Un nuevo amanecer
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¿Qué hace que una mujer con poder, con éxito en el trabajo, lo deje todo para vivir sola en medio de ninguna parte? Esta es la historia de Rita, una mujer fuerte, con dinero, con un buen trabajo, que siente que la vida se le escapa de las manos. Su mundo está oscuro, vacío, lo único que la hace feliz, lo único que hace que quiera seguir adelante es Shana, un orangután con el que ha trabajado durante veinte años enseñándole el lenguaje de signos. Sin poder hablar, se siente más comprendida y apoyada por Shana que por nadie más. Por eso, cuando le dan la noticia de su despido, decide cambiar su rutina, su vacío existencial, por una vida más sencilla, pero también aislada. Con Shana emprende un viaje al reencuentro de sí misma, pero en ese nuevo amanecer, aparecerá una joven que le hará replantearse toda su vida, la pondrá en peligro y, al mismo tiempo, le hará recuperar un cariño que creyó perdido para siempre.
Francisca Herraiz
Nacida en Barcelona, 1976. Ávida lectora desde niña, creció entre libros, lo que le llevó a querer llenar páginas y más páginas con ideas y personajes que siempre rondaban por su cabeza. Creó su propia página web para impartir cursos destinados a enseñar a otros escritores a lograr sus metas. Ha enseñado a miles de alumnos, muchos de ellos logrando publicar sus obras. También imparte cursos online de pintura y escritura en el portal Udemy. Con varias novelas, relatos y cuentos infantiles escritos, decidió publicar toda su obra de forma independiente, lo que le llevó a tener varios éxitos, sobre todo con su novela Te estaba esperando. Ha vendido sus libros en todo el mundo.
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Un nuevo amanecer - Francisca Herraiz
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Tenía una copa de vino tinto en la mano, su cadera apoyada ligeramente en el borde de la mesa abierta cubierta de entremeses y bebidas. La sala estaba repleta de gente hablando unos con otros, formando un murmullo constante y molesto. La música de fondo, para ambientar la fiesta, era ignorada por todos. La mayoría, a esas horas de la noche, ya estaban borrachos. La fiesta fue idea de su marido, sociable como el que más, le encantaban las reuniones. Era su cumpleaños y habían acudido vecinos, amigos y compañeros del trabajo. Muchos le eran desconocidos, otros casi no habían tenido relación con ellos, pocos realmente conocidos, a su parecer, ningún amigo. Todos venían porque su marido era el jefe de una gran empresa, tenía dinero, poder y querían empaparse del lujo que les rodeaba. A su marido le encantaba su trabajo, al menos al principio, ahora que había llegado a lo más alto, se pasaba todos los días en el golf y atendía a sus negocios mediante el móvil o el ordenador, relegando la mayor responsabilidad a otros.
Bebió un sorbo de vino mientras le observaba coquetear con una chica joven, de no más de 25 años, él cumplía 50. Lo peor de todo es que no le importaba. Le veía tontear con esa chica, sonreírle e ignorarla a ella, su mujer por más de 20 años, y no sentía nada. No había celos, no había odio, no había rencor, no sentía malestar, le daba igual. Hacía tiempo que su relación se había roto, seguían viviendo juntos, pero ya no se conocían. Se despedían por la mañana temprano con un frío y cordial beso en la mejilla, una sonrisa forzada y un hasta la noche. Cada uno se iba a su trabajo, o a sus quehaceres y no se veían ni hablaban en todo el día. Si coincidían alguna vez en casa, cada uno se sumergía en su ordenador, su Tablet y móvil, olvidando el exterior, olvidando que fuera de aquellas pantallas había otra vida, más real, más tangible. Ya no se miraban a los ojos y solo se comunicaban por WhatsApp.
Debía reconocer que la chica era guapa, con ese pelo sedoso, esa piel suave, esos pechos turgentes, esa figura bien contorneada, normal que él se fijara en alguien más joven. Ella ya no podía aportarle nada más, después de sus dos abortos, desistieron de seguir intentándolo. Dedicada de lleno a su trabajo, pospuso demasiado tiempo su maternidad, llegando demasiado tarde. Se quedó embarazada a los 45 años y el bebé no pasó de las cuatro semanas. Un año más tarde volvió a quedarse embarazada, abortando dos meses después. Sus óvulos estaban envejeciendo, como ella. Ahora, a sus 49 años, su menstruación era casi inexistente, a veces le venía dos o tres meses seguidos para después pasarse cuatro o cinco sin tenerla. Pronto habría desaparecido, como su oportunidad de ser madre.
