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El Día de la Bandera. Una historia de la decadencia argentina
El Día de la Bandera. Una historia de la decadencia argentina
El Día de la Bandera. Una historia de la decadencia argentina
Libro electrónico80 páginas1 hora

El Día de la Bandera. Una historia de la decadencia argentina

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Ernesto C. es un político miserable y corrupto. Ha perdido toda sensibilidad humana. Nada lo conmueve. Pero pronto va a recibir la visita inesperada de tres espíritus que lo acompañarán al pasado, presente y futuro de la Argentina. Y lo que descubrirá le cambiará la vida.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 ago 2015
ISBN9781311765727
El Día de la Bandera. Una historia de la decadencia argentina
Autor

Ezequiel Tambornini

Periodista y escritor argentino Argentine journalist and writer

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    5/5
    El libro describe perfectamente la situación del político promedio argentino, aunque no me gusta el final. Mi final adecuado para todo este relato que dista de ser ciencia ficción, más allá que "cualquier parecido con la realidad NO sea una coincidencia" hubiera sido que Ernesto C. terminara en la cárcel, devolviendo y pagando con trabajo todo lo que hizo mal y lo que embolsó. No quiero en mi comentario contar el final del libro, pero disiento totalmente con el. Ernesto C. se halla disfrutando (aunque sea de una manera diferente) y no pagando por todo aquello que hizo. Es más, dudo que su hijo se quede con él aceptando lo que el padre le ofrece. Se siente tan fuerte arraigada la costumbre de todo lo que vivió junto a su padre en su adolescencia que creería que se vuelve para seguir sus pasos, aún teniendo una agenda que no le responde. Empezará siendo un reptil entre sus congéneres para pretender luego llegar a ser aguila para mirar desde arriba...

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El Día de la Bandera. Una historia de la decadencia argentina - Ezequiel Tambornini

El Día de la Bandera

Una historia de la decadencia argentina

Ezequiel Tambornini

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Published by:

Ezequiel Tambornini on Smashwords

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El Día de la Bandera

Copyright © 2015 by Ezequiel Tambornini

Smashwords Edition License Notes

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*********

La presente obra está inspirada en el relato A Christmas Carol de Charles Dickens y en todos los hombres y mujeres que imaginaron la posibilidad de construir una gran República en el territorio argentino. Que en paz descansen.

*********

I

Ernesto C. estaba rodeado de niños con guardapolvos blancos. Sonrió para la foto. Más fotos. Para llegar a esa escuela, su automóvil blindado, acompañado por policías y personal de seguridad propio, debió atravesar un barrio de casas precarias, rostros desesperados y mugre inocultable, a pesar de los esfuerzos del intendente del lugar por arreglar, aunque sea un poco, la imagen de las calles asignadas para el recorrido del funcionario que ahora estaba de visita en la zona: Ernesto C.

El fotógrafo pedía sonrisas y lo hacía de manera tan profesional que los niños le hacían caso. Aunque algunos tuviesen hambre. Otro aún sentía el golpe de puño que su padre le había dado anoche. No es que lo hiciera de malo. Es que cuando toma, se transforma en otra persona, decía su madre, y esa persona no sabe lo que hace, no sabe que no debe pegarle a sus hijos, ni a su esposa, no sabe que ella es la que luego debe inventar excusas inverosímiles para aplacar las dudas de las maestras. Espera que alguien haga la denuncia. Que algún día pase algo. Pero no pasa nada. Porque las maestras ya tienen suficientes problemas. No necesitan más.

El fotógrafo hace gestos vehementes para que los niños se coloquen de tal forma. Vos acá. Vení. Le pagan muy bien. Pero cuando las voces del mundo dejan de hablarle, comienza a sentir asco por lo que hace, y necesita evadirse con algo para evitar pensar en la miseria que alimenta sus ingresos, el sustento de su familia, sus vacaciones en destinos exóticos. Las personas que está fotografiando, piensa, no saldrán del país jamás, y sólo sabrán lo que es un avión desde el otro lado del aeropuerto, en un documental de televisión, en los comentarios obscenos del puntero político del lugar.

Un niño abraza a Ernesto C. Nadie se lo ha pedido. El funcionario se sorprende. Incluso, quienes están más cerca, pueden ver que se ha sobresaltado. Con un gesto torpe, que el niño no logró advertir, Ernesto C. intentó poner cierta distancia, pero no resultó, porque el niño, con una muestra de felicidad inocultable, lo abraza como si el funcionario fuese la persona que lo va a sacar de ahí. Eso no va a suceder.

Ernesto C. recuerda que cuando era niño asistió a una escuela estatal. Sus compañeros eran de clase media, como él, pero también había ricos y pobres. Las diferencias no se ocultaban. Pero nadie se escandalizaba por eso. Recuerda que un estúpido, que nunca falta, propuso crear una ley para que los hijos de los funcionarios concurran a escuelas públicas. No sabe, pobre idiota, que, al día siguiente de salir esa ley, en caso de que algún día salga, se creará el mejor de los colegios que el dinero pueda pagar para hijos de funcionarios públicos. Mientras tanto, la educación pública seguirá relegada a los pobres, y la privada, según el dinero que cada uno pueda juntar, a la clase media y los ricos. Ernesto C. intenta recordar cuál fue el momento en el cual la educación dejó de ser un vehículo de la movilidad social para transformarse en una actividad reservada para predeterminar el destino de cada clase social. No puede definir una fecha precisa. Tampoco le interesa demasiado.

El niño lo sigue abrazando. Ernesto C. se incomoda. Está tan cerca que puede percibir el aliento a podrido del niño, el aliento de un estómago vacío de nutrientes esenciales. Pide ayuda al fotógrafo con una mirada y el fotógrafo recurre en su auxilio, solicitando al niño que se coloque en otra posición, que es necesario realizar otra toma, una en la que puedan verse los rostros felices de los niños, rodeando al funcionario, con la escuela de fondo, o parte de la escuela, mostrando sólo lo que permita ver en la imagen algo que haga referencia a una institución educativa, y no un enclave de uso temporario, en el que los niños están, al menos por unos años, a salvo de su entorno; un depósito, administrado por maestros con sueldos de subsistencia, quizás tan pobres como los mismos niños, y apenas un poco más instruidos que sus padres.

El fotógrafo advierte que una niña que sale en la foto tiene el guardapolvo sucio con barro. Fácil de arreglar en la computadora. Pero uno de los niños no se ríe. Hace muecas para animarlo. Chistes. Nada funciona. El niño parece estar en otra parte, ausente del circo que se monta a su alrededor, absolutamente presente en la podredumbre de su cotidianeidad. El fotógrafo piensa por un momento pedirle que salga del cuadro. Que se vaya. Pero no se anima. Y se queja por dentro al saber que tendrá que trabajar una enormidad, retocando la imagen, algo que odia, para sacar a ese niño de mirada oscura de la fotografía. Lo que más le dolerá será saber que

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