Negro Rojo Blanco de Sangre: Viktor A. King Anna, #4
Por Viktor A. King
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Por supuesto, aquí tienes una presentación en español para el libro "Negro Rojo, Blanco de Sangre," escrito por Viktor A. King, la secuela de "Melodías Malditas," que trata sobre un espíritu terriblemente mutilado que busca vengarse de las injusticias sufridas:
"En 'Negro Rojo, Blanco de Sangre', Viktor A. King nos sumerge una vez más en el oscuro y tortuoso mundo de su universo literario. Esta emocionante secuela de 'Melodías Malditas' nos lleva al corazón de un misterio intrincado, donde un espíritu espectral y aterrador, víctima de crueldades inimaginables, regresa desde el más allá en busca de venganza.
King nos lleva a un mundo de horror y suspenso, donde pasado y presente se entrelazan en una danza macabra. El espíritu mutilado emerge de las sombras, sediento de justicia y revancha, y el autor nos guía a través de un laberinto de suspense, temor y revelaciones oscuras.
'Negro Rojo, Blanco de Sangre' es un thriller psicológico absorbente y sombrío que explora las profundidades oscuras de lo humano y lo sobrenatural. King continúa demostrando su maestría en la creación de tramas intrincadas y personajes que permanecen en la mente de los lectores.
Un viaje al terror y la venganza, 'Negro Rojo, Blanco de Sangre' es una obra literaria que hará latir el corazón y estimulará la mente, dejándonos reflexionar sobre la línea que separa la vida de la muerte, la culpa y el castigo. Un imprescindible para los amantes del género de horror y misterio."
VIKTOR A. KING
Originario de la vibrante ciudad de Nueva York, este talentoso escritor ha cautivado a lectores de todo el mundo con su maestría en el género del horror.
Con ocho intrigantes publicaciones en su haber, Viktor A. King ha demostrado ser un autor prolífico y versátil. Lo que hace que su obra sea aún más impresionante es su alcance multilingüe. No solo ha dejado una huella imborrable en la literatura en inglés, sino que también ha conquistado audiencias internacionales, siendo traducido a varios idiomas, incluyendo el japonés.
Sus obras son un testimonio de su capacidad para sumergir a los lectores en mundos oscuros y llenos de suspenso, donde lo paranormal y lo terrorífico se entrelazan de manera magistral. Con una prosa cautivadora y giros inesperados, Viktor A. King es conocido por mantener a sus lectores al borde de sus asientos, ansiosos por descubrir qué horrores acechan en las sombras de sus historias.
Desde las calles de Nueva York hasta los rincones más remotos del mundo, las palabras de Viktor A. King han llevado el terror a lugares inesperados. Su habilidad para tejer narrativas llenas de atmósfera y horror psicológico le ha ganado una base de seguidores leales en todo el globo.
En resumen, Viktor A. King es un autor que no solo ha conquistado la escena literaria de Nueva York, sino que también ha trascendido fronteras y barreras lingüísticas para deleitar a lectores de diferentes culturas con su escalofriante genialidad. Si aún no has explorado su mundo de pesadillas, te invitamos a sumergirte en sus obras y descubrir por qué es considerado un maestro del terror en la literatura contemporánea.
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Negro Rojo Blanco de Sangre - Viktor A. King
COPYRIGHT 2021
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On July 17, 2021
Curator Viktor A. King ©
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Cualquier parecido con lugares o acontecimientos reales o con personas reales o existentes no es intencionado y es pura coincidencia.
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La reproducción con fines profesionales, económicos o comerciales, o en cualquier caso para un uso distinto del personal, puede realizarse previa autorización específica emitida por la biblioteca Una vita di stelle, GRUPPO A.V. ITALIA S.R.L. 02 de agosto de 2022
NEGRO ROJO
BLANCO DE SANGRE
VIKTOR A. KING
CAPÍTULO UNO
Un día de niebla como muchos.
Mi padre me había dado un gran regalo, la desesperación.
La desesperación me había alimentado hasta ahora, me alimentaba y nutría con una cooperación regular, quitándome el aire y el deseo, aplanando y congelando el metabolismo de la emoción, hasta extinguirlo. Pero en su alcoba dio a luz a otro gran motor, el resentimiento.
Enfadado y melancólico, observé mi nuevo juguete.
Una rubia bien formada, con largas y huesudas piernas, hermosas rodillas esenciales, como las piernas de una jirafa, balanceaba su pelvis con hipnóticos movimientos de rotación. Derecha, izquierda con un pequeño movimiento circular y, en espejo, izquierda derecha.
La casa había explotado.
El garaje.
Las máquinas.
Nuestras pequeñas diversiones, recogidas a lo largo de años de selección.
Todos muertos. Quemado vivo.
No es que la maldad haya nacido en mí por culpa de mi padre, es que cuando uno se muere, generalmente se acuesta, en cambio él siempre estaba dentro de mi oído, repitiéndome palabras y eso me ponía bastante nervioso. Yo era malo por naturaleza. Disfruté viendo el sufrimiento de los demás.
Sintieron el miedo y ese delicioso momento en el que se dieron cuenta de que para ellos se había acabado. No había escapatoria del futuro inevitable, de lo que imaginaban que les harían y que invariablemente superaba sus estimaciones más descabelladas.
¿Fui feroz?
Diferente. No es vicioso. No exterminé poblaciones por dinero, no esparcí bacterias en el aire, no comercié con armas ni comí carne de vaca de granjas intensivas.
