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Su insólita princesa
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Su insólita princesa
Libro electrónico160 páginas2 horas

Su insólita princesa

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Información de este libro electrónico

Él nunca había esperado gobernar… Ella nunca había esperado ser princesa.
El príncipe Logan no estaba destinado a ser rey ni deseaba serlo. Pero la abdicación de su hermano, debido a un escándalo, no le dejaba otra opción. Después de volver a su país, supuso que Cassidy Ryan, su leal secretaria, seguiría a su lado.
El anuncio de su jefe de que iba a ser rey cambió la vida de Cassidy. No sabía nada sobre cómo organizar la agenda de un monarca ni tampoco sobre cómo controlar el deseo que el príncipe Logan había despertado repentinamente en ella. Pero, cuando Logan le demostró que él también la deseaba, Cassidy tuvo que decidir si de verdad podía ser su princesa.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 dic 2020
ISBN9788413489155
Su insólita princesa
Autor

Michelle Conder

From as far back as she can remember Michelle Conder dreamed of being a writer. She penned the first chapter of a romance novel just out of high school, but it took much study, many (varied) jobs, one ultra-understanding husband and three gorgeous children before she finally sat down to turn that dream into a reality. Michelle lives in Australia, and when she isn’t busy plotting she loves to read, ride horses, travel and practise yoga. Visit Michelle: www.michelleconder.com

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    Su insólita princesa - Michelle Conder

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2020 Michelle Conder

    © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Su insólita princesa, n.º 2819 - diciembre 2020

    Título original: Crowning His Unlikely Princess

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1348-915-5

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    CASSIDY comparó el folleto informativo que tenía en la mano con el de la pantalla del ordenador y se le cayó el alma a los pies.

    Le había dado el folleto equivocado.

    Estaba perdida.

    La despedirían.

    Y punto.

    El día había comenzado mal y había ido empeorando a medida que avanzaba, y aquello era la gota que colmaba el vaso.

    No había tenido un día tan malo desde aquel en que su padre, hacía muchos años, las había sacado a ella y a su hermana, en plena noche, como si fueran delincuentes, del pueblo en que se habían criado. No lo eran, pero las habían tratado como si lo fueran. Y ella había contribuido a que recibieran ese trato.

    Flagelarse por errores pasados no iba a ayudarla en aquel momento.

    Si no resolvía aquello, su meticuloso jefe iría al día siguiente a una importante reunión en Boston, para dar los últimos toques a una inversión de capital que necesitaban para un importante proyecto, con información errónea, lo cual equivaldría a tirar por la borda ocho meses de laborioso trabajo.

    Después de la sorprendente noticia que su hermana le había dado esa mañana, aquello ya sería lo último.

    Y solo ella tenía la culpa. No debería haberla distraído tanto la inesperada noticia de Robin. Así que debía intentar solucionarlo.

    Y aún tenía tiempo, pensó, mirando el reloj.

    Volvió a comprobar la versión corregida del documento y se dispuso a imprimirlo.

    Como era de esperar, la impresora se quedó sin papel a la mitad. Debería haber una ley de Murphy que estableciera que, cuando un día empezaba mal, uno debía volverse a la cama y taparse la cabeza con la sábana.

    Comenzaron a palpitarle las sienes al recordar que apenas se acababa de despertar cuando una de sus sobrinas gemelas, de once años, había entrado en la habitación para decirle que su madre iba a casarse.

    Su madre era la hermana de Cassidy, la que se había ido a vivir con ella después de que hubiera vuelto a tocar fondo; la que había jurado no volver a acercarse a un hombre al haberse quedado embarazada siendo adolescente y haberla abandonado el padre de las gemelas antes de que nacieran.

    Robin había entrado en la habitación después, con una sonrisa avergonzada y un anillo de diamantes en el dedo.

    «No sabía cómo decírtelo», había dicho. «Dan me ha sorprendido totalmente con la proposición y quiere que las niñas y yo nos vayamos a vivir con él inmediatamente. No vamos a hacerlo hasta que encuentres otro sitio para vivir o a una compañera de piso, porque ya sé que no puedes permitirte pagar el alquiler sola».

    Cassidy, muda de sorpresa, se había limitado a mirarla.

    «¿Te has prometido?», le había preguntado.

    «Yo tampoco me lo creo», había contestado Robin mirando arrobada el anillo. «Pero, Dan es tan especial… Incluso quiere adoptar a las gemelas».

    A Cassidy se le había formado un nudo en la garganta al oír aquella palabras. ¡Las gemelas eran suyas! Había asistido a su nacimiento, había ayudado a su hermana a criarlas y había llevado a Amber a Urgencias cuando se rompió el brazo, ya que Robin tenía que trabajar. Y había leído cuentos a April para distraerla mientras esperaban a que su hermana gemela saliera del quirófano.

    Dan era un buen tipo, encantador, pero ¿casarse con él?

    Cassidy pensó que debería haber estado más preparada. Su hermana era una de esas hermosas personas que hacían que se volvieran a mirarlas.

    Como su jefe, el príncipe Logan de Arrantino.

    Su vida transcurría en un nivel distinto del de las personas normales como ella, y por donde pasaban causaban admiración y partían corazones.

    Siempre había sido así. En el instituto, los chicos solo se interesaban por Cassidy para que les presentara a su hermana. Era algo a lo que estaba tan acostumbrada que incluso ahora se preguntaba por las intenciones secretas de un hombre cuando la invitaba a cenar. No lo habían hecho muchos desde la última vez que había salido con uno, y a este solo le interesaba para que le dejara los apuntes, por las buenas notas que sacaba.

