Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Diálogos con un Cuaderno anaranjado
Diálogos con un Cuaderno anaranjado
Diálogos con un Cuaderno anaranjado
Libro electrónico430 páginas5 horas

Diálogos con un Cuaderno anaranjado

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

 Yo creo, mi simpar contlapache   Cuaderno anaranjado  , ahora que vuelvo a desandar contigo esos caminos, a zancadas, que comencé a escribir porque no me quedaba más remedio.   
 Porque si no, el naufragio me agarraba. Y el invierno, en París.    
 Porque nací con la ansiedad de quien mira los pájaros y piensa ¡qué chévere volar! Y para mí, escribir es como estar suspendida encima del universo, y olvidar los problemas, y estar gozando con el invento de una historia, o el logro de una frase, o ese encontrar el adjetivo que te deja en suspenso, casi incrédula, y convencida al fin y al cabo de que ese "mestiere di vivere", como decía Pavese, es la esencia y el fin.    
 Que ya ni modo de echarse para atrás.   
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 sept 2022
ISBN9789585011144
Diálogos con un Cuaderno anaranjado

Relacionado con Diálogos con un Cuaderno anaranjado

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Diálogos con un Cuaderno anaranjado

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Diálogos con un Cuaderno anaranjado - Albalucía Ángel

    Di_logos_con_un_cuaderno_anaranjado_1500.jpg

    Diálogos con un

    Cuaderno anaranjado

    Albalucía Ángel

    Contemporáneos

    Editorial Universidad de Antioquia®

    Colección Contemporáneos

    © Albalucía Ángel

    © Editorial Universidad de Antioquia®

    ISBN: 978-958-501-112-0

    ISBNe: 978-958-501-114-4

    Primera edición: mayo de 2022

    Impresión y terminación: Imprenta Universidad de Antioquia

    Impreso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia

    Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito,

    sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia

    Editorial Universidad de Antioquia®

    (+57) 604 219 50 10

    editorial@udea.edu.co

    http://editorial.udea.edu.co

    Apartado 1226. Medellín, Colombia

    Imprenta Universidad de Antioquia

    (+57) 604 219 53 30

    imprenta@udea.edu.co

    Los derechos de la obra han sido cedidos mediante acuerdo con International Editors’ Co. Agencia Literaria

    Albalucía Ángel

    Nació en Pereira (Colombia) en 1939. Literata, docente, investigadora, conferencista y crítica de arte y cine. Una de las más reconocidas escritoras colombianas del siglo xx.

    Estudió Letras e Historia del Arte en la Universidad de los Andes, donde fue alumna de la crítica de arte Marta Traba. Prosiguió su formación en La Sorbona y cursó estudios de cine en la Universidad de Roma. Residió en distintas ciudades europeas, como París, Roma, Barcelona y Londres, en temporadas que alternó con regresos a Colombia y visitas a países suramericanos.

    Tuvo un estrecho vínculo literario con varios de los escritores del boom latinoamericano, tales como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Álvaro Cepeda Samudio y Julio Cortázar, si bien se la considera una de las pioneras del posmodernismo latinoamericano, con un estilo que se ha tildado de independiente. Las reivindicaciones de género y la política figuran entre sus temas destacados.

    Sus novelas publicadas son Los girasoles en invierno, Dos veces Alicia, Misiá Señora, Las andariegas, Tierra de nadie y Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón, su obra más conocida (que cuenta con varias ediciones y fue publicada por la Editorial Universidad de Antioquia en el 2004, en edición crítica). Publicó también el libro de cuentos cortos ¡Oh, gloria inmarcesible!, los ensayos Del mito del hombre: espíritu de la poesía y del hombre en la historia del arte, Visión del arte y De vuelta del silencio, la pieza de teatro Siete lunas y un espejo, así como los poemarios Cantos y encantamiento de la lluvia y La gata sin botas.

    En el 2006, el Tercer Encuentro de Escritoras Colombianas, a cargo del Ministerio de Cultura, fue dedicado enteramente a Albalucía Ángel. En el 2015, durante la Feria Internacional del Libro de Bogotá, se le rindió homenaje, con motivo de los cuarenta años de la publicación de Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón.

