desde el mismo instante en el que su compañero decidió abandonar su ser terrenal junto a su esposa, Catherine, que llegaría el momento de tomar una decisión que pondría a prueba su mundo ancestral, tan rígido e inexpugnable, y que en sus manos estaba autorizar, o no, la masacre a la que se vería expuesta su especie.

    Desde los tiempos de las grandes batallas, nadie les había puesto en peligro, pero aquellos seres de luz eran conscientes de que había algún traidor entre los suyos y asumían que había que descubrirlo para disolver su esencia espiritual y condenarlo al olvido eterno. La cuestión era determinar quién lo haría y de qué modo.

    Michael y su jefe de custodios, Raffaele, se personaron frente al Consejo de Poniente de la ciudad de Seattle, formado por seis miembros, entre los que se encontraba Stuart, que al ser considerado un elohim menor no tenía derecho a tomar decisiones, aunque sí aconsejar.

    Michael ya se había transformado junto a Raffaele, dentro de los muros de aquella iglesia de jesuitas, para que sus ojos de condición divina fueran capaces de soportar la energía tan concentrada que irradiaban esas criaturas a las que iba a ver por primera vez. Sus cuerpos y halos luminosos podían ser vistos solo a través de la mirada pura de un ángel o de aquellos mortales a los que algún ser de luz hubiese bendecido con su gracia; de lo contrario, se sufrían convulsiones y desmayos similares a los experimentados por místicos que a lo largo de la historia contaban que los habían visto.

    Según se fue acercando, Michael posó sobre ellos su mirada de iris traslúcido e inerte intentando distinguir si se trataba de hombres o mujeres, ya que aquellas caras andróginas le confundían. Los seis elohims permanecieron de pie sobre el estrado, posando esbeltos como generales frente a oficiales de su escuadrón. Sus apéndices alados reposaban plegados a sus espaldas. El color púrpura de sus alas y un intenso olor a violetas recién cortadas demostraban la jerarquía a la que pertenecían. Cada uno vestía pantalón largo y camiseta sin mangas, ajustada a sus cuerpos fornidos y dejando ver en sus brazos unas cicatrices profundas. En un principio, Michael pensó que podían tratarse de heridas sufridas en enfrentamientos o que, tal vez, formaban parte de algún tipo de ritual para entrar en el exquisito club de elohims. Sin embargo, cuando estuvo suficientemente cerca de ellos, recordó la primera vez que vio aquellos enrevesados símbolos grabados en la piel de su propio padre.

    Hasta los trece años, Michael no supo nada sobre la condición divina de su progenitor, ni sobre sí mismo como nephilim y futuro arcángel. Durante los dos primeros años de formación, Uriel se dedicó a confesarle la naturaleza y razones que lo habían llevado a concebir un hijo con una mujer. Le enseñó todos los secretos sobre lo que le depararía su condición angelical, cuando consiguiese transformarse, y la teoría para que asumiese, entendiese y aceptase su condición como ser de luz y guerrero protector de sus almas, que era lo que estaba encomendado a llegar a ser por designio universal. Sin embargo, hasta los quince años de edad, no estuvo preparado para poder ver a su padre transformado en lo que en realidad era, un ángel elohim supremo que doblaba su tamaño real de manera extraordinaria.

    Michael no pudo evitar emocionarse al evocarlo. Un día de finales de noviembre, en lo alto del Monte Grouse, fue el momento que Uriel eligió para que su hijo lo viera en todo su esplendor. La hora temprana y el frío otoñal ayudaron a que no hubiese nadie paseando por aquel paraje. El elohim lo invitó a sentarse y observar lo que estaba a punto de ocurrir frente a él. Con un salto en el aire, como impulsado desde un trampolín, Uriel se transformó dando un giro completo sobre sí mismo. Se mantuvo en estado de levitación, a unos tres metros del suelo, con la cabeza agachada y los ojos cerrados. No solo había duplicado su volumen, sino que, además, desde la parte más alta de su espalda se veían tres pares de alas de color morado, montadas unas sobre otras. Al levantar la cara y desplegar sus apéndices emplumados, Michael se puso en pie para admirar de cerca la belleza de aquel ser sagrado que, en verdad, era su padre.

    Los ojos de Uriel al abrirlos habían cambiado. Su iris había pasado de color azul claro a cristalino, dotándolo de un aire terrorífico en la mirada. Durante la transformación, su atuendo había cambiado también y lucía una especie de falda oriental cruzada hasta sus pies desnudos. Un peto y un espaldar sin mangas, ajustados a su torso, dejaban ver las profundas marcas que en bajo relieve, y con motivos ideográficos, aparecían sobre su piel. Según le explicó, cada una de aquellas cicatrices suponía un milenio de existencia y, cuantas más cicatrices, más categoría frente a sus iguales.

