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Un Encuentro Inesperado
Un Encuentro Inesperado
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Libro electrónico324 páginas5 horas

Un Encuentro Inesperado

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*** UNA NOVELA ROMÁNTICA, NO EXENTA DE INTRIGA, QUE TE ATRAPARÁ DESDE LA PRIMERA PÁGINA.**

El encuentro inesperado de dos artistas a la búsqueda de sus respectivas musas.

Unas ocultas y enigmáticas propiedades pendientes de ser sacadas a la luz.

El hallazgo del más preciado de los tesoros, **EL AMOR** y **LA PASIÓN.**

Sinopsis.

Dos almas perdidas y desorientadas en el mundo, en el que vagan sin cesar en busca de un destino que se les hace incierto.

Pedro es un escritor tenaz, con su sueño, pero frustrado por no encontrar la musa que le inspire alguna de las novelas que lleva escritas en su imaginación, pero que nunca llegan a tomar cuerpo cuando las trata de llevar al papel.

Una precaria situación económica, resuelta de forma temporal por una pequeña herencia recibida de la Tía Angelina, lo llevará, en cumplimiento del legado testamentario, al lugar ideal donde, en teoría, la inspiración lo ha de colmar, si no se da antes a la bebida, El Palmar.

Jacqueline es una artista multidisciplinar, con grandes dotes genéticas para la pintura, la escultura y la escritura, frustrada por no encontrar el camino verdadero de su vocación, que vive refugiada, lamiéndose las heridas de los traumas que el infortunio le infligió en su infancia, desconfiando de la existencia de un amor verdadero, exento de traiciones.

Un inesperado y casual encuentro los sorprende a ambos con las barreras bajadas, apareciendo en sus vidas una luz que los ha de llevar por caminos insospechados, y mil veces soñados.

Emprenderán la búsqueda de unas propiedades ocultas por generaciones, que pueden constituir un verdadero tesoro, pero que, sobre todo, los ha de conducir a encontrar el mayor y el más preciado de todos, **EL AMOR** y **LA PASIÓN.**

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 feb 2024
ISBN9798224445455
Autor

JOAQUIN RUIBAL DE FLORES CALERO

Joaquín Ruibal de Flores Calero, es natural de El Puerto de Santa María (Cádiz). Cursó estudios de Náutica, es Capitán de la Marina Mercante y tras muchos años de ejercicio profesional en el mar, ejerció la Dirección General de varias empresas dedicadas a la Logística, Transporte y Distribución. Entre sus aficiones más reseñables, que practica de forma continuada, se encuentran: la pintura impresionista y realista, los viajes, y de forma muy especial la escritura, que ejerce de forma vocacional desde hace muchos años, en la que ha hecho incursiones en distintos géneros literarios tales como, las Novelas; Históricas, Románticas, de Aventuras, Intrigas, Suspense, y también, Relatos y Cuentos infantiles.

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    Un Encuentro Inesperado - JOAQUIN RUIBAL DE FLORES CALERO

    Un Encuentro Inesperado

    ––––––––

    JOAQUÍN RUIBAL DE FLORES CALERO

    © Joaquín Ruibal de Flores Calero – 2024 – Todos los derechos reservados

    © Revisión, corrección y maquetación del texto Joaquín Ruibal de Flores Calero

    © Diseño de cubierta y maquetación: Joaquín Ruibal de Flores Calero

    Imagen de cubierta: www.pxfuel.com/es/free-photo-emsjg- Abrazos. Libre de regalías.

    Ninguna parte, ni el todo de esta publicación, puede ser reproducida, ni registrada o transmitida, por ningún tipo de medio, sin el permiso por escrito del autor, bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico.

    ISBN:

    íNDICE

    DEDICATORIAS

    AGRADECIMIENTOS

    CAPÍTULO 1

    CAPÍTULO 2

    CAPÍTULO 3

    CAPÍTULO 4

    CAPÍTULO 5

    CAPÍTULO 6

    CAPÍTULO 7

    CAPÍTULO 8

    CAPÍTULO 9

    CAPÍTULO 10

    CAPÍTULO 11

    CAPÍTULO 12

    CAPÍTULO 13

    CAPÍTULO 14

    CAPÍTULO 15

    CAPÍTULO 16

    BIOGRAFÍA DEL AUTOR

    DEDICATORIA

    ––––––––

    Para las Carmenes de mi vida. Las que me acompañaron, y las que aún hoy lo siguen haciendo, cada una en su dimensión, para ayudarme a recorrer sin tropiezos el incierto camino de mi vida.