    Presentación

    Un vuelo desde adentro

    Es un libro de memorias que propone la aventura desde un prisma, o centro: la libertad del creador. La reflexión de la escritura. Encuentros dominantes y denominadores con el poder de la palabra. Con quienes la utilizan como factura artística.

    El puente entre la obra y quien la crea. Sus fantasmas o mitos.

    La regresión autobiográfica desde la madurez y el regreso a la fuente: el nacimiento y el crecer. El descubrir el mundo de la creación en permanencia, como un sino que lleva a zonas impensables.

    Desde el encuentro con el mundo y todas sus ofertas: política, social, artística y humana, hasta el idioma de la Tierra y todos sus despojos.

    Eso, creo que puede ser el resumen de lo que un día emprendí en una conversación conmigo misma, sobre los ires y venires de una etapa de mi vida. Y que se convirtió —como verán lectores y lectoras de este Cuaderno anaranjado— en un diálogo abierto con ese Pepe Grillo, que interrumpió a sus anchas todo intento de fuga, frustraciones o lenguajes de tono plañidero. Ahora lo veo. Porque está claro como el agua de arroyo soñoliento, luego de casi cuarenta años de haber escrito esta reflexión (o introspección aguda enfrente de mi espejo, sería mejor decir), que nada es invisible en el camino de la vida.... Y por invisible, me refiero a aquellas huellas o señales que se van aclarando a medida que andamos caminos culebreros. Zonas ancladas en una especie de vacuo. De misterio. Insondables las unas. Otras con aura luminosa y menos contagiadas con el girar eterno de aquella Rueda del Samsara. Aquella que no cesa de dar vueltas. De señalar los días y las noches, mientras los seres impregnados de esas visiones del futuro, como presiento fue mi sueño permanente, vagan sin rumbo. Así parece. Poseídos por la Esperanza eterna del mañana glorioso y duradero, donde los seres recuperen la Paz y la Armonía. Las claves de la Vida, en tonos múltiples. Abiertos. Expansivos. Algo que nos permita la unión con esa Madre Primigenia, de la que hablan nuestras gentes de ancestro milenario. Primero estaba el mar..., dicen los Koguis. Esos maestros omniscientes, que todavía pueblan nuestros territorios y a quienes no escuchamos con la debida reverencia, muy a pesar de que jamás han traicionado esa promesa: hablar, comunicarse con el Centro de todo lo creado. Y así guardar el equilibrio que nos exige quien nos da el alimento cotidiano. La Tierra habla, hoy más que nunca. Y me pregunto: ¿la escuchamos los humanos que hoy en día poblamos sus espacios, sagrados ante todo?

    Y vuelvo a mi pasado.

    A cuando hablaba en solitario, con mi Cuaderno anaranjado y su perenne irreverencia. Su picantico acento, con aires de sabihondo. Aunque misiá sabelotodo era yo... según él. Y bueno, pues. Me animo a contrastar lo que hoy leo, por fin..., luego de tantos años de tenerlo guardado en unas cajas. Arrinconado en esas pilas de papeles, de fotos, dibujos que guardaba sin pretensión de hacer un día alguna exposición. Como piedritas blancas, dejé todas mis cosas. Para volver, quizás, un día, a recorrer aquel sendero por el que me adentré sin brújula ni mapas, con una fe profunda en mi destino. Ese que me atrevía yo misma a proyectar. A diseñar, más bien... contra los tirios y troyanos que me auguraban tropezones, pifias inmarcesibles, notables fueron sus ostentosos vaticinios: pues todo hay que decirlo. Y mientras más me adentro en la lectura de aquel azar de la escritura que tiene ya casi un acento añejo, digo yo... porque no en vano el tiempo va corriendo, como aquel río que jamás se cruza de la misma manera —así lo dijo Heráclito—, me detengo en sus páginas. Me río a carcajadas, con ese retintín que mi testigo quiere bajarme de esa nube. O tiemblo, sí. Confieso que mi aliento no pocas veces se detiene en páginas de tono oscurecido. Desesperanza leo en muchas de ellas. Y vivo esos momentos, como si fuera hoy la descripción de esa querella permanente, que yo viví en mis años de andariega sin rumbo y sin banderas. Flotante y siempre anclada en la veraz imagen de mí misma. Era mi mundo. Y el mundo de mi generación, que reclamaba haz el amor y no la guerra. Y entonces, les decía..., me estremezco.