    Por aquel entonces, Uriel era uno de los elohims más antiguos entre los de su especie y el poder que tenía, como sabio y jefe de elohims en Seattle, se lo había cedido a su compañero Ramiro en el momento en el que comenzó a formar a Michael. Hasta el momento en el que se abandonase junto a Catherine, la mortal que había elegido como madre de sus hijos, Uriel ostentaría tan solo el título de elohim honorario y consejero supremo. Aquella cesión de poder tuvo que ser consensuada por los demás consejos de elohims del planeta; el oriental y el central, en donde cada uno de sus miembros había visto partir a sus parejas mortales hacía años, siglos o milenios; incluso sus hijos habían sido transformados mucho tiempo atrás. Sin embargo, Uriel había sido el único de todos ellos que, aparte de haber tenido dos hijos con la misma mujer, también había decidido sacrificar su existencia en la tierra por partir junto a la que consideraba el amor de su vida para acompañarla en su transición hacia una nueva dimensión. Aquello, por supuesto, había motivado opiniones a favor y en contra entre sus iguales, pero, sobre todo, había alterado la apacible vida del mundo elohim.

    Los jefes supremos del consejo jamás descendían de su posición elevada sobre el estrado en donde recibían a sus hermanos de luz; sin embargo, con Michael hicieron una excepción. Todos bajaron para ponerse a su altura y la de Raffaele y conocer así al adorado hijo de Uriel, quien compartía con ellos tres pares de alas por concesión expresa de su padre y por su condición de futuro arcángel.

    —¡Sed bienvenidos! —saludó el sabio de apariencia más avejentada—. Hemos esperado con impaciencia el momento de conocerte, Michael. Permíteme que te presente a los miembros que, junto con nuestro hermano Stuart, formamos parte del Consejo de elohims supremos de Poniente; ellos son Isra, Tariel, Gagel, Dafne y yo, Ramiro, a quién tu padre concedió la supremacía aquí en Seattle.

    Aquellas palabras las dijo entrechocando el antebrazo contra el pecho de Michael, en aquel saludo que tan acostumbrados estaban a hacer él y sus amigos. Los demás se le acercaron para saludarle del mismo modo.

    —Es un honor para mí conocer al gran Consejo de sabios elohims del que tanto me habló mi padre.

    —Una triste decisión por su parte nos lleva a que hoy no se encuentre entre nosotros —dijo Isra, otro de los que más anciano parecía—. Nunca creímos que moriría al mismo tiempo que ella. Pero estaba claro que los veinticinco años que podemos pasar junto a nuestras esposas mortales no le parecieron suficientes a él. ¡Fue una lástima, desde luego! —comentó con cierta doblez—. Aunque sabemos que hace un seguimiento preciso de la situación que os trae ante nosotros.

    Los elohims supremos, entre otras muchas funciones, hacían de enlace entre este mundo y la dimensión eterna en la que se movían los ángeles que habían puesto fin a su presencia física en la tierra, ya fuera de manera voluntaria o involuntaria.

    —Venimos a hablar de los acontecimientos de estos últimos meses y pediros permiso para desenmascarar al traidor —dijo Raffaele, en tono solemne, mirando al frente y sin dirigirse en concreto a ninguno de los cinco personajes que se dieron la vuelta para regresar a su posición sobre el estrado.

    —¡Tomad asiento, por favor! —les invitó Tariel, uno de las dos ángeles femeninos del grupo, haciendo un discreto gesto con la cabeza hacia Stuart para que se sentase junto a ellos en uno de los bancos de aquella iglesia.

    —La muerte inesperada de Uriel, hace ya siete meses, nos pilló por sorpresa a muchos, sobre todo a mí —expuso Raffaele—. Y, aunque bien es verdad que se ha podido enmendar la formación de Michael que con tan mala intención había sido frenada por Orson, quien había sido elegido su tutor, muestro recelo ante los acontecimientos futuros y me veo obligado a solicitar que mediéis en ello.

    —¡Vayamos por partes! —ordenó Dafne, la otra fémina de aquel singular grupo—. ¿Certificas que Michael ha superado las pruebas necesarias para ser elevado y transformado en arcángel en cualquier momento?

    —Sí —confirmó Raffaele mientras colocaba el puño derecho sobre su hombro izquierdo y empezaba a enumerar—. Ha sido debidamente instruido en teletransportación, combate visual, estrategias completas de ataque y defensa, ubicuidad, ataque aéreo, telepatía, historia, milagros, ayudas, acompañamientos y todo lo referente a las restituciones de materia incorpórea que usará en Una, nuestra bendita dimensión celeste.

    —No está mal para una formación que ocupa, por lo general, diez años terrenales y que en su caso se vio truncada. —Sonrió Gagel, el más aniñado de todos los allí presentes.

    —Un trabajo excelente, Raffaele —corroboró Isra—. La completa transición de nuestro nuevo asha vahista te la debemos a ti.

