Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Heiron
Heiron
Heiron
Libro electrónico634 páginas10 horas

Heiron

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La runa del Cielo es lo único que podría cambiar las cosas.
Alain casi no puede creérselo cuando, en su primera misión en solitario, por fin halla una pista sólida de su paradero. Encontrarla es vital si quiere proteger a los suyos y evitar el fin del mundo.

Años atrás, Lea casi muere en un atentado.
No se cobró su vida, pero si la transformó. Ahora vive en la otra punta del mundo, de manera muy huraña. Por eso, su hermano la coacciona para que intente divertirse y vaya a una fiesta en la playa, acompañada por su vecina.

Cuando un insólito encuentro lo cambia todo.
Lo que Alain no esperaba era que sus enemigos lo encontraran ese mismo día. Y lo que Lea ni se imaginaba era acabar secuestrada y encadenada con grilletes al desconocido al que intentó defender de una paliza en su camino a casa después de la fiesta.

El hierro que los une es férreo e imposible de romper.
Mientras Alain hace todo lo posible por escapar, Lea solo quiere volver a casa. Ambos se verán obligados a recorrer medio mundo mientras huyen de sus perseguidores. Un camino lleno de peligros y verdades que cambiarán sus vidas para siempre.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 nov 2023
ISBN9788411817127
Heiron

Relacionado con Heiron

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Heiron

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Heiron - Neus Forés Vidal

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Neus Forés Vidal

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-712-7

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Prólogo

    Alain

    Inspira. Espira. Trato de llenar mis pulmones con tanto aire como me es posible y luego lo suelto. ¿Concentrarme? Como si pudiera.

    —Recuérdame por qué no puedo utilizar mi runa elemental. Estamos como a cien grados. Como no me dejes usarla, voy a morir aquí mismo —aseguro.

    La cabaña de madera en la que estamos no es suficiente como para escondernos del bochorno. Cientos de diminutos rayos de sol se cuelan entre las rendijas del endeble techo, haciendo que la temperatura de la estancia aumente todavía más, si es que es posible. Voy a suponer que no llueve mucho por aquí, porque, de lo contrario, estos lugareños se preocuparían un poco más por las enormes goteras que tendrían en sus casas.

    Reviso uno de los bolsillos interiores de mi gabán y… Mierda. Mis tabletas de chocolate de emergencia se han derretido. Es el fin. Voy a morir sin nada dulce que comer.

    —Cállate, Alain. Y concéntrate —repite la anciana una vez más, como si no me lo hubiese dicho ya unas diez veces.

    —Incluso me conformaría con un abanico —murmuro.

    —¿Quieres que lo encuentre, o no? Porque si no te estás quieto de una vez y te concentras, no voy a poder localizarlo.

    —Llevamos aquí una hora... Y nada —le recuerdo.

    Sus manos no han dejado de estrechar las mías durante todo este rato. Han estado tan tensas que he perdido la sensibilidad en los dedos.

    —¿Qué necesitas para encontrarlo? ¿Un ritual? ¿Un sacrificio? ¿Sangre? —bromeo. La desesperación ya me está haciendo desvariar. O quizá sea un golpe de calor.

    La anciana me mira con el ceño fruncido. Está claro que mi chiste no le ha hecho gracia. Qué poco sentido del humor.

    —Sabes que mi runa no funciona así —me replica ella con cierto enfado—. Solo necesito un vínculo para encontrar algo en cuestión de segundos. Pero tu vínculo es…

    Se queda en silencio unos segundos, como si dudase sobre cómo terminar la frase.

    —…apenas inexistente —añade en voz casi inaudible, como si no pudiese creer sus propias palabras. Al mismo tiempo, suelta mis manos, por fin.

    —¿Qué? ¿Cómo que apenas inexistente? —inquiero, perplejo y enfadado. A la vez, trato de estirar y ejercitar mis dedos para recuperar la movilidad, aunque esa no es mi mayor preocupación—. Sabes quién soy. ¿Quién puede haber con un vínculo mayor que el mío?

    —No lo sé, Alain. Puede que no seas tú. Quizá sea algo que no se puede encontrar. Igual deberías dejar de buscarla. Lo mejor sería que nadie la hallase nunca.

    —Sabes que no puedo hacer eso. ¿Y si la encuentran ellos antes? Inténtalo una vez más, por favor —le pido, ofreciéndole mis manos de nuevo. Veo la discordia en su rostro, así que insisto—. Solo una vez más. Te prometo que me concentraré todo lo que pueda. Y dejaré de quejarme del calor.

    —Está bien —accede a regañadientes, tras pensarlo unos instantes—. Pero solo una última vez. Si no la encuentro, tómalo como una señal de que deberías olvidarlo.

    De nuevo, atrapa mis manos con firmeza, cierra los ojos y baja la cabeza.

    Concentración, concentración, concentración. Vamos, esta vez tiene que funcionar, porque estoy concentrado. Creo. Runa, runita, estoy pensando en ti. ¿Dónde estás? ¿Dónde te escondes? Venga, ¡aparece!

    —Quizás… —me sorprende la anciana de pronto, de nuevo con los ojos abiertos.

    —¿Ha funcionado? —pregunto, con un poco de esperanza.

    —No exactamente. Pero… —Se levanta de la silla en la que estaba sentada. Está buscando algo y parece alterada, como si hubiese descubierto algo—. Aquí. Tiene que ser aquí —prosigue y señala algo en un mapa que acaba de dejar encima de la mesa.—¿Está ahí?

    —No. No lo creo. Pero sí que sé que hay algo ahí.

    Le dirijo una mirada perpleja. Esta señora tiene el don de confundirme.

    —Verás, cuando busco algo todo suele estar muy claro. O bien lo encuentro al instante, o bien no veo absolutamente nada. En tu caso, es más como si estuviese todo nublado, como si algo me estuviese bloqueando. Puedo vislumbrar ciertas cosas, aunque siguen medio borrosas —explica con bastantes gestos.

    No sé a dónde quiere llegar a parar con su aclaración. Yo solo necesito que me diga dónde está y que lo haga ya. Aunque, por el momento, me quedo callado y asiento con la cabeza mientras ella sigue hablando.

    —Al principio, no lo entendía. No tenía ni idea de por qué mi runa no estaba funcionando como debería. Pensaba que eras tú, que no podías concentrarte. O que tu vínculo no era suficiente. Pero ahora creo que no es así. El problema es que tu lazo me lleva hasta más de una conexión. No veo una sola cosa, sino muchísimas.

    —¿Qué? Pero eso es imposible —la interrumpo, estupefacto.