    Porque parece ser la misma imagen.

    Aunque invertida, a veces. Y otras son instantáneas: precisas, casi infalibles, diría yo. Que nos describe este momento en que la humanidad recorre los paisajes de un planeta con riesgo de extinción. Las guerras intestinas son la noticia permanente. Las maturrangas de políticos que quieren sin dilate su pan y su pedazo. La corrupción vestida de arlequín, ¡y el circo continúa, señoras y señores!

    Quiero decirles a mis lectoras y lectores, que sigo paso a paso —como siempre— el pálpito insondable de la historia del mundo en que escogí vivir, en permanencia. Y en esencia. Que lo que leen ahora, en estas páginas perdidas y encontradas por culpa del azar, no ha sido nunca un espejismo. Ni mucho menos paradigmas cruzados por manos invisibles, como dirían los sabios de que hablábamos antes. Los dueños de la tierra. Los que llegaron antes de los diluvios milenarios que nos dejaron enseñanzas sempiternas. Sinceramente creo, que mientras más se vive... más se ve, como diría mi abuela Adelfa. Aquella que meció mi cuna pereirana, mientras tejía sin descanso las fábulas de oriente, las peticiones silenciosas a ese su Gran Señor de todos los ejércitos, con fe de carbonera y con acento de Scherazada.

    A ella dedico también este recuento de pocos años de experiencia, en medio a la aventura de quien llegó con el propósito de ser testiga de su vida y de sus meras circunstancias, como diría Ortega y Gasset.

    Albalucía Ángel M.

    En el año de la pandemia, 2020

    Diálogos con un

    Cuaderno anaranjado

    El libro

    del viento

    (Pasaje entre dos soles)

    (Entrada a Una mirada hacia adentro

    o Diálogos con un Cuaderno anaranjado)

    CERO

    Noviembre, 1975 - junio, 1978

    Todo el peso del mundo, todo el dolor, asistir —o lo que es peor—, ser testigo impotente de todas las invasiones, los asesinatos incólumes.

    No voy a hacer una poesía.

    Ni un libro.

    Soy incapaz, siquiera, de pensar. Sirve sí, sin embargo. Hay que decirles a los demás, a los sordos, los ciegos, a la gente en las plazas... hay que decirles cómo son las cosas. No sé todavía cómo empezar a decirlo. Unirme a todos los que la están gritando, sin caer en la trampa.

    A. L. Á., Roma, noviembre, 1968

    Roma, noviembre —1975—

    De regreso

    La salida: no es fácil, pero se llega.

    Se pasa al fin la frontera y entonces pueden pasar dos cosas: o te quedas petrificada del miedo por lo que acabas de ver y no adelantas (o te echas para atrás), o quemas las naves, de una vez y por todas, como aquel hombrecito que se llamó Cortés y conquistó él solito parte del Nuevo Mundo. Pero no es así: eso está claro.

    Es una imagen. No megalomanía. Sin poderes, la Historia. Con el conocimiento basta. Sin forzar a ninguno a comprenderlo, ni compartirlo.

    Teniéndolo en la mano, pero sin agredir.

    Utilizándolo solo en momentos de gran encuentro con los seres que como tú van hacia el mismo viaje: ese de quemarse y quemarse, camino a las estrellas, como los meteoritos (Kerouac dixit).

    La Verdad descubierta —el Yo descubierto— con todos sus horrores debe solo producir, de ahora en adelante, una imagen real. Sin trampas y sin mitos. Eso soy. Eso fui. Eso seré y nada más.

    Todo el resto son circunstancias, a las que hay que afrontar, en lo posible, con el máximo de amor, de entendimiento, de desapego.

