La prueba de ser princesa
Por Shirley Jump
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Carlita Santaro no se sentía una princesa de verdad y cambió su palacio por la pequeña ciudad de Winter Haven.
Daniel era un gran periodista, viudo y padre de una niña, que ahora trabajaba en un programa de cotilleo televisivo. El horario era mejor que en su anterior trabajo, pero la ética brillaba por su ausencia. Su jefe le pidió que hiciera una prueba a Carlita, una mujer sospechosamente normal, para demostrar si era realmente una princesa o una impostora.
Carlita cautivó a Daniel, que pronto tuvo que elegir entre buscar una exclusiva periodística o seguir los dictados de su corazón.
Shirley Jump
New York Times and USA Today bestselling author Shirley Jump spends her days writing romance to feed her shoe addiction and avoid cleaning the toilets. She cleverly finds writing time by feeding her kids junk food, allowing them to dress in the clothes they find on the floor and encouraging the dogs to double as vacuum cleaners. Chat with her via Facebook: www.facebook.com/shirleyjump.author or her website: www.shirleyjump.com.
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La prueba de ser princesa - Shirley Jump
CAPÍTULO 1
LA LUZ dorada del amanecer besó con suavidad el agua del lago. Una ligera brisa formó pequeñas ondas y llevó el aroma de los pinos hasta la ventana abierta. Carrie Santaro, sentada en ella, observó el comienzo del día. Desde que, tres días antes, había llegado y alquilado una cabaña al lado del lago en Winter Haven, Indiana, había dedicado todo su tiempo libre a empaparse de la tranquilidad y la quietud que suponía estar completamente sola. Su hermana Mariabella, que vivía la mitad del año en Massachussets, le había dicho que la vida en Estados Unidos era distinta de la del castillo.
Y estaba en lo cierto. En aquella pequeña ciudad, Carrie se sentía libre. Era ella misma, había abandonado su condición de princesa y era simplemente Carrie, la persona que llevaba toda la vida intentando ser. No había metido en la maleta ni vestidos de noche ni zapatos de tacón. Mientras estuviera allí, sólo llevaría vaqueros y camisetas.
Y averiguaría quién era en realidad, encontraría las respuestas que llevaba toda la vida buscando. Su madre le había dicho que eso era lo que le había sucedido al llegar a aquella ciudad. Y ella esperaba correr la misma suerte.
Sonó el móvil. Carrie suspiró.
–Hola, papá.
–¡Carlita! –la voz de su padre retumbó al pronunciar el nombre que sus progenitores empleaban cuando querían recordarle su linaje real y que debía ser una hija dócil y una princesa obediente.
Siempre había sido rebelde. La vida de la realeza la ahogaba. Había recibido clases de etiqueta, había sufrido la experiencia de estar interna en un colegio y acudido a innumerables eventos haciendo lo posible por comportarse como todos esperaban que lo hiciera una princesa.
Pero en aquel momento estaba haciendo justamente lo que disgustaba enormemente a sus padres. Estaba dispuesta a vivir su vida y a ser libre de una vez para siempre.
–¿Cuándo vuelves a casa? –le preguntó su padre en la lengua de Uccelli.
–Acabo de llegar –contestó ella también en su lengua materna–. Ni siquiera he empezado a trabajar todavía.
–Aquí tienes trabajo, así que vuelve.
–Ya lo hemos hablado, papá. Volveré dentro de unos meses. La tienda de vinos necesita alguien que la promocione. Si conseguimos que las ventas americanas despeguen…
–Te necesitamos aquí, tus hermanas y todos los demás.
Desde que Allegra, su hermana mediana, se había convertido en reina, sus padres habían presionado a Carrie para que adoptara un papel más activo en la familia real y en las necesidades del país, a lo que Carrie se había resistido. La sola idea de estar rodeada de tanta pompa y boato la asfixiaba.
–Están bien sin mí. Apenas tomo parte en las actividades de la familia, por lo que los medios de comunicación no han notado mi ausencia.
Mariabella le había dicho que sólo había aparecido un artículo corto en los periódicos que decía que la princesa Carlita se había marchado de vacaciones.
