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Juan Ladrilleros: El Navegante Olvidado
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Juan Ladrilleros: El Navegante Olvidado
Libro electrónico173 páginas2 horas

Juan Ladrilleros: El Navegante Olvidado

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Los canales del sur de Chile tranquilos a ratos; tormentosos, intrincados y fantasmagricos todo el tiempo, hasta el siglo XVI slo conocan la presencia humana de los indios alacalufes que en inestables y dbiles canoas los merodeaban. En el mes de octubre de 1557 aparecen desde el Golfo de Penas avanzando hacia el sur dos bien pertrechados bergantines espaoles en procura de encontrar la boca nor-occidental del Estrecho de Magallanes.
Una de estas embarcaciones es el San Luis que lleva como capitn al ilustre marino espaol Juan Ladrilleros. Piloto formado en una escuela de lite como fue la de Sevilla, dependiente de la poderosa Casa de Contratacin. Enviado por el gobernador Garca Hurtado de Mendoza, tiene como mandato llegar hasta el Estrecho y tomar posesin de este paso en nombre del Virreinato del Per y la Gobernacin de Chile.
La lectura de este documentado histrico, le permitir al lector conocer las motivaciones de Ladrilleros para navegar en una misin por los mares ms inhspitos de la tierra. Su autor, residente y conocedor de esos mares, nos entrega las vivencias y sensaciones de una sorprendente navegacin.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento28 sept 2012
ISBN9781463339562
Juan Ladrilleros: El Navegante Olvidado

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    Juan Ladrilleros - Ramón Arriagada

    Copyright © 2012 por Ramón Amagada.

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    428184

    ÍNDICE

    Nota Preliminar

    Capítulo Primero : Érase Un Nuevo Siglo

    Capitulo Segundo : El Llamado De Las Indias

    Capitulo Tercero : Hacia Las Molucas

    Capitulo Cuarto : Las Fundaciones

    Capitulo Quinto : La Partida

    Capitulo Sexto : Descifrando El Sur Del Mundo

    "En el tomo VI del Anuario de la Oficina Hidrográfica de Chile, Santiago, 1880, reimprimió (Ramón Guerrero V.) el derrotero de Ladrilleros, con notas y comentarios que permiten seguir el viaje del atrevido explorador en aquel laberinto de islas y de canales, y lo acompañó de una carta geográfica que facilita el cabal conocimiento de aquella importante exploración. El útilísimo estudio de ese joven marinero ha restituido al capitán Ladrilleros la gloria de que lo había despojado la política recelosa de España manteniendo oculto el derrotero de sus descubrimientos.

    Pero no todo está hecho en esta obra de reparación. El nombre de Ladrilleros debe ser asignado a alguna de las redes de canales que él navegó antes que nadie, y que ahora tienen nombres que no recuerdan nada. La vida del infatigable explorador debe ser estudiada en un trabajo especial y puesto al alcance del mayor número de lectores. El estudio de don Ramón Guerrero Vargas, escrito esencialmente técnico, puede servir de punto de partida para el trabajo de que hablamos.

    Diego Barros Arana (1830-1907)

    Historia General de Chile

    Tomo II-Pág. 158.

    Editorial Universitaria (2000)

    NOTA PRELIMINAR

    En un día de febrero del año 2005 les pediré a mis amigos me acompañen a abordar una embarcación para atravesar el canal Señoret desde Puerto Natales hacia la isla Focus. Llevaremos una hermosa corona de flores y navegaremos durante unas dos horas. Bajaremos en una playita abrigada al poniente de la isla que Juan Ladrilleros bautizó como de Los Reyes en enero de 1558 e iniciaremos los festejos de los 500 años del nacimiento de este navegante admirable.

    Si este libro posibilita que este mismo homenaje, en medio de la lejana y gélida Patagonia, se celebre en Moguer (España, lugar de nacimiento), Buenaventura (puerto de Colombia), Potosí (Bolivia, lugar de residencia y navegaciones) y Posesión (Chile, Estrecho de Magallanes), me sentiré recompensado de los muchos esfuerzos para llegar a las fuentes bibliográficas confiables que dan forma a esta obra.

    Mientras tanto, me siento complacido por entregar a la región de Última Esperanza y en especial a Puerto Natales (Chile) la identidad de su descubridor. No puedo olvidar mi decepción al querer conocer antecedentes sobre Juan Ladrilleros y encontrar en diccionarios biográficos, de diferentes épocas y autores, sólo referencias breves y textos repetidos. Reconozco que la motivación por desentrañar la vida del navegante se inició al leer la interpretación del derrotero hecha por el joven oficial de nuestra Armada Ramón Guerrero Vargas. Esta fue publicada en el Anuario Hidrográfico de Chile (1880). Contribuyó también haber encontrado un artículo (Anales I. de la Patagonia 1982) de los investigadores Nuriluz Hermosilla y José Miguel Ramírez, quienes con cartografía moderna hicieron más comprensible esta aventura marítima.

