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El poder de una promesa
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El poder de una promesa
Libro electrónico127 páginas1 hora

El poder de una promesa

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Información de este libro electrónico

Él conocía bien el poder de las promesas…
Rick Chase sabía que una promesa podía romper corazones y destrozar amistades, y sin embargo prometió ayudar a su vieja amiga Linda Starr a adaptarse a volver a vivir sola. Le ofrecería un empleo y misión concluida. Pero ése era el plan antes de ver a la mujer en la que se había convertido. Elegante y refinada, Linda era ahora una mujer apasionada e increíblemente bella. El tipo de mujer que podía hacerle desear cambiar su vida de soltero. Ése era el peligro de las promesas: siempre acababan exigiéndole a un hombre más de lo que había previsto dar… pero aquélla prometía también una recompensa que él jamás habría imaginado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jun 2018
ISBN9788491881872
El poder de una promesa
Autor

Cara Colter

Cara Colter shares ten acres in British Columbia with her real life hero Rob, ten horses, a dog and a cat. She has three grown children and a grandson. Cara is a recipient of the Career Acheivement Award in the Love and Laughter category from Romantic Times BOOKreviews. Cara invites you to visit her on Facebook!

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    El poder de una promesa - Cara Colter

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2006 Collette Caron

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    El poder de una promesa, n.º 2133 - junio 2018

    Título original: A Vow to Keep

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-9188-187-2

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Si te ha gustado este libro…

    Prólogo

    El sonido del teléfono era incesante y agudo. Rick Chase se incorporó, sobresaltado, y miró el despertador. Los números rojos marcaban las cuatro de la mañana.

    Una llamada a las cuatro de la mañana no podía anunciar nada bueno.

    Levantó el auricular, preparado para lo peor, pero esperando que fuese un borracho que había marcado mal el número.

    –¿Dígame?

    –¿Tío Rick?

    Los últimos vestigios de sueño desaparecieron. Rick se sentó en la cama y apartó las sábanas de un tirón antes de buscar el interruptor de la lámpara, como si la luz pudiera ayudarlo.

    –¿Bobbi?

    –Perdona que te haya despertado. Quería hablar contigo antes de irme a clase.

    ¿A clase? ¿A las cuatro de la mañana? Entonces recordó. Su ahijada estaba en el primer año de universidad, en Ontario, a cuatro mil kilómetros de casa… y a tres horas de diferencia con Calgary.

    –¿Te pasa algo?

    –No, estoy bien –contestó ella, con cierto temblor en la voz.

    –¿Qué pasa, Bo-Bo? –insistió Rick, usando instintivamente el nombre que le había puesto cuando era pequeña porque sabía que eso la haría sentir segura. Pero enseguida lo lamentó porque eso le recordó el triciclo, sus coletas… días que se habían ido para siempre. Días felices, sin complicaciones.

    –Estoy preocupada por mi madre.

    Rick tragó saliva, con el corazón encogido.

    –¿Qué pasa con tu madre?

    –¿Sabes que ha vendido la casa?

    ¿Linda había vendido la casa? ¿A través de terceras personas, sin contar con su agencia? ¿La inmobiliaria que también había sido de su difunto marido? ¿La empresa era suya y no la había usado?

    –No, no lo sabía.

    –Ha comprado una… una chabola. Se ha comprado una casucha en Bow Water, tío Rick. Me ha enviado una fotografía por e-mail –contestó su ahijada, fingiendo que le daban arcadas. Ésa era su pequeña Bo-Bo, a pesar de la sofisticada fachada de chica universitaria.

    Bobbi había crecido rodeada de lujos en una mansión de siete mil metros cuadrados frente al río Elbow, y lo que ella consideraba una chabola sería, seguramente, una casa más que decente para la mayoría de los seres humanos. Pero Bow Water no era un barrio recomendable. ¿Por qué habría comprado Linda una casa allí?

    –Ya se ha mudado –siguió Bobbi–. Ni siquiera me ha dado oportunidad de despedirme de la casa, tío Rick… ni siquiera he podido recoger mis cosas. Y también ha vendido el coche.

    –¿El Mercedes? –exclamó él. Linda no podía tener problemas económicos. Era imposible. La empresa iba viento en popa.

    –Bueno, sigue teniendo un coche de la casa Mercedes, pero… tendrías que verlo para creerlo –Bobbi lanzó un dramático suspiro–. Se ha cortado el pelo y… yo creo que ha perdido la cabeza.

    Rick empezó a preguntarse si eso era verdad. Linda Starr había sobrevivido a una horrible tragedia al perder a su marido trece meses antes y ahora su única hija la dejaba sola para ir a la universidad… ¿Podría estar pasando por un mal momento emocional?