–Eso es porque hemos tratado de que tus travesuras pasen desapercibidas y de que tus vacaciones sean un secreto.
–No son unas vacaciones, papá, sino un trabajo.
–Sé que te encanta el trabajo y que crees que es lo que quieres hacer.
–No lo creo. Lo sé.
–Pero ya es hora de que reconozcas tu herencia y dejes de jugar con los viñedos y con tu vida. Hasta ahora he consentido que te movieras con libertad y, de todas mis hijas, has sido la que menos se ha implicado en los deberes de la familia. Pero ya tienes veinticuatro años, cariño, y ha llegado el momento de sentar la cabeza y convertirte en una verdadera Santaro.
¿Sentar la cabeza? Se enfurecido ante la idea de entregar su vida a otra persona que le dijera dónde sentarse, cómo comportarse y qué hacer.
–En estos momentos es lo último que quiero hacer.
–Te quiero, hija mía, pero tienes un defecto.
Habían tenido aquella conversación mil veces, y Carrie no quería seguir.
–Papá…
–Revoloteas de una cosa a otra como una mariposa. Primero querías diseñar jardines; después, domar caballos; más tarde, ser escaladora; ahora, quieres llevar una tienda. ¿Cuándo vas a sentar la cabeza? Tienes que ser seria.
–Lo soy, papá.
–Sé que lo intentas, pero estaría bien que hallaras una profesión que te gustara.
–Ya lo he hecho: trabajar en los viñedos –pero sabía que su padre tenía un punto de razón. Había cambiado una docena de veces de trabajo en otros tantos años. Nunca se había acomodado a nada: ni a un trabajo, ni a un hombre.
–No entiendes que es difícil hallar tu propio camino.
–Claro que lo entiendo, cariño –afirmó su padre en tono más suave–. Crecí en la corte de mi padre. Si mi hermano mayor no hubiera muerto, mi vida habría sido muy distinta. Pero no me quejo de la vida que he tenido.
–Me encanta trabajar en las viñas y con el vino, papá.
–No es un trabajo adecuado para una princesa. Vuelve a la universidad. Estudia Medicina o algo de tipo humanitario que sea propio de tu condición.
En otras palabras, algo que no le ensuciara las manos. Cuando el director de marketing de los viñedos había anunciado, el mes anterior, que aquél sería su último año porque se jubilaba, Carrie lo consideró una oportunidad de desarrollar un papel más activo en la empresa. A su padre no le gustó la idea. Carrie esperaba que cambiara de opinión, pero estaba claro que no iba a hacerlo. Quería demostrarle con aquel viaje que podía hacer las dos cosas: tener una profesión que le gustara y representar a la familia real con dignidad.
–Papá, volveré dentro de unos meses –dijo con voz firme.
–Esto es otra diversión, Carlita. Me preocupas.
–No tienes motivos.
–Claro que los tengo. Has empezado tres carreras distintas. Y ahora te vas a esa ciudad…
–No estoy hecha para la universidad. Me encanta trabajar al aire libre. Dile a mamá que la quiero. Tengo que colgar o llegaré tarde a trabajar. Te quiero, papá.
–Y yo a ti. Hablaremos pronto.
Carrie se duchó y se vistió y condujo unos cuatro kilómetros hasta el centro de Winter Haven. Hasta que no aparcó no se dio cuenta de que llegaba con media hora de adelanto al trabajo, en su primer día.
Bajó del coche de alquiler y se quedó al lado de la tienda de vinos en la que había pasado el final del verano y el principio del otoño. Llevaba años trabajando en los viñedos y había ido ascendiendo hasta llegar a ser ayudante del director.
Le había encantado aprender a crear nuevos sabores y ver el producto terminado y embotellado para su consumo. En sus estudios, había probado diversas especialidades antes de decidirse por la de ventas y marketing, con especial hincapié en la viticultura, y contra la voluntad de su padre.
