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Un Rayo De Sol Entra Por La Ventana
Un Rayo De Sol Entra Por La Ventana
Un Rayo De Sol Entra Por La Ventana
Libro electrónico514 páginas8 horas

Un Rayo De Sol Entra Por La Ventana

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Información de este libro electrónico

Novela romantica en la que los personajes principales son mujeres
cuyas vidas, de una u otra forma, son regidas por las reglas sociales y las
decisiones que toman los hombres de su crculo familiar.
Una tarde de sbado Carolina es abordada por su abuela, quien comienza
a revelarle la verdad sobre sus antepasados. Esta narracin se extiende por
meses, y en ella se intercalan hechos que ocurrieron hace unos cien aos con
otros ms recientes, cuando la abuela era joven. As, se crean dos historias
paralelas sobre la misma familia, separadas en el tiempo y el espacio.
Cada suceso revelado, cada hecho explicado es una verdadera revelacin
para Carolina, quien no conoca nada del pasado de su familia. Y a la
vez es como una confesin de la abuela, quien se libera de la carga de
tantos secretos.
IdiomaEspañol
EditorialAuthorHouse
Fecha de lanzamiento25 ago 2014
ISBN9781496914798
Un Rayo De Sol Entra Por La Ventana
Autor

Thelma Galván

Soy Licenciada en Economía y Maestra Certificada en Matemáticas y Educación de Negocios por el estado de la Florida. Trabajé port res años como maestra sustituta en el Condado Miami-Dade. Toda mi vida he sido una lectora ávida y después de haber tenido y criado tres hijos y plantado innumerable árboles, decidí que era tiempo de escribir un libro y qué más adecuado que una historia sobre algunos secretos de familia? Soy dominicana y dejé mi país en el 1992. Desde el 1998 vivo en Miami, FL con mi esposo y tres hijos.

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    Un Rayo De Sol Entra Por La Ventana - Thelma Galván

    © 2014 Thelma Galván. All rights reserved.

    No part of this book may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted by any means without the written permission of the author.

    This is a work of fiction. All of the characters, names, incidents, organizations, and dialogue in this novel are either the products of the author’s imagination or are used fictitiously.

    Published by AuthorHouse 06/16/2014

    ISBN: 978-1-4969-1478-1 (sc)

    ISBN: 978-1-4969-1479-8 (e)

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    and such images are being used for illustrative purposes only.

    Certain stock imagery © Thinkstock.

    Because of the dynamic nature of the Internet, any web addresses or links contained in this book may have changed since publication and may no longer be valid. The views expressed in this work are solely those of the author and do not necessarily reflect the views of the publisher, and the publisher hereby disclaims any responsibility for them.

    Contents

    Asturias, 1877

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    LA ESPAÑOLA, 1878

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    ASTURIAS, 1877

    Capítulo 1

    Acostada en la cama, medio despierta, medio dormida, sintió un calorcito en la cara, acompañado por una ligera claridad que molestaba un poco, aun con los ojos cerrados.

    ¡Ah! Ahí estaba, como siempre, como casi todos los días en esta epoca del año. Era el rayo de sol que entraba por una rendija de la ventana.

    ¡Ahhh! Se movió en la cama volteando la cara. Ahora sentía el calorcito en la oreja derecha.

    Su madre le decía que había que arreglar la ventana o poner las cortinas de manera que tapara la rendija, pero ella siempre decía que no, que no le molestaba, que al contrario, le agradaba. De esa manera siempre se despertaría sin problemas, a excepción, claro está, de los días nublados.

    ¡Auuu! Ella bostezó ruidosamente casi sin darse cuenta. Nadie entendía su gusto por ese rayo de sol, pero ella sabía que no era solamente el saber que era de día, ni que le dijera que era una mañana sin nubes. Para ella significaba más, mucho más, por más que pensara y pensara no podía explicarlo. Era más bien un sentimiento de alegría, de seguridad de que estaba viva, de que al amanecer todo seguía, todo continuaba.

    ¡Ahhh! Otro bostezo-suspiro, sacó los brazos de debajo de las cobijas y los estiró. Estiró las piernas, onduló el cuerpo como hacen los gatos.

    Debía levantarse para asearse y prepararse para ir a misa con su mamá y sus primas.

    Tener quince años había sido uno de sus mayores deseos; cuando tenía ocho creía que todo iba a ser diferente, pero no, todos seguían pensando que era una niña y seguían queriendo ordenarle qué hacer. Mas aun, al crecer le habían ido quitando muchas de sus diversiones y la libertad se la habian ido estrechando, poco a poco.

    ¡Carmencita!, deja de correr de esa manera, que ya sois una señorita, ¡Carmencita, bajaros las faldas, ¿no veis que hay chavales cerca?, Carmencita, no juegueis así con varones", Carmencita para aquí, Carmencita para allá. ¡Dios mío, casi creía que le iban a gastar el nombre!

    Pensándolo bien, últimamente estaba notando que todos la cuidaban más que cuando era una niña.

    Segun decía la Nana Eulalia, ella era ya una señorita porque habia ‘desarrollado’ y tenía que cuidarse ahora. Pero …¿de qué era que tenía que cuidarse? Nadie le decía nunca las cosas claramente, y éso era algo que le molestaba mucho.

    -¡Carmencita!-. La voz de la Nana Eulalia la sacó de sus pensamientos. Pero sin querer, volvió a ellos al pensar que esa voz que estaba escuchando desde que ella tenía conciencia era el sonido que acompañaba a la sensación de calor del rayo de sol casi todos los días. No se imaginaba un amanecer sin una de esas dos cosas.