    ¿Cómo va a haber más de una? Del tipo de runa que busco, solo existe una en el mundo y es la más poderosa, capaz de lo inimaginable. La anciana debe de haber visto mal. O quizá no habrá estado buscando lo que debía. Sí, seguro que ha sido eso. El calor debe de estar nublando su juicio. O incluso la vejez. Ya tiene una cierta edad y quizá debería pensar en buscar a un elegido que herede su habilidad antes de que sea demasiado tarde. Ella posee la runa buscadora más poderosa que existe actualmente, así que sería un desperdicio dejar que se perdiera para siempre.

    —¡Alain! —me grita la anciana de pronto, con tono de regaño—. No sé qué estás pensando, pero no estoy loca. Así que, presta atención. He visto varias cosas, sí. Ni yo misma lo entiendo aún. Pero creo que, si mi intuición no me falla, deberías buscar aquí —insiste, todavía señalando el mapa. Esta vez me fijo en él. Su dedo hace círculos alrededor de la región montañosa de Amón, al norte de la selva de Enara.

    ¿Y si tuviese razón? ¿Y si la ha encontrado? Sería la primera vez en la historia que alguien ha logrado algo así.

    —¿Busco en las montañas? —inquiero. Su dedo no apunta a una posición clara, sino a algún lugar en medio de la nada—. ¿Eso es Orel? ¿El valle de las bestias? ¿El lago de Indra? No, olvida eso último. Seguro que no está en el lago. Es imposible. A no ser que sea como Merric, claro. Pero no creo que…

    —Alain, céntrate —me interrumpe. Sí, ya sé que no debo divagar tanto, pero no puedo evitarlo. Diría que es lo que sucede al exponerse a un calor extremo, que empiezas a perder la razón antes o después. Pero estaría mintiendo, yo siempre soy así—. Ojalá pudiese ser más concreta. Pero te aseguro que ahí debe de haber algo, porque cuando más intento acercarme, hay algo más lejos que me empuja —explica y yo asiento.

    Amón, entonces. Esa es la dirección que debo seguir ahora.

    Saco unas cuantas monedas del bolsillo interior de mi abrigo en el que no guardo las chocolatinas y se las entrego mientras le doy las gracias. En ese mismo instante, unas fuertes pisadas furiosas hacen crujir el porche de madera que hay en la entrada de la cabaña. Acto seguido, llaman a la puerta. Hay alguien afuera. De hecho, creo que se trata de más de una persona. Aunque eso no es lo relevante del caso, sino el hecho de que algo me dice que no vienen para hacer amigos.

    —Corre. Vete —me ordena ella con un susurro, después de que intercambiemos miradas. Al contrario que su firme voz, su mirada vacila y sus manos tiemblan. Creo que ella también intuye quiénes pueden estar fuera y no creo que tenga más ganas de verlos que yo—. Les entretendré todo lo que pueda. Tú ve con mucho cuidado y que la Gran Emperatriz te proteja.

    Asiento con la cabeza antes de apresurarme hacia una de las habitaciones del fondo de la cabaña. Abro rápidamente la ventana y huyo.

    Todavía no entiendo cómo puede estar tan segura de la dirección que debo tomar si ella misma dice que todo es tan difuso. Pero no voy a pensar más en ello y ni tampoco voy a dudar de la veracidad de sus palabras. Por primera vez en años, tengo una pista sólida, una dirección a la que dirigirme. Eso de ir a tientas, dando palos de ciego, se acabó. Sé lo que tengo que hacer y no voy a permitir que nadie me pare hasta encontrar esa runa.

    Capítulo 1

    Lea

    Todo a mi alrededor está en silencio. Hay tanta tranquilidad que me apetece seguir durmiendo en lugar de despertarme. Oigo crujidos. Eso es tan propio de Fei… Probablemente, está corriendo por toda la casa otra vez. Parece una bola de nervios desde que dejamos atrás nuestra casa en Garothel. Y aún más desde que Jen se fue.

    En realidad, ahora que me fijo, también escucho la respiración de alguien justo a mi lado. Me pregunto qué pesadilla habrá tenido Cian esta vez. Desde que nos mudamos a Neoporto, no ha dejado de tenerlas. Dicen que las islas de la Luna son un territorio neutral y, por lo tanto, el sitio más seguro de todos. Pero parece que a Cian eso no le ha aportado ningún tipo de tranquilidad.

    Un balanceo constante mece mi cuerpo con suavidad. Arqueo la espalda para despegarla del suelo, que está frío, duro y húmedo.

    Un momento. ¿El suelo? ¿Por qué estoy durmiendo en el suelo?

    Trato de frotarme los ojos y es entonces cuando me doy cuenta de que no puedo levantar mi mano izquierda. Cuando lo intento, un tirón en mi muñeca me lo impide. Abro mis párpados de golpe y me aterro al ver un techo de madera que no es el de mi habitación. No tengo ni idea de dónde estoy.

    Bajo la mirada. Pero ¿qué narices? ¡Llevo grilletes!

    Ya, pues eso no es lo peor. Ni de lejos. Por unos segundos me quedo sin respiración al ver que estoy encadenada a alguien.

    Yo. Con grilletes, como los criminales. Y encadenada a un desconocido, a un chico de pelo castaño y piel bronceada que, por lo que parece, bien podría estar muerto, porque no se mueve ni un pelo. Pongo la mano cerca de sus labios. Su aliento cosquillea contra mis dedos, así que definitivamente está vivo. Bien. Un problema menos. Ahora solo queda averiguar quién es, dónde estamos y por qué estamos aquí.

    En cuanto el techo sobre nuestras cabezas cruje, me vuelvo hacia él. Hay alguien en el piso de arriba. Sigo con la mirada el recorrido de sus ruidosas pisadas, hasta que vislumbro una escalera a mis pies y me doy cuenta de que la están usando para bajar. Cierro los ojos al instante y me hago la dormida. ¿Grilletes? ¿Lugar extraño? ¿Chico desconocido? Sí, instinto, hoy estás de suerte, creo que voy a hacerte caso por primera vez en la vida.

    Quien sea, termina de bajar la escalera y se dirige hacia mí, hasta detenerse a pocos pasos de mi cuerpo. Lo sé porque siento el peso de su mirada.

    —Todavía duermen —confirma tras unos segundos en silencio. Por su voz, creo que es un hombre.

    Me doy cuenta de que no está solo cuando interviene alguien más, otro hombre.

    —Es mejor así. Podremos llevarlos a Aden sin problemas.

    —¿A los dos? —pregunta una tercera voz. Esta vez se trata de una mujer.

    Pero ¿cuántos son?

