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En Búsqueda Del Paraíso
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Libro electrónico314 páginas5 horas

En Búsqueda Del Paraíso

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"En bsqueda del paraso" es una novela inspirada en los pensamientos de Eduardo Galeano: "De nuestros miedos nacen nuestros corajes, y en nuestras dudas viven nuestras certezas. Los sueos anuncian otra realidad posible, y los delirios otra razn. En los extravos nos esperan los hallazgos porque es preciso perderse para volver a encontrarse".
Narra el nacimiento de las grandes fbricas de biotecnologa en Mxico y la historia de Eva, una joven provinciana y solitaria que logra ser duea de una empresa de biotecnologa que vive en busca del amor de su socio y padre de dos de sus hijos y que sufre las maldades y el egosmo de su familia putativa y de una sociedad oportunista.
Una joven emprendedora, Eva, funda en la pequea ciudad de Aguaclara la primera fbrica en su tipo en contar con laboratorios de investigacin y la generacin de patentes siendo en 50 aos la primera empresa en lograr un registro en Mxico.
En sus inicios Eva recurre a un to suyo que tiene una maquiladora para aprender sobre emprendimiento. Sin embargo, la maquila de ropa, como todos los maquiladores en Mxico, est empezando a resentirse debido a que los inversionistas se han ido a China y han dejado de invertir en Mxico.
Eva se ve obligada a entrar a trabajar como empleada en una de las fbricas de su to y posteriormente en la empresa constructora de su padre, cinco aos despus y con tan slo veintin aos, un divorcio y un hijo pequeo de tres aos conoce al que ser su socio, Juan Blanco y se enamora de l. El nacimiento de una nueva era comercial y el amor entre clases sociales harn de "En bsqueda del paraso" un gran clsico.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento22 jul 2016
ISBN9781506514796
En Búsqueda Del Paraíso
Autor

Sara Aceves Giacinti

Sara Aceves Giacinti es empresaria, escritora, conferencista, filántropo, coach personal. Experta en negocios, liderazgo y transformación. Fundó con Edgar Arroyo, Grupo Industrial Aguascalientes (GIA) en 1991 que en el futuro se transformaría en GIA Company. En el 2001, se convierte en socia fundadora del Instituto Protengia y Gialive, proyecto social de la organización que patrocina Proyecto Andy. En el 2005 brindo soporte y asesoría para la publicación del libro En el nombre de Mi Hijo publicado en el año 2006 por Random House Mondadori donde trabajó en coordinación directa con la escritora Elena Poniatowska, la periodista Arieli Quintero y esta casa editorial. En el 2006 cambia su residencia a los Estados Unidos donde incursiona en diferentes estudios de investigación de mercados y medios de comunicación. Participó en la Universidad de Stanford en programas de negocios teniendo la oportunidad de convivir y aprender de Condoleezza Rice. Fundador y miembro activo de la Fundación Gia Proyecto Andy que promueve programas intensivos de vida saludable y de asistencia social masiva en varios países, solo en América apoya a más de 4000 niños enfermos de cáncer. En el 2015 se integra al Programa de Latinos Emprendedores de la Universidad de Stanford pioneros en ser la primera iniciativa a nivel nacional en los Estados Unidos para emprendedores hispanos y latinos. En 2016 colabora directamente con John C. Maxwell como facilitador en el Programa de Liderazgo y Valores y Vivir Intencionalmente en conjunto con el presidente Horacio Cartes y el gobierno de Paraguay en diferentes sectores de la población en la ciudad de Asunción. Sara es madre de tres hijos. Vive en los Estados Unidos de América y pasa todo el tiempo posible con sus tres hijos y su perrita Tato.