    No, imposible, pensó. Linda era una mujer refinada, siempre compuesta, siempre en su sitio, siempre elegante. Incluso en medio del caos, había conservado la calma como si fuera intocable, inamovible, una roca en medio de la tormenta. Linda Starr era la última persona en el mundo que perdería la cabeza.

    –¿Qué quieres que yo haga, Bobbi?

    –¡Ir a hablar con ella! –exclamó su ahijada, impaciente.

    –Muy bien. Iré a verla antes de ir a la oficina.

    Por el suspiro que oyó al otro lado del hilo, Bobbi esperaba algo más de él.

    –Tienes que decirle que debe volver a trabajar. Se está convirtiendo en una reclusa… en una persona rara.

    Rick notó cierto reproche en su voz. Pero sabía que tenía razón.

    –He intentado hablar con tu madre, Bobbi. Pero ella no quiere hablar conmigo.

    Y mucho menos trabajar con él. Además, habían pasado quince años desde que Linda formaba parte activa en la empresa.

    –¡Por favor! ¿Tú, que podrías venderle una nevera a un esquimal, no puedes convencer a mi madre para que vuelva a ser una persona normal?

    –¿Una nevera a un esquimal? –intentó bromear Rick.

    Pero Bobbi estaba decidida.

    –La abandonaste cuando murió mi padre. Todo el mundo lo hizo.

    Rick habría querido decir: «ella quería ser abandonada» para defenderse pero, de repente, su posición le parecía indefendible.

    –Y ella se portó muy bien contigo cuando te divorciaste de Kathy… fue hace siete años, ¿verdad?

    –Sí.

    Otro recuerdo, tan tierno como el de Bobbi en su triciclo, el de Linda tomando sus manos y diciéndole: «Se te pasará, Rick. Quizá ni hoy ni mañana, pero sí algún día».

    Y había tenido razón. Cuando pasaron el dolor y la humillación del fracaso, se dio cuenta de que el divorcio había sido una liberación y que, por fin, podía hacer todas las cosas que le gustaban. De modo que se compró una moto y luego, con su apetito por las aventuras, se dedicó a viajar por todo el país. No alojándose en los hoteles de lujo que tanto gustaban a su ex mujer, sino explorando un mundo tan rico y con una cultura tan diversa, que a veces se preguntaba si tendría tiempo de experimentarlo todo.

    Pero ese estilo de vida y la desconfianza que había creado en él el divorcio lo habían convertido en un alma solitaria. Quizá en esos siete años se había convertido en un egoísta, en un hombre centrado exclusivamente en sí mismo.

    ¿Qué otra excusa tenía para no haber estado al lado de una amiga? Aunque con Linda la relación era algo más complicada que eso.

    –Lo siento –le dijo a su ahijada.

    –Yo lo era todo en su vida ahora que mi padre ha muerto, y como me he venido a la universidad… Tío Rick, mi madre necesita un propósito en la vida. Prométeme que encontrarás algo para ella en Star Chasers.

    Menuda forma de lanzar el guante. Pero sería una tontería recogerlo. ¿Cómo podía él ayudar a una mujer con el corazón roto y la dignidad hecha trizas?

    Él lo sabía todo sobre las promesas. Sobre todo, las de amor eterno. Pero no quería volver a ser responsable por la felicidad de otra persona.

    –Tiene que salir con gente –siguió su ahijada, con la autoridad de una persona joven que, naturalmente, cree saberlo todo–. Tiene que hacer algo. Le encantan las casas viejas, tío Rick.

    –Sí, pero…

    –Aún sigue teniendo las fotografías de las que mi padre, ella y tú restaurasteis en los primeros años. Ese interés podría ser canalizado constructivamente antes de que venda algo más.

    –Yo no puedo obligar a tu madre a hacer algo que no quiere hacer, Bobbi.

    –Pero prométeme que lo intentarás.

    Quizá era la hora o quizá el suplicante tono de voz…

    –Muy bien, te lo prometo.

    –¡Gracias, tío Rick! –exclamó Bobbi, esperanzada, como si de verdad creyera que él podía arreglar algo tan complicado, tan frágil.

    Rick sabía que no debería involucrarse. Ayudar a alguien que sentía tanta desconfianza del mundo era pisar terreno sagrado.

    Le ofrecería un trabajo a Linda, ella diría que no y así habría cumplido con su obligación.

    Pero la promesa que acababa de hacer implicaba algo más que eso. Ése era el problema con las promesas, que exigían de un hombre mucho más de lo que estaba dispuesto a dar.

    Una tontería involucrarse, pensó Rick, mirando el teléfono después de colgar. Pero ¿y si Linda le necesitaba pero no se atrevía a pedirle ayuda? Ella era demasiado orgullosa y, seguramente, estaría demasiado furiosa con él como para hacerlo.

    Y él se merecía esa furia, se recordó a sí mismo,

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