    —Nos ordenaron capturarlo a él. Nadie dijo nada de una chica —añade la mujer. Por si no es evidente, habla de mí—. Deshagámonos de ella. No debemos dejar testigos.

    «Oye, oye, que estoy justo aquí, delante de ti, y te estoy escuchando», me digo a mí misma en lugar de decirlo en voz alta. Intento convencerme de que no lo hará, de que no se atreverá a hacerme nada, cuando, de pronto, algo metálico resuena muy cerca de mí y mi cuerpo se tensa. Ha sonado exactamente como una espada al ser desenvainada.

    Me he equivocado. Sí que se atreve. Va a matarme aquí y ahora.

    Apoyo mis manos en el suelo y tenso mis piernas sin que se den cuenta, preparándome para correr. Soy consciente de que tendré que arrastrar al desconocido conmigo y no estoy segura de poder conseguirlo.

    Probablemente me atrapen.

    Seguramente me maten.

    Casi me quedo sin respiración tan solo de imaginarlo. Solo espero que no vean lo mucho que estoy temblando, o mi estúpido plan de huida se irá al garete. Hago la cuenta atrás en mi mente antes de echar a correr. Tres. Dos. Uno.

    —Espera —dice el segundo hombre—. Puede que nos sea útil en un futuro, así que no la mates. —Durante unos segundos lo considero mi salvador—. Aún —añade.

    «Bienvenido a mi lista negra», pienso.

    —¿Y por qué crees que puede sernos útil, si ni siquiera sabemos quién es? —inquiere la mujer.

    —Porque intentó ayudarlo —le responde el hombre, mi nuevo enemigo—. Seguro que es su amiga. O incluso su noviecita —dice y suelta una estúpida risita. Odio la forma en que ha pronunciado eso—. ¿Por qué, si no, se arriesgaría por él? Tendría que ser estúpida —añade y los tres se ríen esta vez. ¿De qué? No lo sé, porque la verdad es que a mí no me ha hecho ninguna gracia.

    Sus voces se alejan cada vez más, al igual que sus pisadas, que hacen crujir el suelo de madera con cada paso.

    Está bien, lo reconozco. Soy estúpida. Tendría que haber echado a correr en cuanto tuve la ocasión. Lo cierto es que ahora me doy cuenta de que el desconocido al que estoy encadenada no es tan desconocido como creía en un principio. No es que lo conozca, qué va, pero sí sé quién es. Más o menos. Lo irónico del asunto es que si ahora mismo sigo viva es gracias a mi propia estupidez.

    —¡Sabes que no quiero ir! —grité. No podía creer que Fei lo estuviese haciendo otra vez.

    Mi hermano mayor ni siquiera me respondió, tan solo se limitó a poner esa mirada triste de «esto es por tu bien». Como si fuese él al que estaban obligando a hacer algo que no quería.

    —Estoy perfectamente bien como estoy. Tengo suficientes amigos, no me hacen falta más —le aseguré. Aunque él sabía tan bien como yo que, aparte del anciano que vendía libros a la vuelta de la esquina y de su adorada gata gris, no me relacionaba con nadie más ajeno a nuestra familia.

    —Deberías salir más a menudo de casa. Ve a visitar sitios, ve a conocer gente —dijo Fei con tono preocupado. Ese era el discurso que siempre me soltaba cuando me obligaba a hacer cosas como esa.

    —Ya salgo bastante —le repliqué.

    —Ir a comprar comida o libros una vez a la semana no es salir.

    —Bueno, ¿y qué si no salgo? —me retracté—. No hay nada de malo en eso.

    —¿Que no hay nada de malo? —inquirió Fei con incredulidad—. Te pasas el día encerrada en casa, como si fueras un fantasma. Despierta, Lea. Sigues viva. Sobreviviste. Tú y Cian seguís vivos. Y no sabes lo feliz que soy de que sea así. Sí, no estuve allí, no sé por lo que habéis pasado y ni siquiera puedo imaginarlo. Tampoco soy Jen, así que no se me ocurre qué decir o hacer para ayudaros. Pero ¿sabes qué? Supéralo. Vas a ir a esa fiesta y vas a volver a vivir un poco, como lo hacías antes.

    Lo miré con tristeza y me tragué las ganas de llorar, porque Fei tenía razón, aunque yo no quisiese admitirlo. Me pregunté cómo mi hermano había madurado tanto y cuándo, porque apenas me había dado cuenta de ello. Era la primera vez que hablaba con tanta franqueza y autoridad, como Jen lo habría hecho.

    Me estremecí. No quería recordar a Jen, nuestro hermano más mayor. Antepuso su sueño de ser Jinete a su familia y se fue a Orel para formarse. Y, por mucho que me encantaría entenderle, no puedo evitar guardarle cierto rencor. Jen nos abandonó cuando más le necesitábamos.

    —¡Ya estoy lista! —intervino mi vecina de pronto. Ni siquiera era capaz de recordar su nombre. ¿Analisa? ¿Anabella? ¿Anastasia? Como sea, yo la llamaba Ana—. ¿Nos vamos ya? Llegaremos tarde. Me he entretenido un poco eligiendo qué ropa ponerme y arreglándome. Pero creo que ha valido la pena. ¿A que sí?

    Llevaba un vestido holgado de color verde esmeralda. Era bastante revelador, por cierto. A mi parecer, tenía pinta de un bikini cosido a un pareo.

    —¿Vas a ir con eso? —inquirió Ana con expresión horrorizada. Me miré de arriba abajo. Camiseta de tirantes y pantalones cómodos. ¿Por qué no? No iba mal vestida. Más bien tendría que ser yo quien le hiciera esa pregunta—. Ven conmigo. Nos vamos a mi casa ahora mismo, a buscarte algo más adecuado —añadió mientras me tomaba por el brazo y me arrastraba hasta la puerta.

    —Oh, no hace falta. No quiero que lleguemos tarde por mi culpa —dije, tratando de disuadirla.

    —La hora es lo de menos. Esto es más importante que nuestra puntualidad —aseguró Ana.

    «No me obligues a ir, por favor», le supliqué a Fei con la mirada. Si existía algo peor que Ana hablando, porque la chica no se callaba ni debajo del agua, era Ana obligándome a vestirme con su ropa.

    —Pasadlo bien —se limitó a decir Fei, a la vez que cerraba la puerta principal después de que saliéramos.

    Estaba condenada y no había salvación.

    No fuimos a la fiesta hasta un rato después, tras pasar casi una hora dentro del vestidor de Ana, donde me embutió en un vestido similar al suyo, aunque más ceñido, y de un color al que ella denominó cerúleo. ¿Qué diablos es cerúleo? ¿Tan difícil es decir azul?