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    En Búsqueda Del Paraíso - Sara Aceves Giacinti

    EN BÚSQUEDA

    DEL PARAÍSO

    SARA ACEVES GIACINTI

    Copyright © 2016 por Sara Aceves Giacinti.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 22/08/2016

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    700421

    ÍNDICE

    De nuestros miedos nacen nuestros corajes

    En nuestras dudas viven nuestras certezas

    Los sueños anuncian otra realidad posible, y los delirios otra razón

    En los extravíos nos esperan los hallazgos

    Porque es preciso perderse para volver a encontrarse

    En búsqueda del paraíso

    Sobre la autora

    Inspirada en los pensamientos de Eduardo Galeano: «De nuestros miedos nacen nuestros corajes, y en nuestras dudas viven nuestras certezas. Los sueños anuncian otra realidad posible, y los delirios otra razón. En los extravíos nos esperan los hallazgos porque es preciso perderse para volver a encontrarse».

    En búsqueda del paraíso surge en uno de los momentos existenciales más difíciles de mi vida y no por la vida en sí, sino por no poder encontrarme a mí misma.

    Esta novela es la inspiración que surge de mi mente y de mi corazón.

    En búsqueda del paraíso es una historia de amor con final feliz; no es sobre un amor con un determinismo ciego que arrolle a sus protagonistas. Sin embargo, a Eva le aguarda, al final de incontables sinsabores, el premio a su virtud. Aunque se disfrazó el acostumbrado galardón a la mujer honrada con el ropaje de una recompensa a la sensatez y al sano sentido de la verdad y la justicia que caracterizan a la joven a lo largo de la novela, lo cierto es que no es sino una historia más en la que la heroína que preserva sus valores recibe su retribución en forma de un amor real y cierto.

    Dedico esta historia con profundo amor y agradecimiento a mis tres mosqueteros, mis hijos: Alejandro, José Andrés y Diego, por su profundo amor, por ayudarme a conservar la calma aunque un huracán azote en mi vida y por ser mis amores, mis mejores amigos, mi motivación, mi luz y fuente de inspiración y apoyo en todo momento.

    Agradezco a mi querida hermana Tanyveth por su apoyo y conocimiento en la revisión y edición de este libro.

    Sara Aceves Giacinti

    De nuestros miedos nacen nuestros corajes, y en nuestras dudas viven nuestras certezas.

    Los sueños anuncian otra realidad posible, y los delirios otra razón.

    En los extravíos nos esperan los hallazgos porque es preciso perderse para volver a encontrarse.

    Eduardo Galeano

    ThinkstockPhotos513365258.jpg

    DE NUESTROS MIEDOS NACEN NUESTROS CORAJES

    Eva se fue andando desde la casa de su abuela María Barragán hasta la fábrica de maquilas Raboj de su tío Pablo. Eran más de las dos de la tarde, y la entrada después de comer era a las cuatro. Hacía mucho calor, y Eva comenzó a pensar en cómo ella, que había nacido en sábanas de seda, se encontraba ahora andando a pie camino a un trabajo, como una simple y común empleada, para percibir un salario mínimo que no le alcanzaba más que para pagar sus libros y las clases de la preparatoria abierta a la que ahora tenía que asistir después de haber estado desde pequeña en los mejores colegios privados. Había tenido que dejar la casa de sus padres y se había mudado con sus abuelos paternos, donde se sentía de pronto como si le dieran caridad, ya que allí vivía la tía Clara en compañía de toda su familia, su esposo Carlos y sus dos hijos, Paula, una niña muy alegre de doce años, y Leo, un niño muy serio de catorce. La tía Clara estaba enferma de cáncer desde hacía ya varios años y, por esta razón, su temperamento no era del todo simple, y esto se sentía en toda la casa. Era muy estricta con el gasto del dinero en algunas cosas y en otras no le importaba despilfarrar. Era la forma en que sabía que los podía controlar a todos. El tío Pablo Raboj y su familia vivían a dos casas de la de los abuelos Salem Barragán. Las viviendas se conectaban a través del jardín y el huerto que había al fondo de ambas fincas; por esta razón, era muy común y frecuente ver cómo los miembros de la familia Raboj visitaban y pasaban mucho tiempo en la casa de los abuelos Salem Barragán.