    —No es mío todo el mérito —alegó el amigo y custodio de Michael, relajando los brazos—. He contado con la ayuda de nuestros compañeros, Aton y Amy, así como con la de mis inseparables guerreros custodios: Gabriel, Jophiel y… Zaffie. —Raffaele y Michael bajaron la cabeza en señal de recuerdo póstumo por su amiga y compañera.

    —Lamentamos la pérdida terrenal de nuestra hermana —mostró Ramiro su condolencia—. Hizo un gran trabajo aquella noche sacrificándose en defensa de aquello para lo que estaba entrenada, así como para evitar que hubiera más bajas. Ella, al igual que Uriel, también espera desde hace varios amaneceres del astro sol la transformación de Michael para conducir su luz hacia la gran Una.

    Michael levantó la cabeza con premura y preguntó con interés:

    —¿Se encuentra bien entonces?

    —Todo lo bien que puede estar un ser de luz puro y divino. —Tariel amagó una sonrisa en sus labios—. Aquella dimensión es bien conocida por ella; así que se encuentra de vuelta a casa y… deseosa de volver a reencontrarse con tu espíritu.

    Michael agachó la cabeza y sonrió, con disimulo, dotando a su corazón de una alegría que desde hacía meses no sentía.

    —En ese aspecto, está siendo de vital ayuda la cuidadosa protección otorgada por el guardián de su alma en el mismo terreno donde yacen parte de las cenizas de Uriel —apreció Raffaele.

    —Estamos al tanto de ello —contestó Ramiro— y de la inestimable ayuda que os proporcionó junto a sus compañeros dráguicos en la lucha contra los guerreros Ti’ Amat y su diosa.

    —Y, por eso, estamos aquí —continuó hablando Raffaele—. Venimos a pediros consentimiento para traeros al traidor, Orson, y que le juzguéis como se merece. En estos últimos meses, han sucedido varios acontecimientos sumamente desfavorables, que me hacen pensar que él ha tenido bastante que ver con ellos.

    —No menosprecies sus virtudes ni su poder —respondió el sabio jefe de elohims—. Descubrir lo que oculta no será fácil. Siglo tras siglo ha ido fortaleciendo sus dones y ni siquiera nosotros somos capaces de saber hasta dónde ha llegado a cultivarlos, ni qué malas artes es capaz de usar contra sus iguales. No será fácil que caiga en vuestras redes, así como no será fácil que consigáis traerle aquí. Hace años que nos evita.

    —No sin un sacrificio previo —Michael intervino, dirigiéndose al grupo de sabios—. Pero ya contábamos con eso.

    Los sabios le escrutaron con su mirada pétrea y cristalina.

    —Espero que eso no tenga que ver contigo, Michael. Tú eres demasiado valioso como para consensuar un sacrificio que nos lleve a perderte —respondió Ramiro, sosegadamente, a pesar de los murmullos que sus compañeros levantaron a sus espaldas—. Durante eones los hijos de los elohims habéis sido vistos como engendros. Nos ha costado mucho esfuerzo llegar a ser considerados, y que así fuera con vosotros, lo que hoy somos, una dinastía angelical que favorece, más que perjudica, tanto a nuestros congéneres como a la raza humana, siendo esta mezcla de espíritus lo que contribuye a la grandeza y a la pureza de nuestra especie. Así que, bajo ningún concepto, aprobaremos una acción que ponga en peligro tu alma eterna y tu integridad como asha vahista, Michael.

    —No olvidéis que hasta ahora nunca habíamos contado con una alianza entre los dragones y nosotros —respondió el futuro arcángel.

    —En numerosas ocasiones han combatido a nuestro lado en defensa del alma de uno de los nuestros —contestó Dafne.

    —Cierto, pero solo en momentos puntuales y por incursiones indeseadas dentro de sus terrenos, no como algo planeado de antemano —argumentó Raffaele—. Tener su sabiduría y conocimiento de nuestro lado puede ser favorable y, tal vez, algo único. Habéis podido comprobarlo en aquel ataque inesperado que sufrimos durante la celebración del cumpleaños de Michael en mi casa y del que tan solo hubo una pérdida que lamentar, frente a las cinco bajas que tuvieron los Ti’ Amat.

    La expresión de los elohims se endureció al escuchar aquello.

    —¡¡Les doblabais en número!! —La voz de Ramiro tronó entre aquellos muros—. ¡Y cualquiera de vuestras vidas es más importante que la de todos ellos juntos! Además, os olvidáis de la capacidad tan alta de regeneración que poseen sus diosas.

    No, Raffaele no lo olvidaba. Recordó que cada uno de los cinco guerreros monocromáticos que aquella noche les atacaron, no solamente actuaban como guardias al servicio de aquella maldad, sino que, también, eran apéndices de ella, extensiones de la misma diosa que se movían a su alrededor y obedecían todas sus órdenes, como si de la Hidra de Lerna se tratara. Si uno solo de ellos perecía, en cuestión de minutos las diosas generaban otro ejemplar de igual proporción; por ello, había que incinerar sus restos de inmediato, para así poder disolver por completo su esencia espiritual.