    En fin, reconozco que me quedaba bien el vestido. Era algo atrevido y revelador, aunque no muy distinto a la ropa de fiesta que solía usar yo en Garothel. Pero hacía mucho tiempo que no me ponía algo distinto de mi chándal habitual y mi batín, así que supongo que, por eso, me sentía extraña.

    Y no solo fue mi ropa la que me hizo sentir fuera de lugar ese día, sino también la propia celebración a la que asistí. Pese a que la moda de Neoporto es bastante parecida a la de Garothel, las fiestas no lo son. En mi ciudad se suele ir a los grandes salones del Palacio de Cristal, con ropa de gala. Allí, todos comparten un gran banquete mientras disfrutan de la mejor música de toda la región de Líbelter, al son de la cual, posteriormente, se baila hasta caer rendido. Las fiestas son como… más ordenadas, por describirlas de alguna manera.

    En Neoporto, en cambio, las festividades se celebran en la playa. La gente se congrega alrededor de una gran fogata y allí… bueno, pasan el rato. No hay comida ni bebida, a no ser que se traiga de casa. Suele haber baile, al menos, y música, aunque es rara. Se trata de un extraño conjunto de sonidos de cosas rotas, como si alguien hubiese decidido acabar con todos los cristales del mundo.

    El tiempo en la fiesta se me pasó volando. Cuando quise darme cuenta, ya estaba volviendo a casa, recorriendo la orilla. Y, de pronto, divisé a alguien en el suelo, tirado en un rinconcito oscuro. ¡Ah!, y también a unos matones moliéndole a palos, como si se tratase de una piñata.

    Me acerqué a los agresores. Desde lejos parecían mucho menos de lo que eran en realidad. Nada más verlos de frente, me di cuenta de que eran como enormes armarios, altos y cuadrados.

    No estaba asustada.

    Bueno, quizá solo un poco.

    Mentira, estaba aterrorizada. Tenía tanto miedo que habría hecho cualquier cosa por volverme invisible y largarme de allí lo más rápidamente posible. En realidad, eso es lo que habría hecho en condiciones normales. Soy así de cobarde, ¿qué le voy a hacer? Sin embargo, en ese momento me sentía demasiado embriagada como para pensar con claridad. A qué mala hora le había hecho caso a Ana y me había tragado todas las bebidas que me había ofrecido.

    Alargué mis manos hacia uno de los agresores y lo retuve por el brazo. Puede que le dijese algo así como que se detuviese, pero no recuerdo muy bien esa parte. Además, lo más seguro es que con la borrachera que llevaba no se me hubiese entendido nada. Apenas unos instantes después, estaba tirada en el suelo. Ni siquiera sé cómo lo hizo, pero no hace falta mucha imaginación para adivinarlo.

    Me cabreé. El armario uno acababa de firmar su sentencia de muerte.

    Me levanté del suelo de un impulso y, con un grito de guerra, corrí hacia mi presa y salté sobre su espalda. Por primera vez en mi vida me sentí valiente. Los demás armarios dejaron de atacar al pobre chico y se concentraron en intentar apartarme de su compinche. No se lo permití. Me aferré a número uno con las piernas y comencé a darle puñetazos en la espalda con una mano, pues usaba la otra para defenderme de número dos y número tres, que intentaban que soltase a su amigo.

    Vagamente, recuerdo lo que pasó después. Sé que número uno no paraba de reír mientras yo le atizaba. Ni siquiera se movía, solo se reía a carcajadas. Hasta que se me ocurrió la pésima idea de darle un cabezazo y lo cabreé. Me volvió a tumbar en el suelo.

    Es junto al chico al que agredían al principio y al que ahora estoy unida por unos grilletes donde terminan mis recuerdos.

    Soy estúpida, definitivamente.

    Capítulo 2

    Alain

    ¿Que si la chica es estúpida? Sí, seguramente. Casi tan estúpida como valiente. Nunca había visto a nadie enfrentarse a alguien que le dobla en tamaño y peso casi sin pensárselo. Ni siquiera a Merric. Y eso que a él no hay quien lo gane en eso de meterse en peleas suicidas.

    La parte buena es que detuvo la paliza que me estaban dando. Si no se hubiese entrometido, ahora mismo tendría algo más que un par de contusiones y moratones por todo el cuerpo. Quizá hasta me hubiesen matado. ¿La mala? Que me ha salvado la vida y le debo una. Ahora, una de las tradiciones más antiguas de mi gente me obliga a protegerla hasta que pueda asegurarme de que va a estar a salvo. Y este no es precisamente uno de los mejores momentos para hacer de canguro.

    Abro los ojos tan pronto como los adenienses vuelven por donde han venido y me incorporo.

    —Levántate. Sé que estás despierta —le digo a la chica.

    Acto seguido, ella también abre sus ojos y los clava en mí. Veo el fuego de la curiosidad en su mirada. Sé que quiere preguntar algo, pero no dice nada. En lugar de eso, se limita a observarme. Me preocupa que vuelvan los soldados, así que dejo de mirarla y me concentro en averiguar dónde estamos y cómo podemos escapar.

    Balanceo constante, estructura de madera, crujidos por todas partes…

    —Estamos en un barco —conjeturo con una sonrisa en los labios, sin darme cuenta de que lo he dicho en voz alta.

    —¿Y por eso sonríes? —se atreve a preguntar ella por fin.

    —Exacto —confirmo—. Porque eso quiere decir que la situación no es tan mala como parece —intento convencernos.

    Que estemos en un barco significa que no hace mucho que hemos dejado Neoporto. Lo mejor será intentar escapar ahora que aún estamos en el mar, antes de llegar a la región costera de Astore. Es más que probable que nos estén esperando en el puerto más tropas de soldados y que sea casi imposible huir una vez lleguemos a tierra. De ninguna manera puedo permitir que me lleven a Aden. Debo encontrar la runa y para eso tengo que ir a Amón como sea.

    Me levanto de un salto, obligando a la chica a ponerse de pie también. Ella se queja. ¿Quizá he sido demasiado brusco? No acostumbro a tener que arrastrar a alguien conmigo.

    Reviso la habitación en busca de alguna salida o de algo que pueda sernos útil para romper estos endemoniados grilletes. Aunque no veo gran cosa. Estamos en una pequeña estancia, rodeados de barriles. Doy por sentado que nos han encerrado en la bodega. En cuanto a las salidas, tan solo veo una, la escalera por la que se han ido los soldados y que probablemente lleve a cubierta. Debe de ser una escotilla.