    Eva sabía que la casa de sus abuelos no era su hogar. Esto se lo recordaban, a cada instante, los encuentros cada vez más frecuentes con Amanda, la mayor de sus primas, que parecía que le tenía gran resentimiento y rabia. Amanda la miraba como si fuera un ser inferior y no grato para la familia; además, en cierta forma, Eva trabajaba para ella, ya que era la hija mayor de su tío Pablo.

    Eva seguía caminando y se cuestionaba por qué las cosas tenían que haber terminado de esta manera para ella. Hacía tan solo un poco más de un año, sus padres le habían celebrado una de las mejores y más costosas fiestas de quince años de la ciudad.

    De pronto, sus pensamientos fueron interrumpidos cuando alguien sonó el claxon de su auto y le gritó:

    —¡Niña, fíjate por donde caminas que casi te atropello!

    Miró, y justo se encontraba frente a la puerta de la fábrica Raboj, que parecía ser ahora su futuro, el cual no le parecía nada alentador. Esperó a que se abriera el portón y su primo Javier entrara en su lujoso auto. Él la miró y sonrió. Javier era solo un año mayor que Eva. De pequeños, solían jugar juntos con María, hermana de Javier dos años mayor que él. Rápidamente, Eva saludó a don Pedro, el conserje, quien, como siempre, le dijo:

    —Anda, Eva, que tu tío don Pablo ya no tarda en subir, que ya llegó y tú estás tarde de nuevo. Y mira que me dijo que le avisara en cuanto llegaras, porque ya tienes muchos retardos.

    Eva se apenó mucho y se mortificó. Sabía que le esperaba una fuerte reprimenda porque, aunque era la sobrina del dueño, eso lejos de ayudarle la ponía en mucha desventaja. Entró rápidamente, saludó a Tania, la recepcionista, y subió las escaleras, mientras Tania le decía:

    —Eva, no corras. Ya sabes que a tu tío don Pablo le molesta mucho que corras por las escaleras y por los pasillos.

    Ya en la planta alta dio las buenas tardes a todos en el área; sus compañeros la observaron con la típica mirada de «estás tarde otra vez». Solo Susana y Graciela le sonrieron. La presencia de Susana y Graciela hacía que sus días en la fábrica fueran más amables y, de cuando en cuando, unas cuantas risas se podían escuchar en el lugar.

    Eva era muy alegre y amistosa con todos, y le gustaba vestir a la moda. Le gustaba la ropa casual, pero en la oficina todos se vestían muy serios, por lo que su presencia sobresalía. Eso no tardó en llamar la atención de Amanda, quien le dio instrucciones al jefe de recursos humanos para que le indicara que tenía que cambiar su estilo de vestir y arreglarse de forma simple y recatada, con el mínimo de maquillaje. Eva se sentía como en el colegio de monjas en el que había estudiado casi toda su vida y no entendía por qué ella tenía que cambiar su estilo mientras que su prima Amanda no lo hacía. También le pidieron que quitara todas las postales de paisajes que había puesto debajo del cristal de su escritorio porque las mesas debían estar limpias. Eva pidió revisar su contrato y el reglamento de trabajo, y en él no se indicaba nada de esto; por lo tanto, hizo caso omiso a los caprichos de su prima.

    Su tío Pablo le había dado un puesto en el departamento contable, y tenía su propio escritorio; eso sí, justo frente al del contador de la empresa para que la checara todo el tiempo. Fermín, el contador, era amable con Eva. Hasta cierto punto, le parecía que don Pablo era un tanto estricto con su sobrina y que Amanda era caprichosa e injusta con su prima. Sin embargo, él también era un empleado y tenía que acatar órdenes. Eva tenía la tarea de aprender el oficio de Susana, que con gusto y mucha paciencia le enseñaba.