    —Y lo peor de todo es que ya saben que una mortal conoce nuestro secreto y que, además, nos ha visto transformados a nosotros, a ellos y a los guardianes draconianos —censuró Isra con voz irritada—. Será un blanco deseable, ya que podrán obtener todo lo que quieran si consiguen atraparla entre sus garras.

    —Eso no debería preocuparos —argumentó Raffaele—. Como ya sabéis, la noche de la batalla decidí hacer uso del privilegio que tengo para otorgarle protección a la hija de Uriel y que, por mantener su impronta guardada en su colgante, me permitía hacer de Rashel su ángel de la guarda.

    —Te extralimitaste en tus funciones con esa decisión —le reprobó Dafne lanzándole una mirada endurecida.

    —Yo mismo asumiré esa función de ángel de la guarda de ella, una vez que Michael nos abandone en su transición.

    —¡¿Y degradar tu posición jerárquica?! —Dafne se hizo oír de nuevo de manera atronadora, mientras avanzaba varios pasos en el estrado—. ¡Te infravaloras y quedas desprotegido al actuar de esa manera en pro de una simple humana, sea ella hija de un elohim o no! —gritó haciendo que el eco de su voz reverberase en la nave principal de aquella iglesia.

    —Ella lo vale —respondió Raffaele manteniendo ante su superior un pulso con la mirada.

    —Ordenar a cualquiera de nuestros custodios que protejan a un mortal supone demasiado riesgo para el jefe que ejecute tal mandato —observó Gagel de una manera más sosegada que la de sus compañeros—. ¿Crees que merece la pena sacrificar tu condición por ella?

    Raffaele frunció el ceño.

    —¿Y un elohim me pregunta que si merece la pena sacrificarse por un humano? —El irreverente comentario de Raffaele sorprendió a Michael.

    —¡No es lo mismo! —manifestó con fiereza aquel ángel con cara de adolescente, que había pasado del candor a la ira en una fracción de segundo—. Tú nunca cohabitarás con ella o ¿acaso me equivoco?

    —Gagel tiene razón, Raffaele —Isra intervino para calmar el ambiente—. Aquella fue una decisión demasiado precipitada y tememos sus consecuencias. Has cedido parte de tu esencia en su beneficio, sin poder disfrutar de los placeres carnales con ella. Pones en riesgo tu integridad al concederle esos dones. Con eso no garantizas su invulnerabilidad y tú estás más indefenso, por lo que aumentas las posibilidades de tener más bajas entre los de nuestra especie.

    Raffaele intervino en su propia defensa, ya que aquello empezaba a parecerse a un juicio contra su persona.

    —Mi seguridad no debe de preocuparos más que a mí mismo. —El custodio evitó cruzar la mirada con ninguno de ellos y, mientras hablaba, fijó la vista en un punto al fondo del estrado—. Fue la mejor decisión que pude tomar, dadas las circunstancias, ya que no podía abandonar a su suerte a la hija mortal de Uriel. Él sigue siendo, al igual que vosotros, mi superior. Así que, por ahora, de lo único que debemos ocuparnos es de preservar la integridad física y espiritual de nuestro hermano, Michael, hasta su conversión y posterior enterramiento en tierras sagradas.

    En ese momento, Ramiro, el más veterano del consejo, se dirigió personalmente a sus colegas:

    —Amigos, Raffaele siempre ha sido conocedor de sus derechos y obligaciones como jefe de custodios. Si llevó a cabo esa medida fue debido a las circunstancias que lo rodeaban al tener que ubicar, de manera rápida y segura, el cuerpo de Zaffie en el centrum sacro, así como para defender adecuadamente a su protegido, además de a la hermana de este que porta, en forma de colgante, parte de la esencia de nuestro querido Uriel. —Señalando con el brazo en dirección a su subalterno, continuó hablando—: El ángel que hoy se nos presenta aquí delante, confiando en nosotros, no es un mero custodio, sino que se trata de uno de los mejores líderes que hemos tenido en eones de existencia. Yo, particularmente, le eximo de toda culpa y apoyo su decisión.

    Un revuelo de exclamaciones volvió a escucharse, haciendo eco en aquella iglesia.

    —Entonces, si tan seguro es que ha obrado de manera correcta, ¿a qué viene convocar al consejo? —argumentó Tariel, ofendida—. Está claro que nuestras recomendaciones no le sirven de nada, si es que alguna vez las ha tenido en cuenta. —Los ojos de la elohim suprema se clavaron sobre los del custodio jefe.