    Para ti, Lector, que ahora tienes esta novela en tus manos, en la que he querido fantasear y asumir el reto de ofrecer una historia viva, dinámica, y en la que no falte un mucho de amor, y bastante de misterio.

    ¡Que sería de los seres humanos en este mundo, si no dispusiéramos de los sueños y la imaginación con los que vivir en la mente, todo aquello de lo que nos gustaría gozar en la realidad!

    Ojalá que te haga disfrutar, y te recuerde que siempre hay que osh anr viva la Esperanza, para lograr aquellos sueños que perseguimos, y que no debemos sucumbir en el desánimo por no alcanzarlos, justo en el momento en el que lo deseamos.

    La paciencia y la perseverancia os han de llevar a conseguirlo.

    *

    AGRADECIMIENTOS

    ––––––––

    A Mari Carmen, mi hija, por la fe que siempre ha depositando en mí, su confianza y el estímulo que me ha ayudado a completar esta obra.

    Gracias, Cariño por tu ayuda y tu apoyo.

    A todos aquellos que, pública y privadamente, tienen depositada su confianza en mí, y esperan pacientes a que mis obras lleguen a ser conocidas.

    A mi familia y amigos por hacerme creer que escribir es algo posible, y ser escritor un sueño alcanzable.

    Anticipadamente, a todos quienes me presten su colaboración para que esta obra se divulgue y llegue al mayor número de lectores posibles.

    *

    CAPÍTULO 1

    Apenas amanecía en la ciudad y ya se podía vaticinar que aquel día que venía por delante, sería tan tórrido como lo había sido el anterior, y como casi con seguridad, también lo volvería a ser el siguiente. No era necesario tener profundos conocimientos de meteo-rología. Daba igual el gradiente barométrico que indicara la variación de la presión atmosférica reinante en aquel momento, ni lo que también lo hiciera el fraile predictor, para poder asegurar que sería un día de calor insoportable. Claro que viviendo en Sevilla, y estando en pleno mes de agosto, nadie podría extrañarse.

    En el barrio del Museo, en donde por el momento tenía su residencia Pedro Quirós, las calles tienen el trazado tradicional del casco antiguo de una ciudad de la época medieval, con vías angostas que apenas si dejan que los rayos solares lleguen a tocar el asfalto. Gracias a ello, las casas resultan algo más frescas que en los barrios nuevos, en donde, a pesar de tener intercalados entre los altos bloques de viviendas, bastantes zonas verdes con abundante arbolado y amplios jardines, la exposición a los rayos solares las hacen ser más calientes, pero a pesar de todo ello, y de haber dormido con el balcón abierto y la persiana enrollada, la almohada sobre la que Pedro Quirós había tenido apoyada la cabeza durante la noche, estaba tan empapada por el sudor, que casi se diría que se podría exprimir, lo que le hizo insoportable la idea de permanecer por más tiempo recostado en ella.

    Abandonó la cama y en el baño puso la cabeza bajo la ducha tratando de refrescarse, aunque la temperatura con la que salía el agua por la alcachofa apenas le aportó un poco de bienestar.

    Se dejó el pelo mojado confiando en que la evaporación del agua le fuera robando calor al cuerpo, y en la cocina se preparó un café cargado que se fue bebiendo a pequeños sorbos mientras observaba, asomado al balcón del dormitorio que daba a la calle Bailén, cómo un día más, y ajenos al calor, los sevillanos se ponían en movimiento camino de sus quehaceres cotidianos, y cómo la ciudad iba desperezándose poco a poco.

    Para aquel día él no tenía prevista ninguna otra cosa que hacer, salvando la visita semanal que, como cada sábado, desde hacía años, realizaba a su tía Angelina, con la que almorzaba, y a la que le hacía un buen rato de compañía en la sobremesa, hasta que como era previsible, ella empezaba a dar claras muestras de querer dar una cabezada, momento en el que él aprovechaba para despedirse.