    Esa tarde su tío la mandó llamar para decirle:

    —He hablado con tu padre y le he dicho que ya son demasiados tus retardos. Ante lo cual, él dio como solución prestarte un auto. Eso sí, tú tendrás que pagar los servicios y la gasolina, si es que lo quieres tener. Y no esperes el auto que tenías antes y que tu madre te quitó. Este es el auto grande, naranja y viejo que tiene tu padre en su taller y que usan sus mecánicos para ir por refacciones.

    Eva se quedó en shock; algo en el pecho le dolía. Su familia, que tenía tanto dinero, la trataba de esta manera. Su familia, con la que creció y con la que iba a todas partes, que la presentaba con orgullo, la mimaba y consentía en todo, ahora la trataba con desprecio. Y es que sabía que su vida familiar jamás volvería a ser igual. Y todo había comenzado dos años antes con la muerte del abuelo Andrés Giovanni, el padre de su madre.

    Eva Salem Giovanni nació en el seno de dos de las mejores familias de la ciudad de Aguaclara, México. Y aunque esto suena a algo del siglo diecinueve, no lo es. Estamos hablando del año mil novecientos setenta; sin embargo, los usos y las costumbres de esta ciudad de influencia española y religión católica parecían haberse quedado en muchos de sus aspectos sociales en una mezcla entre los tiempos de la Santa Inquisición y el porfiriato. Como era la costumbre, Eva tuvo el mejor de los bautizos por su posición dentro de la Iglesia católica. A lo que años después, Eva se preguntaría: «¿Y a mí, cuándo me preguntaron si yo quería que me bautizaran en la religión católica?», justo cuando a los seis años su madre la llevó a visitar al señor Obispo. Un hombre muy alto y muy gordo al que había que besarle la mano, lo cual a ella le parecía poco higiénico y poco agradable; incluso le parecía humillante y absurdo.

    Eva siempre se caracterizó por ser una niña muy curiosa, dedicada y un tanto soñadora. Pero, para su abuela Beatriz Valdez, la madre de su madre, era una niña rebelde a la que había que controlar. Aunque, con una abuela como esa, cualquiera se habría revelado. Doña Beatriz era una mujer rubia, alta, de ojos verdes, muy guapa pero muy fría y muy dura, aunque Eva en sus primeros años no la recordaba así, sino como su abuela favorita. Algo le sucedió y, de pronto, se convirtió en una mujer fría, controladora y calculadora. Sin embargo, para su abuela María, Eva era su reina, y en cuanto la veía, la colmaba de besos, abrazos y cariños.

    Eva era la nieta mayor de don Andrés Giovanni, un prestigioso médico experto en radiología, catedrático de la universidad que él mismo fundó, empezando, por supuesto, con la escuela de medicina. Don Andrés tenía el equipo más avanzado del centro del país. Sus pacientes y la comunidad médica le adoraban. Era muy alto, muy carismático y muy varonil. Un hombre de carácter fuerte, tierno, amoroso y de altos valores, que, como buen italiano, gustaba de la buena comida, el disfrute de la vida, los viajes y las fiestas. Era un hombre muy alegre y muy romántico. Un auténtico bohemio al que le gustaba vestir con lo mejor. Eva disfrutaba de pasar las tardes de domingo conversando con su abuelo Andrés. En los veranos, solía ayudarlo en su consultorio dando la bienvenida a los pacientes y entregando los resultados de los estudios. A cambio, su abuelo le pagaba un sueldo. Y, cuando Eva cobró su primera semana, la abuela Beatriz le quitó todo el dinero argumentando que era tradición familiar que el primer sueldo se lo diera íntegro a su abuela. Una tradición injusta y estúpida que Eva, por supuesto, no aprobó. Esa fue una de las primeras cosas que Eva honraría: el sueldo de sus colaboradores sería sagrado y, si ella tenía hijos, nunca haría una cosa así.