    Seguir la navegación, imaginando las desdichas de aquellos navegantes, sin más recursos que la ayuda de los elementos naturales por canales y mares aún temidos por sus implacables tempestades. Reconocer en la ruta seguida por endebles embarcaciones, lugares de tanta familiaridad para nosotros. Comprobar la predisposición de muchas voluntades repartidas por el mundo por colaborar en este desafío. La comprensión de la familia. La pregunta cómplice de los amigos apurando este parto. Son todos factores que han hecho posible esta obra.

    En el recuento, mis agradecimientos a Dolores Higueras del Museo Naval de Madrid, quien me hizo llegar los documentos manuscritos con la transcripción del derrotero de Juan Ladrilleros, que forman parte de los Compilados Fernández Navarrete, copiados en 1794 desde el Archivo de Indias de Sevilla. Destaco la gentileza y ayuda del Dr. Hugo Poppe Entrambasaguas, Director del Archivo y Bibliotecas Nacionales de Bolivia, quien personalmente se dio a la tarea de ubicar las escrituras de posesiones mineras del capitán Ladrilleros en Potosí. A María Luisa Arenas, Directora de Bibliotecas de la Pontificia Universidad Católica de Santiago, y Amelia Silva, directora de la Biblioteca del Área de Ciencias Sociales, por los valiosos aportes bibliográficos que sobre el navegante había en esa universidad. A Juan Camilo Lorca, subdirector de la Biblioteca Nacional de Chile, por su colaboración y gran amistad generada a propósito de este trabajo.

    Destaco el aporte de mi esposa María Teresa, quien me facilitó el delicado trabajo de redacción de este relato. Por sus valiosas sugerencias para un mejor escribir, agradezco los aportes del profesor magallánico Ful vio Molteni y del querido y meritorio escritor Silvestre Fugellie. Un espacio especial en este recuento de voluntades para mi amigo de toda una vida, el periodista Carlos Vega Delgado.

    Me siento muy satisfecho de haber elegido para las ilustraciones de este libro al docente y artista natalino Angelino Soto Cea; me habría gustado haber deleitado a los lectores con una mayor cantidad de dibujos de este artista excelente. A la distancia, sin saber si algún día los conoceré personalmente, a los docentes universitarios colombianos Alfonso Cassiani y Maria Cristina Navarrete. Ellos, junto a la secretaria de ta Escuela Normal Juan Ladrilleros de Buenaventura, Mary Salas, no escatimaron esfuerzos por ayudarme en la documentación de este relato.

    Ramón Arriagada

    essonata@entelchile.net

    Puerto Natales

    Chile

    Última Esperanza, primavera de 2003

    CAPÍTULO PRIMERO

    ÉRASE UN NUEVO SIGLO

    Gracias a Moguer, Castilla y León, nuevo mundo dio Colón, po dría haber sido el lema de don Pedro Alonso Ladrilleros, quien se ufanaba por la gran contribución de su pequeña ciudad a la conquista de las islas Occidentales. El prestigio de don Pedro Alonso había traspasado los límites de Huelva por su capacidad como constructor de navios. Tal como muchos de comienzos de ese siglo, sólo estaba seguro que Colón había descubierto una nueva ruta hacia las Indias Occidentales. Ya no habría que disputarles las rutas marítimas a los portugueses, siguiendo la navegación a la vista de las costas del continente africano.

    Cristóbal Colón en sus visitas a los astilleros donde se construía la Niña se sentía atraído por este silencioso constructor que no descuidaba detalles del nuevo navio. Se había internado peligrosamente en bosques portugueses para buscar la mejor madera para la quilla, el palo mayor y el trinquete. El silencio del enjuto Ladrilleros contrastaba con la algarabía de Pedro Alonso Niño. Colón le había ofrecido al hábil constructor el puesto de maese, ya sea en la Niña o la Santa María, lo que el joven de 20 años había aceptado gustoso. Recién había contraído sagrados vínculos con doña Antonieta García, que apenas frisaba los 15 años. El prior del monasterio de La Rábida, fray Juan Pérez de Marchena, había sido el encargado de bendecir ante el Hacedor este joven matrimonio, que en aquel año 1492 esperaba su primer hijo. Se perdieron en el tiempo las razones por qué Pedro Ladrilleros no embarcó y fuera uno de los privilegiados en llegar a las Indias; pueden haber sido dificultades en el nacimiento del hijo, o bien que su presencia era necesaria en los astilleros de Moguer para entregar sus conocimientos e ideas y posibilitar así que otros cumplieran con sus anhelos de descubrimientos y aventuras.