    Esa había venido siendo su rutina. Un aperitivo, una charla sobre cualquier tema, la comida, y cuando en la sobremesa la conversación languidecía, llegaba para Pedro el momento de emprender la retirada, pero, aquel sábado, algo en el ambiente le decía que no era un sábado normal.

    La tía Angelina lo había recibido con su efusividad acostumbrada, abrazándolo tan pronto como cruzaba el dintel de la puerta, y dándole media docena de sonoros besos en cada mejilla.

    Después, colgada de su brazo, recorrían el largo pasillo camino de la salita de estar, en la que transcurrían la mayor parte de los días en los que ella no salía, mientras que lo interrogaba sobre cómo le iban las cosas, si había trabajado en la novela, si había alguna mujer en su vida, y un sinfín de preguntas, casi siempre las mismas, con las que la buena mujer pretendía ponerse al día de las circunstancias que rodeaban la vida de su sobrino.

    —¿Qué te apetece para beber, Pedro? ¿Una copa de buen vino, una cervecita fresquita, un refresco? —le ofreció.

    —Me tomaría de buena gana una copa de oloroso, pero con este calor que hace, mejor me voy a decantar por esa cervecita que me ofreces —le respondió él.

    —Muy bien hecho, Pedro. Yo también me voy a tomar una. Espera un momento que enseguida las traigo —contestó.

    —¡Nada de eso, tía Angelina, ya las traigo yo! —se ofreció Pedro.

    —Bueno, pues si eres tan amable tráelas tú, y de paso, tráete unas aceitunas gordales rellenas de anchoas, de esas que tanto te gustan, que las he comprado en exclusiva para ti, y que las encontrarás en el frigorífico, junto a los botellines.

    —¡Qué detalles tienes conmigo, tía Angelina! Ahora lo traigo todo —le dijo mientras salía camino de la cocina.

    —¡Qué buenísimas están estas aceitunas! No he sido capaz de resistirme y me he comido un par de ellas mientras ponía los vasos y los botellines en la bandeja —le dijo cuando llegó junto a su tía, que ya había despejado la mesa para que no tuviera dificultad al depositar la bandeja en ella.

    —Estas son las que preparan los hermanos Vi- llamarín, en Dos Hermanas, que para mi gusto son las mejores, y no son fáciles de encontrar, no creas, porque ellos se dedican a exportar casi toda su producción al extranjero.

    —¡Um, son buenísimas! —repitió Pedro al tiempo que se llevaba una a la boca.

    —No comas muchas que te quitarán las ganas de comer y te he preparado tus croquetas preferidas —le dijo la tía Angelina, llevándose el vaso de cerveza a la boca.

    —Me tienes malacostumbrado, tía Angelina. Siempre me mimas como cuando era pequeño.

    —Es que sigues siendo pequeño, Pedro. Cuando te hagas mayor verás cómo los miembros de la gene-ración que te sigue, y a los que has visto crecer desde pequeños, los continúas viendo como tales, aunque los años también hayan pasado por ellos.

    —Pues los años pasan, tía Angelina. Aunque uno no quiera —añadió Pedro entre sorbos.

    —Cambiando de tema, cuéntame algo de cómo va esa novela. ¿Has escrito algo? ¿Te llegó la inspiración que esperas? —le interrogó la anciana.

    —Aún no me ha llegado, tía Angelina. Me desespera la idea de que nunca llegue, y de que esté perdiendo el tiempo caminando en pos de una ilusión, para la que ni siquiera estoy seguro de valer. Me acuden ideas como flashes que me parecen interesantes, pero cuando trato de darles forma se me escapan como agua entre los dedos.

    —Es que no me quieres hacer caso, porque el autor, y lo comprendo, tiene que seguir los dictámenes de la inspiración según les lleguen, pero en mi opinión, una historia de amor, entretejida con un ambiente de misterio, podría resultar atractiva.

