El órgano que se observa a sí mismo está sobrepasado por el enigma. En su reflejo se topa con un inmenso universo en miniatura: galaxias de neuronas y células gliales, billones de sinapsis y axones en sedosas vainas de mielina.
El cerebro que intenta explicarse solo encuentra una posible exclamación y dice: «¡Guau!» (aunque también podría ser un suspiro). Se ve como una masa gelatinosa mutante, una mariposa eléctrica en constante crisálida enrollada en el capullo óseo del cráneo, en perpetuo cambio. Hablamos de una red que abre y cierra caminos, que se poda a sí misma y que se reconecta a lo largo de toda su vida. Parece funcionar como un jardinero zen: siempre en busca de la máxima eficiencia y belleza.
Es el desconocido más íntimo posible, porque todavía se sabe muy poco de él, estamos en las primeras fases, en la guardería del conocimiento. Por eso, es buena noticia que por primera vez tengamos un mapa estadístico de cómo evoluciona a lo largo de su vida. Una promesa que se ha publicado en la revista Nature y que han llamado Brain charts for the human lifespan (Gráficos cerebrales para el desarrollo vital).
Gracias a la potencia en el procesamiento de datos y de las nuevas tecnologías,