    Por otra parte, el abuelo José Salem era un hombre duro y de gran corazón, si de ayudar a los desvalidos se trataba. De brillantes e intensos ojos azules implacables y piel morena como los moros de España, era un tipo muy guapo y determinado, con una gran debilidad por las mujeres y por la familia. Importante ganadero, agricultor, constructor y empresario de la región, se codeaba con las familias más ricas del país y el presidente de turno. Don José Salem era su abuelo por parte paterna y también tenía un especial cariño por Eva aunque no fuera su primera nieta. Lo que ella no sabía era que el gozar del cariño y la preferencia de ambos abuelos, con el correr de los años, le traería muchas amarguras a causa de los celos de algunos de los miembros de ambas familias.

    Eva creció en una especie de burbuja, que más tarde su tía Clara se encargaría de romper; entre mimos, lujos, caprichos y ambigüedades entre el mundo de la opulencia y el mundo de la carencia. Entre el glamur de la alta costura, el maquillaje, las joyas, las apariencias, las compras compulsivas y las frivolidades de su madre Elena, que vivía dominada por Beatriz, y el polvo, las rocas y las piedras del trabajo de su padre Alberto Salem, un importante ingeniero constructor y amante de las minas, que estaba determinado a encontrar el yacimiento de oro que aún quedaba en la región. Al igual que don José Salem, Alberto invirtió en ranchos y en la ganadería, y esto lo obligaba a ausentarse los fines de semana, lo cual no era del agrado de su esposa, la madre de Eva, que no gustaba del campo.

    Por otro lado, Eva pasó la mayor parte de su infancia víctima del bullying de sus primos mayores, de su tío Paulo, el hermano menor de su madre, y de Geraldine, la hija de su tía Estela, hasta que sus padres decidieron mudarse de casa. Y entonces Mónica, su compañera de clases, ocuparía ese lugar. Eva tenía tan solo siete años cuando descubrió que el miedo en el que vivía le brindaría la oportunidad de nacer en una nueva persona. Ella sabía que había nacido para ser ella y no lo que su familia determinaba. Sin tener mucha conciencia en ese momento de lo que esto significaba, asumió por primera vez en su vida el rol de rebelde que su abuela Beatriz le había impuesto. Y después de escuchar la historia de Don Quijote de la Mancha, decidió luchar por su libertad y por su honra aunque esto le significara arriesgar su vida. Y luchar por alcanzar sus sueños, en los que se veía como una mujer exitosa, fuerte y poderosa. Ella sería mejor que sus abuelos Andrés y José, su padre Alberto y su tío Pablo. Y no sería nunca frívola y controladora como su abuela Beatriz y su madre Elena, pero sí amorosa y alegre como su abuela María.

    Eva terminó sus labores, y, como siempre, su tío no le permitió salir temprano. Además, le dejó la tarea de ir al día siguiente a las siete de la mañana a recoger el auto que su padre le iba a prestar y estar en el trabajo a las ocho en punto. Volvió a las ocho de la noche caminando a casa de sus abuelos para tomar la merienda con su abuela María, quien ya la esperaba con el tradicional café con leche y la pieza de pan, sin la cual, como buena española, no podía vivir. Después de comer juntas, subió a la habitación que le había asignado su abuelo José, la de la tía Ana, la menor de la familia, que ya se había casado y vivía ahora en otra ciudad con su esposo. Era la mejor de las habitaciones de la casa, muy grande y decorada al estilo de María Antonieta, la reina de Francia a la que finalmente le cortaron la cabeza. Esto la espantaba demasiado porque sentía que, si en esta época se permitiera esa práctica, de seguro que su prima Amanda y su abuela Beatriz ya se la hubieran aplicado. A veces, Eva sentía que su tía Clara la quería mucho, pero otras veces sentía lo contrario. De hecho, percibía que la tía Clara tenía especial predilección por la prima María, a la que colmaba de regalos por cualquier excusa tonta, y Eva solo los veía pasar.

    En la habitación, había dos enormes pinturas con los retratos de la tía Clara y de la tía Ana, como si se tratara de dos miembros de la realeza. El enorme cuarto de baño estaba forrado del piso al techo de mármol rosado. Aunque era muy ostentoso y lujoso, a Eva no le gustaba: parecía una hielera, era horrible bañarse en él.