    Aquella última frase rasgó la lealtad, el honor y el aplomo de Raffaele. Él los observó, uno a uno y, tras meditar sus palabras, respondió:

    —No olvidéis que quién comenzó el juego fue uno de los vuestros y que yo no podía sentarme a esperar acontecimientos fortuitos. Os debo pleitesía y mi alma os pertenece, pero lo que esté por venir no se puede dejar en manos del azar. Debemos actuar de una vez por todas, al igual que hacen las fuerzas oscuras. Durante demasiado tiempo se ha dejado que Orson se salga con la suya y solo hemos conseguido que se haga más fuerte. Todos nosotros hemos despertado del letargo en el que nos encontrábamos gracias a la hija de Uriel y a la impronta otorgada por él que la permite, incluso, llegar a vernos transformados sin sufrir lesión ocular alguna. Ahora queremos luchar, junto a nuestros amigos y guardianes de almas, para terminar con Orson y con todo el mal que le rodea; y, por eso, necesitamos que seáis partícipes y no solo condescendientes con nosotros.

    —Somos dueños de nuestro propio destino, querido Raffaele —intervino Stuart en la conversación, por primera vez—. Orson eligió el suyo, Uriel, también, y todos nosotros podemos en cualquier momento deshacer lo que somos, para bien o para mal.

    Los cinco sabios elohims miraron con curiosidad a su colega y consejero, Stuart. Valoraron en silencio lo expuesto y, uno después de otro, terminaron asintiendo con la cabeza antes de dirigirse de nuevo a sus dos invitados.

    —Está bien —dijo Ramiro, girándose para mirarlos desde la altura que le proporcionaba el estrado—. ¿Qué es lo que proponéis?

    —Que preparéis y abonéis el terreno con Orson —respondió Michael—. Vosotros sois los únicos capaces de obligarlo a que se presente donde le digáis, ya que no es elohim supremo de pleno derecho. Después, actuaremos nosotros.

    —Si conseguimos a Orson, conseguiremos a los Ti’ Amat y a su pequeña diosa —continuó informándoles Raffaele.

    —No subestimes los poderes de esa raza —siseó Stuart al oído de Raffaele, lo que hizo que Ramiro le tuviera que llamar la atención al no estar bien visto, en aquel templo, los cuchicheos ajenos al consejo.

    —Engañar a Orson no será fácil —dijo Isra—. No sabemos los poderes oscuros que oculta y que junto con sus virtudes angelicales pueden haberse potenciado a un nivel inimaginable.

    —Pero son conocidos, de sobra, los poderes adquiridos por otros como él. No es la primera vez que uno de los nuestros sucumbe a los encantos de esas diosas. —Raffaele empezó así a rememorar historias de ángeles perdidos—. Acordaos de los casos de Sacha, Ydonai y Sándalon; los arcángeles jefes unidos a aquellas diosas trillizas. O el de los custodios traidores que organizaron las primeras huestes contra nuestros hermanos.

    —Todo ello difícil de olvidar, ¿verdad? Como el día en que sucumbió Mikel, el amesha spenta que custodiabais Sakiel y tú —recordó Gagel sabiendo el efecto que aquel comentario tendría sobre el custodio jefe.

    Raffaele inclinó la cabeza, apoyando los brazos sobre sus piernas y entrecerró los ojos, suspirando quedamente antes de continuar:

    —Aquel día perdí mucho más que eso. Mi compañero también fue víctima del escuadrón de las Ti’ Amat. En su afán por intentar recuperar el cuerpo de aquel arcángel, del que terminaron apropiándose, Sak recibió una herida mortal y expiró su último aliento. No llegué a tiempo de arrebatárselo de entre sus garras para transportarle al centrum sacro y... se condenó. —Michael posó su mano sobre el hombro de su amigo, como muestra de apoyo—. Ya casi tenía olvidado ese episodio de mi existencia.

    Los cinco miembros del consejo volvieron a bajar del estrado para colocarse frente a Raffaele, Michael y Stuart, lo que hizo que estos últimos se levantasen de sus asientos.

    —En aquel momento entendimos lo difícil que tuvo que ser para ti por la relación tan cerrada que ambos teníais —Dafne le mostró su apoyo al jefe custodio con la cara más tierna que hasta ese momento había puesto.

    —Sakiel no solo era el jefe de nuestro batallón y mi instructor, era mi mejor amigo. —Los ojos de Raffaele se empezaron a humedecer y sus portentosas alas, que ya estaban replegadas hacia atrás, languidecieron—. Hemos tenido que continuar batallando después de aquello, pero aún sabemos demasiado poco sobre las alianzas creadas entre nuestros compañeros perdidos y el mundo Ti’ Amat. Sin embargo, gracias a los vínculos creados con los dragones guardianes, podríamos conocer mejor ese lado oscuro tan desconocido para nosotros.

    Entonces, Gagel se dirigió a Raffaele:

    —Sin dejar de pensar que puedas estar en lo cierto, sabes que los dragones nunca nos han descubierto secretos sobre su mundo. Conocemos lo justo sobre ellos para apoyarlos durante las gestas en las que nos ayudan y no importunarnos los unos a los otros.

    —Saben bastante más sobre nosotros, que nosotros de ellos; y eso que su experiencia terrenal es infinitamente más limitada que la nuestra —intervino Tariel—. ¿Por qué hemos de creer ahora que estarían más dispuestos a ayudarnos que antes?