    -¡Carmencita!-. La voz se oía al otro lado de la puerta. Luego, un ligero toque en la misma, y el ruido de la puerta abriéndose.

    -Carmencita, vamos, levantaros. Que luego tu madre se impacienta, y después le dura el mal humor. Ya tus primas se levantaron y se están preparando.

    -Es verdad-, dijo Carmencita con pocas ganas. Qué remedio, pensaba, tengo que hacerlo.

    Aunque el ir a misa no le desagradaba, su desagrado era el levantarse. Pero ya levantada, todo lo hacía con prisa y con agrado. En poco tiempo estuvo lista, y de camino a misa con su madre, su tía, su abuela y primas, quienes vivían en su casa.

    El palacio de los del Valle se encontraba en la parte más antigua de la ciudad, donde la mayor parte de las viviendas eran precisamente palacios y caserones antiguos. y también allí se encontraban muchas iglesias antiguas y la gran Catedral.

    Generalmente iban a pie a la iglesia, que les quedaba apenas a unas cuadras, aunque durante el invierno la lluvia las obligaba a ir en coche, lo que era más molestia que comodidad porque más tiempo se perdía en montarse y desmontarse que en llegar.

    Era una bella mañana, aun se sentía el rocío caer sobre la cara. El aire estaba limpio, transparente, casi mágico. Podía decirse que se veían chispas de luz danzando en él. Se sentía la brisa, que a esa hora era bien fresca. Carmencita y sus primas iban agarradas de la manos, caminando delante de sus madres y la abuela. Había alegría en ellas, y en especial en Carmencita. Dentro de ella vibraba un sentimiento que llenaba todo su interior, y se agitaba y se expandía por sus venas y sus nervios, haciéndola saltar, reir y retozar. Era como si algo bueno fuera a pasar y ella lo presintiera, aunque no estuviera muy segura de lo que le sucedía.

    Así llegaron a la iglesia. Se oyó la voz de Doña Isabel, la mamá de Carmencita, ordenándoles en voz baja, -Cállense, que ya entramos en la casa de Nuestro Señor y y pongánse las mantillas, niñas.

    Rápidamente las jóvenes se cubrieron las cabezas con las delicadas mantillas, entraron por la puerta principal de la iglesia, se inclinaron y medio arrodillaron como saludo respetuoso al altar y se persignaron, todo a una vez. Se agarraron de las manos de nuevo y se dirigieron a uno de los bancos vacíos, que por ser domingo no habían muchos en la iglesia, a pesar de ser todavía temprano.

    Doña Isabel gustaba de llegar temprano para tener tiempo de rezar y prepararse para la misa, y de paso, ver quien estaba en la iglesia y a los que iban llegando. Pero a Carmencita y sus primas no le gustaba tanto ir a misa temprano, preferían la misa del atardecer porque a ella iban algunas de sus amigas y los muchachos jóvenes de la ciudad. Pero Doña Isabel decía que no era correcto que … una señorita de sociedad fuera a misa a tales horas como lo haría una mujer de la noche.

    Las muchachas llegaron a los bancos, pero no se sentaron, sino que se arrodillaron y empezaron a prepararse para oir la misa y recibir la ostia. Carmencita realizaba esta preparación con verdadero fervor. Despues del Ave María y el Padre Nuestro, iba el acto de contricción, en el que incluía desde el más pequeño de los pecados hasta los mayores. En esta clasificación de los pecados uno menor era el cambiar de sitio la estola de la abuela Carmela, uno mediano mentir a su madre sobre la razón de la discusión con su prima María Dolores y uno grande era la rabia que sentía cuando su madre la regañaba por lo que ella consideraba injusto, y era un pecado mayor porque la ira es uno de los siete pecados capitales, y ella se consideraba a sí misma muy pronta para la ira, sentimiento que a veces la transformaba en una persona muy diferente, en un ser casi endemoniado, que muchas veces rompía, estrallaba lo que estuviera más cerca, gritaba fuera de sí.

    Como en la semana que acababa de pasar ella había estado tranquila, los pecados no pasaron de menores, por lo que el acto de contricción no se extendió demasiado. Entonces, se levantó y se sentó en la banca de la iglesia para hacer lo que más le gustaba, a pesar del dolor que le producía, dolor que a veces era tanto que su corazón no lo soportaba y terminaba llorando, y esto era mirar las imágenes con la pasión de Cristo que colgaban de las paredes de la iglesia.

    Ella las miraba una por una, estudiándolas, viviéndolas, sintiéndolas con tal intensidad y realismo que más de una vez le pareció estar viviendo lo que veía en el cuadro. Oía las voces de la multitud que acompañaba la caminata de Jesucristo cargando la pesada cruz, muchas veces sentía ella misma el peso de la madera sobre sus hombros y jadeaba, y sudaba.

    Esta vez fue la imagen de Jesús siendo bajado de la cruz la que la hipnotizó. Al ver su cara con los rastros de la tortura, su cuerpo flácido sostenido por las manos de quienes lo querían, se quedó sin respiración. Por momentos sentía el dolor de haber perdido a un gran amigo, un maestro, luego sentía ser la madre que lloraba la pérdida de su único hijo, después era ella misma que sentía que ella y el mundo entero eron los causantes de aquel hecho horroroso.

    La lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Su prima Paloma, que la conocia muy bien, estaba pendiente de ella y en momentos como éste le tomaba la mano y poco a poco la hacía reaccionar. Y así lo hizo esta vez, solo que le costó un poco mas de trabajo. Tuvo que tocarle el hombro y llamarla varias veces.