    Con seguridad, estaba en la partida de Colón y su flota, ese día viernes 3 de agosto. Un fuerte abrazo a sus amigos de correrías Francisco Martín Pinzón, que iría como piloto, y Juan Niño, en su papel de maestre de la Niña-, para ambos las recomendaciones de cuidar esa joya de navegación. Guardaba las esperanzas de que todo iría muy bien; tenía un respeto profundo por los conocimientos cosmográficos y la voluntad del geno vés. En las reuniones, después de largas jornadas construyendo y probando embarcaciones, algunas veces hasta llegar a las islas Canarias, eran muchas las evidencias que traía el mar, diciéndoles a los marinos: ¡Vengan, cerca hay otras tierras y aquí está la constancia! Es cierto, algunos habían recogido ramas con frutos de árboles no conocidos, otros vistosos pájaros de plumas multicolores, los más audaces señalaban haber rescatado desde el mar seres humanos con vestimentas extrañas. Con temor, algunos auguraban que eran los comentados y condenados antípodas.

    Si bien Pedro Alonso Ladrilleros estuvo siempre listo para zarpar a las nuevas tierras, su entusiasmo fue mayor antes del cuarto viaje de Colón; tal vez porque husmeara que este viaje sería el que corroboraría una noticia en boca de todos, pero que nadie se atrevía a enunciar. Las tierras donde llegaban los navegantes no eran las Indias, sino una nueva porción de tierras que se entrometía en el amplio mar entre la costa europea y las Indias. Colón estaba seguro que era así, pero quería llegar a tierra firme y escuchar de los indígenas del lugar la descripción del gran lago que visitaban a menudo después de atravesar esas selvas tupidas. Los lugareños hablaban de Pirú, lugar de residencia de tribus muy poderosas y temidas.

    Pero, más allá de impresionarse por los avances territoriales, al constructor Ladrilleros le interesaba sobremanera conocer la opinión de los navegantes respecto al rendimiento de las embarcaciones. No podía creer que su embarcación, la Niña, hubiese navegado a una velocidad de casi once nudos, logrando, demorar tan sólo 33 días entre las Islas Canarias y lo que Colón bautizó como San Salvador. De común acuerdo con quienes habían navegado en el primer viaje se introdujeron mejoras en los navios. Grande fue la satisfacción de los constructores de Moguer, cuando constataron que en el viaje de febrero de 1493 se había reducido a 29 días el tiempo de navegación a los nuevos territorios.

    A medida que llegaban con noticias nuevas quienes viajaban hacia las Indias Occidentales, aumentaban las interrogantes. Sin embargo, éstas sólo circulaban en los grupos cercanos a la actividad marítima. Todos creían que los nuevos territorios formaban parte del Orbis Terr arum, de la llamada Isla de la Tierra, la porción habitada por el hombre y situada en el hemisferio norte. ¡No podían existir otras tierras separadas, en otros hemisferios! ¡Cómo los hombres iban a caminar cabeza abajo! Ladrilleros, en varias oportunidades, vio en serios apuros a los religiosos del monasterio de La Rábida al hablarse sobre este tema. Los más jóvenes se guiaban con las ideas dogmáticas del género humano; a éste lo concebían como procedente de una única pareja original. Por lo tanto de existir antípoda, los descendientes de Adán en aquellas regiones no habían tenido noticias del Evangelio, lo que se oponía al texto sagrado, según el cuál las enseñanzas de Cristo y de sus apóstoles habían llegado a todos los confines del mundo.

    Fray Juan Pérez de Marchena, sabio y sagaz, conversaba largamente con Colón sobre su apreciación respecto de lo descubierto. Colón siempre tuvo la certeza más absoluta que la ruta seguida era el nuevo camino a las Indias. El franciscano intuía que las nuevas tierras descubiertas eran los Orbis Alterius, de las cuales hablaban los paganos.

    Cuando se iniciaba el nuevo siglo, en los meses de enero o febrero de 1502, comenzaron a llegar noticias en forma fragmentada a través de la cercana frontera con Portugal. Ladrilleros y sus compañeros las supieron rápidamente. Venían de marinos italianos embarcados en la flota portuguesa, que el reciente mes de agosto, luego de muchos sinsabores y dificultades, habían llegado hasta el actual Brasil. En esta armada lusitana iba Américo Vespucio. Convencidos que estaban en el litoral asiático surcaron la costa hacia el sur, recorriendo mares y territorios que pertenecían al señorío portugués. Querían llegar al cabo final para acceder al océano Indico; navegaron por muchos días y llegaron hasta los límites que el tratado de Tordesillas establecía como el inicio del dominio castellano.

    A medida que la escuadra portuguesa avanzaba hacia el sur aumentaba la sorpresa de los tripulantes; los más ignorantes pensaban que llegaría un momento en que se acabaría la tierra y el mar, para caer en las profundidades del fin de la tierra… ¡en la nada misma! Pero, la oficialidad insistía en navegar, preocupándose de no invadir durante la travesía los dominios castellanos. Para quitarle el carácter oficial a la escuadra, se optó por dejar al mando al

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