El Legado de los Cátaros
Por Cedric Daurio11
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Un thriller cuya trama se halla sembrada de claves enigmáticas. Lucha despiadada por la posesión de riquezas minerales en África. Una sangrienta rivalidad de siglos entre descendientes de Cátaros medievales y cruzados resucitada en pleno siglo XXI.
La acción se traslada de las Islas Seychelles a Bombay, a Carcasona y Montsegur en el Languedoc concluyendo en Venecia en pleno carnaval. Perteneciente al género de la ficción histórica El Legado de los Cátaros es una novela de suspenso que te mantendrá en vilo desde el comienzo.
Cedric Daurio11
Cedric Daurio is the pen name a novelist uses for certain types of narrative, in general historical thrillers and novels of action and adventure.The author practiced his profession as a chemical engineer until 2005 and began his literary career thereafter. He has lived in New York for years and now resides in Miami . All his works are based on extensive research, his style is stripped, clear and direct, and he does not hesitate to tackle thorny issues.C. Daurio writes in Spanish and all his books have been translated into English, they are available in print editions and as digital books.
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El Legado de los Cátaros - Cedric Daurio11
Oscar Luis Rigiroli
Copyright © 2017 por Oscar Luis Rigiroli
Todos los derechos reservados. Ni este libro ni ninguna parte del mismo pueden ser reproducidos o usados en forma alguna sin el permiso expreso por escrito del editor excepto por el uso de breves citas en una reseña del libro.
Publicado en 2017 en los Estados Unidos de América
Se trata de una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, lugares, eventos e incidentes son o bien los productos de la imaginación del autor o se utilizan de una manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o eventos reales es pura coincidencia.
Índice
Elenco de personajes
Introducción
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo
Del Autor
Sobre el Autor
Obras de O.L.Rigiroli
Coordenadas del Autor
Elenco de Personajes
Alisha Shankar Chand: Joven mujer india de casta elevada.
Vijai Anand Chand: Padre de Alisha, descendiente de los Rajas de Bilaspur.
Romain Mercier: Geólogo de origen canadiense.
Jack Brody: Millonario estadounidense, skipper del yate Etoile.
Gaurika: Novia india de Jack Brody.
Charuni y Bashira: Muchachas sudanesas a bordo del yate de Jack Brody .
Zhang Wei: Supuesto comerciante chino en maderas.
Yashodar Virendra: Amigo de Romain Mercier, establecido como sastre en Mumbai.
Berthe Gabriac: Madre de Romain Mercier.
Bertran Rostanh: Dueño de una tabaquería en Carcasona.
Adhemar Trencavel: Anticuario en Carcasona. Gran Maestre de la Santa y Venerable Cofradía de Perfectos y Bons Hommes Cathares.
Berengar Monferrier: Canciller de la Cofradía.
Aulric de Terrailh: Senescal de la Cofradía.
Michel Dupont: Capitán de la Policía Nacional de Francia.
Roger Maysonet: Capitán de la Gendarmería Nacional Francesa
Olivier Chenier: Comandante de la Policía Nacional Francesa.
Davide Bressan: Teniente del Arma dei Carabinieri en Venecia.
Giuseppe Bertone: Capitán de los Carabinieri, jefe de Bressan.
Andarbek: Ex coronel del ejército checheno.
Introducción
Montsegur, Occitania, Francia. Marzo 1244
Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius.
(Mátenlos a todos. Dios separará a los suyos)
El Caballero Arnaud des Casses entró en la vasta sala donde las mujeres estaban llevando a cabo sus labores de costura, aunque el nerviosismo era evidente y predecible culminando un período de dos semanas en los que el cerco se estaba estrechando sobre la asediada ciudadela y las nubes se cernían sobre los remanentes de la nobleza cátara que se resistían a abjurar de su fe y sus tradiciones. El humo de las hogueras ya se había enseñoreado de los campos del sur de Francia. La cruzada contra los cátaros comenzada años antes bajo la dirección del brutal Simón de Montfort estaba ya concluyendo con la caída de los últimos bastiones. El Senescal de Carcasona y el Arzobispo de Narbona habían sitiado a la ciudad de Montsegur con un ejército de diez mil soldados y no había poder que pudiera enfrentarlos.
El Caballero des Casses impuso su vozarrón sobre los murmullos de las mujeres de modo que el silencio se apoderó del salón. Des Casses fue directo al grano.