    -Carmencita, Carmencita. Andad, miradme - le susurró en el oido, pues no quería que los demás se dieran cuenta de lo que le pasaba a su prima. No porque le daba un poco de verguenza, sino porque no quería que su tía se diera cuenta y comenzara a hacer preguntas, pensando que la joven había hecho algo tan malo que el remordimiento la hacía llorar, y luego vendrían las preguntas, en fin, todo se complicaría.

    Porque, la verdad era que nadie le creería a su prima si decía lo que realmente le pasaba.

    - Carmencita, prima, que tía está mirándonos- le dijo Paloma.

    Carmencita bajó la cabeza, nerviosamente se arregló la falda y discretamente se secó las lagrimas. Respiró hondo y levantó la cabeza. Paloma observaba mientras tanto con el rabillo del ojo. Carmencita la miró a su vez de la misma manera, y las dos sonrieron, agarrándose de las manos.

    Paloma era tan distinta a su prima que ni sus propias madres entendía como podían quererse tanto y llevarse tan bien.

    Carmencita era rubia, de ojos azules, de piel muy blanca y tez rosada, delgada, pequeña. Paloma era morena, de ojos oscuros, alta, fuerte, y el color de su piel era trigueña. Al contrario de su prima que era muy alegre y siempre dispuesta a hacer travesuras, ella era retraída, tranquila, aunque no por eso dejaba ella de tener su carácter.

    Su madre y la madre de Carmencita eran hermanas; Doña Isabel era blanca y rubia, pero la madre de Paloma, Doña María del Pilar, era de ojos muy negros, así como su pelo y de piel trigeña, al igual que su abuela, quien heredó a su vez a su padre, quien heredó sus rasgos moros o árabes de su padre, un rico comerciante árabe de Sevilla. Por esta razón en su familia siempre todas las parejas tenían un vástago de rasgos moros.

    Carmencita la quería mucho, así como a María Dolores, la hermana rubia de Paloma, pero entre ella y Paloma había una relación especial. Su cercanía a sus primas era motivada principalmente porque no tenía hermanas sino hermanos. Dos hermanos, uno rubio y otro moreno.

    Al poco rato todos los feligreses comenzaron a ponerse de pie porque llegaba el sacerdote y ésto mismo hicieron las dos jóvenes. En la pequena procesión que entraba a la iglesia iba adelante el monaguillo con la cruz de madera y la imagen de Jesús, luego iban dos chicos más con el incienso, columpiándose en sus manos los incensiarios, lo que producía densas nubes de humo oloroso, que poco a poco se iba regando desde el pasillo principal hacia los bancos que se encontraban a los dos lados, llenando lentamente toda la iglesia, dándole un aspecto oscuro, a pesar de la claridad que entraba por los coloridos ventanales.

    Detrás venía el sacerdote, pero esta vez no se encontraba solo, venía acompañado por otro sacerdote. Como todos los presentes se persignaban al pasarles por el frente la cruz y bajaban la cabeza, sólo se percataban del desconocido al pasarles todo el séquito por el lado, y sólo podían ver su espalda al levantar la cabeza. Y ésto fue lo que le pasó a Carmencita.

    - Paloma, mirad, hay un nuevo sacerdote- le susurró al oido, al mismo tiempo que la puyaba con el codo por las costillas.

    Paloma levantó la cabeza nada más que lo necesario para poder ver.

    - ¡Oh! Parece muy joven, Carmencita.

    El cortejo ya había llegado al altar y cada quien había tomado su lugar. El sacerdote de la iglesia de frente a la mesa que servía de altar, dándole la espalda a todos los presentes en la iglesia, y a su derecha el sacerdote desconocido.

    La misa transcurrió normalmente, aunque en el ambiente se sentía algo raro, como cierta exitación causada por la llegada del desconocido. Carmencita estaba muy inquieta, no podía esperar que acabara la misa y que volviera de nuevo a desfilar el cortejo, pero esta vez de frente a todos para salir de la iglesia, y así poder ver bien al desconocido. Varias veces tuvo Paloma que llamarle la atención con el gesto y en una oportunidad tuvo que decirle en voz baja:

    - ¡Por Dios, estaros tranquila! Mirad que nos estáis entreteniendo a todas.

    La otra prima también estaba un poco alborotada, pero esta inquietud no llegaba al grado de la jovencita.

    Por fín terminó la misa y el cortejo se acomodó para desfilar hacia la puerta. Según iba pasando el grupo, se iba levantando un murmullo de voces. A los oidos de las jóvenes llegaban primero palabras sueltas, luego, según se acercaban les llegaban frases completas.

    - Mirad, es un padrecito.

    - Falta que hacía ya.

    Y se oyo la voz ronca de un hombre que dijo:

    - Pero ¿es que acaso se están volviendo locos? ¿Cómo es que nos mandan a este chaval?

    La curiosidad hacía saltar a las muchachas de un pie al otro mientras trataban de ver al recién llegado. Cuando por fin iba llegando frente al banco donde se encontraban, todas a la vez contuvieron la respiración y, por fin, pudieron ver su cara.

    Carmencita no pudo reprimir un ¡Oh! de sorpresa, y lo siguió con la vista hasta la salida. Pero mientras sus primas comenzaban a salir de los bancos ella estaba paralizada, sin moverse.

