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Asesinato con Aroma de Vainilla
Asesinato con Aroma de Vainilla
Asesinato con Aroma de Vainilla
Libro electrónico434 páginas6 horas

Asesinato con Aroma de Vainilla

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***UNA NOVELA NEGRA QUE TE SUMERGIRÁ EN LA TRAMA DESDE LOS PRIMEROS PÁRRAFOS, HASTA EL SORPRENDENTE E INESPERADO DESENLACE FINAL***

Un auténtico desafío entre un descarado y soberbio *asesino*, bien arropado por sus cómplices, y el investigador encargado de esclarecer el *asesinato*.

Un **CRIMEN** perpetrado con **PREMEDITACIÓN Y ALEVOSÍA**.

SINOPSIS

Adam Perdomo, presidente de una empresa tabaquera, fallece de forma repentina unos minutos después de llegar a su despacho. El primer diagnóstico se orientó a un posible infarto de miocardio, pero la posterior y exhaustiva autopsia reveló que su fallecimiento fue debido a un *envenenamiento con arsénico*, ignorándose como podría haber llegado aquel veneno a su organismo, ni quién, ni cómo, se lo pudo administrar.

¿Pudo tratarse de un suicidio, de una muerte accidental, o, por el contrario, de un puro e intencionado asesinato?

El alférez de la Guardia Civil, Jon Satrustegui, adscrito a la Policía Judicial, es el investigador encargado del caso, teniendo que desentrañar la oscura trama pergeñada por el asesino y sus cómplices, tras la cual se oculta el fallecimiento del señor Perdomo en tan extrañas circunstancias.

***¡LÉELA YA!*** 

***¡NO LO DUDES Y TE ALEGRARÁS DE TENERLA PRONTO EN TUS MANOS!***

¡POR FAVOR, NO TE OLVIDES DE DEJAR UN COMENTARIO!

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 may 2024
ISBN9798224991471
Asesinato con Aroma de Vainilla
Autor

JOAQUIN RUIBAL DE FLORES CALERO

Joaquín Ruibal de Flores Calero, es natural de El Puerto de Santa María (Cádiz). Cursó estudios de Náutica, es Capitán de la Marina Mercante y tras muchos años de ejercicio profesional en el mar, ejerció la Dirección General de varias empresas dedicadas a la Logística, Transporte y Distribución. Entre sus aficiones más reseñables, que practica de forma continuada, se encuentran: la pintura impresionista y realista, los viajes, y de forma muy especial la escritura, que ejerce de forma vocacional desde hace muchos años, en la que ha hecho incursiones en distintos géneros literarios tales como, las Novelas; Históricas, Románticas, de Aventuras, Intrigas, Suspense, y también, Relatos y Cuentos infantiles.

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    Vista previa del libro

    Asesinato con Aroma de Vainilla - JOAQUIN RUIBAL DE FLORES CALERO

    Asesinato con Aroma de Vainilla

    Jon Santuregui

    ––––––––

    JOAQUÍN RUIBAL DE FLORES CALERO

    ––––––––

    Nota del Autor:

    Todos los personajes, incluidos los profesionales de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado que figuran en esta novela, son totalmente ficticios, fruto de la imaginación del autor, y cualquier parecido con personas vivas o fallecidas, comportamientos o actuaciones de las fuerzas del orden que en ella aparecen, son pura coincidencia.

    Copyright © Joaquín Ruibal de Flores Calero – 2023 – Todos los derechos reservados.

    © Revisión, corrección y maquetación del texto Joaquín Ruibal de Flores Calero.

    © Diseño de cubierta y maquetación: Joaquín Ruibal de Flores Calero.

    Imagen de cubierta: www.unsplash.com/es/s/free-photos - Eriskof/Mulyadi-Libre de regalías en unsplash.

    Registro en Safe Creative 2403087280880

    Ninguna parte, ni el todo de esta publicación, puede ser reproducida, ni registrada o transmitida, por ningún tipo de medio, sin el permiso por escrito del autor, bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico.

    ISBN:  

    DEDICATORIAS

    Para todas las personas que en mi vida me acompañaron, y que aún hoy lo siguen haciendo, para ayudarme a recorrer sin tropiezos el camino.

    ––––––––

    Para ti, lector, que ahora tienes esta novela en tus manos, en la que he asumido el reto de ofrecer la historia de una investigacion criminal de manera dinámica, hasta aclarar el misterio de la forma y el porqué de un asesinato con fuerte aroma de vainilla.

    La maldad y la ambición desmedida, cuando se desata, no entiende de límites ni de fronteras.

    Ojalá que disfrutes con su lectura, esa será mi mayor recompensa.

    AGRADECIMIENTOS

    A Mari Carmen, mi hija, por la fe que continúa depositando diariamente en mí, y el estímulo constante que me ha ayudado a completar esta obra.

    Gracias, Cariño por tu ayuda y tu apoyo.

