Mi nombre es Alejo
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Cuando nace un niño con síndrome de Down, le dicen a los padres que su hijo es especial. No sé cuán especial pueda llegar a ser. Pero sí sé que requiero a dos padres que sean especiales. Aunque por momentos pierdo las esperanzas. De todas maneras, siempre estoy dispuesto a darles otra oportunidad.
Ezequiel Tambornini
Periodista y escritor argentino Argentine journalist and writer
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Mi nombre es Alejo - Ezequiel Tambornini
MI NOMBRE ES ALEJO
Ezequiel Tambornini
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Mi nombre es Alejo
Copyright © 2018 Ezequiel Tambornini
En esta obra teníamos dos entradas. Participé en la primera. Pero en la segunda no me dejaron ingresar porque no logré aprenderme la coreografía. En los ensayos, resultaba más divertido hacer lo que mejor me parecía que seguir las consignas de las docentes. Así que finalmente me quitaron del medio. No me importó. Pero ahora, mientras se desarrolla el acto escolar, tengo que observar desde abajo, vestido como granadero, cómo mis compañeros hacen la coreografía. Tengo siete años. La edad suficiente para darme cuenta de que me excluyeron. La docente a cargo del acto se la ve demasiado preocupada en que el acto salga perfecto, aunque, a su edad, debería saber que no existen las cosas perfectas. Menos aquí, donde, mientras seamos niños, podemos tener derecho a equivocarnos. Pero en esta coreografía, en la cual no participo, ella quiere que todos hagan lo que ella dice. Cuando estaba en jardín de infantes, participé, sin restricciones, durante toda una obra escolar, aunque en algún momento me aburrí y decidí esconderme dentro de una carreta, para, cada tanto, sacar mi cabeza con el propósito de mostrarme al público dónde me encontraba, mientras que mis compañeros, desesperados, intentaban pedirme, sin éxito, que regresara a mi puesto, el cual no era tan divertido, pues consistía en estar parado a un costado como si fuese parte del decorado. Mi padre, abuela y hermana mayor, al observar mi ocurrencia, rieron hasta llorar. Pero ahora, mientras observo desde fuera del escenario cómo mis compañeros realizan la coreografía, mi padre me observa a mí, aunque no está riendo; tiene, en cambio, el ceño fruncido. Siente pena por mí y por la docente. Sabe que hay muchas cosas que no puedo ni podré hacer. Pero que esta no es una de ellas.
Mi madre comenzó a llorar cuando le informaron de mi condición. Mi padre le dijo una cosa horrible a mi madre. Tan horrible que no me atrevo a reproducirla. Mi madre le dijo entonces que no quería verlo nunca más. Afortunadamente, luego se siguieron viendo. Menos mal. Porque no puedo imaginarme la vida sin ambos. Ellos me nombraron Alejo antes de que naciera. Aunque el Alejo que habían imaginado, al parecer, era bastante diferente al que soy. El primero en recibir la noticia fue mi padre. Un médico joven comenzó a decir que había algo que no estaba bien porque el niño tenía un pliegue palmario único. Papá nunca había escuchado tal cosa, aunque, como tiene una rara habilidad para recabar mucha información a partir de unos pocos datos dispersos, preguntó directamente si yo tenía síndrome de Down. El médico no quiso responder. Una doctora pelirroja y regordeta fue la encargada de darles posteriormente la noticia.
Nací antes de tiempo por cesárea. Así que tuve que pasar casi un mes entero en una incubadora. Mamá estuvo, durante ese período, la mayor parte del tiempo conmigo. Y cuando mamá no estaba, me cuidaban las enfermeras. Mi padre vino pocas veces a visitarme y, cuando venía, no se quedaba mucho tiempo porque decía que tenía que seguir trabajando. Lo cierto es que no le gustaba