    Pero, por una vez, le gustaría conocer a un hombre que deseara su cuerpo. ¿Era mucho pedir?

    Se le apareció la imagen de su jefe y rápidamente la desechó. El único motivo por el que él desearía su cuerpo sería para enterrarlo después de haberlo asesinado por haber cometido tantos errores ese día.

    Primero, por pasarle la llamada de una llorosa exnovia, en vez de la del consejero delegado del bufete de abogados de la empresa; y, segundo, por confundir la hora de la cita para comer con un cliente con la del día siguiente, por lo que su jefe había llegado veinte minutos tarde.

    Y ahora aquella debacle… Ordenó cuidadosamente las copias del folleto en la mesa. Lo único que le faltaba era que se le cayeran al bajar corriendo a encuadernarlas.

    A esa hora de la tarde, la oficina estaba prácticamente vacía. Las mayor parte de sus colegas del banco se había ido a casa.

    Lo cual agradecía enormemente.

    La idea de tener que hablar de trivialidades con un compañero, o de volver a casa antes de poder fingir una sonrisa de alegría para su hermana, la sobrepasaba en aquel momento. No era que no estuviera contenta por su hermana. Lo estaba, pero temía lo que significaba para sí misma.

    Temía un futuro sin ver a su familia diariamente, un futuro sin nadie especial en su vida. Casi podía verse: una mujer soltera con una toquilla sobre los hombros y una docena de gatos peleándose por los cuencos de comida.

    Se le hizo un nudo en la garganta. Su hermana y ella eran un equipo. Lo habían sido desde el nacimiento de las gemelas, cuando Robin acababa de cumplir diecisiete años, y ella, dieciocho. Su madre las había abandonado dos años antes y su padre se esforzaba en sacarlas adelante, por lo que todos se apoyaban en ella. Y no le había importado. Le gustaba ayudar y no se arredraba cuando las cosas se ponían difíciles.

    Subió de nuevo al despacho, dejó los folletos en el escritorio y se dispuso a llamar al servicio de mensajería.

    Pero vaciló.

    Con la suerte que había tenido ese día, era probable que el mensajero no se presentara o que tuviera un accidente y los folletos acabaran en el fondo del Hudson, lo cual no solo sería un atentado ecológico, sino una causa de despido por estupidez.

    Había sido un increíble golpe de suerte que dos años antes la hubieran contratado como secretaria de Logan, pocos meses después de acabar la universidad.

    Sabía que había conseguido el puesto por estar en el lugar preciso, en el momento adecuado, y porque la jefa de personal estaba desesperada. En caso contrario, no estaría trabajando para un hombre a quien todos consideraban un genio de los negocios. No se detenía ante nada para conseguir lo que quería, lo cual la había intimidado enormemente cuando comenzó a trabajar con él, aunque le habían aconsejado que lo disimulara.

    «Sus secretarias anteriores se marcharon porque no daban abasto con el volumen de trabajo», le había dicho la jefa de personal mientras la acompañaba a hacer la entrevista con su jefe, «porque las intimidaba que fuera príncipe y segundo en la línea de sucesión al trono de Arrantino o porque se enamoraban de él. Cualquiera de estas tres razones es motivo de despido automático».

    Cassidy le había asegurado que el amor estaba muy lejos de sus intereses. Además, ya había tenido dos trabajos mientras estudiaba, pese a lo cual había sido la primera de su clase. Solo sabía trabajar.

    Miró los folletos que acababa de envolver. Su jefe vivía a un cuarto de hora andando del despacho, y ya le había llevado cosas otras veces. ¿Por qué no ahora? Emplearía ese tiempo en pensar lo que le diría su hermana al llegar a casa. Y estaría más tranquila sabiendo que había corregido su error y que su jefe tenía el material adecuado para la reunión.

    Tal vez tuviera la suerte de que el piso estuviera vacío, por lo que podría cambiar los folletos erróneos por los nuevos, sin que él lo supiera. Eso sería un golpe de suerte, pensó sonriendo.

    Se puso la chaqueta, agarró el bolso y pulsó el botón del ascensor para bajar.

    Como estaban a mediados de julio, la Quinta Avenida se hallaba atestada de turistas en pantalón corto, quemados por el sol.

    Cassidy los fue sorteando con su acostumbrada habilidad. No se dio cuenta de que el cielo estaba plomizo hasta que una gota cayó en el centro de su valioso paquete.

    Lanzó un gemido pensando que no era su día y se metió bajo el toldo de una tienda, junto con dos mujeres vestidas para salir de noche. Y comenzó el diluvio.

    Le cayó otra gota en la frente. Alzó la vista y vio que el toldo tenía un agujero. Al paso que iba, lo más probable era que un camión pasara por encima de un charco y la salpicara.

    –Perdone –dijo una de las mujeres–. La aplicación me ha dejado de funcionar. ¿Broadway está a la izquierda o a la derecha? Vamos a llegar tarde al teatro.

    –A la izquierda –dijo Cassidy.

    Ojalá llegar tarde a un musical fuera su mayor preocupación en aquel momento. En realidad, no recordaba la última vez que había hecho algo divertido.

    Se quitó la chaqueta y envolvió con ella el paquete. Buscó un taxi con la mirada. El tráfico se

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