    A todos aquellos que, pública y privadamente, tienen depositada su confianza en mí, y esperan pacientes a que mis obras lleguen a ser conocidas.

    A mi familia y amigos por hacerme creer que escribir es algo posible, y ser escritor un sueño alcanzable.

    A todos los que me han ayudado, con información, ánimos y datos, a dar los pasos necesarios para llegar a ver esta novela publicada.

    Anticipadamente, a todos quienes me presten su colaboración para que esta obra se divulgue y llegue al mayor número de lectores posibles.

    ÍNDICE

    DEDICATORIA

    AGRADECIMIENTOS

    CAPITULO 1

    CAPÍTULO 2

    CAPÍTULO 3

    CAPÍTULO 4

    CAPÍTULO 5

    CAPÍTULO 6

    CAPÍTULO 7

    CAPÍTULO 8

    CAPÍTULO 9

    CAPÍTULO 10

    CAPÍTULO 11

    CAPÍTULO 12

    CAPITULO 13

    CAPÍTULO 14

    CAPÍTULO 15

    CAPÍTULO 16

    CAPÍTULO 17

    BIOGRAFÍA DEL AUTOR

    OTRAS OBRAS PUBLICADAS

    CAPITULO 1

    ––––––––

    —¿Da usted su permiso, mi Teniente? —preguntó el Alférez Jon Satrustegui, tras haber golpeado por dos veces la puerta del despacho de su inmediato superior, y haber entreabierto la puerta para asomar apenas la cabeza por el hueco.

    —¡Adelante, adelante, Alférez Satrustegui! ¡Le esperaba un poco más tarde! ¿Nunca duerme usted? —le respondió el Teniente Rafael Ortega desde detrás de su mesa de despacho, en la que solo era visible un expediente de tapas marrones, tan poco abultado, que apenas si contendría, a ojos vistas, unos diez folios.

    —¡Con su permiso, mi Teniente! —le respondió el Alférez con aire marcial, al cruzar la puerta, dejándola cerrada tras de sí—. ¡Se presenta el Alférez Jon Satrustegui! ¡A sus órdenes, mi Teniente! —le dijo tras cuadrarse en posición de firmes, con la mirada al frente.

    —¡Descanse Alférez Satrustegui, y tome asiento! —le ordenó el Teniente Ortega, que se incorporó de su butaca para estrechar la mano del recién llegado, acompañando el gesto con una sonrisa.

    —¿Cómo te encuentras, Jon? ¡Hace algún tiempo que no habíamos hablado, ni por temas de trabajo, ni tampoco de forma informal! Pero sé que todo te va bien. No hay caso del que te ocupes, que no lo concluyas con éxito y en tiempo récord. ¿Cómo lo logras? —le preguntó su superior, apeando el tratamiento y hablándole con familiaridad.

    —Me encuentro bien, dependiendo de con quién se me compare. ¡Claro está! De que no hablamos desde hace tiempo puedo dar fe, porque sabes lo que te voy a preguntar, y quizás por ello no encuentres el momento de devolverme mis llamadas. Que sabes cómo me va, y de mis éxitos en los casos que me encargáis, no me cabe duda, porque mis informes te los envío por vía reglamentaria directos a tu atención. ¿Qué cómo logro resolverlos pronto? Es fácil de entenderlo, porque me dedico en cuerpo y alma al caso, sin comer, sin descansar y dejándome la vida en ello, como corresponde a mi juramento al cuerpo. Siempre esperando que esos méritos se me reconozcan, y me llegue el ascenso a Teniente, al que sabes con seguridad que lo tengo bien ganado, pero que nunca refrendas.

    Después me llamas tu amigo, me dices que nos veremos pronto para comer, que tenga paciencia, y que los premios llegan cuando han de llegar. Nadie mejor que tú, sabe que nunca hice mi trabajo condicionado a la previa promesa de premio o recompensa, pero, ya me voy cansando de esperar el reconocimiento que merezco. Ya ni me preocupo de mirar en el boletín, el ranking de casos resueltos por año de servicio, ni del tiempo que mis iguales, y hasta mis superiores, emplean en resolver los casos. Con toda sinceridad, te digo, que empiezo a pensar en un cambio de destino, con trabajo de turno, de mañana, y que le den al cuerpo. ¡En fin, no sé para qué te digo estas cosas, cuando veo que tienes la cara de desconectado! Seguro que no te has enterado de nada de lo que te he dicho. ¿Para qué?

    Bien, vamos al asunto. ¿Tienes ya la hoja de mi traslado a otro departamento? Porque ese expediente que tienes delante de ti, no tiene aspecto de ser el de mi ascenso.

    —Yo equivoqué mi vocación, amigo Jon. Debería haber entrado en el seminario y hoy sería un buen confesor, porque tengo una gran paciencia para oír a los pecadores cuando vienen a confesarse.