    Me acerco a todas las paredes de una en una y las examino hasta averiguar lo que quiero saber.

    —Perfecto. Ahora vamos a abrir un agujero —anuncio, observando fijamente uno de los tabiques, también conocido como nuestra futura salida de esta jaula de madera.

    La chica a mi lado, que hasta el momento se ha limitado a seguirme y me ha dejado moverme libremente por la habitación, de pronto, cambia de idea. Cuando intento acercarme a los barriles en busca de algún tipo de arma que pueda perforar la madera, me da un deliberado tirón de muñeca gracias a los grilletes.

    —Debes estar de broma. Nos ahogaremos si abres un boquete en esa pared —dice ella y atrapa mis dedos entre sus manos, como si fuese capaz de inmovilizarme con eso.

    —No hay otra opción —le aseguro. Suelto mi mano y tiro de ella, arrastrándola conmigo hasta el otro lado de la estancia.

    Mientras hablo, inspecciono con la mirada un montón de botellas que se esconden tras los barriles más grandes y que inmediatamente llaman mi atención. «¿Ron?», es lo que pienso tras abrir una y darle un sorbo. Jamás habría imaginado que llegaría el día en que el amor de Asha por la bebida serviría para algo. Digamos que aprendí de la mejor todo lo que uno debe saber sobre el alcohol.

    La situación no es buena que digamos. Me han secuestrado y encadenado a una completa desconocida que, por razones que ignoro, decidió jugarse la vida por mí. Debe de estar loca. Y yo tendría que recelar de ella. Debería. Pero no puedo, porque me ha salvado la vida. Probablemente, nos esperan horas y horas de inimaginables torturas si logran llevarnos a Aden. A mí, por lo que sea que crean que tengo o sé, lo cual no es mucho. Y a ella, solo por haber ayudado a la persona equivocada.

    De hecho, más que «no buena», diría que la situación es pésima. Y, aun así, no puedo evitar reírme. Los soldados han sido tan estúpidos como para dejarnos solos con su alijo de alcohol. Como si fuese la primera vez que he hecho estallar algo con un poco de fuego y una botella de ron.

    Examino un poco más mi alrededor antes de hacer nada. Aunque hay suficiente alcohol como para provocar una gran explosión, temo no ser capaz de abrir una salida en el casco del barco solo con eso. Ni siquiera me apetece pensar en qué va a pasar si la madera del navío es lo suficientemente gruesa y resistente como para soportar tal ataque.

    Mis hallazgos no decepcionan mis expectativas. No solo nos han encerrado con su alcohol, sino también con su cargamento de pólvora. ¿En serio, dónde está el truco? ¿De verdad no se les ha ocurrido pensar que podríamos usar todo esto para escapar?

    Reparo en una pequeña lamparita de aceite que cuelga del techo, que ya había divisado hace un rato, y me acerco para cogerla. O lo intento, al menos.

    —No lo hagas. Volaremos por los aires —asegura la chica. Entre sus manos temblorosas está sosteniendo la cadena que nos une.

    —¿Prefieres quedarte aquí? —inquiero. Su rostro indica un claro «no»—. Si tienes un plan mejor, soy todo oídos.

    —Podemos esperar a que bajen otra vez y decirles que no tengo nada que ver contigo.

    Me rio. No puedo creer que sea tan ingenua. Supongo que debería haber esperado algo así de alguien como ella al meterse en una situación como esta, pero lo cierto es que me ha pillado por sorpresa.

    —Y entonces te matarán —afirmo—. Ya has escuchado lo que han dicho antes. Creen que pueden usarte contra mí. Esa es la única razón por la que todavía sigues con vida.

    Parece asimilarlo durante unos instantes, así que aprovecho para llegar hasta la lámpara y cogerla. O esa era mi intención. Ella se me adelanta y la atrapa antes que yo.

    —Tengo que volver a casa. No voy a dejar que vueles el barco en pedazos y nos mates.

    Empiezo a cabrearme.

    —No tenemos tiempo para esto. En cuanto vuelvan a bajar para comprobar cómo estamos, se acabó. —Intento quitarle la lámpara, pero ella la aparta—. Dámela —le exijo, pero ella se vuelve a negar.

    Empiezo a forcejear con la chica. Parece escuálida, pero tiene más fuerza de la que aparenta. No sé cómo demonios voy a poder protegerla si ella no me deja. Teóricamente, según la tradición, no puedo oponerme a los deseos de mi salvadora. Pero ¿qué más da? Ya hago suficiente con intentar mantenerla con vida, no pienso cumplir además con todas y cada una de las puñeteras restricciones que implica esta tradición. Además, no tenemos otra opción. Esta es la única forma de escapar.

    —Sé lo que hago. No vamos a morir —le aseguro cuando por fin consigo quitarle la lámpara.

    Ella no se rinde en intentar recuperarla, así que la levanto en el aire para que no consiga cogerla. Suerte que soy más alto que ella, aunque no por mucho.

    Dejo la lámpara sobre unos barriles vacíos y lejos de cualquier cosa inflamable, y tiro de la chica para que no sea capaz de alcanzarla.

    Me acerco hasta el cargamento de pólvora, almacenada dentro de pequeños barriles. Ella no me pone fácil alcanzarlos, pero lo consigo de todas formas. Cojo un par y los apilo junto a la pared por la que vamos a escapar. Repito la acción una y otra vez hasta que creo que he puesto la cantidad suficiente de pólvora. Espero estar en lo cierto, porque, de lo contrario, tendremos una muerte horrible.

    De nuevo, tiro de la chica hacia el otro lado de la habitación, donde he dejado la lámpara, aunque nos detengo antes de llegar. Casi vuelve a cogerla antes que yo. Hay que ver lo rápida que es.

    —Me da igual si no confías en mí, pero necesito que hagas lo que te digo —le explico, a la vez que la retengo por los brazos—. Si no colaboras conmigo, sí que terminaremos muertos. Los dos. Porque cuanto más cerca estemos de Aden, menos posibilidades tendremos de escapar. Y porque, aunque se creyeran que no tienes nada que ver conmigo, igualmente te matarían solo por el hecho de haberme conocido. Así que, ¿qué vas a hacer? ¿Me vas a ayudar a salir de aquí, o continuarás tratando de impedirlo?

    —Hay otra forma —insiste—. Tiene que haber otra forma.

    —Pero no la hay —niego—. Salir por la escotilla ni siquiera es una opción, nos atraparían. Y no hay ninguna otra salida. O abrimos una en esa pared, o nos quedamos aquí.

    —Podemos esperar a que vuelvan y tomarlos por sorpresa. Si conseguimos hacernos con el barco, quizá…

    Mi risa la interrumpe.