Cuando comenzó a trabajar en los viñedos, tardó un año en convencerlo de que los vinos de Uccelli tenían que venderse en Estados Unidos y que ella debía estar el frente del proyecto. Cuando Jake, el nuevo marido de Mariabella, le había ofrecido apoyo para abrir una tienda de vinos en Winter Haven, el antiguo rey de Uccelli había accedido por fin.
Al principio, Carrie se contentó con controlar la tienda desde Uccelli y se dedicó a ayudar al director de ventas. Pero cuando, al cabo de las primeras semanas, las ventas en Estados Unidos no se incrementaron, decidió desempeñar un papel más activo y hacer lo que más le gustaba: implicarse y ensuciarse las manos. Y, por fin, poner en práctica algo de lo que había aprendido en la universidad.
Había pasado dos semanas en una tienda de vinos de Uccelli para aprender técnicas de venta. Su padre seguía dudando de que no fuera a dejarlo al cabo de poco tiempo y a embarcarse en otra cosa.
Pero estaba dispuesta a demostrarle su valía como directora de los viñedos y el valor de los vinos de Uccelli en el extranjero.
Y no iba a fracasar. Era así de sencillo.
Abrió la puerta de la tienda y entró. Cuando llegó Faith, la dependienta, ya había música y las luces estaban encendidas.
–¡Vaya! –exclamó Faith mientras dejaba el bolso tras el mostrador–. ¡Qué pronto has llegado!
–Estaba emocionada porque es mi primer día –respondió Carrie mientras ayudaba a Faith a sacar a la calle un cesto lleno de botellas de vino. La dependienta, a quien Carrie había conocido al llegar a Winter Haven, era una rubia alta y delgada, de dulce sonrisa y ojos verdes. Había estado interrogando a Carrie sobre los vinos de Uccelli durante más de una hora, muy contenta por haber conocido a alguien con experiencia directa en los viñedos.
–Es agradable trabajar con alguien a quien le gusta su trabajo –dijo Faith mientras volvían a entrar en la tienda–. Creo que vas a ser la mejor empleada que hemos tenido. Además, conoces los vinos mejor que nadie.
Carrie se ruborizó.
–Gracias.
–Voy a dar una fiesta al aire libre dentro de unos días. Sólo habrá hamburguesas y patatas fritas y será en la cabaña que tengo en el lago, antes de que empiece a hacer demasiado frío. Tienes que venir y así conocerás a gente aquí, e incluso a un chico sexy para tener una aventura de final del verano.
–¿Una aventura? ¿Yo? –Carrie se echó a reír–. No soy de ese tipo.
–Piénsatelo. Estás en una situación perfecta: sólo te quedarás unas semanas y después te irás al otro extremo del mundo. ¿Qué mejor momento para tener una aventura?
–Las princesas no hacen eso, Faith. A mi padre le daría un infarto –se imaginó la cara de su padre si añadía un escándalo a su lista de errores.
–Toda mujer se merece tener una aventura. Si no, acabarás casada y rodeada de críos mientras te preguntas qué te has perdido.
Carrie pensó en la vida que la esperaba. Su hermana mayor ya estaba casada y hablaba de tener hijos en tanto que la mediana, la reina, se había prometido el mes anterior. Se esperaba que ella volviera a Uccelli, encontrara un trabajo y un marido «adecuados» y llenara sus días con cenas de Estado, inauguraciones cortando cintas y discursos que elevaran el espíritu.
La sola idea le daba ganas de ponerse a gritar. ¿Cómo lo había podido soportar su madre? ¿Por eso recordaba el tiempo que pasó en Winter Haven? ¿Porque había sido un corto periodo de libertad?
–Iré –afirmó Carrie. Decidió que, mientras estuviera allí, experimentaría todo lo que pudiera. Aunque no tuviera una aventura, pensaba pasárselo de maravilla. Tal vez fuera la última oportunidad de hacerlo.
Su madre le había hablado decenas de veces de aquella ciudad de Indiana, en la que había estado cuando era muy joven, antes de nacer ella. Había pasado allí un verano con un nombre falso, como una persona normal, no como reina. Por aquel entonces, los medios de comunicación no trataban de informar de