    Tienes razón en que tus méritos te acreditan para el merecido ascenso, y que no dudo estará al caer. Quizás después de que resuelvas este caso con la agilidad que te caracteriza, lo tengas sobre tu mesa. Bueno, para ser preciso, no lo podrás tener sobre tu mesa, porque, como nunca estás en ninguna oficina, no tienes asignada ninguna mesa, algo que también debo tomármelo en serio para resolverlo lo antes posible —le dijo el Teniente deslizando el expediente para acercárselo a su subordinado.

    —Mi Teniente, ¿puedo hacerle una pregunta de orden interno? —le preguntó Jon mirando de forma inquisitiva las paredes del despacho de su superior jerárquico.

    —¡Adelante, Jon, pregunta lo que quieras con completa confianza! —le respondió.

    —¿En este despacho tenéis colocados micrófonos para grabar lo que se dice en él? —le preguntó para sorpresa de su interlocutor.

    —¡¿Micrófonos en este despacho?! ¡Tú estás desvariando, amigo Jon! No tenemos medios para combatir el crimen fuera de nuestras instalaciones, ¿y vamos a tener dinero para instalar micrófonos en los despachos? ¡No, hombre, no! ¡Ni micrófonos, ni personal cotilla que escuche tras las puertas! ¿Por qué lo preguntas, y que idea es la que te ronda por esa cabeza tuya, tan lúcida para algunas cosas y tan obtusas para otras?—respondió.

    —¿Puedo entonces hablar en completa libertad, como amigos, apeando el tratamiento y la debida obediencia a la que nos obliga el reglamento? —preguntó.

    —¡Pues claro que sí! Puedes decir lo que quieras —le respondió en tono de confianza.

    —Bueno, pues si tienes micrófonos instalados, como si no, anota lo que te tengo que decir, y que te conste que lo hago como amigo, y con el mayor de los respetos. ¡Eres un cabrón embustero, que me prometes tramitar mi ascenso un año tras otro y que después no lo haces! Me llamas amigo y me llevas engañando durante años, y mi paciencia se me ha agotado. Quiero traslado inmediato a otro departamento, sin excusas ni cuentos de demoras por razones del servicio. Si hay casos por resolver, que siempre los hay, y los habrá, resuélvelos tú, que bien te estás beneficiando de mi buen hacer, para que tu expediente brille como una patena, mientras que el mío sigue en el fondo de un cajón, durmiendo el sueño de los justos. Me están pasando por encima hasta los bedeles del escalafón y mientras yo castigado.

    ¡Bien, eso es todo lo que tenía que decirte! ¡Me he quedado relajado como saliendo de un baño turco! Ahora, si quieres abrirme expediente, adelante, pero lo dicho, dicho está.

    —Vamos a ver, Jon. ¡Cálmate por favor! Te veo muy alterado, y esas no son las circunstancias ideales con las que enfocar los temas —comenzó a responderle el Teniente—. Tienes mucha razón en algunas de las cosas que me dices, en lo de cabrón y mal amigo estás equivocado de medio a medio, pero en lo de los méritos y los

    ascensos, estoy de pleno de acuerdo contigo. Tú sabes tan bien como yo, que no es algo que dependa de forma directa de mí. Yo propongo, pero no dispongo, y te juro por lo más sagrado que hasta ahora he hecho cuanto ha estado en mis manos para que alcances el grado que te pertenece. De igual manera, te juro por mi vida, que cuando soluciones el expediente que tienes frente a ti, yo mismo te daré una baja temporal, remunerada por las razones que sean necesarias, para que aguardes sin destino el ascenso. ¡Tienes mi palabra de honor, de la que espero no dudes!

    —Esa canción me suena de haberla oído alguna vez. ¿No la cantaban Los Brincos?

    Decía algo así como, Quiero estar borracho otra vez, otra vez. A ver si así dejo de beber, de una vez, porque si estoy borracho, me olvidaré de ti. Pues eso, mi Teniente. Ni borracho me voy a dejar engañar otra vez —espero que lo entiendas.

    —Te entiendo a la perfección, Jon. ¿Si te pidiera un favor especial, como amigo, no como compañero, ni como miembros del cuerpo al que pertenecemos, sino solo como amigo, me lo harías? —insistió un poco de manera zalamera el Teniente.

    —¿Qué necesitas, que te pinte el despacho, o que te lleve los niños a las clases de extraescolares? Si es algo de eso, cuenta conmigo, pero si es para encargarme un caso y teniendo que viajar otra vez, olvídate. No he deshecho la maleta y tengo tres lavadoras por poner. He llegado a tener que comprarme slips para poderme cambiar, y acumular un cerro por falta de tiempo para llevarlos a la lavandería. ¿A qué hora salen tus niños del colegio? —terminó preguntando.