    Si por casualidad se cae de nuevo en ese tic moral, en el pecado maniqueo, no arrepentirse, sino que simplemente se debe detener y razonar. Sin análisis. Sin pruebas de fuego. Sin miedo, repito.

    Razonar, o sea: ver con el corazón. Dejando que la mente siga pujando, tal vez, pero sin temor a que sea ella sola la que decida el paso.

    El presente, el futuro y el pasado, en una sola ecuación.

    ***

    A los veinte años se puede viajar en la aventura máxima y encontrar la Verdad, eso está claro. Pero entonces sucede que no se tiene la entereza de aceptarla, o de reconocerla.

    Pero a mi edad, ya casi a los cuarenta, sí se tiene delante ese globito que conforma el pasado y se lo ve como un efecto más, no como consecuencia, entonces este se reventará por sí solo: se destruirá sin dejar huellas, como los globos de los niños: se irá alejando en el espacio, elevando, elevando, elevando... y como no somos más los niños de antes, lo dejaremos ir, con gran sonrisa, o a lo mejor con un poquito de nostalgia... ¿Eso fui yo..? ¿Yo elevé globos y lloré cuando se los llevó el viento...?

    ¡Así es...!

    El final de una etapa no será jamás, nunca más, un final.

    Será siempre el presente, la continuidad, el descubrir todos los días: el aprender, sin tregua.

    No interesa que todavía haya ciertas marcas. Eso es como las cicatrices. Ahí queda el recuerdo, pero eso ya no duele.

    Si el cuerpo se relaja, se envejece, no hay que pararse entonces mucho rato delante de un espejo. Hay que saber que el único reflejo es la diástole y la sístole y que cuando eso falla, cuando dentro de uno mismo se halla perdido el movimiento, esa atención constante hacia los ritmos, las mareas, es allí cuando hay que preocuparse. El resto es perder tiempo. Tirar la energía vital por una alcantarilla.

    Gastar pólvora en gallinazos.

    Si hoy, noviembre tres de 1975, me doy cuenta de mi regreso del infierno y hago este pequeño ensayo de contarme a mí misma, no es ya un análisis, insisto. Es un gesto instintivo. No lo pienso dos veces. Lo sé.

    Me penetra.

    La razón me lo anota, y yo estoy recibiendo sin tiempo a releerlo, contenta, liberada, recién nacida a este presente.

    Si mañana vacilo, no habrá temblor, no creo.

    Me pararé en cualquier esquina, o en la playa, no importa el sitio, sin espejos, repito; porque es la única forma.

    Alicia ya volvió. El espejo era cierto.

    El viaje fue muy largo... y profundo, lleno de lobos y de Caperucitas Rojas. Fue muy lindo y muy triste.

    Ahora: ¡a la vida...! A realizar con los demás, si es posible, o si no a través de ellos. Siempre con la conciencia del amor, este novel aprendizaje.

    ¡Quemar las naves, pues...!

    No temer al regreso. Ni al infierno. Ni a la muerte...

    ¡Ni al miedo...!

    ***

    Detrás de la muerte no hay nada más que eso: muerte.

    O sea: cantos, flores, rezos, incienso, compunciones... y los huesos ya quietos, vencidos, sin miedo ya, pues el temblor pasó y ahora otra materia —la tierra y los gusanos— es la que ordena el nuevo ritmo.

    Para qué temer pues, desde ahora, un proceso indoloro que no va a tener memoria, ni herederos.

    ¡Cantemos, sí...!

    ¡Vivamos, sí...!

    Sepamos a conciencia que el hombre no tiene culpa original. Que la conciencia rígida de iglesias maniqueas lo ha dejado baldado, desde su nacimiento.

    El hombre es libre y como tal consciente. Purificarse la conciencia aquella impuesta por doctrinas y doctores teólogos no es fácil. Lo que sí es fácil, después, es seguir el camino, sin tropezones graves, al menos: abiertos a la esencia del Ser, a lo que ayuda en él a ver la realidad —o irrealidad— de lo que vive.

    Ciencia o conciencia.

    Saber o presentir.

    Conocer o intuir.