    En ese momento, Raffaele se giró para mirar fijamente a Michael y, tras observar el ligero movimiento de aprobación que este hizo con su cabeza, volvió la vista al frente, haciendo un repaso exhaustivo sobre las pupilas de aquellos cinco supremos.

    —Porque es la primera vez que una hembra, nacida de la unión entre un elohim y su pareja humana, se une en esta vida a uno de ellos —terminó diciendo Raffaele mientras se mantenía lo más erguido posible y recuperaba el vigor en sus alas.

    —La hija de Uriel, ¡cómo no! Ya nos había adelantado algo Stuart —confirmó Ramiro colocándose frente al custodio—. ¿Qué más nos puedes contar sobre él?

    —Que no se trata de un dragón cualquiera. Hablamos de uno de sus jefes de estirpe draconiana, dueño del centrum sacro donde reposan Zaffie y parte de los restos de Uriel, y rey por vínculo de unión entre las ramas dinásticas de sus abuelos maternos —informó Raffaele a su superior.

    Por primera vez, desde que comenzaron su conversación, aquellos sabios relajaron el semblante.

    —Eso no solo le convierte en guardián de nuestras almas, sino que también le proporciona los conocimientos otorgados por las hembras de sangre real, experimentadas sanadoras y magas curanderas —continuó diciendo Isra.

    —Aun así, hay que ser cautelosos, no olvidéis que las Ti’ Amat y ellos provienen de la misma especie —argumentó Dafne—. Conocemos esas relaciones establecidas entre dragones y mortales, pero eso no garantiza que confíen de repente en nosotros y que vayan a destapar secretos sobre su mundo, por mucho que se trate de sus enemigos naturales.

    —La persona de la que hablamos no es una mortal cualquiera, se trata del segundo vástago concebido por un elohim supremo con la misma humana —aclaró Raffaele—. Y, además, una hembra.

    —¡Pero se trata de una simple mortal que, además, conoce nuestra existencia! —alegó Tariel un tanto alterada—. Y lo sabe de manera gratuita, puesto que no se ha involucrado sentimentalmente con ninguno de vosotros como para haberla hecho partícipe de nuestros secretos o ¿tal vez necesitas contarnos algo que no sepamos, Raffaele?

    Michael miró de soslayo a su amigo, mostrándole su apoyo.

    El jefe de custodios, a su vez, escudriñó de nuevo a los miembros de aquel consejo que esperaban su respuesta.

    —La relación que nos une a Angie y a mí es solamente amistosa, para mi desgracia. —La mandíbula se le tensó al sincerarse—. No tendré el placer de pediros entrar en vuestro círculo exclusivo, sabios elohims.

    —Bueno, eso no debes descartarlo nunca —respondió Tariel con altivez—. Como bien sabes, una vez que se cae en la tentación de enamorarse de un humano, el deseo de poseerlos es difícil de controlar.

    —El deseo es algo voluntario —respondió Raffaele a su superior—. Y no tengo intención alguna de unirme a otra hembra humana que no sea ella. Como eso, lamentablemente, no podrá ser, debido a su deseo de cohabitar con un dragón, el convertirme en uno de los vuestros queda descartado.

    Michael, al notar la incomodidad de Raffaele por tener que confesar sentimientos y justificar sus actos ante el consejo, intervino:

    —Mi hermana no sabe de nuestra existencia por ninguno de nosotros. Lo descubrió ella sola gracias a la guía y protección de mi padre después de morir.

    —¿Tan seguro estás de ello, Michael? —preguntó Gagel—. Percibo que tú mismo desconfiaste de Raffaele en su momento.

    —Sí, dudé de él y mucho; pero ahora sé que Raffaele es uno de los pocos seres de este universo en quien puedo confiar plenamente. Como ya os ha contado, Angie lleva siempre con ella un colgante que tintinea y que mi padre le regaló a mi madre cuando yo nací. El día que mi padre me contó quién era yo en realidad, mi madre se lo dio a mi hermana como amuleto y, desde entonces, jamás se ha separado de ese «llamador de ángeles», como ella lo llama. En esa pequeña joya, mi padre colocó parte de su impronta personal para proteger a mi madre y, posteriormente, a mi hermana. De paso, le concede una intuición especial para descubrir cosas por sí sola.

    Ramiro, el más veterano de todo el consejo, se giró para dirigirse al resto de sus compañeros.

    —Poco a poco vamos descubriendo las cosas que hizo Uriel para proteger a su mujer hasta el final. Nunca estuvo de acuerdo con el castigo impuesto a nuestras parejas por la osadía que cometimos. Sentía que nos despreciaban, que infravaloraban nuestro potencial y que, arrebatándonos de manera cruel a nuestras amadas parejas, nos castigaban por una de las principales razones de nuestra existencia, la protección y cuidado de la especie humana. Uriel fue uno de los pocos valientes que supo enfrentarse a esa situación. Desde mi humilde opinión considero, al igual que Raffaele y Michael, que necesitan nuestra ayuda. El consejo fue formado en origen con esa intención; no por mera rebeldía, sino para demostrarle a la Gran Una y al universo entero que somos más importantes y necesarios de lo que nos hacen creer.

