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Saña
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Libro electrónico249 páginas2 horas

Saña

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El lector encontrará en estas páginas textos aparentemente aislados que el hilo narrativo va anudando. Para delimitar lo indelimitable, aquello que separa la santidad de la impureza, lo sucio de lo limpio, la mutilación de lo íntegro, el lenguaje se quiere preciso, tajante, ensañado, carnicero. La secuencia de asociaciones inusuales actúa de modo q
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones Era
Fecha de lanzamiento14 ene 2022
ISBN9786074451306
Saña
Autor

Margo Glantz

Margo Glantz fused Yiddish literature, Mexican culture, and French tradition to create experimental new works of literature. Glanz graduated from the National Autonomous University of Mexico (UNAM) in 1953 and earned a doctorate in Hispanic literature from the Sorbonne in Paris before returning to Mexico to teach literature and theater history at UNAM. A prolific essayist, she is best known for her 1987 autobiography Las genealogías (The Genealogies), which blended her experiences of growing up Jewish in Catholic Mexico with her parents’ immigrant experiences. She also wrote fiction and nonfiction that shed new light on the seventeenth-century nun Sor Juana Inés de la Cruz. Among her many honours, she won the Magda Donato Prize for Las genealogías and received a Rockefeller Grant (1996) and a Guggenheim Fellowship (1998).She has been awarded honorary doctorates from the Universidad Autónoma Metropolitana (2005), the Universidad Autónoma de Nuevo León (2010), and the Universidad Nacional Autónoma de México (2011). Glantz was awarded with the 2004 National Prize for Sciences and the prestigious FIL Prize in 2010. She received Chile’s Manuel Rojas Ibero-American Narrative Award in 2015.

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    Saña - Margo Glantz

    Cómo el rey debe ser mañoso en cazar:

    Y para éste una de las cosas que fallaron los antiguos que más tiene es la caza, de que manera quiere que sea; ella ayuda mucho a menguar los pensamientos de la saña, lo que es más menester a rey que a otro home. Porque la caza es arte e sabidoria de guerrear e de vencer, de lo que los reyes deben ser mucho sabidores.

    Alfonso X, Las partidas (1256-1348)

    Insania

    Dice Sebastián de Covarrubias, en el Tesoro de la lengua castellana de 1611, nuestro primer diccionario: Saña vale furor y enojo, del nombre latino insania, perdida la in, como la perdió la palabra sandio; o del nombre sanna, ae, que vale ronquido o bufido, porque el que se ensaña da muestra con estos accidentes señalados en las narices, las cuales se le hinchan y echan de sí el aire con violencia de saña. Sañudo y ensañarse.

    Inventario de la abominación

    El Levítico es un libro dedicado a las abominaciones que un hombre puede cometer. En uno de sus mandamientos se dice expresamente:

    Todo hombre que tenga una tara, si es ciego, cojo, desfigurado o desproporcionado o si tiene una fractura en la mano o en el pie, si es jorobado o atrofiado, si sus ojos tienen algún defecto, si tiene un testículo dañado, en fin, todo hombre que tenga una marca y pertenezca a la raza del sacerdote Aarón, jamás podrá ofrecer sacrificios a su Dios.

    El Levítico hace numerosas alusiones a la perfección. Todo aquello que se ofrece en el templo debe estar libre de impureza, los animales sin defectos, las mujeres purificadas después del parto y la menstruación, los leprosos separados de los demás hombres y, aunque hayan sanado, lavados según los ritos antes de entrar en el templo.

    En última instancia, todas las secreciones corporales son consideradas como inmundicias…

    Soledad

    Una vez hubo una virgen menopáusica que decidió liberarse tanto del adjetivo como del sustantivo y darse a la aventura como los personajes de Julio Verne. Sólo encontró al pájaro Roc, el cual, según la leyenda, pone un huevo inmenso y blanco en el desierto, a cuyo pie la sombra es tan amarga como la soledad.

    El caminador

    La imagen de Rimbaud: la imagen de un caminante; lo asocio con otros caminadores: Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Casanova, Rousseau, Isabelle Eberhard.