    Paloma también estaba sobresaltada, tanto, que se olvidó de su prima y salió detras de las demás. Fue Doña Isabel, quien siempre tenía el ojo puesto en todas, y en especial en su hija, quien cerca de la puerta preguntó:

    - ¿Dónde está Carmencita?

    Las muchachas se miraron entre ellas, buscándola, y luego, al mismo tiempo, miraron para atrás. Allá estaba la joven, mirando para afuera sin ver, y como embobada. Su prima María Dolores era la última de la fila, y fue quien la fue a buscar, agarrándola de la mano y halándola, toda embarazada por las miradas que les dirigían su madre y su tía.

    - Vamos, Carmencita, ya tenemos que irnos - le decía mientras caminaba apresuradamente.

    En la puerta estaba el padre Antonio y el nuevo sacerdote, saludando a los feligreses. Doña Isabel y las demás saludaban al párroco.

    - Buenos días, Padre Antonio, ¿cómo estáis?

    - Buenos días, mis queridas señoras. Les voy a presentar al padre José, aquí presente.

    - Encantado, espero ser de ayuda para el Padre Antonio y para todos vosotros también.

    - El Padre José es recién egresado del Seminario y será de mucha ayuda para mí, en especial para tratar con los jóvenes de la parroquia- explicó el Padre Antonio.

    - ¡Oh, claro! - exclamó Doña María del Pilar - y veáis vos que haced falta, Padre. Esta juventud necesita un poco de orden, y como vos sois tan joven ….

    - Trataré de hacer lo mejor que pueda, se lo aseguro- contestó el padre con voz profunda y varonil.

    - Que bien guardado os teníais este secreto- le dijo Doña Isabel,quien se sentía con la confianza de hacer el comentario, ya que era de las más cercanas al padre, quien comía en su casa muchas veces, hasta dos veces por semana.

    - Mi querida Doña Isabel no vayáis a enojaros, pues ha sido una sorpresa también para mí. En realidad, me habían informado de que cabía la posibilidad de que me enviaran un nuevo sacerdote, pero ya sabéis como son estas cosas, uno nunca sabe nada con seguridad, y lo había olvidado ya.

    Mientras este diálogo se desarrollaba, las jóvenes se agolpaban detras de sus madres, tratando de no perder palabra, ni mirada, porque no le quitaban los ojos de encima al jóven y buen mozo sacerdote.

    - Será que pudieráis hacernos el honor de comer con nosotros hoy, padre- le convidó Doña Carmela.

    - Cuanto lo siento, mi buena amiga, pero hoy no será posible. Ya me ha convidado vuestra amiga la señora del Villar, quien no acepta nunca un no, como ya sabéis.

    - Pues, no se diga más. Sabéis que no es necesario el que os invitemos, ni que os anunciéis. Siempre sois bienvenido en nuestra casa. Nos veremos el próximo domingo- dijo Doña Isabel, y luego agregó, mirando al Padre José:

    - Le doy la bienvenida a nuestra cuidad, y espero que estéis con nosotros tanto tiempo como nuestro querido Padre Antonio.

    - Muchas gracias, más yo solo cumplo la voluntad de Nuestro Señor.

    YA MÁS tarde, en el palacio de la familia, sentados todos en la sala, esperando que todo estuviera arreglado para pasar al comedor, no se hablaba de otra cosa que del nuevo sacerdote.

    - Ojalá que la llegada de este nuevo padre sea para bien- dijo Doña Carmela, la madre de Doña Isabel y Doña María del Pilar.

    -¡Ay, mamá! Pues claro que así será, ya vais a ver- dijo con mucha seguridad Doña María del Pilar.

    - Pues, Dios os oiga- añadió Doña Isabel, quien tenía sus dudas.

    Las jóvenes se miraban entre sí y sonreían con picardía. Al fin María Dolores se atrevió a decir:

    - ¡Ay, abuela! Yo creo que así sera. Los jóvenes se le acercarán a el más que la Padre Antonio porque aunque todos lo queremos mucho, el nuevo Padre inspira más confianza.

    - Sí, asi es, de seguro que las confesiones serán mas fáciles ahora, y más extensas- agregó Paloma.

    Esto hizo sonreír a las jóvenes, pero Doña Isabel intervino.

    - Pues yo os digo que en la confianza es que está el peligro. Además, sabéis muy bien que hay más padres confesando, y no creo que a éste que acaba de llegar, el padre Antonio le vaya a soltar así como así a sus parroquianos. Un cura jóven y bien visto en una ciudad llena de mozas jóvenes como ésta no es la mejor combinación.

    En ese momento entró Don Juan del Valle , Marqués del Terruño Feliz, esposo de Doña Isabel y dueño y señor de la casa, acompañado de sus dos hijos, Francisco Javier y Juan Fernando y su sobrino Luis Felipe.

    - ¿De qué habláis vosotras, con tanto alboroto?

    - Del nuevo cura que llegó a la parroquia- contestó Doña Isabel.

    - ¡Vaya! Conque tenemos un nuevo cura - dijo Don Juan con un vozarrón que hacía temblar el aire y sacudir las ventanas. El era un hombre alto, robusto, de piel blanca pero quemada por el sol, moreno, de cejas gruesas y grandes ojos negros.

    - Sí Juan, pero no es lo que crees, no - dijo Doña María del Pilar. - Es un cura joven y yo diría que … hasta buen mozo .

    Esto último lo dijo mientras se arreglaba la falda y miraba para abajo.

    - ¿Cómo? - exclamó Doña Isabel llena de sorpresa - ¿Acaso estáis vos contenta de su llegada sólo por eso?