    —¡Uriel fue un irresponsable! —gritó Tariel—. Sacrificó la formación y transformación de Michael por mantener intacta el alma de su mujer.

    —¿Tan pronto te has olvidado de todos tus esposos, que ya no recuerdas el amor que sentías por ellos? —preguntó Ramiro a la fémina elohim—. De haber sido tan ocurrente y temeraria como Uriel o de haber sabido antes la repercusión de sus acciones, ¿no hubieras hecho tú lo mismo?

    —¿Sacrificando la tutela de mi propio hijo? ¡No! —contestó ella de manera tajante—. Ha sido un problema añadido para todos nosotros y una carga excesiva para Raffaele.

    —Aquí el único problema añadido es el poder que han ido adquiriendo algunos, a nuestras espaldas, a lo largo de eones de existencia —intervino Isra, con el semblante endurecido, dirigiéndose a sus compañeros—. No sabemos a lo que nos enfrentamos, ni lo fuerte que será, ya que conserva puestos de responsabilidad que le ayudan a ocultar demasiado bien su relación con la oscuridad; tanto, que ni siquiera Una puede despojarlo de su rango, así que yo también estoy de acuerdo en que esa debe ser nuestra única preocupación en estos momentos. Empecemos a tomar decisiones prácticas y continuemos lo que Uriel comenzó. Confiemos en él, igual que cuando se encontraba entre nosotros. ¿Qué opinas tú, Raffaele? —Isra se giró hacia el custodio, pillándole por sorpresa.

    Este volvió a posar la mirada sobre cada uno de los sabios y, pasados unos segundos, respondió:

    —Nunca uno de los vuestros ha pedido la opinión de un custodio. Me honráis con vuestra confianza al solicitar la mía —expresó, al tiempo que inclinaba la cabeza en señal de respeto—; y, si me lo preguntáis, os contestaré. Realmente, tanto los guerreros custodios que están a mi cargo, como yo mismo, sabemos que vamos a ciegas y que podría tratarse de un suicidio en masa; y, en eso, Michael está de acuerdo —dijo apoyando una mano sobre el hombro de su amigo—. Sin embargo, mi confianza personal hacia Uriel hace que tenga claro que nos preparó el terreno, por adelantado, para que actuásemos como lo estamos haciendo. Durante todo el tiempo que pasé a su lado, conocí su bondad y transparencia de espíritu. No esperaba menos de él cuando decidió acabar su labor terrenal para marchar junto a su esposa, Catherine; y, después de todo lo ocurrido con su hija, no solo creo que la estela luminosa de Uriel sigue presente en ese colgante suyo que siempre lleva encima, sino que creo que nos sigue guiando por donde vamos, protegiéndonos a todos, custodiándonos, incluso a nosotros, desde donde se encuentra. Mi lealtad hacia Uriel pasó, en su día, por seguir sus órdenes y proteger a su primogénito en vez de a él; y esa promesa la llevaré a término, a costa de mi propia existencia. Lo único que me pesa es no haberos contado nuestras sospechas con respecto a Orson mucho antes; pero incluso eso lo hemos descubierto con la ayuda de Angie. En todo esto, ella ha sido de vital importancia. Si no hubiera descubierto toda la verdad, la seguridad de nuestro hermano Michael hubiera peligrado, quizá, mucho antes. —Raffaele amagó una sonrisa antes de soltar a su amigo.

    —Lo más seguro es que no os hubiésemos creído si nos lo hubierais venido a contar antes —dijo Tariel—. No había nada que lo involucrase en algo extraño y, si Uriel sospechaba de él, no nos lo hizo saber.

    —Tal vez no confiaba en nuestra decisión —intervino Dafne—. Ya sabéis lo que le gustaba llevar sus asuntos en privado. Nunca fue amigo de exponer sus sentimientos. Recordad lo que le costó asumir la muerte de Rania y lo poco que hablaba sobre ello.

    Michael frunció el entrecejo extrañado, ya que nunca había oído hablar a su padre de nadie llamado así.

    —Si se me permite opinar —intervino Stuart—, pienso que tenía que habernos hecho partícipes de su desconfianza hacia Orson. Le concedió la tutela de su hijo varón y, de haber conocido sus sospechas, nosotros habríamos tomado partido en esa enseñanza y Michael no se hubiera quedado desamparado todos estos años que ha pasado en Seattle. Orson ha estado jugando con él y con todos nosotros.

    Michael le interrumpió:

    —Hace un año o dos lo hubiera necesitado, pero, hoy por hoy, no siento que vaya desentrenado hacia lo que me espera más allá de esta existencia. Y eso se lo debo a Raffaele y al resto de mis amigos.