    —¿Cuánta gente, exactamente, crees que va en este barco? Nosotros solo somos dos y no quiero ni pensar cuántos serán ellos. ¿Qué crees que nos harán en cuanto nos atrapen? —inquiero, a la vez que retiro un poco mi camisa para que ella pueda vislumbrar algunos de los múltiples cardenales que colorean mi abdomen. Duelen como el infierno—. Yo ya llevo bastantes golpes de la última pelea. Paso de una segunda ronda, gracias.

    Durante unos largos instantes, me mira con intensidad. Pese a que sus manos ya no tiemblan, sigo viendo el miedo en sus ojos. Me sorprende su actitud. No la recuerdo así. Parece un gatito asustado a punto de clavarme las uñas y no la peligrosa pantera que saltó sobre un tipo enorme en medio de una pelea para salvarme.

    —Está bien. Solo dime qué tengo que hacer —accede finalmente.

    —Vamos a abrir una salida en esa pared —informo mientras la suelto y por fin cojo la lamparita—. En cuanto lo haga, vamos a tener que darnos prisa y salir de aquí antes de que esto se inunde del todo. Si no lo conseguimos a tiempo…

    —Creo que tengo clara esa parte, gracias —me interrumpe—. Entonces, ¿lo único que hay que hacer es correr?

    —Exacto. Con un poco de suerte, este barco será lo suficientemente grande como para no hundirse en menos de un minuto. Porque podríamos intentar abrir dos agujeros de forma simultánea, uno a cada lado, para que así el barco no se desequilibrara. Pero eso provocaría que nos hundiéramos con más rapidez, así que no solucionaríamos nada. Además, ni siquiera sabemos si la otra pared forma parte del casco o si conecta con otra estancia.

    —Parece que tienes experiencia en esto de jugar a hundir la flota —comenta ella. Parece haberse calmado un poco. Lo suficiente como para bromear.

    Sonrío. Lo cierto es que sí. He tenido tiempo de sobra para practicar. Me pregunto cuántas embarcaciones habré hundido ya en el lago Escarlata.

    —¿Preparada? —le pregunto.

    Nos colocamos tan lejos como podemos de la pólvora que vamos a hacer estallar, justo detrás de los barriles en los que estaba apoyada la lamparita de aceite minutos atrás. Exactamente en el mismo instante en el que ella asiente, lanzo la lámpara hacia los barrilitos de pólvora en la pared y nos agachamos.

    Todo estalla, justo como había planeado.

    Creía que estábamos lo bastante lejos de la explosión como para que no nos afectara, pero nos termina alcanzando. Los barriles que nos escudaban desaparecen y somos lanzados hacia atrás a causa de la onda expansiva. Intento levantarme. Levantarnos. Me doy cuenta de que debemos ser rápidos, pero no lo consigo. Todo me da vueltas y me siento lento. Apenas puedo escuchar nada aparte de un intenso y molesto pitido.

    Algo tira de mí. No, no algo, según me doy cuenta después. Ella tira de mí con todas sus fuerzas. Me pregunto cómo puede estar tan perfectamente mientras yo estoy tan aturdido. Le cuesta arrastrarme a través de la corriente de agua que nos está inundando y que ya casi nos llega por las rodillas, y lo entiendo. Ahora mismo, parezco un oso patoso. Bueno, no tanto como un oso, porque no soy tan grande, aunque me gustaría. Tank sería un oso. Yo sería más bien como un león marino o una morsa. No, mentira, ese sería Merric, ambos comparten cola después de todo. Asha sería un tigre, hermosa y letal. Mientras que Val sería tan leal y sobreprotectora como un perro, y Zol sería tan malditamente asustadizo como un ciervo. Así que, por descarte, yo sería…

    Mierda. ¿Por qué diablos estoy pensando en esto en vez de tratar de recuperar mis sentidos y escapar de aquí?

    Salimos a través del agujero que ha provocado la explosión y nos adentramos en el mar. Por fin, siento que empiezo a recuperar el control de mi cuerpo. La costa no está lejos. Creo. Espero.

    Salgo a flote. También saco a la chica del agua en cuanto me doy cuenta de que lleva demasiado tiempo sumergida y la sujeto por la cintura. «No jodas. No me digas que no sabe nadar», es todo lo que puedo pensar. Ella tose cuando por fin puede volver a respirar y escupe varios tragos de agua. Esbozo una media sonrisa y casi me rio al percatarme de lo muy en lo cierto que estoy. Esto va a ser un infierno.

    Ni siquiera me importa lo que pase a mis espaldas. Sé que el barco se está hundiendo y mucha gente con él, porque oigo gritos, pero no me importa. Que les den. Ellos se lo han buscado.

    Nado a tanta velocidad como puedo para huir de allí, sin soltar a la chica. Ni siquiera parece saber flotar. Está prácticamente quieta, haciendo movimientos espasmódicos de vez en cuando, como si fuese una medusa. Apostaría todo el chocolate de mi despensa a que se hunde si la dejo ir. Y, hablando de chocolate, espero que el agua del mar no pueda arruinar las barritas que guardo en el bolsillo de emergencia, porque me muero por un mordisco ahora mismo. Incluso después de haberse derretido, siguen estando buenas. Pero no sé si podría decir lo mismo después de pasarlas por agua salada.

    Durante unos instantes me siento tentado a soltar a la chica, solo para comprobar si de verdad estoy en lo cierto, si realmente se hundirá si no la sujeto. Suena como el tipo de travesuras que me gusta hacer. Sin embargo, abandono la idea poco después. Val intentaría castigarme por algo así, sobre todo porque se supone que debería estar protegiendo a la chica en lugar de intentar ahogarla. Y lo peor es que yo acataría el castigo, como si todavía fuese un niño y no alguien que en menos de un año será considerado mayor de edad. No se puede evitar, ella tiene ese poder sobre mí después de todo. Es probable que también lo tenga sobre medio Heiron.

    No tengo ni idea de cuánto tiempo llevo nadando, pero los músculos me arden como el infierno. Me detengo un instante y compruebo que la chica aún respira. Ella sigue viva. Yo sigo vivo. Y espero que se trate de una condición duradera. Si al final consigo sobrevivir a esto y volver a casa, le voy a exigir a Asha un banquete de dulces, porque, ¡maldita sea!, me lo he ganado.

    Capítulo 3

    Lea

    ¿Ya hemos llegado?

    No, aún no.

    Hay un millón de cosas de las que me gustaría quejarme ahora mismo, pero no menciono ninguna. Temo volver a tragar agua si abro la boca otra vez.