    - ¡Isabel! ¿Cómo os atrevéis a decirme éso? - se defendió la otra. - Ese jóven podría ser mi hijo. Pero yo no estoy ciega y así como todos en la iglesia lo decían, que es jóven y buen mozo, pienso yo.

    Los hombres oían entre asombrados y divertidos la discusión y las jóvenes también sonreían divertidas.

    -¡Ay, papa, si vos lo vierais! - exclamó Carmencita, que no había pronunciado ni una palabra desde que salió de la iglesia.

    - Es … es ¡un ángel! Eso es, un ángel caído del cielo, papá.

    - Sí tío, si vos lo vierais, diríais lo mismo - dijo María Dolores. - Es algo en su cara que lo hace ver tan dulce.

    - Sí - saltó Paloma-. Es que tiene en el rostro una paz celestial.

    - ¿Paz celestial? - preguntó Francisco Javier, el hermano menor de Carmencita.

    - ¿Un angel caído del cielo? Creo papá que tendremos que ir a la iglesia a ver semejante aparición divina - agregó con sorna.

    - No blasfeméis, Francisco Javier - dijo Doña Carmela con voz calmada.

    - Perdonadme, abuela, pero es que todo este alboroto por un curita me parece exagerado.

    - No debéis hablar así porque no lo conocéis, ni siquiera lo habéis visto - dijo Carmencita en un tono de defensa tan notorio, que todos en la sala la miraron.

    - Y vos, Carmencita, ¿de qué lo conocéis? - preguntó Juan Fernando.

    - ¿Yo? De nada, si nunca lo había visto.

    - ¡Entonces! No debéis hablar así vos tampoco.

    - Pero es que con solo mirarlo podríais daros cuenta de lo que estamos diciendo- replicó la jóven, quien por lo general no se quedaba callada, ni siquiera con su padre.

    - Bueno, basta ya - dijo Don Juan con tono de terminar la discusión.

    - Vamos a comer en paz, ya luego conoceremos al causante de todo este alboroto- agregó.

    Todos dieron por terminado el asunto y comenzaron a pasar al comedor.

    Capítulo 2

    Los días pasaban lentos, interminables. Las muchachas sólo esperaban el domingo para volver a ver al Padre José. Al oir este nombre Carmencita caía en un estado cercano al éxtasis. Paloma y María Dolores se quedaban mirándola divertidas, pero al pasar los días la diversión se comenzó a convertir en preocupación, porque le parecía un poco exagerado tanto embobamiento.

    - Decidme una cosa, Carmencita - se decidió a preguntarle Paloma un día en que no se había hablado del jóven sacerdote.

    - ¿Por qué os ha impresionado tanto el Padre José?

    La pregunta cogía a la joven de sorpresa y en el momento no supo qué contestar. Pero como Paloma se quedó mirándola fijamente, esperando su respuesta, comenzó a decir:

    - Bueno,… es que … no sé. Cuando lo ví, os juro que lo que ví fue a un ángel del Señor caminando entre nosotros. Su pelo rubio brillaba por la luz, y esos ojos tan azules, como nunca los había visto.

    Esta última frase la dijo empezando el proceso de alelamiento, por lo que Paloma dijo rápidamente, y cogiéndola de la mano como para detener el proceso:

    -Es verdad, os entiendo, porque éso mismo me pareció a mí en ese momento, pero después, al verlo afuera, me di cuenta de que es un hombre de carne y hueso, como el Padre Antonio y como Luis Felipe.

    Al oir esto el rostro de Carmencita se torció como si hubiera sentido repugnancia.

    - ¡Oh no! ¿Qué decís? Como Luis Felipe, jamás.

    - Bueno, vos entendéis lo que quiero decir, ¿o no?

    - Sí, creo que sí - constestó la jóven con cierta duda.

    - Pero, nosotras sabemos que los ángeles parecen hombres caminando por la tierra, como nos ha contado el Padre Antonio que aparece en la Biblia.

    - Es verdad - constestó Paloma, pensativa, recordando la historia que el Padre les había contado en el catecismo.

    - Vos creéis realmente que puede ser un ángel?- preguntó Paloma.

    - ¡Sí, lo creo! Algo en mi interior me lo dice.

    - Entonces, debemos de portarnos bien porque, ¿qué pensará de nosotras? ¿O qué le dirá de nosotras a Nuestro Señor?

    Carmencita abrió desmesuradamente los ojos, no había pensado en éso.

    En ese instante entró María Dolores, diciendo:

    - Vamos, que se os ha olvidado que esta tarde vamos donde las Valdez Alonzo.

    Las dos primas la miraron al principio sin entender, todavía estaban algo espantadas de su conversación anterior. La primera en reaccionar, como siempre, fue Carmencita, quien dijo alegremente:

    - Sí, es verdad. Vamos, vamos, Paloma, busquemos los chales. Estoy loca por saber qué dicen ellas del Padre José.

    Salieron las tres rápidamente y fueron donde la abuela Carmela, quien acababa de trenzar su largo pelo y se lo enrrollaba en lo alto de la cabeza y se la fijaba con dos hermosas peinetas de marfil, costumbre sevillana que no olvidaba.

    - Bien, alla están sus chales, recogedlos - y mientras ésto decía la ella se colocaba el suyo sobre los hombros.

    - María Dolores - dijo de nuevo la abuela - iros donde Isabel y María del Pilar y preguntadle si nos van a acompañar esta tarde.

    - Ahora mismo, abuela- contestó la jóven, y salió corriendo a cumplir con el mandado.