    Sobre todo, en estos momentos en los que todo rueda alrededor de malas noticias, crisis económica, disputas políticas, guerras aquí y allá, y por encima de todo ello, la falta de consenso entre quienes tienen que guiar al país hacia una mejor convivencia y un mayor progreso, pero ya ves, nada de eso aparece a ninguna hora del día, ni en los programas de radio y mucho menos, en los de televisión. 

    —Pero Tía, esa idea de la que me hablas resultaría una especie de culebrón sudamericano, que cansaría al lector tras leer el primer capítulo.

    —Nada de eso, Pedro. Todo depende de cómo entretejes las tramas, y de que estas tengan visos de realidad.

    Recuerdo que cuando yo era muy niña, la radio era el elemento primordial en los hogares en torno a la cual nos reuníamos todos. Por entonces, las novelas, lo que hoy llamamos culebrones, nos mantenían en vilo un día tras otro esperando un desenlace que nunca parecía que iba a llegar.

    Los redactores jugaban de maravilla con eso, y   cuando ya se veía un posible final para aquel drama, porque eso sí, siempre eran dramas, hacían aparecer algún personaje nuevo o le daban un giro a cualquiera de los existentes, para que el embrollo no se resolviera.

    Intriga, incertidumbre, amenazas, por ahí circulaban las historias, cuando no había también alguna pena de mujer abandonada o de niño no deseado.

    ¿Por qué no piensas tú en algún argumento de ese tipo sobre el que construir una historia? —concluyó Angelina.

    —No sé, tía Angelina, no descarto tu idea, pero la chispa que desencadene el fuego de la inspiración es la que me falta.

    La busco sin descanso, pero no me llega. Puede que cualquier día aparezca, o también puede que en cualquier momento tire la toalla y me olvide de esa ilusión, por mucho que la haya alimentado durante años.

    —¡Eso nunca, Pedro! Rendirse no ha de formar parte de tu plan de vida. Escribe, escribe todo cuanto se te ocurra, sea lo que sea, y trata de seguirle el hilo a cualquier idea que se te venga a la cabeza. Puede que muera a medio folio, o puede que lo haga cuando llegues a diez, pero no le pongas tú el límite —trató ella de animarlo.

    —Eso hago a diario, tía Angelina, y tengo cajones llenos de intentos frustrados, que dicho sea de paso, no sé por qué no los he tirado aún. Puede que los conserve para mortificarme al comprobar la realidad de mis fracasos.

    —Persiste y no caigas en el desánimo. Algún día lo conseguirás, ya lo verás, y ahora, vamos a comer, hijo, que el estómago me ruge, no sé si por causa de los gases de la cerveza o por el hambre, pero de cualquier manera, ya es la hora —interrumpió la conversación dispuesta a poner el mantel.

    No volvieron a tratar más sobre aquel tema durante la comida, en la que la conversación fue divagando de una cosa en otra, como le solía ocurrir a la tía Angelina con mucha frecuencia. Empezaba con algún cotilleo de las revistas del corazón, y sin solución de continuidad, hilvanaba ese asunto con cualquier noticia que hubiera oído en la televisión, o con los problemillas que hubieran ocurrido con la comunidad de vecinos.

    Pedro hacía gala de una paciencia infinita y le seguía el hilo de sus divagaciones con tal de que la mujer estuviera distraída durante su visita, dándole así la oportunidad de desahogar cualquier cosa que le preocupara, y que por vivir en soledad, no tenía con quién compartir.

    Concluida la comida y ya con el café sobre la mesa, la tía Angelina abordó un tema nuevo del que nunca habían tratado.

    —Pedro, llevo unos días considerando la cuestión en hacer testamento —dijo.

    —¿Qué te pasa, tía Angelina? ¿Estás pensando en morirte pronto? Porque yo te sigo viendo con un aspecto tan sano como para no pensar en que llegue ese momento —respondió Pedro en tono de humor.

    —Bueno, si es por la salud, podríamos decir que gozo de una excelente mala salud. Achaques no me faltan, como tú bien sabes, puesto que me has acompañado varias veces al médico, pero eso no me asegura el que viviré para siempre y, por otro lado, quizás sea lo mejor el dejar las cosas previstas para cuando Dios me llame.

    —Verás, si Dios te llama, procura que te coja comunicando y te deje para otra ocasión —volvió a bromear Pedro.