    La tía Clara no estaba muy feliz con que Eva ocupara la habitación de la tía Ana y, con mucha frecuencia, discutía por eso con su padre a lo que él le respondía:

    —Eva es mi nieta, es mi sangre, es uno de los nuestros. Yo la quiero; tú deberías de hacerlo también. Además, no la ha pasado muy bien con una abuela como Beatriz. Deberías ser más cariñosa con ella. Hay mucho de mí en Eva, y por eso ella es muy especial para mí. Si al menos alguno de mis hijos o de mis nietos tuviera su empuje, su carácter, su visión.

    —Su ambición, querrás decir —contestaba la tía Clara.

    —No es ambición, Clara. Es emprendimiento, algo que ni tú ni nadie de esta familia entiende, por más que se lo explique.

    Era obvio que el abuelo José no quería a la abuela Beatriz.

    Eva se dispuso a hacer sus tareas escolares, como cada noche. A la mañana siguiente, fue a casa de sus padres a recoger el auto. Llamó a la puerta, y su padre salió a su encuentro, le entregó las llaves y le pidió que volviera a su casa con ellos, que esa aún era su casa. Sin embargo, enseguida salió su madre y la miró con gran resentimiento, el cual se encargaba de alimentarle diariamente su madre, doña Beatriz. Eva se llenó de un miedo inmenso y solo tomó las llaves de manos de su padre, le dio las gracias y se dio media vuelta. Subió rápidamente al auto, que se encontraba estacionado afuera de la casa, lo encendió y se marchó lo más rápido que pudo. Sentía un dolor inmenso en el pecho. No podía entender cómo una madre podía ser tan dura con su propia hija, cómo una madre podía tener semejante ego y tal crueldad y resentimiento hacia su propia hija.

    Cuando era niña, Eva solía pasar la mayor parte de su tiempo en casa de su abuela Beatriz. Su madre salía todas las tardes a reuniones sociales o de compras con sus amigas y la dejaba al cuidado de su abuela. Sus primeros años fueron toda una aventura. La abuela le contaba cada tarde las increíbles historias de Torquata, una niña que, según su abuela, era muy similar a ella aunque en la realidad esto no era así. Pero, a través de estas historias, su abuela buscaba alentar y hacer que Eva hiciera ciegamente todo lo que su abuela y sus padres le pidieran, ya que así sería la mejor y la más amada por todos, según le profesaba la abuela. Torquata solo obtenía las mejores notas en la escuela, no tenía amigas porque las amigas eran envidiosas y no confiaba nunca en sus primas y menos en sus primos. Torquata no tenía nunca un novio, sino hasta que sus padres y abuela lo aprobaran. Torquata nunca contaba sus cosas personales más que a su abuela. Torquata se casaría con un hombre mayor que fuera feo, fuerte, formal y muy rico, y tendría solo dos hijos a los que nunca cargaría, sino que los dejaría durmiendo en su cuna, porque los bebés se acostumbran a los brazos y eso no es bueno, y además a los bebés nunca se les besa. Torquata nunca trabajaría porque las damas de sociedad no lo hacen; solo los pobres trabajan… Escuchando este tipo de absurdas y locas historias creció Eva. Hasta que cumplió siete años. Una mañana de verano, estaba jugando a solas en el jardín de la abuela Beatriz cuando se encontró con Goyito, uno de los trabajadores de su padre. Goyito era maestro albañil y estaba ahí haciendo unas remodelaciones. Cuando la vio, se emocionó tanto que se bajó rápidamente del andamio y corrió para tomarla de las manos:

    —¡Eva, Eva, la hijita del ingeniero! ¡Eva, tan bonita y con sus enormes moños en el pelo! ¡Y qué vestido tan bonito, como de princesa!