    La abuela y las jóvenes caminaron hasta el patio del palacio donde esperaban los coches con sus cocheros. Ahí se les unió María Dolores.

    - Ya vienen, abuela.

    - Nos decidimos ir porque la verdad es que queremos saber qué opinan los Valdez Alonzo del nuevo padre - venía diciendo Doña Isabel desde dentro de la casa. Al oir esto las jóvenes se miraron en complicidad y no pudieron evitar sonreirse.

    - Bien, pues vamos ya, que se nos hace tarde - ordenó Doña Carmela con el tono de autoridad que da el ser la mayor en edad del grupo, y con la seguridad que da el saber que es la única con derecho en decir la última palabra, aunque su carácter era mas bien tierno y cariñoso y era poco dada a la discusión y a querer imponer su criterio, característica que heredó su hija María del Pilar, pero no así Isabel.

    El palacio de la familia Valdez Alonso, o del Conde de la Higuera estaba también situado en la parte antigua de la ciudad, no muy lejos del palacio de los del Valle, frente a la plaza principal, junto a otras casonas pertenecientes a familias de abolengo, cuya situación económica opulenta de antaño ya no era la misma.

    Más, ese no era el caso de la familia Valdez Alonzo, quien conservaba aun una buena parte de sus riquezas y quienes poseían una de las mejores casa veraniegas en el pueblo de Luanco.

    Las del Valle, a pesar de su privilegiada posición social, no eran muy dadas a participar de las actividades sociales de la ciudad. No creían correcto, por ejemplo, visitar mujeres solteras, siendo ellas una casada y las otras dos viudas. Con la única excepción de una amiga de Doña Carmela, la señora del Villar, que se quedó para vestir santos y era considerada en la ciudad como una mujer santa.

    Doña María del Pilar prefería no mostrarse mucho en el mundo social porque no pensaba casarse de nuevo y decía que era muy riesgoso para una mujer en su condición de viuda mantenerse como tal en medio de tanto canditato a marido. Y Doña Isabel por no salir sola y dar qué decir a las malas lenguas, le hacía compañía. Una de las pocas casas que visitaban era la de las Valdez Alonzo.

    Estas últimas iban a misa a la catedral, como era de esperarse debido al sitio que ocupaban dentro de la sociedad de la ciudad, lo que se esperaba también de las del Valle. Pero Doña Carmela se impuso en esta cuestión. Decía que a la catedral se iba en ocasiones especiales, como Semana Santa y Navidad. Pero que a misa regular se iba a rezar y a hacer las paces con Dios, no a mirar y ser miradas.

    Al llegar fueron pasadas a la sala principal, y mientras esperaban la llegada de la dueña de casa, las tres mujeres observaban los hermosos y finos muebles, manteles y objetos que la adornaban.

    - ¡Hola! ¿Como estáis? - saludó Doña Josefina de Valdez, quien venía desde el salón de costura, abrazando y besando afectuosamente a las recién llegadas.

    - Vosotras, mis queridas jóvenes, pasad al salón de costura, que allá estan Nieves y Teresa del Pilar esperandoos.

    Rápidamente las tres jóvenes salieron siguiendo a la sirvienta que las dirigía.

    - Sentaos, sentaos vosotras, venid- decía Doña Josefina.

    - Es siempre tan agradable recibiros en mi casa, vosotras lo sabéis.

    - Muchas gracias- contestó Doña Carmela complacida - muchas gracias.

    - Hacía mucho tiempo que no acompañábamos a las niñas a su sesión de bordado, y nos dijimos ¿Por qué no vamos donde Josefina? - quien hablaba era Doña Isabel, quien buscaba en su mente cómo averiguar lo que quería sin parecer muy interesada.

    - ¡Oh, sí! - añadió su hermana - Hacía tiempo que no os visitábamos.

    No recuerdo cuando fue la última vez , pero estoy segura que hace ya un buen tiempo- prosiguió sin hacer caso de las miradas que le dirigía Doña Isabel, temerosa de alguna de las meteduras de pata ya famosas de su hermana.

    - No seáis exagerada - dijo cordialmente Doña Josefina .

    - ¿No os acordáis que hace apenas unas semanas estuvieron ayudándonos con la canastilla de mi último nieto, especialmente vos, María del Pilar, que bordasteis tan bellamente aquellos camisones de olán, que quedaron preciosos, y que ahora aprovecho para deciros que mi hija Inés no deja de poner a mi nieto en nuestras reuniones familiares.

    - Sois tan amable, Josefina- dijo la aludida con cara de felicidad por el cumplido, y miró a su hermana con cara de orgullo.

    Doña Isabel aprovechó la pausa y se adelantó.

    - ¿Cómo están vuestra hija Inés y vuestro precioso nieto?

    - Mi hija está feliz en su matrimonio, y si vierais al angelito, os lo quisierais comer de seguro. Ya estamos planificando el bautizo, y mi esposo el conde se puso en contacto con Monseñor Garcéz para que oficie el bautizo. Ya nos prometió que él mismo lo haría.

    - ¡Que alegría, Josefina! - dijo Doña Carmela. Me alegro mucho de que Monseñor nos visite.

    - Ya imagino la emoción del padre Antonio al saber que va a tener a Monseñor en la ciudad - aprovechó Doña Isabel para dirigir la aconversación hacia donde le interesaba.

    - Como comprenderéis, el bautizo será en la catedral, aunque el Padre Antonio será uno de los oficiantes.