    —¡Cálmate Jon, por favor te lo pido! Tú sabes bien que no tengo hijos que llevar al colegio, y que no tenemos presupuesto ni para darle un repaso de pintura a las bajeras de los despachos, así que para eso no te necesito, pero sí, y de manera  muy encarecida para este caso que tienes delante. No creo que necesites mucho tiempo y podría encargarse cualquier otro, porque a simple vista es un caso simple, pero me huelo que se precisa de un olfato como el tuyo. Te adelanto que tienes que viajar, sin embargo es a un lugar paradisiaco.

    A la Isla de la Gomera. El destino es inmejorable, y si te parece, y siempre que lo resuelvas con rapidez, podríamos retrasar el informe y conclusiones finales unos días, para que pudieras descansar en la playa, haciendo un poco de turismo, y tomando algunas copas de ron miel con cola, para retomar fuerzas, y con un poco de suerte, te estará esperando el ascenso a tu regreso —añadió el Teniente.

    —Me está dando la impresión de que me estás vendiendo la burra... ¿De qué se trata el caso? —preguntó indiferente, aunque con cierta curiosidad.

    —Un caso de envenenamiento por arsénico, del que no se sabe la forma que pudo producirse la ingesta del veneno. El fallecido es una persona muy conocida en la isla de La Gomera, y respetada en el mundo tabaquero isleño, aunque no es que fuera un gran industrial del gremio, pero sí de mucho prestigio por la calidad de sus elaborados. Su lema fue siempre el de Poquito, pero de muy buena calidad, mejor que mucho, y de calidad mediocre o mala.

    Te mandamos a ti porque no disponemos de medios destacados en La Gomera, excepto para tráfico y el control portuario, y, aun así, con muy pocos efectivos. Dependerás de la División Territorial de Santa Cruz de Tenerife, a la que pertenece La Gomera, que tampoco anda sobrada de medios, y que los de arriba han pensado, que tu presencia allí, y tu demostrada cintura torera, te hará ganarte a las autoridades locales, tanto de Tenerife como de La Gomera, para que no se levanten ampollas por la intervención de personal ajeno al archipiélago. Ya sabes tú, mejor que nadie, lo territoriales y suspicaces que pueden llegar a ser ciertos estamentos policiales y políticos en algunas partes de nuestro territorio patrio. En algunas partes la ayuda se interpreta como invasión de competencias, menosprecio de sus valías y un sinfín de chorradas, con las que tú sabes muy bien lidiar.

    —¿Para cuándo tendría que viajar? —preguntó.

    —Tienes vuelo con Iberia esta tarde a Tenerife Norte, para que te presentes a la Comisaria de la Isla mañana temprano, y a primera hora de la tarde, enlazas con vuelo de Binter a San Sebastián de la Gomera —le respondió en tono serio el Teniente, que del trato familiar había pasado a ser su superior y a darle las órdenes.

    —¡Ni de coña, mi Teniente! ¡Sin ropa apropiada y limpia no voy ni a la esquina! Se lo puedes transmitir a los de arriba que piensan muy bien —fue la respuesta del Alférez.

    —Jon, vuelas esta tarde para Santa Cruz de Tenerife, con ropa limpia o sucia para lavarla allí, pero sales hoy sin excusas. Tienes tiempo desde ahora para ir a unos Grandes Almacenes y comprar lo indispensable, que podrás cargar a los gastos de la operación, al igual que lo que tengas que comprar allí, pero el caso no admite dilación. ¡Hazme caso en lo que te digo, Jon, que es por tu bien!

    —¿Queréis que vaya con pantalones de pana, camisa de franela, y una pelliza de borrego vuelto a las Islas Canarias? ¿Estamos loco hasta ese extremo? —se preguntó Jon en voz alta.

    —Pasa por tu casa, llévate los uniformes que tengas de verano a mano, y algo de ropa veraniega, cómprate algo de ropa interior y llévate la sucia para lavarla allí, y ponte en marcha, ¡ya! Mi secretario te dará los billetes y algunas instrucciones que te recomiendo leas en el viaje, así como el expediente que tienes delante de ti, para no aparecer como un pardillo en el destino.

    Deberás informar por orden de jerarquía a la Comandancia de Santa Cruz de Tenerife, al Comandante Alonso Rebajo, o a quien él te designe como interlocutor, y siempre con copia a mí, y si necesitas algún empujón para desbloquear alguna barricada, avísame por vía directa a mí, para movilizar los medios. Tú ya me entiendes de lo que te hablo, ¿verdad? ¡Pues ya está dicho todo! Tienes mi móvil particular y el oficial, y ambos están las veinticuatro horas operativos, ¡Ahora, buen viaje, y buena suerte! —le dijo el Teniente poniéndose en pie y tendiéndole la mano para dar por terminada la reunión.

    —¡A sus órdenes, mi Teniente! ¡Estaremos en contacto! Me retiro con su permiso, con el Expediente del Caso y con..., la copia de lo demás de lo que hemos hablado para que no se me olvide —se despidió Jon de su superior, tras haber saludado en posición de firmes.