-El Consejo de Perfectos has dispuesto que todos los niños y niñas de hasta doce años de edad sean evacuados de la ciudad con efecto inmediato. Las madres que están amamantando deberán acompañar a sus críos y seleccionaremos a otras treinta madres para acompañar a los infantes. Sé que esta separación será terriblemente dolorosa pero debemos salvaguardar a nuestra simiente y nuestros linajes para que nuestra fe no se pierda en los días terribles que seguirán. También sabemos que aquellas mujeres que sean seleccionadas serán renuentes a abandonar a sus maridos pero deben cumplir el encargo que se les encomienda pues los niños necesitan la guía de adultos.
De Casses caminó hasta el centro del salón y debió vencer sus emociones para proseguir su discurso.
-Treinta carretones saldrán esta noche de la ciudad escoltados cada uno por un caballero y seis soldados. En ellos viajarán los niños y las madres.
Las lágrimas y los suspiros se habían convertido en alaridos al hacerse cargo las damas de que tendrían que abandonar a sus hijos para salvarlos de un destino horrendo que anticipaba la hoguera.
Esa noche la caravana de carretas se puso en marcha. El Caballero Arnaud des Casses supervisaba el éxodo acompañado del Perfecto Raymond Agulher y del Perfecto Guilleme Aicard. Las lágrimas bañaban las mejillas de los rudos hombres al ver a los niños ascender a los siniestros carromatos con dirección desconocida.
Con su habitual sagacidad Aicard preguntó.
-¿Qué contienen aquellos tres carros que van al final de la caravana? No veo niños ni mujeres en ellos.
-No me han informado.- Respondió des Casses.- Ni tampoco quiero preguntar.
Las sombras de padres y madres que saludaban a sus hijos por última vez se proyectaban sobre las escasas antorchas que arrojaban un mínimo de luz para no advertir a los sitiadores de la maniobra.
Y así, silenciosamente y con gran congoja se puso en marcha el tren de carros para transportar su valiosa carga humana por toda Aquitania y el Languedoc, hacia el sur hacia Navarra y Cataluña y hacia el este hacia el Piamonte y la Lombardía hasta Milán. Sin saberlo los niños eran portadores no de una teología sino de las simientes de la libertad religiosa y política.
Prólogo
Islas Seychelles- Océano Índico
Sus pies se arrastraban penosamente por la arena mojada ya que sus piernas se negaban a dar el próximo paso, agotados sus músculos por el esfuerzo representado por la lucha por mantenerse sobre el agua del mar, nadar hacia la orilla que apenas había entrevisto lejanamente, y por fin caminar por la playa interminable simplemente guiado por la evanescente luz del sol que se ocultaba tras una bajas colinas ubicadas a occidente. Sus ojos enrojecidos por la sal marina apenas distinguían formas confusas en la oscuridad creciente y su cerebro apenas conseguía procesar la información que aquellos le enviaban.
No vio en gran caracol marino delante de sus pies y tropezó con el mismo rodando por la arena. Por fin su cerebro se desconectó de sus sentidos y cayó en una bruma profunda. El perder el sentido fue un mecanismo automático de autodefensa del organismo en esa situación de agotamiento total. Había caído en el borde de la orilla mojado por el océano pero a esa hora había comenzado ya la bajamar de modo que su cuerpo quedó a salvo de las aguas y la arena a su alrededor comenzó a secarse. La suerte que le había permitido salvarse del naufragio y le había acompañado hasta allí estaba empecinada en no abandonarlo totalmente.
Capítulo 1
Caminó hasta la playa donde ya se hallaba preparada la balsa Zodiac de cinco metros de eslora, la empujó varios metros dentro del mar hasta asegurarse que tenía suficiente agua bajo el casco semirrígido, trepó a bordo, remó unos metros más dentro del mar y luego puso en marcha el motor Yamaha con una facilidad que la sorprendía cada vez que lo hacía.
Una vez navegados unos cien metros alejándose de la costa enderezó hacia el norte y recién entonces, establecido el rumbo miró hacia atrás. El casco blanco del lujoso yate en el que había arribado a Banc de Sable, uno de los atolones coralinos deshabitado que formaban parte del Grupo de Almirantes, parte de las islas Seychelles aunque bastante distantes de la isla principal Mahé y de la ciudad de Victoria, capital del archipiélago.
