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Un hombre sin igual
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Libro electrónico135 páginas1 hora

Un hombre sin igual

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Aquél era el adversario más difícil al que había tenido que enfrentarse en su vida… el deseo

A Matt Travis le encantaba el riesgo de encontrarse con algo inesperado… hasta que se encontró acorralado por un grupo de mujeres desesperadas. Sin duda, aquello no formaba parte de sus responsabilidades laborales… Fue entonces cuando apareció la sexy reportera Dee Cates y se acercó a pedirle una exclusiva. Y Matt sintió la tentación de ser fiel a su reputación…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 feb 2012
ISBN9788490105313
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    Un hombre sin igual - Lyn Ellis

    Capítulo Uno

    Matt Travis tuvo que dar dos golpes a la puerta de la camioneta de Bill para conseguir que se cerrara.

    –¿Por qué no la arreglas? –le preguntó.

    Bill refunfuñó.

    –Demonios, yo lo considero un recuerdo de batalla. Este camión debería haber recibido el Corazón Púrpura después de que lo embistieran aquel par de pájaros que se habían escapado de la cárcel –dijo, y le lanzó una mirada maliciosa a Matt–. No a todos nosotros nos conceden premios y nos hacemos famosos por recibir un disparo en el cumplimiento del deber, como tú. El resto de los empleados del Departamento de Seguridad soportamos en silencio nuestras heridas y nos dedicamos a hacer bien nuestro trabajo.

    Matt se caló un poco más el sombrero Stetson sobre los ojos. Bill y él ya habían tenido aquella conversación. El hombre tenía la mente de una tortuga; una vez que se había hecho una idea, no había manera de que se le quitara de la cabeza. Si Bill y él no hubieran sido amigos desde siempre, las cosas se habrían puesto feas. Sin Embargo, Matt estaba acostumbrado a que su amigo le diera alguna tunda de vez en cuando.

    –Te he dicho cuarenta veces que no tuve nada que ver con que me concedieran aquel premio. El capitán estaba buscando un buen relaciones públicas, y me eligió a mí. Ya sabes que detesto verme expuesto en público, pero no podía negarme. Y si hubiera sabido que mis amigos iban a torturarme por ello, habría devuelto el premio –dijo. Después, buscando algún modo de cambiar de tema, miró a su alrededor por el aparcamiento del bar–. ¿Qué se supone que sirve hoy Hurly? No recuerdo haber visto nunca tantos coches aquí.

    Bill continuó caminando.

    –Probablemente es el cumpleaños de alguien.

    Matt lo alcanzó de dos zancadas.

    –Quizá haya cedido y haya contratado a una banda, tal y como le hemos dicho mil veces.

    –Quizá –respondió Bill.

    Cuando abrió la puerta, le cedió el paso a Matt para que entrara primero. Matt dio dos pasos y… se quedó inmóvil.

    No podía dar crédito a lo que veía. La impresión le cortó la respiración e hizo que le zumbaran los oídos. Estaba frente a un cartel enorme de sí mismo, suspendido del techo y rodeado de mujeres.

    Cerró los ojos y volvió a abrirlos, pero la visión de aquella habitación llena de mujeres que lo contemplaban con los ojos bien abiertos continuó sólida y real. Y entonces, como si hubieran recibido una señal, todas comenzaron a hablar a la vez y a acercarse a él.

    –¿Matt?

    –¡Matthew!

    –Señor Travis.

    Matt se llevó automáticamente la mano al sombrero. Su abuela les había enseñado a sus hermanos y a él que siempre se lo quitaran al entrar a una habitación. Sin darse cuenta, se llevó la otra mano al lugar donde siempre llevaba su arma automática, en un cinturón, a la cadera. Sin embargo, recordó que lo había dejado en la guantera del coche. Buena cosa, porque algunas de aquellas mujeres lo estaban mirando con demasiada avidez.

    ¿Señor Travis? Nunca nadie lo llamaba así. Era oficial, o Ranger, o sargento… o Matt. Sólo su madre lo llamaba Matthew, y era para regañarlo. ¿Aquellas mujeres a las que no conocía lo estaban buscando a él? ¿Un bar entero?

    Miró con incredulidad y desconcierto a Bill, pero su supuesto amigo estaba sonriendo. Aquello siempre era una mala señal. Bill sólo sonreía cuando atrapaba a los malos o cuando una de sus legendarias bromas salía bien. antes de que Matt pudiera preguntarle qué era lo que tenía tanta gracia, el grupo de mujeres lo rodeó.

    Había mujeres bajas, altas, regordetas, delgadas, rubias, morenas y pelirrojas. La mezcla de perfumes lo mareó.

    –¿Qué está pasando aquí? –preguntó.

    En aquel mismo momento, las luces brillantes de una cámara de vídeo se encendieron al fondo de la habitación. Matt miró con los ojos entrecerrados en aquella dirección y frunció el ceño. Veía el logotipo de la cadena KAUS. ¿Qué demonios estaban haciendo allí?

    –¡Hola! ¡Me llamo Shirley! –dijo una de las mujeres.

    –Yo soy Lisa.

    –Judy.

    –Sam.

    ¿Sam? Matt miró las caras ansiosas que lo rodeaban y tragó saliva. Entonces, una mujer rubia, con aspecto de urbanita y con un micrófono en la mano, se abrió paso entre la multitud seguida de un cámara. En opinión de Matt, parecía que aquella mujer estaba disfrutando demasiado de todo aquello, como si su situación fuera un entretenimiento de primera clase.