    Rimbaud es, en cierta forma, un San Juan de la Cruz y, como la de los carmelitas descalzos, su rebelión se inicia en los pies.

    Crematorios

    Las piras arden, el humo se levanta, el olor se esparce. Entre las callejuelas espléndidas pero devastadas de uno de los barrios aledaños, pequeños altares en casi todas las esquinas, con toscas estatuas de colores estruendosos, adornadas con guirnaldas de flores rojas y amarillas. Impúdicamente, una mujer vestida de un sari color bermellón reza, llora e increpa a Shiva; varios fieles impiden el acceso a un conjunto de templos; las perras sarnosas dejan caer sus tetas purulentas; desde una tienda donde venden sedas se contempla la cúpula dorada de una mezquita. Ha habido, dice alguien, reyertas entre hindúes y musulmanes.

    Asombro

    Me pregunto, dijo alguna vez el gran pintor británico Stanley Spencer, ¿qué acontecimiento en la vida de Dios propició la creación de los Alpes?

    El Paraíso

    La belleza física y la bondad del hombre americano maravillan a Colón. Su asombro llena las páginas de sus diarios y las de sus comentaristas. Las nuevas tierras son dignas de la imaginación esplendorosa del otro mundo medieval: los árboles producen diamantes, esmeraldas y zafiros y en los ríos el agua es amarilla porque está llena de pepitas de oro. Como nuestros primeros padres Adán y Eva, el indio vive en la inocencia primordial: son los indios cándidos, hermosos y van desnudos.

    Pero ningún hombre soporta el Paraíso. Colón trueca cascabeles por pedazos de oro, recibe calabazas y papagayos y se apodera de algunos indios para confirmar sus descubrimientos y exhibirlos en la corte española. Fáciles de cautivar, los indios mansos serán los nuevos súbditos de los Reyes Católicos, porque esta gente es muy simple en armas, dice, y bastan cincuenta españoles para cautivarlos.

    Los puentes

    El 17 de noviembre de 1878, a punto de quemar sus naves y embarcarse en una rumbo a Egipto, Rimbaud escribe a su familia: cuenta sus peripecias para cruzar, en pleno invierno, las montañas suizas y el San Gotardo, viaje emprendido primero en diligencia y luego a pie.

    Es una carta-puente.

    Reseña una de sus ocupaciones favoritas, la de caminar, a la que ha dedicado una buena parte de sus años. Pero esa caminata ya no es –en apariencia– un vagabundeo, forma deambulatoria que, junto con la práctica de la literatura, su madre abomina. Es el camino emprendido hacia la redención: la estabilidad nómada y burguesa del comerciante colonial, instalado en las posesiones francesas de África. Otro de los bizarros diseños de los puentes.

    Cronometría

    Aunque parezca casi arbitrario, propongo ahora un doble juego; traza una dicotomía; enfrenta a dos figuras totalmente opuestas de la plástica contemporánea: Cindy Crawford y Lucien Freud.

    Cindy, una de las modelos mejor pagadas del mundo; su figura aparecía constantemente, como las de Claudia Schieffer, Linda Evangelista, Naomi Campbell o Christy Turlington, en las portadas de revistas de modas, y en una de ellas, en franca imitación de la Venus de Boticcelli, surge de las ondas, colocada artísticamente en la tradicional concha marina. Lleva el pelo suelto, los ojos ligeramente maquillados, un lunar oscuro erotiza su boca y su cuerpo parece estar desnudo: sólo calza unas ligeras sandalias azules descotadas.

    El erotismo es el resultado de una delicada relación entre lo vestido y lo desnudo; la desnudez absoluta animaliza, despoja, priva, el vestido permite el tránsito a lo humano. Sólo el intersticio es erótico, afirmaba Barthes.

    Cindy es un símbolo sexual comercializado, al servicio de las grandes trasnacionales de la industria cosmética y de la confección y, no hace mucho, como Christy Turlington del yoga, promotora de ejercicios de belleza corporal. Cindy, belleza atlética, semidesnuda, enfundada en trajes de baño color rosa mexicano, escotados estratégicamente para dejar ver unos músculos lisos, rosados, absolutamente desprovistos de celulitis. Una sexualidad sana, perfecta, cubierta apenas con lo necesario, lo necesario para destacar una belleza corporal sujeta estrictamente a las reglas de la moda.