    Al salir del despacho del teniente Ortega, y justo frente a la puerta del mismo, se topó con la mesa de su secretario, el cabo Juan Otero, que al verlo salir del despacho, llamó su atención para que se acercara.

    —Discúlpeme mi Alférez, ¿usted es Jon Satrustegui, verdad? —le preguntó levantándose de la mesa y adoptando una posición marcial.

    —Sí, yo soy Jon Satrustegui. ¿Qué desea, cabo? —le respondió haciéndole señas con la mano para que apeara el saludo.

    —Mi Alférez, tengo instrucciones de entregarle la documentación correspondiente a su viaje a Santa Cruz de Tenerife y a San Sebastián de la Gomera. La tengo aquí dispuesta con la excepción de la tarjeta de embarque para el vuelo a Santa Cruz de Tenerife, que dado el poco tiempo del que dispone, y si lo desea, se la puedo obtener por vía telemática en un par de minutos. Así solo tiene que pasar el control de equipaje a la llegada a la terminal, antes de ir directo a la puerta de embarque, suponiendo que no vaya a facturar equipaje. ¿Desea llevarla ya consigo? —concluyó preguntándole.

    —Si es usted tan amable, cabo Otero, le agradecería que me obtenga la tarjeta de embarque. No voy a facturar equipaje, aunque con seguridad mi macuto exceda las dimensiones de los permitidos en cabina, pero ya me harán la vista gorda —le dijo.

    —Aquí tiene su tarjeta de embarque, mi Alférez, que se la pongo dentro del sobre junto con la documentación que me han dado para usted. Asiento 8 C. ¿Desea que le dé un sobre grande en el que meter el expediente que lleva en la mano?

    —Se lo agradeceré. No hay porqué ir luciendo la documentación. Si lo tiene sin el anagrama del Cuerpo, mucho mejor.

    —Aquí lo tiene, mi Alférez —le dijo el cabo Otero al entregarle un sobre con fuelle de color marrón, y sin distintivos de ningún tipo.

    De la las Oficinas de la Dirección Nacional de la Policía Judicial, Jon Satrustegui se dirigió a su domicilio, donde preparó con más rapidez y diligencia que cualquier miembro de las fuerzas de intervención inmediata, un macuto de gran tamaño donde fue colocando lo que consideró necesario para aquel viaje. Como hombre previsor, y ya acostumbrado a salidas de urgencia, tenía en su apartamento un lateral del armario que tenía en el cuarto de invitados, ocupado con los uniformes de verano, y otro lateral con los de invierno, con sus respectivos complementos en cada caso. En su dormitorio también tenía un armario con la ropa de paisano, que al igual que la ropa de faena, la tenía clasificada por cada temporada.

    Decidió hacer el viaje vestido de paisano, y no hacer uso del uniforme hasta llegar al destino, y empezar a actuar de forma oficial. Metió en el macuto un par de pantalones de calle y de vestir, así como unos pantalones cortos, camisetas y ropa sport. Zapatillas playeras y calzado de calle informal. Revisó el neceser que había traído del viaje anterior y anotó lo que necesitaría comprar. Metió la bolsa de la ropa interior que necesitaba llevar a la lavandería y se dispuso a salir para comprar algunas mudas.

    Con las compras terminadas, se acercó a la cafetería de los propios Grandes Almacenes, y en la misma barra para agilizar el tiempo, pidió un plato combinado y una cerveza que le sirvieron sin demora, y que casi engulló como si fuera un pavo, apurando el poco tiempo del que disponía. Pidió un café cargado y la cuenta, y tras pasar por su domicilio para recoger el macuto, donde metió las compras, y donde ya estaban los sobres correspondientes al viaje y el expediente, paró un taxi en la esquina de su domicilio y se fue al aeropuerto con tiempo suficiente para pasar el control de equipaje, donde se identificó por ir armado, y una vez le franquearon el paso, situarse junto a la puerta de embarque.

    Sentado en la sala de espera, Jon estuvo repasando la conversación mantenida apenas unas horas antes con su jefe, y llegó a la conclusión de que le había tomado por un trapo que se puede manejar a su antojo por carecer de voluntad propia. El problema no creía que fuera solo de él. Era muy posible que fuera también culpa de sus jefes jerárquicos, que compartieran la misma idea sobre él, y ¿por qué, no?, quizás también fuera culpa propia, por haberse entregado en cuerpo y alma, sin oponer la menor reticencia durante años, a cuantos servicios le habían ordenado hacer, y que nunca fueron agradecidos, ni tan siquiera con alguna mención, o una pasada de la mano por la espalda. Ya hacía años que deberían haberlo ascendido, y, sin embargo, lo que habían hecho es aprovecharse de él. Pero aquello se iba a terminar en breve, tan pronto como terminara de resolver ese extraño envenenamiento con arsénico que se había producido en San Sebastián de la Gomera.

