El tesoro de Cavendish
Por Cristian Perfumo
4.5/5
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Información de este libro electrónico
Del autor más leído de la Patagonia
Un buceador muerto... un culpable... un tesoro...
Este relato te llevará a sumergirte en las heladas aguas de la Patagonia en busca de la verdad.
El tesoro de Cavendish es una historia corta ideal para los amantes del buceo. Está ambientado en el mismo lugar que El secreto sumergido, la novela del mismo autor basada en hechos reales que ya lleva ocho ediciones agotadas en papel y miles de ejemplares vendidos en todo el mundo tanto en castellano como en inglés.
Cristian Perfumo
Cristian Perfumo lives in Spain and writes thrillers set in Patagonia, where he grew up. His first novel, The Sunken Secret, was inspired by a true story and has sold thousands of copies around the world. A successful self-published author, he has an established Kindle Direct Publishing following in Spanish-speaking countries. The Arrow Collector is his second novel published in English. Its original, Spanish version won the 2017 Amazon Annual Literary Award for Independent Spanish-Language Authors. Learn more about his work at www.cristianperfumo.com/en.
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Comentarios para El tesoro de Cavendish
2 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5atrapante historia sobre todo por mi pasión por el buceo
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El tesoro de Cavendish - Cristian Perfumo
EL TESORO DE CAVENDISH
Vi la silueta oscura recortada entre las algas a los veinte minutos de la tercera inmersión del día. Claudio debió de verla al mismo tiempo que yo, porque cuando me giré para avisarle, él ya apuntaba con su índice hacia abajo.
Descendimos rápido hacia el cuerpo, que se mecía inerte en la corriente del fondo de la ría. Estaba boca abajo y tenía puesto todo el equipo de buceo. O casi todo: se le había salido una aleta, dejando al descubierto una bota de goma que yo conocía muy bien.
Claudio y yo apoyamos nuestras rodillas en el fondo cubierto de algas, uno a cada lado del buzo inmóvil. Antes de darlo vuelta, nos miramos durante un instante sin que una sola burbuja saliera de nuestros reguladores. Fue una mirada de resignación. No nos hacía falta verle la cara para saber quién era. Llevábamos doce inmersiones buscándolo en los alrededores de donde habían encontrado anclada su lancha vacía.
Tiré de uno de sus hombros y el cuerpo de Seba giró sobre sí en cámara lenta. Tenía la máscara llena de agua, y dentro de ella los ojos abiertos miraban hacia la nada. Los labios, una de las pocas partes del cuerpo expuestas directamente al agua helada de la Patagonia, habían sido mordisqueados por algún pez.
Claudio me señaló con el pulgar hacia arriba. Asentí. Procurando no volver a mirar la cara lívida de Sebastián, apreté el botón de su chaleco para inflarlo y comenzar el ascenso. No pasó nada. Verifiqué la válvula de conexión al regulador y volví a apretar el botón. Otra vez, nada. Entonces miré a Claudio y me pasé el canto de la mano por el cuello para indicarle que no quedaba una sola burbuja en la botella de acero sujeta a la espalda de Sebastián.
Me llené los pulmones de aire y me quité el regulador. Metiéndome en la boca la tráquea del chaleco de Sebastián, soplé con fuerza mientras apretaba el botón en el extremo de aquel tubo de plástico. Con la tercera bocanada, el chaleco a medio inflar levantó el torso por encima de las algas. Una más y el cuerpo empezó a moverse lentamente hacia arriba.
Agarrándolo uno de cada brazo, Claudio y yo iniciamos el ascenso para reflotar el cadáver de uno de nuestros mejores amigos.
***
Cuando llegué al bar del Hotel Isla Pingüino, Javier Valero me esperaba hamacando un whiskey entre las manos. Además de ser un buzo novato ―había buceado alguna vez con