    —No seas irreverente, Pedro. El día no se sabe, pero que me llamará no tengo la menor duda. Mientras tanto, yo no le doy facilidades y procuro cuidarme al máximo, claro está que dentro de mis posibilidades.

    —¡Así me gusta! Valiente y resuelta a luchar, como me inculcas a mí siempre que puedes. Bueno, y ¿eso del testamento a que viene? Tú lo tienes fácil, me haces heredero universal a mí de todos tus bienes, y yo seré un hombre mucho más feliz de lo que lo soy, y además, te lo agradeceré hasta la eternidad —le bromeó Pedro.

    —Te lo mereces por lo bien que te portas conmigo y las atenciones que tienes estando siempre pendiente de mí.

    —Pues entonces no hablemos más. Mañana te llevo a un notario, me haces tu heredero universal y asunto concluido —prosiguió bromeando Pedro.

    —No puedo hacer eso, Pedro. Si tu hermano se enterara, me pondría de inmediato en contacto con Dios, para acelerar su llamada. Tú no sabes de lo que él sería capaz de hacer para quedarse con todo mi pa-trimonio. Tengo que pensar en cómo llevarlo a cabo para que no haya peleas entre vosotros por mi culpa, cuando esté yo de cuerpo presente, pero una cosa sí tengo clara, y es que el cuadro que tanto alabas cada vez que vienes, ese será para ti. Sé que te gusta mucho, así que reparta como reparta mis cosas, ese cuadro será tuyo cuando yo me vaya.

    —Pues sabes una cosa, tía Angelina, que el cuadro me encanta porque estás tan joven y guapa en él, que enamorarías a cualquiera, pero la verdad es que pre-fiero tenerte a ti en vida, que a tu cuadro cuando ya estés ausente —fueron sus últimas palabras sobre este tema antes de cambiar el rumbo de la conversación, como hacía siempre.

    —¿Y de novias, qué, nada de nada, hijo? Con la ilusión que me haría el tener en mis brazos a un sobrino nieto.

    —De momento no hay nada que hacer, tía Angelina. A mí nadie me quiere, excepto tú —le repitió una vez más Pedro.

    —¡Ya te llegará el amor, cariño, siempre que esté de la mano de Dios!

    —Pues a ver si se da un poco de prisa y me echa un ojito, porque falta me está haciendo.

    —¡Ay Pedro, no seas irreverente! Ya sabes que no me gusta que hables así. Has de tener paciencia y confianza en que la vida te llevará pronto por un camino que te llene de felicidad.

    Yo estaré siempre contigo y velaré desde el más allá para que seas feliz.

    —¡Que Dios te oiga, tía Angelina!

    -  *  -

    CAPÍTULO 2

    ––––––––

    Habían transcurrido varías semanas desde aquella última comida en la casa de la tía Angelina, y aunque a Pedro le pareciera que el tiempo había sido mayor, la realidad era bien distinta. Quizás esa sensación se debiera al cúmulo de circunstancias, tan seguidas, y tan dolorosas que se habían desarrollado en ese pe-riodo de tiempo.

    Apenas una semana después de haber comentado con la tía Angelina su buen aspecto, y haber bromeado con ella sobre su excelente mala salud, una mañana recibió su llamada diciéndole que no se sentía bien y pidiéndole que por favor acudiera a su casa.

    A su llegada la halló con gesto descompuesto, en un estado de gran agitación, con la respiración alterada y dificultades para hablar. Trató de tranquilizarla diciéndole que no se preocupara, que ya él estaba allí y que pronto se iba a poner bien, aunque sus palabras no lograron el efecto deseado. En vista de que no conseguía saber qué era lo que en realidad le ocurría, le preguntó si prefería que llamara a su médico, o que la llevara al hospital para que la vieran de urgencia, y ella no lo dudó mucho. Le pidió que la ayudara a vestirse de calle y que la llevara al hospital.

    Estaba claro que sus sensaciones no eran de síntomas leves, o al menos, ella se sentía tan mal como para desear ir al hospital lo antes posible. En otras circunstancias hubiera preferido esperar a ver si se le pasaba el malestar, o que se llamara al médico, ya que la ida al hospital se le infundía a ella como algo de última opción. 