    La sonrisa de aquella mujer, por no mencionar sus piernas, le habrían producido palpitaciones a cualquier hombre. A él siempre le habían gustado las mujeres en falda, aunque aquella falda fuera parte de un traje de trabajo.

    Por desgracia, cuando llegó ante Matt, la sonrisa se apagó y le acercó el micrófono a la cara.

    –Bien, señor Travis, ¿cómo se siente ante la abrumadora respuesta que ha obtenido su anuncio?

    Matt pensó que debía de estar soñando. Aquello era una pesadilla. La señorita había usado la palabra adecuada: abrumador.

    –¿Qué anuncio?

    –El anuncio que puso en la Texas Men Magazine –respondió la rubia.

    Miró a su alrededor con expectación, y una de las mujeres le entregó una revista abierta. Matt la tomó y miró su propia cara sonriente. La misma cara que se había reproducido en el enorme cartel.

    ¿Magnate del petróleo de Dallas? ¿Caza mayor? ¿Que él estaba buscando una chica sencilla de Texas? Asombrado, Matt pensó que todo aquello debía de ser un error. ¿Para qué iba alguien a utilizar su foto e inventarse todas aquellas mentiras?

    Después de una larga pausa, alzó la vista y conectó con tres hombres sonrientes que estaban sentados junto a la barra del bar. Eran sus compañeros del cuerpo, y también compañeros en aquel crimen concreto: Bill Hazard, de la División de Narcóticos, Tom Wilkes y Johnny Alvarado, de la Patrulla del Estado. Cuando él los miró, los tres levantaron sus botellas de refresco para hacer un brindis.

    ¿Amante de la Estrella Solitaria? Matt notó que le aumentaba la presión de la sangre.

    –Desgraciados hijos de…

    –¿Señor Travis? –le preguntó la reportera–. ¿Cómo se siente…?

    –¿Quiere apagar esa cosa? –le dijo Matt, devolviéndole el favor de la interrupción. No quería que lo que estaba a punto de hacer fuera filmado.

    –¿Qué cosa? –preguntó ella, casi distrayéndolo con su alegre sonrisa. Sí, era evidente que estaba disfrutando mucho de todo aquello.

    Después de lanzarle una mirada fulminante en vez de responderla, él tomó la revista y caminó hacia la barra. Las mujeres le abrieron paso y después lo siguieron.

    Metió la revista bajo la nariz de Bill y le preguntó:

    –¿Quieres decirme qué demonios significa todo esto?

    Bill se irguió en el taburete y dejó la botella en la barra. Después esperó a que el micrófono estuviera cerca y dijo:

    –Bueno, hijo… aquí Johnny, Tom y yo decidimos que ya es hora de que sientes la cabeza y te cases –dijo Bill con una sonrisa–. Todos lo hemos probado ya, así que ahora te ha llegado el turno. Deberías pasar todas esas heroicas cualidades tuyas a la siguiente generación –añadió con solemnidad–. Todo el mundo sabe que los hombres de tu familia son hombres de familia.

    Aquello provocó un murmullo de aprobación entre la multitud.

    Como Matt no mordió el anzuelo, la reportera habló con socarronería.

    –Gracias a Dios que lleva botas hoy, señor Travis. Parece que está en arenas movedizas.

    Matt la miró, y ella lo miró a él. Definitivamente, era una mujer preciosa. Matt estudió su boca y, recordándose sus propias reglas, le miró la mano izquierda. No llevaba alianza.

    Si sus amigos hubieran elegido a alguien como ella para molestarlo, no habría tenido queja, pensó. Sin embargo, ella volvió a ponerle el micrófono frente a la cara para captar su respuesta.

    Estaba atrapado.

    Se pasó la mano por la cara, suspiró y le entregó la revista arrugada a la mujer que se la había entregado. Después se giró hacia Bill de nuevo.

    –¿Sabes lo que creo? Creo que deberías disculparte con todas estas señoritas por hacerles perder el tiempo.

    Por la mirada maliciosa de Bill, supo que su amigo no iba a rendirse tan rápidamente.

    –No están perdiendo el tiempo. Tú estás aquí, y eres soltero. Y será mejor que te des prisa en elegir a alguna, antes de que empiecen a pelearse. Señoras, les presento al Amante de la Estrella Solitaria.

    El fragor de presentaciones comenzó de nuevo, y Matt, después de mirar a Bill con la promesa de un homicidio en los ojos, hizo todo lo que pudo por mantenerlas a raya sin dejar de ser un caballero.

    La preciosa reportera no ayudó. Organizó una fila, estratégicamente colocada junto a su cartel, y comenzó a filmar las presentaciones. Él sólo pudo observar con asombro cómo, siguiendo sus instrucciones, las demás mujeres daban un paso al frente y, una por una, hablaban de sí mismas y sonreían a la cámara.

    –Me llamo Sheila. Soy de Hawthorne, Texas. Tengo cinco hermanos mayores. Me imaginé que la Texas Men Magazine era el mejor modo que tenía de encontrar a un hombre que no se asustara de mi familia –dijo, moviendo las pestañas y observando a Matt de pies a cabeza–. Parece que tú serías capaz de enfrentarte a cualquier cosa.

    Capítulo Dos

    Dee Cates estuvo a punto de echarse a reír al ver la expresión del Amante de la Estrella Solitaria. Entrevistarlo iba a ser mucho más divertido de lo que ella había imaginado.

    Dios, cómo disfrutaba con su trabajo.

    Era evidente que el señor Travis no sabía cómo responder a aquellas muestras de adoración femenina. Él, o quien hubiera puesto el anuncio en su nombre, había

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