    También,dicho fuera de paso, ya podían haber envenenado al tipo ese un poco más cerca de su casa, y no en Casa Cristo. No hacía ni veinticuatro horas que había desembarcado de un avión, de regreso de un caso, y ya estaba casi a pie de pista de despegue para ir a resolver otro.

    ¡Tenía claro que lo habían tomado por un imbécil, y eso tenía que cambiar!

    -  *  -

    CAPÍTULO 2

    ––––––––

    El vuelo a Santa Cruz de Tenerife se lo pasó Jon leyendo y releyendo la copia del expediente que le había entregado el Teniente, en el que, dicho fuera de paso, no había demasiada documentación, ni tampoco resultados de la investigación preliminar llevada a cabo hasta el momento. Lo único significativo eran los detalles de la identidad del fallecido, sobre lo cual no habían tenido que quebrarse mucho la cabeza para localizarla y redactar el informe.

    INFORME

    Nombre del fallecido: ADAM PERDOMO MARRERO

    Edad:   60 años

    Naturaleza:  San Sebastián de la Gomera.

    Hijo de:José   Perdomo y María del Pino Marrero

    (ambo fallecidos)

    Domicilio: Calle de La Pinta nº 10 - San Sebastián de la Gomera – Domicilio de la Fábrica.

    Profesión:  Tabaquero

    Cargo: Presidente de la empresa familiar Perdomo Tabacos Isleños S.L.

    Producción: Dedicados a la fabricación de cigarros manuales.

    Situación de la fábrica: Calle de La Pinta nº 10 - San Sebastián de la Gomera

    Estado Civil:  Viudo

    Hijos:   Ninguno.

    FAMILIARES

    Hermanos:

    José Perdomo Marrero – 63 años – Natural y vecino de San Sebastián de la Gomera – Profesión: Propietario y Gerente del Restaurante El Cherne situado en Playa de Santiago.

    Viudo y con dos Hijas: Elena y Consuelo empleadas en el negocio.

    Javier Perdomo Marrero - 60 años - Natural y vecino de San Sebastián de la Gomera – Profesión: Ex despalillador, apartador, mojador y un poco de homo factótum. Incapacitado para su trabajo habitual por enfermedad. Consejero del presidente de la empresa Perdomo Tabacos Isleños S.L. Soltero y sin hijos.

    Antonio Perdomo Marrero – 55 años. Natural y vecino de San Sebastián de la Gomera – Profesión: Propietario y Gerente de un Estanco en Plaza de la Constitución.Viudo con dos hijos varones, Andrés, empleado en el estanco y soltero, y Luis, operario bunchero, y encapador en la fábrica familiar Perdomo Tabacos Isleños S.L. casado y con un hijo, Luis Enrique, estudiante.

    OTROS FAMILIARES: Sin reseñas.

    OTRAS REFERENCIAS:  El fallecido Adam Perdomo Marrero, era una persona muy conocida en la isla de La Gomera, y respetada en el mundo tabaquero isleño, aunque no es que fuera un gran industrial del gremio, por los volúmenes de producción, pero sí de mucho prestigio por la calidad de sus elaborados. Su lema fue siempre el de Poquito, pero de muy buena calidad, mejor que mucho, y de calidad mediocre o mala.

    DATOS CLÍNICO DEL FALLECIMIENTO

    Causa del fallecimiento: Envenenamiento por arsénico, del que se ignora la forma en que pudo producirse la ingesta del veneno.

    Resultado de la autopsia: Presencia negativa de arsénico en el estómago. Se descarta la posibilidad de ingesta conjunta con algún alimento, ni sólido ni líquido.

    Jon Satrustegui sacó su inseparable libreta de notas y en la primera hoja libre anotó.

    Autopsia:

    "Pedir original completo de la autopsia, y si es pobre en detalles exhaustivos, pedir la repetición completa de la misma. Buscar posibles señales de inyecciones, arañazos, laceraciones, etc.

    Buscar análisis de vías respiratorias.

    Obtener informe médico detallado del fallecido, medicación que tomaba y por qué vía la tomaba, ¿posibles supositorios?, ¿parches transdérmicos?

    Intentaba concentrarse en lo que estaba haciendo, pero el cansancio acumulado del caso anterior y la falta de descanso le hacían quedarse ensimismado y a punto de dormirse, así que, guardó la documentación y apoyándose en el respaldo del asiento, cerro los ojos, y al instante se quedó dormido.

    Solo volvió a tomar consciencia de donde se encontraba cuando la voz del comandante avisó al pasaje de que en breves minutos se tomaría tierra en el aeropuerto de Los Rodeos, en Santa Cruz de Tenerife, dando información de la temperatura reinante, esperando que hubieran tenido un vuelo agradable y deseando recibirlos de nuevo a bordo.

