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Seducir al jefe
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Libro electrónico146 páginas2 horas

Seducir al jefe

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Información de este libro electrónico

¿Aceptaría un matrimonio sin amor?
A Jennifer Dunning su jefe le hizo una oferta difícilmente rechazable, a pesar de la mala reputación que Marsh Grainger tenía con las mujeres.
Decepcionada con el amor, Jennifer tenía la seguridad de que sería inmune a los encantos del sexy ranchero, pero no había contado con la potente química que surgiría entre ellos. También Marshall era escéptico respecto al amor, y la única razón por la que quería casarse con ella era para tener descendencia.
¿Podría aceptar Jen la oferta por más que el sexo fuera como una explosión de fuegos artificiales?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 oct 2014
ISBN9788468748863
Seducir al jefe
Autor

Joan Hohl

Joan Hohl is a bestselling author of more than sixty books. She has received numerous awards for her work, including a Romance Writers of America Golden Medallion award. In addition to contemporary romance, this prolific author also writes historical and time-travel romances. Joan lives in eastern Pennsylvania with her husband and family.

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    Seducir al jefe - Joan Hohl

    Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2013 Joan Hohl

    © 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

    Seducir al jefe, n.º 2008 - octubre 2014

    Título original: Beguiling the Boss

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-687-4886-3

    Editor responsable: Luis Pugni

    Conversión ebook: MT Color & Diseño

    www.mtcolor.es

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Capítulo Once

    Publicidad

    Capítulo Uno

    Jennifer Dunning era una privilegiada y lo sabía. Desde el día que nació había sido halagada y lisonjeada por sus padres y por todo el mundo. Sin embargo, no recordaba haber tenido ni una sola pataleta cuando no conseguía lo que quería. Aceptaba una negativa en silencio y seguía adelante.

    En aquel momento estaba sentada en su dormitorio, donde llevaba prácticamente dos semanas encerrada buscando frenéticamente en su ordenador una nueva vida. Había llegado la hora de marcharse de la casa de sus padres en una urbanización de lujo a las afueras de Dallas.

    Jennifer era excepcionalmente guapa; lo había sido de bebé y lo era aún más a los veintiocho años. Alta y esbelta, con las curvas precisas en los lugares necesarios, estaba bendecida con un maravilloso cabello color miel, ojos marrón oscuros y facciones clásicas.

    Pero estaba inquieta y frustrada. Dos semanas atrás había dejado su trabajo como ayudante personal del director general de una gran empresa. Se había hartado de los sermones de un hombre que no estaba a la altura de su puesto y que solo lo ocupaba por ser hijo del dueño de la empresa. También se había cansado de las miradas insinuantes que le dirigía cada vez que estaban en la misma habitación.

    Jennifer no necesitaba trabajar. Sus padres eran ricos y ella era hija única; además, contaba con un gran fondo fiduciario que le había dejado su abuela paterna; y otro, algo menor, de su abuelo materno, que todavía vivía. Pero a ella le gustaba trabajar. Era inteligente y tenía una licenciatura en Ciencia y un máster en Administración de Empresas; le gustaba estar ocupada y ser útil.

    Trabajar era mucho más entretenido que la vida social de Dallas, que le resultaba superficial y aburrida. De adolescente, había disfrutado con las clases de baile y también le gustaba montar a caballo. De hecho, era una experta amazona.

    Pero con el tiempo, había empezado a aburrirse de comer con sus amigas todos los miércoles y de cotillear sobre gente que le daba lo mismo. Todo le resultaba demasiado frívolo y ella tenía grandes planes para sí misma. Quería ir a la universidad de Pennsylvania, al Wharton School of Business. Sus amigas, en cambio, pensaban quedarse en Texas. Así que sus caminos acabaron por divergir. Jennifer había optado por aguantar hasta final de verano antes de marcharse.

    Sus padres, por contraste, disfrutaban plenamente de una frenética vida social. Aunque Jennifer sabía que la querían, apenas los veía. De pequeña, había pasado casi todo el tiempo con la doncella, Ida, que le había enseñado a limpiar; y con el cocinero, Tony, que la había convertido en una excelente cocinera. De hecho, Jennifer adoraba las tareas domésticas.

    Después de terminar los estudios de secundaria, volvió a Dallas y se instaló en un apartamento con acceso independiente en casa de sus padres. Podría haber invitado a quien quisiera, pero nunca había pasado allí la noche con ningún hombre, y no porque a sus padres les hubiera importado (después de todo, era ya una adulta), sino porque los hombres no le interesaban particularmente.

    Quizá eso se debía a lo que le había pasado en uno de los últimos años en el colegio. Algo que no le había contado a nadie. Se marchaba del colegio tarde, tras una reunión con su profesor de matemáticas. Era casi de noche e iba distraída por el aparcamiento hacia su coche.

    El chico era mayor, un típico chico guapo, gran jugador de fútbol americano, al que todas las amigas de Jennifer adoraban. Pero a ella le parecía demasiado engreído y chulo. Tal vez por eso mismo la había acosado aquella tarde.