    Sé que el chico está nadando por los dos, porque ya debe de haberse dado cuenta de que el agua y yo no somos compatibles, y se lo agradezco. De verdad que lo hago. Yo intenté salvarlo de unos matones y, ahora, él evita que me ahogue. Supongo que estamos en paz. Pero eso no evita que me sienta incómoda. Su mano sujeta mi cadera con firmeza, eso lo comprendo. Aunque su brazo, más que rozar, se apoya casi por completo sobre mi pecho y eso me molesta. Probablemente, me arderían las mejillas si todavía quedase algo de calor en mi cuerpo. Pero resulta que estoy tan congelada que casi no noto los dedos de los pies. El agua está tan fría que quiero gritar.

    Seguro que ahora sí que hemos llegado, ¿verdad? Di que sí, por favor.

    Pues no. Creo ver la costa, pero todavía estamos a un mundo de distancia.

    Sé que me está salvando la vida y la verdad es que preferiría que no lo hiciera. Quiero decir, no es que no quiera ser salvada, obviamente, solo es que no confío en él. Lo han atacado y secuestrado. No puede ser trigo limpio. ¿En deuda con un criminal? Sí, esa soy yo. Por eso, odio que me salve. Y, por cierto, hablando de cosas que odio, tampoco soporto las explosiones. No sé ni cómo he conseguido que mi cuerpo reaccionase momentos atrás, pero menos mal que lo he hecho, o nos estaríamos ahogando ahora mismo con el barco. Jamás creía que volvería a presenciar otra explosión en mi vida.

    Los recuerdos asaltan mi mente. Humo oscuro por todas partes. Fuego calcinándolo todo a su paso. Un calor sofocante. Sangre, mucha sangre. Llantos, gritos y terror. Miembros amputados, heridas imposibles y cuerpos sin vida.

    Sacudo la cabeza. Tengo que volver a casa. A cualquiera de las dos. No pienso volver a vivir algo así de nuevo. Fei y Cian deben de estar volviéndose locos ahora mismo al ver que todavía no he vuelto. ¿Cuánto tiempo debo de llevar desaparecida?

    Me doy cuenta de que nos hemos detenido. Ahora sí que sí. Hemos llegado, ¿no?

    Empiezo a dudarlo cuando no salimos del agua. Todavía no estamos en tierra firme, aunque estamos bastante cerca. Puedo ver el puerto no muy a lo lejos.

    Oigo al chico maldecir en voz baja. Por lo que veo, tiene un amplio repertorio de insultos y palabrotas. Lo miro fijamente. Casi no tiene aliento, está hiperventilando. Nadar hasta aquí, conmigo a rastras, no debe de haberle resultado nada fácil. En realidad, lo que me extraña es que haya aguantado tanto y que todavía no nos hayamos ahogado.

    —¿Estás bien? —me atrevo a preguntar, arriesgándome a tragar agua.

    No responde. Tampoco me mira. Ni siquiera parece haberme escuchado. Sus ojos están puestos en el puerto y no los aparta de ahí. Parece mascullar algo entre jadeos, pero no llego a entender qué.

    —Ya casi estamos. Nada un poco más. Tenemos que llegar a la costa —le pido, aunque sueno más autoritaria de lo que pretendía.

    —No. Soldados —es todo lo que entiendo entre sus exageradas respiraciones entrecortadas.

    Miro hacia el mismo lugar que él. Es cierto que hay mucho movimiento en el puerto, embarcaciones que vienen y que van, y más gente de la que habría imaginado. Se nota que lo que tenemos delante es Iris, la capital de Astore. Es la ciudad portuaria más famosa que existe. Todo el mundo viene hasta aquí para zarpar hacia las islas de la Luna, incluida Neoporto. Bueno, no, incluida no. Sobre todo, Neoporto.

    Espera. ¿Cómo sabe que esos son soldados? Por lo que veo podrían ser turistas o simples trabajadores. Aunque eso no aclararía por qué su trabajo parece ser el de patrullar la zona. Y tampoco por qué todos y cada uno tienen aspecto de gran armario, tanto los hombres como las mujeres. De acuerdo, lo retiro. Está claro que son soldados, y ojalá me equivoque, pero creo que nos están buscando.

    —Nada hasta allí —le vuelvo a pedir. La urgencia apremia esta vez en mi voz, en lugar de la autoridad.

    —No —se niega.

    —Entonces, ¿qué?

    —No. Puedo. Más —añade a duras penas.

    Siento una oleada de miedo al pensar que esto podría ser el final, que podría morir justo aquí y nadie lo sabría. Nuestros cuerpos terminarían en el fondo del mar y nadie lo notaría. No nos encontrarían jamás.

    —¡Por favor! ¡No te rindas, nada hasta allí! —suplico, abrazándome a él tan fuertemente como puedo, presa del pánico—. ¿Qué más darán los soldados si morimos aquí? ¡No me dejes morir, puedo ser útil, soy una Sanadora!

    En realidad, debería haber añadido «casi». Tuve que abandonar Garothel antes de terminar mi formación, así que aún no puedo ser considerada una Sanadora. Quizá no debería haberlo dicho. Sí, es cierto que todo el mundo tiene mucho respeto hacia los Sanadores por la labor que desempeñan. Aunque no sé si esa es una razón suficiente para convencer a este chico de que debería salvarme la vida.

    Nos hundimos por unos segundos y luego volvemos a la superficie.

    —¡Suéltame! —grita.

    Intenta luchar conmigo para que afloje mi agarre cuando nos volvemos a sumergir. Una vez. Dos. Tres.

    Una membranosa aleta me sorprende cuando salimos del agua. Frente a nosotros, unos brillantes ojos azules y dos atemorizantes cuernos, uno a cada lado de la cabeza, rematan mi temor en cuanto nos volvemos a hundir. Grito tanto como mis cuerdas vocales me lo permiten cuando emergemos de nuevo y suelto al chico. Ahogarnos es ahora el menor de nuestros problemas. Vamos a ser devorados por nada más y nada menos que un enorme y terrorífico dragón de agua.

    Sorprendentemente, el chico tira de mí gracias a la cadena que había olvidado que todavía nos unía. Me vuelve a rodear por la cintura, igual que momentos atrás, y me tapa la boca para acallarme. Lo miro de reojo. Sonríe. Está sonriendo. ¿Por qué sonríe? No es como si el dragón fuese a caer rendido a sus pies con esa espléndida y encantadora sonrisa, en la que exhibe todos y cada uno de sus blancos y perfectos dientes.