    Casi sonámbulo, deseando no llegar a despertarse del todo, abandonó el aeropuerto y en taxi se trasladó al hotel que tenía reservado para aquella noche.

    Se registró en recepción, subió a la habitación, tomó una ducha y apenas se había secado, cuando se tumbó en la cama y regresó a los brazos de Morfeo, en donde pasó la noche casi sin cambiar de postura.

    *

    Tras nueve horas seguidas de sueño, se despertó con tiempo suficiente para afeitarse, pedir que le subieran el desayuno a la habitación, tomar una ducha con la que desprenderse de los jirones de sueño que aún ocupaban su cabeza, y vestido de paisano, se trasladó a la Comandancia de la Guardia Civil de Santa cruz de Tenerife, en el número 3 de la calle Conde de Pallasar, en donde tenía órdenes de presentarse ante el Comandante Alonso Rebajo, que sería su jefe directo mientras que se encontrara ocupado de aquel caso.

    Se identificó ante el personal del cuerpo de guardia y solicitó ser recibido por el Comandante Rebajo, que le constaba, lo estaría esperando. Fue conducido a la tercera planta del edificio y le pidieron que aguardara en la salita de espera hasta que vinieran a conducirlo ante el Comandante.

    Jon se sentó en una de las butacas allí existentes a tal efecto, y se entretuvo repasando en su cabeza los datos que hasta el momento conocía del caso, mientras que no venían a por él, y se dio cuenta, con cierto desánimo, de que respecto al asunto no tenía ni un solo cabo suelto del que empezar a tirar. No le preocupaba demasiado, porque todavía ni tan siquiera había llegado a su destino, pero le hubiera gustado, en el fondo, disponer de un abultado dosier sobre el que trabajar.

    —¿Alférez Satrustegui, verdad? —le preguntó un guardia femenino desde la puerta de la sala de espera.

    —¡Afirmativo, yo soy! —respondió poniéndose de pie.

    —Haga el favor de acompañarme, mi Alférez —le dijo la recién llegada, que lo condujo por varios pasillos hasta detenerse ante una puerta cerrada. Golpeó dos veces, abrió la puerta y anunció la presencia del visitante.

    —El Comandante Rebajo le espera, mi Alférez. Puede usted pasar —le dijo, haciéndose a un lado para franquearle el paso, la número que lo había acompañado.

    —¿Da usted su permiso, mi Comandante? —preguntó Jon, asomando la cabeza por la entreabierta puerta de aquel despacho.

    —Adelante, Alférez. Pase y sea bienvenido a Tenerife.

    —¡Con su permiso, mi Comandante! ¡Se presenta el Alférez Jon Satrustegui, destacado desde las Oficinas Centrales de la Policía Judicial, a sus órdenes! —se cuadró Jon en posición de firmes.

    —¡Descanse Alférez! ¿Trae usted un sobre con sus órdenes de destino, verdad? —le preguntó.

    —¡Así es mi Comandante! —le respondió Jon, que extrajo un sobre de la carpeta que había traído consigo y que le entregó en mano.

    —¡Tome asiento, Alférez!

    —¡Con su permiso, mi Comandante! —respondió Jon, sentándose en una silla próxima a la mesa de su superior, mientras que aquel abría el sobre y leía el contenido.

    —Bien, ya veo que tiene usted experiencia en investigación criminal, y que viene para hacerse cargo del caso Perdomo.

    —Así es mi Comandante, y bajo sus órdenes jerárquicas, según me han informado, a menos que disponga usted algo en contrario —le contestó Jon.

    —De momento le veo vestido de Godo en vacaciones, sin hacer uso del uniforme que le obliga el reglamento del cuerpo a vestir en cualquier actuación oficial. ¿Viene usted a trabajar, o a descansar haciendo el paripé durante unos días? —le preguntó con gesto serio el Comandante.

    —Le ruego, me disculpe el atrevimiento, mi Comandante. Tengo la uniformidad completa en el macuco de viaje. Solo he dispuesto de muy pocas horas entre un caso y la asignación a este, y apenas si he tenido tiempo de meter las cosas en el macuto y salir corriendo para aquí, para más señas, medio macuto lo traigo lleno con ropa para lavar, por eso no me ha dado tiempo a planchar el uniforme para vestirlo de una manera apropiada. No sabía cuál sería, a su criterio, la falta más leve, si vestir de paisano, pero correcto, o con el uniforme arrugado y a mi juicio impresentable. He tenido tampoco tiempo en Madrid, que casi hubiera tenido que presentarme en pantalón corto. Le ruego que no me lo tenga en cuenta, mi Comandante —se disculpó Jon.