Se terminó la copa de vino y la dejó vacía sobre la mesa. Una de sus conocidas, a la que podía considerar amiga, se le acercó sonriendo mientras inclinaba la cabeza con un gesto hacia su marido, que empezaba a hacer el ridículo.
—¿No te molesta que esté tonteando tanto con esa chica?
—Es su cumpleaños, deja que se haga ilusiones.
Su compañera se rio y alzó la copa para brindar por eso.
—Me fascina tu autocontrol, si fuera mi marido ya lo habría matado. —Y volvió a reírse—. Disculpa...
La vio marcharse hacia otra compañía más entretenida, ya había soltado su comentario del día y, satisfecha, volvía a la diversión, a los cuchicheos sobre ella y el marido desvergonzado que la dejaba en ridículo. Odiaba esas fiestas, le cansaba tanta falsedad, ninguno estaba allí por placer, estaban allí por dinero. Cansada, fue hacia las escaleras y subió a su cuarto. Sabía que nadie la echaría de menos, últimamente se había vuelto distante con las personas, se estaba alejando de todo el mundo. Lo sabía y no le importaba, había comprendido que, lejos de la multitud, se sentía mejor. Por eso, cuando abandonó la fiesta, nadie la detuvo, nadie reparó en su presencia, ni en su ausencia. Entró en su cuarto y cerró con llave. Su marido tenía su dormitorio al lado del de ella. Hacía más de dos años que dormían separados. Se quitó la ropa incómoda, los tacones que le destrozaban los pies, se soltó el cabello teñido de caoba, se desmaquilló y se puso un camisón ancho, cómodo. Apagó la luz y se olvidó de todo.
Al amanecer sonó el despertador. Quería salir antes que su marido, no le apetecía hablar con él. Se vistió sin hacer ruido, cogió las llaves de su coche y se fue hacia el trabajo. Él dormiría todo el día, se acostaría tarde y estaría con resaca, mejor ignorarle hasta la noche.
Rita trabajaba en un laboratorio, era jefa de planta. Estudió biología y se especializó en primates. Trabajaban en un proyecto de inteligencia con orangutanes, chimpancés y gorilas. Intentaban averiguar hasta dónde llegaba su aprendizaje, cuántas palabras podían memorizar, cuántos problemas resolver, cómo interactuar con otros miembros de su especie y con los humanos. Les hacían trabajar con diferentes objetos, con ordenadores, con pantallas táctiles, todo por una pequeña recompensa de comida. No eran maltratados, pero tampoco era una situación normal. Todos los animales que residían en el laboratorio jamás habían salido de sus pequeñas habitaciones acristaladas, jamás habían estado en el exterior. Su mundo se reducía a cuatro paredes y a la visión diaria de las mismas personas. Su proyecto era Shana, así la habían bautizado, un orangután hembra de 20 años que llegó al laboratorio tras perder a su madre, la asesinaron para poder vender a la cría, era un negocio en auge, una nueva moda para la gente adinerada que pensaba que, tener un orangután como mascota, les hacía más sofisticados. Pagaban buenas sumas por los bebés y, para conseguirlos, mataban a las madres que luchaban con fiereza para proteger su bien más preciado, sus crías. La especie, debido a la caza furtiva y la deforestación, estaba en grave riesgo de extinción. Así fue como, Shana, siendo un bebé, fue vendida al mejor postor, en este caso su laboratorio, quien pagó por ella. Necesitaban un orangután para sus experimentos. Así se conocieron, con apenas unas semanas de vida, Rita fue la encargada de su cuidado y enseñanza. Criarla desde los inicios la hizo sentir como la madre que nunca pudo ser. Ella se encargó de darle los biberones, de limpiarla, de enseñarle, jugar con ella. Veinte años después, su vínculo era tan fuerte