Entre el odio y el amor
Por Robyn Donald
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Ahora Sorrel había regresado a Nueva Zelanda para hacerse cargo de la granja que una vez había sido el hogar de Luke, y solo había necesitado una noche para retomar aquella arrebatadora pasión. Pero Luke necesitaba tomar el control de la situación antes de perder la cabeza para siempre, porque sabía que Sorrel era la única mujer capaz de llegarle al alma.
Robyn Donald
As a child books took Robyn Donald to places far away from her village in Northland, New Zealand. Then, as well as becoming a teacher, marrying and raising two children, she discovered romances and read them voraciously. So much she decided to write one. When her first book was accepted by Harlequin she felt she’d arrived home. Robyn still lives in Northland, using the landscape as a setting for her work. Her life is enriched by friends she’s made among writers and readers.
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Entre el odio y el amor - Robyn Donald
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Robyn Donald
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Entre el odio y el amor, n.º 1400 - junio 2017
Título original: One Night at Parenga
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9693-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
Así que no queda nada –murmuró Sorrel Maitland, aparentemente impasible.
Nueva Zelanda estaba muy lejos de Nueva York y llevaba ocho años viviendo en América; sin embargo seguía teniendo acento neozelandés.
El abogado la miró, aliviado al comprobar que los enormes ojos verdes permanecían secos, sin lágrimas.
–Me temo que muy poco.
–Se ha perdido mucho dinero. ¿Qué ha sido de él?
–Parece que su padre es jugador, señorita Maitland. Esa es una forma rápida de perder dinero –contestó el abogado, mirando los papeles.
Los millones que Sorrel Maitland, la famosa modelo, había ganado durante aquellos años se habían escapado entre las manos de su padre como si fueran agua.
Sorrel miró las cifras e hizo un par de preguntas pertinentes.
Cerebro además de belleza, pensó él, admirando el cabello pelirrojo sujeto en un elegante moño.
La lealtad a la familia podía causar enormes problemas, a veces desastres como aquel. Si hubiera acudido a él al principio de su carrera, la habría advertido de que los padres no suelen custodiar bien el dinero de sus hijos… ¿pero qué chica de dieciocho años hubiera creído eso?
–Ojalá pudiera darle mejores noticias.
La mujer que tenía enfrente era una de las modelos más cotizadas del mundo y, como apenas tenía veinticinco años, aún le quedaban unos cuantos en las pasarelas para rehacer su fortuna.
Aun así, tener que darle esa noticia no era agradable.
–Si un adicto no recibe ayuda sicológica, subordina todo, la honestidad, la familia, la vergüenza… a esa adicción. Un alcohólico necesita ayuda profesional y a un ludópata le ocurre lo mismo. Algunas personas no admiten tener ese problema. Otros intentan controlarlo, pero no pueden.
–Sé que a mi padre le gustaba ir al casino de vez en cuando y que apostaba a los caballos, pero… No tenía ni idea.
–Normalmente los familiares son los últimos en enterarse. Señorita Maitland, debe buscar otro administrador de sus bienes. Es el mejor consejo que puedo darle.
–Lo haré. Sé que su bufete ha trabajado mucho para separar mis cuentas y las de mi padre –dijo ella en voz baja–. Muchas gracias.
–De nada. Si puedo ayudarla en algo, solo tiene que llamar.
Alta e imposiblemente elegante, Sorrel se levantó para estrechar su mano. La legendaria sonrisa iluminó su rostro, aunque no los ojos verdes.
–Es usted muy amable, pero ahora ya sé qué hacer.
El abogado se preguntó por qué había estrechado su mano con tanta delicadeza, como si pudiera romperse. Por el contrario, el apretón de ella era firme; solo el ligero temblor de sus dedos traicionaba la angustia que había tras aquellas bellísimas facciones.
Una mujer con clase, pensó, cuando cerraba la puerta del despacho.
Una mujer con clase y casi en la ruina.
En el apartamento que compartía con su padre, Sorrel se quitó los guantes mientras se acercaba a la ventana desde la que podía verse Central Park.
Temblando, se apretó los ojos con las manos para evitar las lágrimas hasta que vio lucecitas amarillas. En el corto espacio de un mes, su vida se había hecho pedazos.