    Las dos hermanas no pudieron disimular el deleite que les causaba el escuchar lo de la catedral, pero su expresión cambió cuando oyeron lo que continuó diciendo la dueña de casa.

    - Pero conversando con el Padre Antonio me ha dicho que se siente mas tranquilo al saber que cuenta con la ayuda de su asistente, quien a pesar de su juventud y poca experiencia es muy ordenado y diligente.

    - ¿De veras éso os dijo? - esta vez quien se adelantó fue Doña María del Pilar quien siguió hablando sin dar oportunidad a las demás presentes.

    - Es una excelente noticia, que nos da más tranquilidad, ¿no creéis vos, Josefina?

    Esta vez fue demasiado para Doña Isabel, quien prontamente habló sin darle tiempo a la aludida de tan siquiera abrir la boca.

    - Es una excelente noticia. Claro está que nos da tranquilidad al saber que el Padre Antonio tiene un buen asistente que lo ayudará en todos los menesteres de la iglesia y en ocasiones tan importantes como el bautizo de vuestro nieto.

    - Tenéis razon, Isabel, mucha razón. Ya nuestra ciudad ha crecido lo suficiente como para que nuestro párroco recibiera una ayuda.

    - Ayuda muy merecida, que se ha ganado el padre con sus muchos años de servicio en nuestra ciudad- dijo Doña Carmela mirando a las presentes y en especial a sus dos hijas, queriendo con esta mirada controlarlas como lo hacía con sus nietos.

    Y el mensaje llegó. Las dos mujeres se removieron en sus asientos, se arreglaron las faldas, los chales, y esperaron, esperaron a ver que seguía.

    Y la abuela siguió diciendo:

    - Me tranquiliza mucho saber que el Padre Antonio aprueba al Padre José, a pesar de su juventud e inexperiencia. No sabíamos que era en calidad de asistente que lo enviaban, porque como el mismo padre Antonio nos dijo, él tampoco se lo esperaba. Además, hay otros sacerdotes en la parroquia con más tiempo y experiencia, pero en fin, que nada de éso nos interesa, solamente la comodidad de nuestro querido padre Antonio.

    - El Padre Antonio es tan bueno, es un santo - dijo Doña Josefina.

    - Capaz de recibir de buen agrado hasta a un enemigo- continuó.

    - Es verdad, es verdad - dijeron las dos hermanas a coro.

    Mientras tanto, en el salón de costura estaban reunidas las jóvenes para bordar y el tema de conversación era el mismo.

    - ¡Ay, amigas! Que casi me caigo cuando vi esos ojos - decía Teresa del Pilar, la menor de las jóvenes Valdez Alonzo.

    - Y yo no podíar creer lo que veía- decía Nieves, la mayor de las dos.

    - ¿Pero, cuándo lo vistéis?- quiso saber María Dolores.

    - Hace unos días estábamos de compras con nuestra madre y héte aquí que nos encontramos con el padre Antonio acompañado por el padre José- contestó Nieves.

    - Pues yo, que el primer día oía lo que las personas delante de mí iban diciendo, no esperaba ver nada igual- contestó María Dolores.

    - Pues, la verdad es que sí, que todos nos sorprendimos al ver un cura joven y … buen mozo - dijo Paloma, bajando la voz y los ojos, y queriendo concentrarse en la tela y la aguja que sostenían sus manos, pero que no le era posible.

    - ¿Y a vos, Carmencita?, ¿Que os parece todo ésto? - preguntó Teresa del Pilar, queriendo conocer la opinión de su amiga.

    - La verdad es que yo creo que …- y hechando hacia adelante el torso, miró a todos lados, como para asegurarse de que estaban solas, antes de proseguir en voz baja.

    - A mí me parece que el Padre José es un ángel de Nuestro Señor.

    Como las jóvenes se quedaron mirándola sin hablar y como sin entender, Carmencita continuó:

    - Es un ángel que Dios nos ha enviado para alguna secreta misión- y se persignó rápidamente, acción que imitaron las otras, aunque sin comprender realmente de qué se trataba todo aquello.

    - Mi prima cree firmemente que el Padre José es un ángel. Ella tuvo muy buena oportunidad de verlo de cerca más de una vez - dijo Paloma.

    - ¡Oh! Vamos Carmencita, ¿de veras lo creéis? - preguntó Nieves, mientras intentaba dar puntadas en la tela sin poder hacerlo.

    Teresa del Pilar, que era mas impresionable que su hermana, le preguntó a Carmencita con los ojos muy abiertos y cara de espanto:

    - ¿Un ángel? Pero… ¿un ángel? Pero ….¿De verdad?

    - ¡Claro que de verdad, mujer! - contestó Carmencita.

    - No con alas, ni un laud en la mano, pero un ángel - dijo la jóven con determinación.

    María Dolores, que no sabía nada de lo que su prima creía, se había quedado muda y la miraba como si estuviera loca.

    Carmencita, que había vuelto la cabeza hacia donde ésta se encontraba, la vió y comprendió su mirada. Por lo que siguió diciendo:

    - ¿Acaso no sabéis que los ángeles nos han visitado muchas veces? ¿Que se aparecen como hombres ante nuestros ojos?

    - Sí - dijo María Dolores, que se cogió la pregunta para ella - pero siempre en ocasiones importantes, como en la Anunciación de María, pero aquí en esta cuidad, ¿qué puede haber de importancia para que Nuestro Señor envíe a uno de sus ángeles?

    -¡Oh! Que de pronto puede aparecer alguna razón, aunque ahora mismo no la veamos - dijo Teresa del Pilar con entusiasmo, animándose con la idea.

