Un lugar en el parque
Por Julia Otxoa
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En ese universo que escapa a las leyes de la razón y la lógica, ocupa un lugar destacado el juego, lo lúdico, íntimamente relacionado con el pensamiento simbólico, también habitual en la obra poética y narrativa de Otxoa. La narradora goza, en el momento de la escritura, de un espacio literario abierto, lúdico, en el que utiliza magistralmente la ironía, el misterio, la sorpresa y el juego intelectual, literario y lingüístico, como ingredientes esenciales en una narrativa clara y concisa.
Las piezas narrativas, de muy diverso asunto y extensión, que se nos brindan en Un lugar en el parque apelan constantemente a la sensación de que, tras las apariencias, hay siempre otros mundos ocultos, invisibles, que tejen sutiles relaciones con el presente.
El lector se acostumbrará pronto a percibir el mundo como un enigma, dentro del cual advertirá fenómenos que las leyes de la lógica no son capaces de explicar. Asistirá, perplejo, a la abolición de la frontera entre la realidad y lo fantástico, asomándose al misterio a través de las rendijas de lo cotidiano. En ese viaje, toda interpretación abrirá las puertas a una nueva interpretación.
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Un lugar en el parque - Julia Otxoa
UN LUGAR
EN EL PARQUE
© 2010, Julia Otxoa
© De la presente edición: 2010, ALBERDANIA, SL
Plaza Istillaga, 2, bajo C. 20304 IRUN
Tel.: 943 63 28 14
Fax: 943 63 80 55
alberdania@alberdania.net
Portada y fotografía de Julia Otxoa
Digitalizado por Comunicación Interactiva Adimedia, S.L.
www.adimedia.net
ISBN edición impresa: 978-84-9868-191-8
ISBN edición digital: 978-84-9868-193-2
Depósito legal: SS. 369/2010
UN LUGAR EN EL PARQUE
JULIA OTXOA
A L B E R D A N I A
A S T I R O
Para Ricardo
TIEMPOS MODERNOS
En estos momentos, Josef Hájeck, critico literario, contesta una carta del escritor Bohumil Hrabal.
Estimado Sr. Bohumil: he recibido su carta en la que me pide opinión sobre el relato La metamorfosis del joven escritor Franz Kafka en quien usted ve grandes dotes literarias.
He leído el relato y he de decirle en primer lugar que tal y como está escrito no es en absoluto publicable. He de reconocer que a este joven escritor no le falta talento, exhibe un derroche de imaginación considerable, pero no sabe organizar sus fantasías, superpone unas a otras sin orden ni concierto, hasta el punto de que el lector se encuentra con una narración que a medida que avanza menos sabe él cual va a ser su fin. El autor quiere contar muchas cosas, pero no las hilvana bien. Si no se atan bien todos los cabos de la trama narrativa, el conjunto carece de consistencia, no resulta creíble y todo puede derrumbarse como un castillo de galletas mojadas, que diría nuestro gran maestro Svaty Blahoslav refiriéndose a todos esos escritores, en su mayoría jóvenes, que tienen demasiada prisa en acabar cuanto antes sus relatos, como si esto de la literatura fuese una absurda carrera de obstáculos contrarreloj, en la que lo único que interesara fuera el tiempo en el que se hace el recorrido.
En fin, ya ve que determinar, delimitar, concretar los distintos aspectos que componen una historia es algo realmente importante a la hora de elegir la dirección que va tomar este o el otro argumento.
Está luego el tema desorbitado de la historia de un hombre que despierta una mañana convertido en escarabajo. ¡Dios santo! Un escritor no puede inventar hasta el extremo de hacer absolutamente increíble lo narrado. La literatura que se pretenda de calidad tiene que tener visos de realidad. Y eso de transformarse en escarabajo es algo que se acerca a la fantasía propia de hombres de otro tiempo, cuando las bases del pensamiento no eran tanto científicas como mitológicas. Ahí está para comprobarlo el famoso poema mitológico La metamorfosis del poeta griego Ovidio, en el que a través de doscientas cincuenta fábulas se narran las transformaciones de héroes fabulosos en plantas, animales y minerales.