    —La excusa me parece razonable. Había pensado que venía usted en plan Godo a pasearse por las Islas. No se preocupe, Alférez. Ha sido una broma de mal gusto por mi parte. Yo también pasé por Godo durante una buena temporada, hasta que conseguí afincarme aquí. Ya sabe que los insulares miran con cierto recelo a los peninsulares que llegan a realizar cualquier tipo de trabajo, pensando que vienen a robarles sus oportunidades. Verá alguna que otra pintada de Godos Fuera, o algo parecido en algunas paredes, pero no se deje amedrentar por ello. Cuando alcanzan a comprender que no viene uno con intención de usurpar derechos, se logra hacer muchos y muy buenos amigos. No son mala gente, pero el recelo lo tienen un poco arraigado en sus mentes.

    —¡Gracias, mi Comandante! —le respondió Jon.

    —Bien, hablemos del caso Perdomo. ¿Qué conoce sobre el asunto?

    —A fuer de ser sincero, mi Comandante, no tengo ni la más remota idea, He recibido un expediente con cuatro folios y poco más. No sé si no les ha llegado más documentación a la Oficina Central, o si es todo lo que hay hasta el momento. Sé que el fallecido se llamaba Adam Perdomo, Industrial Tabaquero de San Sebastián de la Gomera y que falleció, según la autopsia, a causa de envenenamiento con arsénico. Cualquier información adicional que me pudiera proporcionar, sería de agradecer.

    —En la realidad, no disponemos de mucho más, pero aunque la obtenga repetida, le he preparado una copia del expediente que hemos confeccionado aquí hasta el momento, y que confío en que engordará a marchas forzadas tan pronto como se ponga usted a los mandos del caso.

    —Haré un compendio de los dos expedientes y espero ir engordándolo con rapidez con datos de relevancia, para poder obtener resultados. ¿Quiere usted informes continuos o prefiere que le traslade solo lo que sea de interés?

    —Solo lo que sea de interés, y resúmenes de puesta al día semanal. Todo el papeleo que usted se ve obligado a obtener y a estudiar, pero que no conducen a nada, salvando a obtener una visión general del asunto, es mejor que los conserve usted. No me dan las horas del día para tanto como pasa por mi mesa —le dijo el Comandante.

    —Así lo haré, mi Comandante. ¿Le valen los informes parciales telefónicos, o todo por escrito? —preguntó Jon.

    —Alférez, si todo lo que me ha de contar lo ha de escribir, necesitaría meses para avanzar unos pocos pasos. Aquí en mi tarjeta tiene mis teléfonos de contacto. Los oficiales y el privado para urgencias. En San Sebastián no dispondrá de personal auxiliar, salvando que consiga congraciarse con la Policía Local, la Nacional, o al Jefe del Puesto de Vigilancia Portuaria, que están hasta los ojos de trabajo extra, pero de forma puntual, puede que les presten algo de ayuda. Si lo ve indispensable, avíseme y desvestiré a un santo de aquí para vestir otro en La Gomera. El Benemérito Instituto no se distingue por el exceso de personal. Eso me consta que lo tiene usted bien claro.

    —Así es, mi Comandante. Procuraré hacer el mejor uso posible de los escasos recursos disponibles, es decir, de mí mismo, hasta el límite de mis fuerzas, y, disculpe la sinceridad. Ya estoy acostumbrado a trabajar solo, o casi solo, y la verdad es que no me ha ido hasta el momento muy mal del todo.

    —La fama le precede, Alférez, y ya sabe que esa fama no se retribuye ni premia, y solo, y en algunas muy raras ocasiones, se reconoce, pero es lo que tenemos.

    —¡Daré de mi lo mejor, mí Comandante! —dijo Jon.

    —Bien, no dispongo de mucho tiempo más para dedicarle. Aquí le hago entrega de la copia de todo el expediente que obra en mi poder, y cuente que estoy a su disposición en lo que pueda, en los teléfonos que le doy. Si tiene alguna pregunta que pueda responderle, este es el momento, pero por favor, no me pida el nombre del asesino.

    —Seré yo quien se lo diga, mi Comandante, y confío en que sea pronto. Una última pregunta, ¿qué tal es Pedro Santana, el Teniente al cargo del Puesto de la Guardia Civil en San Sebastián de la Gomera?

    —No es mala persona. Lo definiría como muy suyo, pero no tenga en cuenta mi opinión. Descúbralo por usted mismo, pero creo que se llevaran bien. Solo un recordatorio de lo hablado, él es isleño y ejerce como tal, y para él usted es Godo. No ejerza y le irá mucho mejor. Le deseo mucha suerte Alférez, y manténgame informado.

    Jon aprovechó el tiempo que le quedaba disponible hasta la salida del vuelo de Binter, con destino a La Gomera, para pasear en plan tranquilo por las calles de Santa Cruz de Tenerife, sin prisas y sin destino concreto. El equipaje lo había dejado en consigna, en la recepción del hotel en el que había pernoctado, y tan solo tenía que pasar a recogerlo de camino al aeropuerto.

    Sin habérselo propuesto, se encontró deambulando por el

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