    - Pues yo tendré que ver de nuevo al Padre José para convencerme - dijo Nieves.

    - ¡Ay! Si pudiera explicaros - dijo Carmencita.

    - Yo sentí algo, que no fue lo que vi en sus ojos. Aunque esos ojos tan azules, llenos de paz, de claridad …

    Mirando venir el enbobamiento en su prima , y no queriendo que las amigas se dieran cuenta de lo que le pasaba a Carmencita en esos momentos, Paloma intentó cambiar el tema de conversación.

    - Decidme Nieves, ¿cómo están vuestra hermana Inés y su niño?

    - ¡Ay, muy bien! - dijo Nieves.

    Teresa del Pilar continuó: - Si vierais al crío, que precioso. ¡Ah! Sabed que pronto es el bautizo, que será en la Catedral y Monseñor Garcéz vendrá a oficiar.

    - ¡Monseñor! - exclamó María Dolores.

    - Pero ¿el Padre Antonio no estará entonces? - preguntó Carmencita, aunque su pensamiento no estaba precisamente en el viejo cura.

    - Sí - contestó Teresa del Pilar - según he oído a mi madre, el padre Antonio también estará en la misa.

    - ¡Oooohhhh ! - contestaron al mismo tiempo las visitantes.

    En ese momento se sintieron rumores de voces. Eran sus madres y la abuela, quienes venían a supervisar el trabajo que hacían, y ahí quedó el tema del Padre José.

    La tarde prosiguió amenamente y cuando las del Valle se despidieron ya la tarde se había convertido en noche, como pasaba siempre en estas visitas, ya que las mujeres de las dos familias disfrutaban de la mutua compañía.

    LAS TRES primas estaban sentadas en el salón del palacio que les estaba asignado para estudiar. Ya el Sr. García, el maestro de Lenguaje y Artes Literarias, Historia y Geografía se había retirado y las jóvenes estaban dedicadas al estudio de las asignaciones que el maestro les había dejado. O al menos, eso creían los demás habitantes del palacio.

    - Ya se acerca el verano, y la verdad es que me muero de ganas de ir a Luanco - dijo María Dolores.

    - Por fin se va el invierno, este año me lo encontré mas frío que el año pasado - agregó Paloma.

    Mientras así conversaban, Carmencita tenía en su interior sentimientos encontrados, al desear ir a la costa, cosa que le encantaba, y no querer ir, porque no deseaba dejar de ver al Padre José.

    - La verdad es que no sé, este año pareciera como si no me atrajera la idea - dijo Carmencita.

    - ¿Cómo, vos no queréis ir? No lo puedo creer Carmencita- dijo asombrada María Dolores.

    - Siempre sois vos la que más afana porque vayamos.

    - ¿Qué te pasa, Carmencita? - le preguntó Paloma con cariño, pero un poco preocupada.

    - ¿Acaso algo os ha quitado el ánimo de ir a la playa?

    - Pues, la verdad, no sé. ¡AAhhhh , es como si una parte mía quisiera ir y la otra parte no.

    -Vamos, prima. Pensad en los paseos por la playa, en las tardes con nuestras amigas y sus hermanos - y ésto útimo lo dijo con especial énfasis.

    En ese momento se oyeron unos pasos que se acercaban, y era el marqués Don Juan. Al verlo, Carmencita se paró rápidamente y se dirigió corriendo adonde él con los brazos abiertos.

    - ¡Padre! Que alegría veros - exclamó la jóven.

    Don Juan la abrazó riéndose ruidosamente.

    - ¡Ja, ja! Pareciera que hace muchos años que no me veiais, pilluela.

    - ¡Ay, padre! Os quiero tanto - le contestaba sin soltarlo.

    Luego, se separó un poco y miró hacia arriba porque Don Juan era mucho más alto que ella.

    -¿Sabéis de qué hablabamos? De que pronto viene el verano. ¿Sabéis qué significa?

    Y comenzó a hacer ademanes con las manos y la cara que reforzaban lo que continuó diciendo.

    - Como que se oye el mar, las gaviotas - decía poniendo su mano derecha en el oído como queriendo oir lo que describía.

    - ¡Oh! Mirad, que vienen los pescadores- decía Carmencita, señalando con el dedo índice hacia adelante.

    Todos rieron de la ocurrencia, en especial Don Juan, quien no podía ocultar la debilidad que sentía por su hija.

    El amor entre padre e hija era grande. Ella lo idolatraba y respetaba, pero no quería decir que le temiera. El temor lo dejaba para su madre Doña Isabel, a quien también quería, pero de otra manera.

    El marqués adoraba a su hija, quien con su cariño y su forma traviesa de ser lo envolvía y sabía siempre cómo ganar la partida. Además, ella nunca pasaba los que consideraba los límites no escritos, generalmente límites no impuestos tácitamente por su padre, pero sí por la sociedad, en el comportamiento de una señorita.

    - Pues sí, ahora que lo decís, es verdad. Ya pronto se acerca el verano - contestó el marqués.

    - Por fin, pronto voy a descansar de todas estas diablillas, que si me descuido, me llevan al manicomio.

    Más risas de parte de las jóvenes. Desde que el padre de Paloma y María del Pilar murió, siendo ellas muy niñas, el Marqués se había hecho cargo de ellas, su madre y su hermano. Eran como una gran familia, con Don Juan a la cabeza. Ellas y su hermano lo consideraban como un segundo padre y él los quería como si

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