Había elegido el entretenimiento para combatir el aburrimiento, el aburrimiento de una vida banal. El doctorado, el título nobiliario, los deberes, las responsabilidades, crear descendencia, criarla, ser íntegro, leal, honesto.
¿Y luego qué? Pues nada. La casa familiar voló por los aires como un Lego mal construido, mi Bentley, un montón de metal retorcido, y mis pequeñas doncellas porcionadas, las más hermosas que jamás había adorado, quemadas vivas, atadas a sus catres, abrasadas por las llamas del fuego, sin posibilidad de salvarlas, algunas embarazadas de alguno de mis hijos no nacidos.
Mi equipo había trabajado en los escombros, recogido y ocultado los huesos mutilados y los cuerpos carbonizados. Habían acabado entre las rosas de la rosaleda para abonarlas.
Todavía no me explicaba cómo una mujer, esa fuerte gimnasta, había lanzado todos esos golpes, y cómo había noqueado a todo el equipo. Archibald estaba muerto, atropellado por su moto. Increíblemente, era un hombre de feroz pasión sexual. Verle fecundar a sus doncellas había sido tan hilarante como los Simpsons el día de Navidad frente a la chimenea.
Sin embargo, algunos hechos no cuadraban, ¿cómo había sido posible que el coche de policía se moviera por sí solo, y la apertura del garaje? Recordaba vívidamente haberla cerrado con la moto dentro, para evitar que la bella Helena se escapara. Tenía planes sensuales para ella. Le hubiera gustado quitarle el vientre, para estudiarlo.
Quería ver cómo evolucionaban los órganos femeninos en las mujeres masculinas. Y se había atrevido a pegarle como a un colegial que le roba la merienda.
Es una vergüenza.
Por su virilidad.
Y por su título, no en vano era un conde.
Se había trasladado a la casa de campo, logísticamente era un reto, lejos de la ciudad y del cruce que impedía que las bellas perdieran su vuelo de conexión a Londres. Pero, y los optimistas siempre encuentran un pero, tenía interesantes posibilidades arquitectónicas. Tenía un sótano a veces tan ancho como el perímetro de la casa, con un único acceso, fresco y refrescante pero no húmedo. Las extremidades se conservaron perfectamente y se consiguió crear un espacio para todos sus juegos.
El quirófano, la sala de hospitalización y el gimnasio para los futuros luchadores. En un videojuego. Y a sólo dos tramos de escaleras.
Había perdido a la señora Boff, que también había saltado. Sus miembros fueron encontrados dispersos hasta el vestíbulo de su residencia. Orejas, cráneo, brazos, piernas... arrancados en segundos, probablemente muy cerca de la fuente de la detonación. Lo sentí, la señora Boff era impagable, cocinaba un caldo fabuloso con los brazos de las jóvenes, les cortaba meticulosamente los dedos con las uñas, hacía cinco o seis rodajas y las dejaba cocer a fuego lento durante horas. El sabor era exquisito, el cartílago tenía un sabor carnoso único y era rico en hierro. Jamás volvería a comer un caldo así, y siempre guardaba silencio y atendía las tareas de la casa, recogiendo, limpiando, desinfectando.
No tiene precio.
Miré fijamente los ojos verdes de la joven a mi lado, imaginé sus miembros por dentro, el color, el olor acre de la carne descompuesta, la flatulencia de los intestinos muertos, disonante ahora con aquella belleza fresca y llamativa, altiva pero suave. Sin embargo, todos acabaron oliendo igual.
Yo era su Dios, podía decidir sobre ellos, dejarlos vivir mutilados pero generando fetos o comerlos.
Literalmente.
Cariño, ¿podríamos continuar nuestra conversación en mi casa de campo?
Ya podía sentir que estaba preparado y una enorme excitación se apoderaba obsesivamente de mis pantalones.
Sí, bueno, primero quería encontrar alojamiento en la posada. Si acaso, podríamos cenar juntos
.
Sé de buena tinta que no tienen sitio en la posada, sólo tienen dos habitaciones y siempre las tienen ocupadas para los nietos y familiares, en definitiva no sabe a posada, salvo por la estupenda comida. Sus sándwiches son famosos en todo el sur de Inglaterra
.
Prefiero preguntar. Tal vez tenga suerte, ¿podemos cenar precisamente allí en la posada?
Nena, no quería ceder a la invitación, pero tampoco quería soltar la cuerda de la soga virtual que presumía haber colocado alrededor de mi cuello. ¿Se lo había imaginado, se lo habían imaginado todos?
Por supuesto, la Sra. Geoffrey le dará la bienvenida amablemente, ya lo verá. Te esperaré allí para tomar el té, si no, si lo deseas puedes encontrarme en la finca, está a unos kilómetros del pueblo, pero verás que es fácil encontrarla, además porque todo el mundo en el pueblo la conoce.
Todo el mundo lo sabe. No te puedes equivocar.
Un ciudadano obediente y felizmente ocupado.
Muy bien, gracias, iré allí inmediatamente
Cuando grites estoy seguro de que darás un valor diferente y absoluto a la palabra gracias.
La vi alejarse, con su minifalda revoloteando sobre sus piernas desnudas, ligeramente arqueadas a la altura de las rodillas, como si se dieran un pequeño beso de despedida, para volver a encontrarse en el siguiente paso, largas piernas desnudas