Primero, la muerte de su madrina en Nueva Zelanda y después el infarto que había dejado inútil a su padre. La casa de Cynthia, Parenga, estaba vacía, pero su padre seguía vivo.
Si podía llamarse estar vivo a permanecer como un vegetal.
Sorrel parpadeó varias veces para enfocar el paisaje. Tenía una hora para volver a la residencia que sería el hogar de Nigel Maitland durante lo que le quedaba de vida.
Pero como una de las cosas que su padre no había hecho era contratar un seguro médico privado, primero tenía que llamar a su agente.
–Louise. Dile al director de Founiere que acepto la oferta.
Louise lanzó un grito.
–¡Esa es una gran noticia! Belle Sandford empezó su carrera con ellos y este año es casi seguro que va a ser nominada para un Oscar. Founiere es la mejor publicidad que se puede conseguir… no hay empresa más exótica en el mercado.
–Exótica, desde luego –suspiró Sorrel.
Aunque la palabra «erótica» cuadraba mejor con las campañas de aquella firma de perfumería.
–No seas mojigata, Sorrel. ¿Por qué aceptas si sigues pensando que Founiere hace porno suave?
Porque el dinero de la campaña pagaría las facturas de su padre en la residencia. Aunque no pensaba decirle eso a Louise; cuantas menos personas conocieran su situación económica, mejor.
–He pensado que sería divertido… diferente –contestó, intentando parecer entusiasmada–. Y como tú misma has dicho, esa campaña podría conseguirme otros contratos.
–Muy bien. Me alegro mucho de que hayas tomado esa decisión. Seguramente era tu última oportunidad con Founiere. Sigues siendo preciosa, por supuesto, pero yo sería una mala agente si te ocultase que por detrás vienen pegando fuerte.
–Lo sé. Hay cientos de adolescentes bellísimas, altísimas y deseosas de ser la modelo del año –suspiró Sorrel–. Bueno, tengo que irme, hablaremos más tarde.
Después de colgar, Sorrel miró alrededor. Tendría que dejar aquel carísimo apartamento. Afortunadamente no sentía ningún apego por él.
Se sirvió un vaso de agua en la cocina antes de entrar en la habitación que su padre llamaba despacho. Como él, era una habitación limpia y ordenada. Nigel Maitland había escondido lo de sus deudas con sorprendente habilidad, con sorprendente elegancia.
Intentó reconciliar al padre que había conocido y querido toda su vida con el hombre que la había dejado en la ruina, pero era imposible.
En cualquier caso, era su padre y la quería. Y, sobre todo, la necesitaba. Aunque apenas podía abrir los ojos, las enfermeras le habían dicho que su estado mejoraba en cuanto la veía entrar en la habitación.
Tenía que encontrar dinero para pagar el tratamiento hasta que…
–Hasta que se ponga mejor –murmuró para sí misma, aun sabiendo que no era verdad.
No había esperanzas de recuperación para él; un hombre siempre dinámico, enérgico, lleno de vida…
Y si para mantenerlo en la residencia tenía que posar medio desnuda en unas «elegantes» fotografías, lo haría.
No podía permitirse el lujo de tener escrúpulos morales en aquel momento.
Capítulo 1
Luke Hardcastle cruzaba el patio de la mansión Waimanu y vio a su ama de llaves discutiendo con el conductor de una furgoneta.
–¿Qué ocurre? –preguntó, arrugando el ceño.
Los dos se volvieron, hablando al mismo tiempo.
–Penn –dijo Luke.
El conductor se quedó en silencio.
–Dice que tiene una caja para Sorrel Maitland y estoy intentando explicarle que Sorrel no vive en Parenga. Los Banning alquilaron la casa cuando murió la señora Copestake, pero se marcharon a Taupo hace un par de meses. La casa está vacía.
–He estado en Parenga y he visto que no había nadie –replicó el conductor, airado–. Pero la dirección que aparece en el albarán es Sorrel Maitland, carretera de Hardcastle, Parenga. ¿Qué voy a hacer con ella?
Luke apretó los labios. ¿Aquello nunca iba a terminar?
Durante diez largos años el recuerdo de Sorrel lo había perseguido, llenándolo de angustia y frustración. Se despreciaba a sí mismo por seguir su carrera a través de las revistas, aliviado cuando dejaron de hablar de ella dos años antes, después de algunos rumores sobre matrimonio