El yate, denominado Etoile, pertenecía a un millonario americano llamado Jack Brody, un personaje de pasado oscuro amante del lujo, los yates y la navegación, y las mujeres bellas de orígenes étnicos exóticos y variados. En ese viaje en particular llevaba consigo a su novia india Gaurika, de una singular belleza a pesar de su origen humilde procedente de su casta baja; además Jack había incluido a dos jóvenes sudanesas, de piel renegrida y temperamento volcánico , las que nominalmente eran miembros del personal de cocina de la Etoile, aunque Alisha tenía sus sospechas sobre sus verdaderas funciones. Tenía que agradecer que toda esa tripulación femenina había mantenido a Jack alejado de ella, a pesar de ciertas miradas sugestivas que le había dirigido. Esto no resultaba sorprendente para Alisha pues se sabía dueña de una belleza notable. Además, la presencia a bordo de su padre mantendría al americano lejos de todo intento de propasarse con ella.
Sonrió mientras reflexionaba sobre todo esto, y sobre las circunstancias que los había llevado a ella y a su progenitor a encontrarse en esa playa desértica e idílica del Océano Índico, alejados de los sitios donde eran conocidos. Alisha Chand había tenido bastante actividad de viajes y aventuras. Nacida en Bombay, hoy Mumbai veintidós años atrás, sus padres pertenecían a las castas elevadas de la India; en efecto su padre Vijai Anand Chand era nominalmente Raja de Bilaspur, en el Punjab, aunque dicho título nobiliario era ya solamente honorífico, ya que el poder principesco asociado con el mismo se había extinguido en 1948, con el décimo octavo Raja, tío de Vijai.
Separado de su mujer, cuya familia aun conservaba posesiones en el norte de la India, Vijai había regresado años antes a Bombay con su pequeña hija, llevando consigo su patrimonio personal. En esa ciudad, que en 1955 había pasado a llamarse Mumbai, el hombre se había dedicado a actividades financieras, crecientemente lucrativas a la vez que turbias, lo que había causado que tres años antes abandonaran la ciudad, la más poblada de la India y su más importante centro económico, mientras Alisha completaba su educación media y superior en Suiza y luego brevemente en Estados Unidos. En este país el período más grato había sido los meses transcurridos con su prima Lakshmi Dhawan, nacida también en la India pero que actuaba desde hacía algunos años como agente del FBI.
Rememorando todas estas alternativas en su joven vida la muchacha suspiró. Aunque no había estado exenta de algunos apuros le había permitido tener una juventud infinitamente más libre y plena de satisfacciones que la inmensa mayoría de las jóvenes indias, aun las de casta elevada de Punjab.
Alisha puso proa a una pequeña playa de arenas blancas que se divisaba rodeada de manglares cuya vegetación se balanceaba con las suaves olas del mar. Al llegar a la misma apagó el motor y condujo suavemente a la embarcación a la orilla, dejándola sobre arena firme. La joven estaba ocupada en las maniobras y la descarga de los elementos de buceo que había traído en la balsa, pero su mente la alertaba sobre algo que su retina había captado cuando se acercaba a la playa. Cuando estuvo conforme con las actividades náuticas se encaminó hacia la parte donde había percibido algo que su instinto le había marcado como extraño. Por las dudas apretó en su mano un cuchillo que llevaba al cinto aunque no sabía bien para que le pudiera servir en esa ocasión.
Cuando trepó sobre una de las dunas que las mareas producían y transportaban de un lado a otro en la arena lo vio. Un bulto oscuro sobre la playa blanca, antes de llegar a unas rocas de coral que emergían del agua y de los manglares que se hallaban detrás de las mismas. El estómago se le estrujó ante lo que suponía se trataba de un cadáver, sin duda alguna de un náufrago arrojado luego a la playa por las mareas. Dudó sobre si volver sobre sus pasos para evitar el desagradable espectáculo, ya que las aves marinas que revoloteaban en el aire tenían sin duda intenciones de participar en un festival de carroña, pero luego un sentimiento piadoso la forzó a seguir adelante y por lo menos constatar que el cuerpo no tenía vida y estaba más allá de cualquier socorro que le pudiera prestar.
Llegó hasta el cuerpo con grandes prevenciones; a simple vista no había movimiento alguno en él, que hiciera suponer una respiración u otro sigo de vida. No había olores fétidos ni el cuerpo evidenciaba heridas debidas a las aves marinas, por