    Nos acercamos al dragón. Me encantaría seguir gritando, pero no puedo, el chico todavía mantiene su mano sobre mis labios.

    Cierro los ojos y los aprieto con todas mis fuerzas. Ya puedo sentir los dientes del monstruo clavándose en mi piel. Seguro que son grandes, como diez o veinte veces más grandes que los de un perro. Una vez me mordió uno y puedo asegurar que la experiencia no fue nada agradable. Así que, supongo que esta vez será peor. Me pregunto si nos masticará y salivará a pedazos pequeños, o si nos tragará de una pieza. Quizá aún podamos sobrevivir si decide solo mordisquearnos un poco y dejar el resto para los carroñeros. Solo espero que lo haga rápido, porque no quiero sufrir. Bueno, en realidad, ya puestos a pedir, tampoco quiero morir.

    —Olvídate del puerto. ¿Podrías llevarnos hasta la playa más cercana? —pregunta el chico.

    Es tan evidente que no me habla a mí que hasta me sorprende. ¿De verdad acaba de pedirle un favor a un dragón?

    Un gruñido resuena en mis oídos, al mismo tiempo que noto algo al chocar con una parte de mi cuerpo. No puedo creer lo que veo en cuanto abro los ojos. ¡Estamos sobre el lomo del dragón! La criatura ha decidido darnos un paseo turístico en lugar de comernos. Y, por cierto, nada a una velocidad vertiginosa, lo cual me obliga a aferrarme a su cuello, una tarea más difícil de lo que parece. Sus escamas son duras y frías, como si fuesen de metal y, evidentemente, están húmedas, así que resbalan un montón. Aun así, son preciosas. Cada rayo de sol las hace brillar en mil colores distintos.

    Todavía no puedo creerlo. ¡Estoy montando en un dragón de agua! Jen se moriría de envidia si lo supiera. Después de todo, ese siempre fue su sueño. Por muy triste que me sienta al pensar en él, desearía que estuviese aquí conmigo para verlo.

    —Eres un Jinete —le digo al chico.

    Él se ríe. ¿Es eso una confirmación? Tiene que serlo. Los Jinetes son los únicos capaces de montar en una bestia. Y ya debe de ser bueno para poder comunicarse con ella. Por lo que tengo entendido, incluso a los mejores les cuesta décadas conseguir algo remotamente parecido.

    La mano que aún rodea mi cintura me atrae más cerca de él, hasta que soy capaz de sentir su pecho pegado a mi espalda. Soy consciente de la cercanía y eso me pone algo nerviosa. Puede que no me fíe de él, pero no niego que es un tipo atractivo. Puedo notar sus duros músculos incluso a través de nuestra ropa empapada. Porque están ahí, de verdad, y muy bien puestos, por cierto.

    —Solo para que conste, no te habría dejado morir —me susurra al oído y me estremezco. Me hace cosquillas.

    —Ya. Claro —digo. Como si fuese a creerle—. Estamos encadenados. Sería más difícil para ti sobrevivir si estuviese muerta, porque tendrías que llevar contigo un peso muerto —añado tras pensarlo durante unos minutos.

    —Sí, tienes razón —admite con total sinceridad.

    —¿Te das cuenta de la cantidad de veces que he podido morir solo desde que te conozco? —inquiero en tono de reproche, aunque no espero una respuesta—. Y eso que realmente ni siquiera te conozco.

    Él se ríe antes de decir con seriedad:

    —No hace falta ni que lo menciones. Eso ya lo sé. El problema es que quien de verdad no se da cuenta de en qué se ha metido eres tú. Y ya es demasiado tarde para hacer algo al respecto.

    Sus palabras me producen escalofríos. No, lo cierto es que no tengo ni idea de qué es todo esto, de quién nos persigue o por qué, pero tampoco me importa. Lo único que yo quiero es…

    —Volver a casa —digo en voz alta—. No iré a ninguna otra fiesta, no volveré a salir en absoluto. Solo quiero volver a casa.

    —Ojalá pudieras —se limita a decir y parece demasiado sincero.

    Por primera vez, me doy cuenta de que tiene una agradable tesitura vocal. Tiene una voz grave y rota, bastante sex… seductora. Y puede sonar a locura, pero me recuerda al viento.

    Su agarre sobre mí se hace más fuerte. Ahora rodea firmemente mi cintura con ambas manos, lo que convierte su gesto en un abrazo por la espalda.

    —Ojalá no hubieses intentado salvarme —añade en voz tan baja que parece un susurro.

    —¿Lo dices en serio? ¿Preferirías que no hubiese hecho nada? —pregunto, a la vez que trato de girarme hacia atrás para mirarlo a los ojos. Sus palabras me hieren.

    —Sí —responde en un principio—. No —rectifica apenas unos instantes después—. Mierda, no lo sé. Tan solo no entiendo por qué hiciste algo así. ¿Ves una pelea callejera y lo primero que se te ocurre es intervenir? ¿Estás loca? Podrían haberte matado por ayudarme y ni siquiera me conoces.

    —Mira, lo hice y ya está. ¿Qué más da? No es como si hubiese vuelta atrás.

    —No, no la hay. Y eso solo empeora las cosas.

    De pronto, el dragón ruge y se detiene. No tengo ni idea de dónde estamos, pero no parece haber nadie por los alrededores y eso me alegra. Parece ser que el dragón nos ha llevado hasta una pequeñísima cala de aguas cristalinas. La criatura no parece querer acercarse a la arena, así que nos deja en el agua, tan cerca de la costa como puede.

    —Gracias por acercarnos —le dice el chico, a la vez que le acaricia la cabeza.

    La bestia vuelve a rugir, aunque, esta vez, el sonido se parece más a un ronroneo. Cierto dragón que yo me sé parece estar de buen humor. Tengo el impulso de tocarlo también, no sé si alguna vez volveré a tener la oportunidad de acariciar a una bestia así, por lo que alargo el brazo hacia su cuello. No llego a alcanzarlo, sin embargo. El chico nos zambulle en el agua antes de que lo consiga.

    —¡Avísame antes de hacer eso! —le exijo al chico después de escupir un buen trago de agua. La boca me sabe a sal y casi tengo náuseas.

    —En serio, vives en Neoporto. ¿Cómo es posible que no sepas nadar? —pregunta él. Parece un nadador lentísimo comparado con nuestro amigo dragón. Bueno, su amigo.

    —Solo vivo allí desde hace dos meses. Antes de eso, no había visto el mar en mi vida. Soy de Garothel, ¿sabes? No es como si no hubiesen… eh… grandes masas de agua allí. Hay un gran río, de hecho. Pero no es como si se me hubiese ocurrido

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1