    Ver o soñar.

    Imaginar o haber vivido.

    Realizar o pensar.

    Determinar o conseguir.

    Desistir o empezar.

    Escribir o abrazar.

    Llorar o combatir.

    Sembrar o recoger.

    Estar aquí o allá.

    Permanecer o regresar.

    Hacer un libro o rechazar caer en espejismos

    Amar.

    Buscar.

    Seguir.

    Olvidar.

    No olvidar que las flores

    y que el viento

    y los sonidos de

    carretas existen.

    Y dejar, ante todo

    que el silencio dirija.

    Porque solo así entenderemos. Porque el lenguaje vital —el verdadero— es mudo. Aquel día: cuando nos despertemos y oigamos

    todo,

    sin oídos... y hablemos sin palabras, entonces sí: entenderemos el significado real de este gran sueño.

    ¡Seremos seres vivos...!

    Roma, noviembre 6 —1975—

    No interesa el sistema.

    Al conocerlo y estar fichada, clasificada en él, creía sin embargo que habría una salida, porque a pesar de todo seguí conservando —en apariencia— mi identidad real.

    Yo escribo lo que quiero y como quiero, pensé. En realidad, mi ejercicio, mi disciplina, el amor a la vida y la determinación de hacer de las palabras y la literatura una forma de Ser y Estar, me lanzaron a la carrera, a la realización.

    Hice tres libros. No hice concesiones y por eso me considero absuelta. Pero ahora no basta. Ahora la realidad es más compleja, porque a pesar de todo, la estructura es más fuerte.

    Es por eso que sigo, sin abdicar.

    O sea: mi abdicación va a ser real y no ficticia. Mi etapa como escritora no está cumplida. Me gané un premio de montaña, y eso fue, obvio, motivo de atención, porque al fin y al cabo es una hazaña pequeña, y ahí vino —se destapó— la consecuencia lógica: el sistema de que hablo. Detritus por todos lados. Juicios sin ton ni son. Envidias chiquiticas. Escrutinio intensivo de tu vida personal: ¡ficheros...!

    No es ese el problema. Se sabe que eso es una parte de los riesgos que se toman, si la cosa va en serio. Eso se afronta, se digiere en muy poco tiempo. Lo que yo no digiero —ni ahora, ni nunca— es la mediocridad —detritus adornados con billetes y palabras muy lindas, además— de los que comercian con esto: con la literatura (o los libros, más bien... porque literatura —por desgracia— ya hay poca).

    Yo de esa clase de golosina no he querido probar.

    No me trago los tres billetes que me tiran por debajo de la mesa, mientras ellos ponen a funcionar el aparato digestivo, sin la menor conciencia de estar dando patadas al perrito que está esperando ese favor, la migajita, y que tal vez un día va a salir un bestseller, un perrito de raza, porque, ¡quién sabe...!, a lo mejor se empeña: por rabia, por decisión absurda, porque es la única forma de estar vivo, porque le sale de las entrañas, porque sí...

    En fin. Que ese sistema, esos señores, esa determinada sociedad, mis amigos, incluso, no han sido nunca —ni serán— una meta.

    Esta etapa, repito, se cumplió, y entre pitos y flautas ganó un premio de montaña. Está bien.

    No trabajé tres años y medio (o mejor: quince), para abortar mi historia en el silencio. Pero ahora está viva y si le sirve a alguien, ¡qué bien...! ¡Qué bueno...!

    Yo seguiré escribiendo, porque para mí es lo mismo que cantar, o que hablar; se volvió eso.

    Es una parte más.

    Pero lo haré sin prisas, sin premios de montaña. Sin metas. Sin competencias. Sin contratos chimbos con editores-cocodrilos.

    Los editores-tiburón, que esperan, con paciencia, a que a lo mejor yo en cuatro años o en cinco, me presente, aterrada, con la vida en un hilito, a entregar el nuevo manuscrito: mi historia... mi vida... ese sudor y esa cosa que nadie más que uno mismo sabe, y ellos tranquilos:

    Pues tiene muchas páginas... pues yo no sé qué va a decir censura... pues es muy enredado... o pretencioso... o insípido... o a lo mejor te lo compramos... o lo que pasa es que es ‘interesante’ pero yo no conecto con tu historia....