    —Entonces, no se hable más —sentenció Ramiro, frotándose las manos—. Lo único que debería preocuparnos ahora es votar si aceptamos o no el reto que nos proponen. Aunque, antes debemos consultarlo con el Consejo Central y con el de Oriente para ver qué opinan ellos y si contamos con su apoyo.

    Los cinco sabios se miraron entre sí y comenzaron a asentir con la cabeza, de uno en uno.

    Aquella decisión necesitaba una reposada y meditada valoración, antes de precipitarse a llevar a cabo cualquier acción que mermase la existencia del mundo que habían creado. La permanencia en la tierra les había supuesto, a todos y cada uno de ellos, rebelarse ante fuerzas superiores que les prohibían amar aquello que estaban obligados a proteger, el ser humano. Al sucumbir a sus encantos se les aplicaba el peor castigo posible, soportar el fin de sus bien amadas parejas que terminaban siempre carbonizadas a los veinticinco años de comenzar su relación. Cualquier elohim, en algún momento de su larga existencia, se sentía traicionado y desamparado por ello; pero su condición sagrada les hacía asumir el castigo y continuar con su labor angelical sin que se les notase su pesar y dándoles la oportunidad de pasar página si volvían a enamorarse de otro humano, aunque siempre bajo las mismas condiciones.

    Uriel fue de los pocos en rebelarse contra aquella sumisión. ¿Qué mal hacían amando, en cuerpo y alma, a aquellos indefensos mortales?

    Los elohims no solo aportaban, a través de su propia esencia, el nacimiento de seres espiritualmente poderosos y necesarios para el combate contra las fuerzas oscuras, sino que incluso mejoraban la especie al elegir hombres y mujeres buenos de alma y de corazón con quienes se apareaban para concebir a seres tan extraordinarios como los arcángeles. ¿Qué afrenta había en todo ello? ¿Qué pecado tan terrible cometían esos humanos como para terminar con sus vidas y su alma de manera tan cruel y en tan corto espacio de tiempo?

    La permanencia de los elohims en el planeta era tan larga que, en comparación, suponía una nimiedad pasar solo veinticinco años terrenales junto a la persona voluntariamente elegida como amante amado. Muchos de ellos se juntaban de nuevo con otras parejas humanas a lo largo de su existencia, otros solo los utilizaban para fornicar y pocos eran los que decidían donar más descendientes a favor de la gran Una.

    Cada segundo a su lado, cada momento vivido, cada experiencia compartida, lo vivían aquellos elohims como si de un pequeño tesoro se tratase, haciendo a la persona elegida conocedora de muchos de sus secretos. Anhelaban pasar cada minuto sin separarse de sus parejas, disfrutando de cada instante íntimo como si fuese a ser el último y haciendo el amor cada día, como en el primer encuentro, hasta llorar su muerte. Los seres concebidos a partir de aquella mágica unión eran únicos y sacros; de ahí, la importancia de protegerlos hasta su conversión y posterior encuentro con Una.

    ¿Acaso no debían ser tratados con mayor estima aquellos pocos humanos escogidos para formar parte de la existencia de un ser angelical? Su vida, admitida como un suicidio inevitable, no valía nada, tan solo significaba algo para aquellos ángeles y para sus descendientes. La Gran Una no tenía en cuenta el don, convertido en arcángel salvador, que le ofrecía cada uno de aquellos elohims junto a su pareja humana, sino que les imponía un castigo por sus actos y ellos lo asumían como una penitencia.

    El nombre de nephilim les sonaba a insulto; de ahí, que muchos elohims no deseasen donar su esencia a Una en forma de arcángel. Esa era su revancha. Stuart fue uno de ellos y, por eso, su condición de elohim se vio degradada a mero consejero. En la toma de decisiones, frente a la propuesta de Raffaele y Michael, Stuart no tenía voto. Su aportación se limitaba a opinar, discretamente, y a dar los mensajes que el gran Consejo de elohims de Seattle, al cual pertenecía, le ordenaba transmitir.

    —Necesitamos meditar vuestra propuesta para acordar las acciones a tomar en beneficio de todos —expuso de manera solemne Ramiro dirigiéndose al jefe de custodios y a Michael—. Sabemos lo difícil que te habrá resultado contarnos todo esto, Raffaele, y apreciamos la fidelidad mostrada hacia nuestro hermano Uriel, así como los compromisos que has adquirido con Michael en su defensa. ¡Marchad, ahora! En breve, nos pondremos en contacto con vosotros para comunicaros nuestra decisión.

    Raffaele y Michael hicieron una reverencia con la cabeza al conjunto de elohims y se marcharon juntos sin volver la vista atrás.

    Parodia

    El crudo invierno llegó antes de tiempo a Vancouver. A primeros de noviembre ya se veían las montañas cubiertas de nieve y los días, mucho más cortos, daban paso a tardes de tertulia frente a la

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