Pero en nuestros días, en pleno siglo
xxi
, es impensable que un escritor se enfrente a la realidad con tales quimeras. No se sostiene en un mundo tan avanzado tecnológicamente como el nuestro, un tipo de literatura tan sumamente irracional y absurda. ¿Cómo defender la publicación de un relato de estas características en los tiempos actuales? Nuestra época es otra, en ella el hombre ha pisado por primera vez la Luna, ha conseguido la clonación, repitiendo ovejas con exactitud admirable, ha progresado vertiginosamente en el mundo de las telecomunicaciones, la ciencia, la informática etc. Todo lo que nos rodea es progreso y modernidad.
Lamento decepcionarle con respecto a este escritor, pero mi opinión es que necesita mayor formación literaria, leer con asiduidad es esencial para un escritor que quiera llegar a escribir correctamente. El Método de estilística de Leo Vannier sería una obra muy recomendable en este caso, así como algunos postulados de la Estilística moderna del profesor Charles Belínay. Y sobre todo mirarse en el espejo de aquellos grandes escritores nacionales que jamás cayeron en la trampa de la imaginación desbocada, como Jaroslav Novák, Anna Medková, Stanislav Hálek, etc. Todos ellos forman el preciado patrimonio de nuestra memoria colectiva.
En este preciso instante un moscardón de gran tamaño se posa sobre el extremo superior izquierdo de la carta, el señor Hájeck lo aparta de un manotazo, pero de nuevo vuelve a posarse en el mismo lugar, esta vez acompañado de un segundo moscardón; sospechando que han entrado de la calle, se levanta y se dirige hacia la ventana, pero comprueba que ésta como todas las de la casa están perfectamente cerradas.
Al volver hacia su escritorio observa que los dos moscardones se han posado sobre la lámpara de su estudio, y que un tercero revolotea por el pasillo. Comienza a sentir un ligero sudor en las palmas de las manos, se quita una de sus zapatillas y con ella en la mano persigue a los tres moscardones por toda la casa. Falla una y otra vez en sus intentos de darles muerte, al final, contabiliza un cuarto moscardón y comienza a pensar que tal vez todos ellos procedan de algún alimento en malas condiciones. Esta posibilidad le hace abandonar al instante la caza y dirigirse de inmediato hacia los armarios de la cocina y el frigorífico, pero no encuentra por ningún lado nada en mal estado.
Vuelve a sentarse ante la carta, pero al instante, un súbito pensamiento lo inmoviliza por completo, ¿y si alguien ha escondido en algún lugar de la casa un gato muerto o algo parecido, en venganza por alguna de sus críticas literarias hacia la obra de uno de esos escritores que van de genios por la vida? La semana pasada se lo hicieron a Josef Komensky, prestigioso crítico literario del diario Pueblo, y el pobre hombre tardó más de una semana en descubrir un gato en avanzado estado de putrefacción, escondido en el armario donde guardaba sus camisas.
A estas alturas de sus pensamientos, el señor Hájeck está francamente nervioso y suda por todo el cuerpo, mientras, inmisericordes los cuatro moscardones revolotean alrededor de su cabeza, como si tuviese el pelo cubierto de una gruesa capa de miel.
Trata de seguir escribiendo, pero las imágenes de un probable gato pudriéndose en algún rincón de sus armarios se lo impiden. Así que se dedica a pensar en otras hipótesis que puedan justificar la existencia de aquellos moscardones. Tal vez –piensa– vengan de los restos descompuestos de alguna rata, alguna de esas que últimamente han invadido a miles la ciudad.
Ante semejante invasión, él, como todos los vecinos del inmueble, ha tomado sus medidas colocando trampas y platitos con veneno por toda la casa. Y es que con las ratas hay que andarse con mucho cuidado, son inteligentísimas, y aunque uno ponga extremo cuidado en cerrar cuidadosamente