    Así...

    ¡Y treinta mil pesetas de adelanto...! (US$ 300)

    ***

    Escribir es un acto de Conciencia.

    Escribir es un acto de Vida.

    Escribir es respirar profunda, libremente.

    Escribir es caminar al ritmo de ti mismo.

    Escribir es decirles a los demás que tú también cuentas con ellos.

    Escribir es muy lindo... como diría Charlie Brown.

    Escribir es una etapa del ser humano: no un fin.

    ***

    Y yo sigo. No me paro.

    Ni en contratos tramposos, ni en diez mil pesetas más o menos, ni en los detritus que me tiran, ni en los galardones llenos de florecitas y de trampas burguesas, ni en las palmaditas de los que honestamente —y casi por casualidad— me han alentado, ni en mi gran ilusión de ver mi libro en librerías, o en las manos de algún desconocido... ni tan siquiera en el hecho de mirar para atrás y darme cuenta de que sí fue verdad la historia de la mujer de Lot.

    No es un cambio de rumbo. Es la continuación del mismo aprendizaje: del único.

    La historia de mí misma.

    Ahora, por fin, expulsada de la matriz, donde vivía sola, calentita, tan acunada por el ruidito de la placenta tibia y olorosa a seguro.

    Ahora la historia cambia. Es la aventura colectiva. Es la locura, ¡claro...!

    El no aceptar seguir subiendo la escala de Jacob... ¡qué escándalo...! Pero en verdad, sin pretensiones, sin decirme a mí misma que mi trabajo ha sido bueno y que merece más respeto, pues en eso no pienso, ni se basa mi análisis: en realidad, me siento bien. Cumplida. Resuelta. Liberada. Viendo este juego de espejos y conociendo ya el mecanismo que hace salir lucecitas por los bordes, estrellitas doradas, el blablá de salones, las coronas de laurel.

    Y pienso en Kafka, a todas estas...

    En lo que él no supo, o no quiso plantearse, mejor dicho: porque para él la cosa estaba clara.

    ¡Y en Rimbaud...!

    ¡Y en ese mundo de gente que no se le ha medido a esta danza!

    Y en los que siguen trabajando porque la pelea es peleando y hay que ganarla... ¡claro!

    Y así... cada uno.

    Por mi parte, me declaro lúcida, aunque no concuerde con el canon, ni con las buenas conciencias.

    Yo sigo.

    Pero no en la rueda, esta vez.

    Cadaqués, octubre —1977—

    Tiempo de lucha

    Hora de acogerse a la única arma posible: el coraje de ser mujer.

    De haberlo sido siempre y hasta el fondo, asumiendo el manoseo, el insulto procaz, la palabra y el gesto del macho, del hombre de nuestra sociedad, que ha hecho —¡al fin...!— de nosotras las grandes insurrectas, gracias a su infinito desprecio por nuestra identidad: deshecha, desvirtuada, camuflada y oprimida.

    Misiá señora será mi acto de rebelión, como La pájara pinta fue mi acto de conciencia política.

    Odette Thibault escribe:

    La femme est-elle l’avenir de l’homme, comme le chantait Aragon? Nous n’ en savons rien. Mais une chose est sûre, car le passé l’a suffisamment démontré: l’homme n’ est pas l’avenir de la femme. L’avenir de la femme, c’ est elle-même. Il est entre ses mains; et pas seulement le sien mais celui de ses enfants et celui du monde entier.¹

    Le socialisme au fémenin, Le Monde, febrero 10, 1978

    Carla Lonzi lanza la misma premisa, con más ardor y agresividad:

    Los hombres han dominado al mundo durante veinte siglos. ¡Ya hemos visto bastante...!

    El fracaso de la sociedad patriarcal comienza a ser flagrante, gracias a la valerosa denuncia de las mujeres, y ya la caza de las brujas será poco productiva.

    La lucha recomienza —han sido tantos los intentos... y yo estoy lista-. Con mi pluma en ristre. Acompañando a todas las mujeres que se lanzan a la recuperación de sí mismas.