    La acorraló entre dos coches aparcados, se bajó la bragueta con una mano mientras le metía la otra por debajo de la falda a Jennifer. Aterrorizada, ella dio un grito agudo y, aunque el aparcamiento parecía desierto, se oyó una voz masculina que gritó: «¡Qué pasa ahí!».

    El superdeportista juró entre dientes y la amenazó: «Más te vale mantener la boca cerrada, zorra». Y salió corriendo.

    Ella corrió hasta su coche sin hacer caso del desconocido, al que oyó acercarse.

    Aquella tarde sus padres no estaban en casa cuando llegó, temblorosa y con los ojos enrojecidos. La amenaza del chico resonó en sus oídos mucho tiempo, pero nunca se lo había contado a nadie.

    La experiencia le creó una profunda desconfianza hacia el sexo opuesto, aunque con el tiempo comprobó que no todos los hombres eran como aquel. De hecho, hasta se dejó llevar por la curiosidad con un compañero de la universidad, aunque después se sintió vacía y desilusionada. Así que nunca había invitado a ningún hombre a su apartamento.

    Y eso que sus padres no se habrían enterado porque estaban demasiado ocupados, socializando e intercambiando parejas con sus mejores amigos.

    Jennifer había descubierto hacía poco aquel juego y no tenía ni idea de cuántos participaban o desde cuándo lo hacían; tampoco quería saberlo. De hecho, apenas aguantaba estar en presencia de sus padres. Sabía que lo que hicieran con su vida no era de su incumbencia, pero se sentía traicionada, como si la hubieran mentido durante años presentado una fachada de corrección social y de matrimonio perfecto. A veces sentía ganas de hacer algo que los escandalizara.

    Por eso había dejado el trabajo al día siguiente de volver a su casa y descubrir en una situación comprometida a su padre con Annette Terrell, la esposa de su mejor amigo; y a su madre con el esposo, William.

    Dos semanas después, decidió marcharse de casa y comenzó a buscar otro empleo. Amaba a sus padres, pero lo que había visto la había sacudido hasta la médula. Y aunque confiaba en que con el tiempo podría estar con ellos sin que la atormentara la horrorosa imagen que había visto, necesitaba un poco de distancia.

    Una semana más tarde, les dejó una nota:

    Me voy a ver al mago de los negocios de Dallas, Marsh Grainger, para un trabajo. Os llamaré.

    También mandó un correo a sus mejores amigas:

    Hola a todas. Me voy por un tiempo. Seguiré en contacto.

    Sabía que cuando mirara su correo le habrían escrito queriendo saber todos los detalles, pero por el momento ella no quería darlos. Como tampoco quería anunciarles que tenía una entrevista con Marshall Grainger, que tenía fama de conquistador. Ni siquiera podía explicar por qué le había tentado el anuncio de Marshall Grainger solicitando una ayudante personal. Necesita espacio y tiempo para sí misma, e intuía que el Mago, de quien se decía que prefería su rancho en el campo a la agitada vida social de la alta sociedad de Dallas, podía ayudarla.

    * * *

    Marshall Grainger necesitaba ayuda en el despacho y en la casa.

    Perteneciente a la familia Grainger de Wyoming, Dakota del Sur, Marsh era rico. Poseía un enorme rancho de ganado en Colorado, que dirigía un excelente capataz y antiguo compañero de la marina de Marsh, Matt Hayes. El rancho pertenecía a su familia desde hacía varias generaciones y allí, donde pasó los veranos de su infancia, había aprendido todo lo que necesitaba saber sobre el campo.

    Pero más que ganadero, Marsh era un hombre de negocios. Era alto y delgado, tenía las facciones marcadas y una mandíbula firme; además de una melena densa de color chocolate y ojos rasgados gris oscuro.

    Aunque era dueño del rascacielos en el que tenía las oficinas de su empresa en Dallas, apenas acudía a la ciudad. De hecho, evitaba la vida social como si fuera la peste y prefería trabajar desde la casa ubicada en el mismo centro de los cincuenta acres del rancho.

    En aquel momento, se esforzaba por no albergar demasiadas esperanzas, pero después de varias semanas de desesperación, confiaba en poder pasarle las cuentas y otros asuntos a su nueva ayudante.

    Por fin había solicitado el puesto alguien titulado. Y que fuera una mujer… era un inconveniente menor.

    Se sirvió un café y miró la hora. Era la una y treinta y dos. La cita era a las dos. Aclaró la taza y preparó una cafetera, aunque pensó que, tras el viaje, la mujer querría algo fresco. Miró en el frigorífico. Tenía algún refresco.

    Solo le quedaba esperar; algo que no se le daba especialmente bien.

    Su anterior ayudante había dimitido hacía tres meses, y desde entonces no había conseguido dormir una sola noche del tirón. Con suerte, a la candidata le gustaría la casa. Miró a su alrededor e hizo una mueca: tanto

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