    Eva lo reconoció, y le dio mucho gusto verlo. Recordó que, cuando su padre la llevaba los sábados a supervisar los trabajos, veían a Goyito y él siempre le decía: «Eva, saluda a Goyito; él es uno de nuestro mejores maestros», y se sentaban juntos alrededor del fogón a desayunar unos ricos tacos de huevo y de frijoles con el resto de los trabajadores y contaban historias de los dinamitados que el ingeniero hacía en las minas. Cuando, de pronto, se escucharon los gritos de espanto de la abuela Beatriz que se acercó enfurecida y, mientras jaloneaba a Eva, bramó:

    —¿Qué hace, Goyito? ¿Cómo se atreve a coger a la niña con sus manos sucias? ¿No ve que la puede enfermar? Suéltala, y le diré al ingeniero que lo despida.

    Arrastró a Eva del lugar y la llevó al cuarto de baño a lavarle las manos y la cara mientras le daba una reprimenda y le advertía que una dama, una señorita decente jamás, jamás conversa, ni hace amistad con los empleados. Que Goyito era un hombre malo y que merecían que lo despidieran. Esa fue la primera vez que vio que su abuela se mostraba tal cual era: una mujer escrupulosa, cruel y egoísta, llena de tal amargura que, lejos de dar miedo, daba lástima. Eva no pudo quedarse callada y le respondió:

    —Eres cruel y mala; Goyito es mi amigo y él no hizo nada malo. Y yo no te quiero y no quiero ser como tú. No soy como tú, ni como Torquata. Soy como mis abuelos y como mi padre. Y eres una mala mamá porque has hecho de mi mamá y de mis tías unas personas muy feas.

    Su abuela la abofeteó tan fuerte que Eva solo sintió el calor en su mejilla.

    —Suéltame, ya no quiero estar más contigo. Te odio. Eres mala. No sé cómo mi abuelo Andrés te aguanta.

    Y salió corriendo del cuarto de baño directo al patio a buscar a Goyito para pedirle disculpas por lo que su abuela había hecho, pero Goyito ya no estaba. Corrió llorando al teléfono y llamó a su abuelo José. Le explicó todo lo ocurrido y le pidió que fuera por ella y la llevara a casa de su tía Amanda, la hermana mayor de su padre, a la que ella quería como su mamá. Eva se escondió tras uno de los autos en la cochera y esperó a su abuelo José.

    Don José sonó el claxon de su auto, que era inconfundible, y Eva salió de inmediato a su encuentro. Su abuela lo oyó también y, de inmediato, se asomó por el balcón de su recámara que daba a la calle y vio cómo Eva se subía al auto. Enfurecida, le gritó:

    —¡Niña tonta y caprichosa, si te subes a ese auto te vas a arrepentir toda tu vida!

    Don José la miró y le dijo desde el asiento de su auto:

    —¡La que se va a arrepentir es otra, Beatriz! ¡Eva es mi nieta aunque a ti eso no te parezca!

    —Sí, ya lo veo: es tan imprudente y peladita como su abuelo.

    Don José miró a Eva y la alentó a subir al auto:

    —Mira, hija, hay mujeres que nunca debieron ser madres, y Beatriz es una de ellas. Tú eres una Salem, que eso nunca se te olvide. Y tú eres mi nieta, y nadie maltrata a los de mi sangre.

    Eva subió y su abuelo arrancó el auto. En el trayecto a su oficina, Don José no habló. Solo puso su mano sobre la rodilla de Eva y condujo en silencio y se mantuvo pensativo hasta que llegaron a su oficina. Estacionó y caminó con Eva de la mano. Subieron juntos la escalera de la casona en el centro de la ciudad donde estaban sus oficinas. Ahí estaba el tío José, el hijo mayor del abuelo, que trabajaba con él, y las dos asistentes del abuelo. Marta, que tenía ya muchos años trabajando para don José y conocía muchos secretos de sus negocios y de la familia, de inmediato salió a su encuentro. Don José le dijo:

    —Marta, encárgate de Eva que Doña Beatriz volvió a

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