    A la llegada a urgencias fue atendida con rapidez dada la lividez de su rostro, las uñas amoratadas y su respiración jadeante. Le hicieron las pruebas preliminares de evaluación y la dejaron ingresada en observación hasta poder determinar un diagnóstico.

    A partir de ese momento se sucedieron largas horas pasadas en la sala de espera, aguardando noticias de su estado, de su evolución o de su posible ingreso en planta, en donde podría recibir visitas de sus familiares, ya que mientras estuviera en observación, las visitas estaban restringidas a casos muy excepcionales, y mientras tanto, los familiares se veían obligados a aguardar impacientes las noticias que con cierta regularidad les transmitía el personal sanitario.

    Al cabo de las horas, Pedro fue llamado a consulta y le hicieron pasar a un pequeño despacho anexo a la sala de observación, en donde fue informado de que la tía Angelina padecía una insuficiencia respiratoria proveniente de causas aún pendientes de determinar, pero que requerían el ser intubada, ya que con el aporte de oxígeno que le estaban proporcionando no era suficiente.

    Como único pariente presente en el hospital, y dada la urgencia, le recabaron su autorización firmada para proceder de esa manera, y una vez concedida, la tía Angelina fue trasladada a la unidad de cuidados intensivos.

    Su estado general se fue agravando por días, en los que no dejaron de hacerle todo tipo de pruebas y análisis, pero sin llegar a poder determinar el origen de aquel deterioro tan rápido de su organismo, quizás solo justificado por la edad, pero no tan precipitado.

    Varios días después, se produjo el óbito en estado de inconsciencia, y se certificó su fallecimiento por causas naturales.

    Vinieron después las horas de Tanatorio, las gestiones de las exequias religiosas previas a la inhumación, y el papeleo que todo ello conlleva, el transmitir el fallecimiento a conocidos y a algunos fami-liares lejanos, la publicación de la esquela, etc., etc. y, que ante la indiferencia y falta de colaboración de su hermano Andrés, tuvieron que ser resueltas por Pedro, como si se tratara de un hijo, o en este caso, de un sobrino único.

    Tampoco Pedro esperaba otro comportamiento por parte de su hermano, del que conocía bien su carácter y su poca predisposición a hacerse cargo de   responsabilidades.

    Quizás por todo esto, las pocas semanas trans-curridas desde aquella última comida en la casa de la tía Angelina, le parecieran a Pedro como una eternidad, pero apenas una semana después de haber ultimado las gestiones del entierro, estando una mañana en el balcón, absorto en la contemplación del movimiento pendular de las bien torneadas caderas de una joven, que en ese preciso momento pasaba por la calle en dirección a la plaza de la Magdalena, Pedro no se dio cuenta de que en la puerta de la calle se detenía la moto de una empresa de mensajería, cuyo conductor extrajo de la maleta portaobjetos una bolsa de plástico, y se acercó para pulsar un botón del portero automático, que al instante, emitió su sonido de llamada en la cocina, sobresaltándolo al oírlo.

    —¿Quién es? —preguntó al descolgar el auricular.

    —Un envío a nombre de Pedro Quirós, ¿me abre la puerta, por favor? —respondió el mensajero.

    —Le abro, y déjelo en el buzón.

    —Lo siento, Señor, pero el envío viene con acuse de recibo y necesito entregarlo en mano, y además, me ha de firmar el volante y anotarme su documento de identidad —le respondió el mensajero.

    —Está bien, le abro y suba al primero A —le dijo resignado.

    —Buenos días. ¿Es usted don Pedro Quirós Fernández? —preguntó el mensajero cuando le abrieron la puerta de la vivienda.

    —Sí, soy yo.

    —Pues este envío es para usted. Fírmeme aquí en la PDA, y, anote debajo el número de su documento de identidad.

    Pedro siguió las instrucciones y recogió el sobre de plástico que el mensajero le tendía, en cuyo interior, y al tacto, se apreciaba la existencia de un sobre, o al menos, de algunos folios doblados. Por unos momentos, observó el sobre de plástico tratando de averiguar quién podría ser el remitente, pero no fi-guraba en ningún lugar del envoltorio. Rasgó el plástico y sacó del interior un sobre del tamaño de medio folio, dirigido a él, y en donde aparecía el membrete del remitente en la parte inferior izquierda del anverso del mismo. Notaría Monte Sierra - Calle Alfonso XII número 30 – 2º dcha. 41001 – Sevilla.