    La maravilla de ser mujer (de darme cuenta, de repente, lo que eso quiere decir) es tener todas las posibilidades de reintegrarse, con las demás, a un movimiento primordial y antiquísimo, como el agua misma.

    La placenta vivencial reemplazará a aquella dulce y engañosa que nos estuvo pariendo durante veinte siglos.

    Ahora el nacimiento va a ser completo. Daremos a luz a nuevas criaturas: a nosotras mismas, en esencia.

    No temer el clamor de los falócratas, ni dejarnos alucinar por las promesas circunstanciales y equívocas que el hombre lanzará a los cuatro vientos, como prueba, otra vez, de su buena voluntad.

    Ante todo, solidaridad. No desprotegernos. Actuar con la conciencia alerta, sin caer en el error del hombre: la competencia, con miras al poder.

    Como dije hace casi tres años: Yo sigo ¡pero no en la rueda, esta vez...!

    Ya estoy de vuelta. Ya estamos, las mujeres.

    Tuvimos que recorrer muchos infiernos, mirar de lejos, siempre, el paraíso, pues fuimos siempre las culpables de su pérdida.

    Basta pues de complejos falsos de culpa.

    Ya es la hora de salir a la luz, de caminar sin el lastre de nuestras conciencias de robot, que el hombre nos ha fabricado para mayor acomodo a su propia falacia.

    La adquisición de la nueva conciencia será la nueva ruta, hasta clarificar la propia identidad, sin reticencias. Sin raíces timoratas.

    ¡Dirán que sí...!

    Dirán que no. Que sigo tan loca como siempre, que de manicomio..., ya dijimos. Y como siempre, querrán tener razón, en su estupefacta manera de mirar a quien no tiene miedo a volar...

    ¡Señora mía...! ¡Qué de aires marinos ajetreados y aires de batalla sopla usted, en estos días de Conciencia Despierta..., como diría ese señor que lo sabía todo y lo pensaba todo-sin pensar... ¿cómo es que se llamaba...? No me acuerdo, ¡carachas...! En todo caso, me deja usted patidifuso... enamorado de su encuentro con la excelencia de ese Ser... o sea...casi no tengo espacio para meter cuchara...

    ¿Me estás tomando el pelo...? o simplemente tratas de ajustarte a este mi tono belicoso, como dirían los patriarcas...

    ¿Patriarcas...? Yo del lobo, ni el pelo..., como diría su digna y ardillísima abuela. Una vez me contó que los patriarcas eran tontos. O mejor dicho, zarramplines... como decía ella... y que la toma de la Bastilla no había sido solo un recursivo anhelo de falos prepotentes, sino que había envuelto los castillos en el aire de millones de...

    No tengo nada que ver con toda esa perorata con la que tratas de camuflar mi pleito, compañero Cuaderno anaranjado. Mejor nos vamos a dormir. Estoy licuada de tanto vozarrón...

    Y tanta tramontana, por supuesto. Dónde me deja los que cruzan los mares de tormentas. Un poco como usted ¿o me equivoco...? Su verba clara y simple... no tiene que envidiarle a capitán en medio a mar de leva.

    ¿Y qué tiene que ver su capitán de marras con mi discurso de mujer, que no soporta más todo ese materile donde han tenido presa el alma femenina... si se puede saber...?

    Veamos... hhhhuummmmm... jjjeeeemmmm... bueeeeeno... ¿por qué no nos metemos en el sobre y dejamos que los luceros sigan titilando mientras nosotros nos entregamos en brazos de Morfeo...? ¿Ahhh...?

    ¡Cobarde...! ¡Tienes coraza de buchipluma...! Lo supe desde siempre...

    ¿Lo supo desde siiiieeeem...?

    ¡Siiiiiiií... señor mío...! Voy a cerrarte... y puuuunnnto.

    Pues a miií...

    ¡Zuuuaaaáz... te cerré...! ¡por metelón...!