    Con el sobre en la mano, y sin haber hecho aún intención de abrirlo, se sirvió otra taza de humeante café mientras meditaba sobre cuál sería el contenido de aquel sobre, y del porqué alguien se lo remitía por vía notarial.

    No recordaba tener nada pendiente con nadie, ni con ningún departamento de la Administración, ni Local, ni con Hacienda, ni problemas de multas impagadas, ni nada de nada, es más, como él mismo se estuvo repitiendo mientras sopesaba el sobre, por no tener, no tenía ni dinero, pero tampoco trampas ni nada que temer, así que por más vueltas que le quisiera dar, no encontraba razón alguna para que nadie le remitiera por vía notarial ningún documento o requerimiento. ¿Y por qué, tenía que ser algún requerimiento, y por fuerza tendría que ser por algún asunto desagradable? se preguntó a sí mismo, para darse casi al instante la respuesta, pues porque para él no había nunca noticias buenas, concluyó. La verdad era que casi nunca había noticias para él, pero desde luego, cuando las había, casi nunca eran buenas.

    Estuvo contemplando el sobre entre sus manos, y el sobre contemplándolo a él durante un buen rato, sin decidirse a abrirlo, guardarlo en un cajón, o tirarlo a la basura, temiendo que el contenido le perturbara su ya poco serena vida, pero al final resolvió el dilema al coger un abrecartas que tenía sobre la mesa de trabajo, a la que se sentaba casi a diario con la intensión de escribir la novela que tenía en su mente, pero que nunca arrancaba. Introdujo la punta por una esquina del cierre y la fue deslizando con suavidad hasta conseguir el poder acceder al interior del mismo en donde encontró una sola hoja doblada.

    ¿Qué vas a hacer, Pedro? ¿Terminarás de enterarte de una vez de lo que te han enviado, o te quedarás todo el día dudándolo? – se preguntaba para sí.

    Algo le decía, sin saber a ciencia cierta el porqué, que aquello no podía ser bueno. Lo bueno siempre pasaba de largo en su vida, y aquello no sería una   excepción.

    Al final, desdobló la hoja y leyó su contenido.

    Sr. don

    Pedro Quirós Fernández

    C/. Bailen nº 25

    41001 – Sevilla

    Muy Sr. Mío.

    En seguimiento de las instrucciones recibidas, me pongo en contacto con usted con el fin de citarle en esta notaría, situada en la calle Alfonso XII número 30 – 2º dcha. 41001 – Sevilla, el próximo lunes a las 10 de la mañana, para hacerle entrega de documentos de su interés.

    Dado que esta comunicación le ha sido remitida por mensajería con acuse de recibo, tenemos constancia de que ha llegado a su poder, por lo que el hecho de no personarse en nuestras oficinas en el día y hora en el que se le cita, nos dará a entender que no le interesa recibir esos documentos, y, por lo tanto, obraremos en consecuencia.

    Sin otro particular y a la espera de poder conocernos de forma personal, le saluda muy cordial.

    Enrique Monte Sierra.

    Releyó la carta un par de veces más, tratando de encontrar entre líneas algo que alumbrara la oscuridad en la que se encontraba, pero seguía tan in albis, como antes de abrir el sobre.

    No le quedaba más salida, pues, que la de acudir a la notaría si quería saber de lo que se trataba aquel asunto, así que, volvió a meter la carta en el sobre y lo dejó sobre la mesa para no olvidarse de la cita a la que le convocaban el lunes siguiente.

    Durante todo el fin de semana no consiguió apartar de su pensamiento la maldita citación, tratando de encontrar algún asunto por el cual lo convocaran, pero no hallando ninguno, estuvo deseando en todo momento que el tiempo pasara y salir de tanta duda y tanto misterio que habían llegado al extremo de atormentarle.

    La notaría no estaba lejos de su domicilio, apenas a dos o tres manzanas que podían recorrerse a

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