    Cadaqués, febrero 24 1978

    Con un dedo roto, la primavera que no llega nunca y este Mediterráneo que tenía que ser soleado y florecido, se muestra hostil y solitario.

    Leyendo a Doris Lessing (The Golden Notebook), cuánta razón tenía —y tiene— al apuntar su flecha contra la dictadura de la crítica —manada de ignorantes, los llama—. De desculturizados.

    ¿Quién va a saber más que el escritor: el significado de su mensaje, lo que quiso decir o no decir...?

    Doris Lessing: coraje, inteligencia, ojos abiertos, ganas de ver el mundo como le da la gana, no como se lo marcaba una sociedad falócrata. Dice que George Eliot hizo lo que pudo, en la sociedad victoriana que le tocó vivir.

    Ella, por lo pronto (Lessing), despliega novelas y se lanza contra el viento y la marea. Sus personajes sufren las contradicciones y delicias de todo aquel embate (¿envite...?) (?).

    Doris Lessing y sus libros serían la trompeta que despierta definitivamente al feminismo, opinó un grupo de mujeres.

    Ella se excusa (de viva voz y por escrito):

    No ha sido mi intención. Me gusta esa lucha, por supuesto que sí, pero en medio de tantos cambios de la reestructuración de esquemas que intenta hacer el hombre, en el mundo, ahora, la voz de la mujer se va a apagar en su intento: será pequeño su clamor, sin importancia...

    —dice así, más o menos— y yo no estoy de acuerdo.

    No creo que esta ola que crece y crece, a medida que el espesor de las pruebas —contundentes— va subiendo y la proporción del clamor —aquí, en las calles— y de la ira... y de la absoluta necesidad de desatar amarras —con la conciencia plena y sin temor al dedo acusador del mundo maniqueo—, no creo, repito, que nuestra voz se ahogue en este intento.

    Quedarán —si es el caso de derrota— vestigios de la lucha. Y más adelante se sumarán victorias, no pírricas, ni histéricas, ni mucho menos sin un valor histórico.

    Dios te oiga... guerrerita cadaquesina al borde del suicidio colectivo... Ejjjeeeemmmm... quería decir: a la velocidad de ese salto al vacío, en que tantas mujeres andan aventuriando, últimamente ¡y sin paracaídas...! Lo que no quita, por supuesto. Yo opino... y usted va a perdonarme tanta opinadera... que ese acto heroico no tiene ni mucho ni poco que envidiarle al de esos astronautas que se fueron de pioneros a la luna y si usted me perdona, yo creo que esos señores se vieron en bretes muy tenaces... Digo yo...

    ¿Y es qué tu creeesss... que esta aventura de la mujer rompiendo el canon de milenios y permitiendo a su alma florecer es una más de las hazañas de la Ciencia...? Lo nuestro, mi querido Cuaderno zarramplín, no es maná de los cielos, ni mucho menos la miel de abeja reina...

    Ni el olor a guayaba, me imagino...

    Ni el canto de los mirlos.

    ¿Y entonces, cómo me lo traduce...? A mí como que ya se me está encalambrando el cerebelo, mi muy Señora Mía. Esa charada es medio zarramplinesca... ¿O me equivoco...?

    ¡Charaaada! Contigo ya no hay caso, metichinero anaranjado...

    ¡Metichiiii-quuueeeé...!

    ¡Lo dicho...! ¡Y buenas noches...!

    ¡Córcholis y recórcholis...! ¡Su Alteza Serenísima...!... ¡Dónde queda la puerta de los sueños...! ¡Creo que voy a llegar tarde...!

    Cadaqués, abril 22 —1978—

    Adrienne Rich en su libro Women’s born es contundente en sus descubrimientos:

    La mujer tiene que ser solidaria con la mujer: la madre con la hija —en el comienzo— será la única manera de lograr el bloque, el cambio ¡la debacle...!

    ***

    El miedo a ser esclavas, o mejor: la debilidad, proviene de haber sido tanto tiempo esclavas..., dice Doris Lessing.

    ***

    Virginia Woolf (leo sus Diarios y reconozco los caminos, detalles de paisajes conocidos, infiernos... ese cuartico propio,

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1