    ¿Qué relación entre esta muchacha sana y sensual, cuyo rostro y cuerpo fotografiados son conocidos en todos los países de la tierra, y la pintura de Lucien Freud, el pintor inglés, nieto del fundador del psicoanálisis, no hace mucho exhibido en el Museo Metropolitano de Nueva York y en el Reina Sofía de Madrid? La movilización de lo desnudo a lo vestido es fundamental en ambos, ambos usan de la representación para manifestarse, ambos se apoyan en modelos cuya corporeidad es manifiesta. Las figuras humanas de los primeros cuadros de Freud están vestidas, los colores de la ropa son primarios, la mirada de los rostros muestra sin embargo la desmesura, acentuada por el espacio que enmarca a las figuras, un espacio inhóspito de cárcel o sanatorio, es decir un espacio desnudo. Más tarde aparecen los cuerpos en reposo, expuestos agresivamente, delineados con pinceladas violentas, trazos espesos, escultóricos, abultados; la acción de las manos del pintor sobre el cuadro y el cuerpo desnudo allí pintado se ejerce como un suplicio sobre el retratado o la retratada, y se focaliza sobre su genitalidad. La mirada se dirige inevitablemente hacia esa área del cuerpo, expuesto con indolencia en un reposo incómodo, incomodidad proyectada hacia el espectador, deslumbrado por las vestiduras del cuadro, producto del oficio de pintor: manchas blancas, encimadas unas sobre las otras, formando un fondo o un lienzo a manera de sábana o mortaja, reforzando la distancia entre lo desnudo y lo vestido y entre el acto de pintar y la realidad de lo representado. La vestimenta, en este caso, a diferencia de su función en la moda, es la literalidad de la pintura que retoma su valor metafísico; los cuerpos yacen abandonados sobre las camas, pierniabiertos, encima de telas de colores que contrastan con la blancura rosada de la carne, en su estado tumefacto de carne pura. Se enfrentan así dos concepciones del mundo moderno: la confrontación es dramática: dos tipos de construcción corporal, la de Freud en la pintura, la de Cindy en la fotografía: se revela sin compasión un imposible erotismo, el roce de dos realidades, dos conceptos: en uno las vestiduras son trazos blancos, manchas, puros símbolos pictóricos subrayan al modelo en su corporeidad artística, en el otro, en el de Cindy, el vestido cubre el cuerpo para resaltarlo, erotizarlo, convertirlo simplemente en un producto más.

    Cindy Crawford ha sido contratada ahora para anunciar los relojes Omega.

    Bajo el volcán

    En la novela de Lowry, las escenas de amor las preside el Volcán.

    Y las de la muerte.

    Así empieza la novela:

    Dos ásperas cadenas de montañas atraviesan la república de norte a sur; en medio, numerosos valles y planicies. Entre esos valles, dominada por dos volcanes…, la ciudad de Quauhnáhuac…

    En temporada de alarma máxima, llegaron de Francia unos amigos a entrevistarme sobre Lowry. Como laberinto de símbolos y, desde mi terraza, el volcán arroja una larga columna de humo, teñida de escarlata. ¿Es lava? ¿O son cenizas, solamente?

    La noche resplandece.

    Quauhnáhuac tiene 18 iglesias y 57 cantinas, escribe Lowry en la primera página de su libro…

    Inmundicias

    La cualidad de lo viscoso está a medio camino entre lo líquido y lo sólido. Es blando, se comprime, cede al tacto, se embarra, es una trampa, se adhiere como una sanguijuela.

    ¿Una persona viscosa?

    ¿La pus, el vómito, el sudor, la mierda, la saliva, la sangre coagulada?

    Las cosas simples

    ¿Cómo le hacemos? ¿Introduzco a los personajes de la corte inglesa?

    Cuando la aún joven Reina Isabel con su gesto duro y la vieja Reina Madre vestida de azul cielo, tocada con un sombrerito de paja que le vela el rostro, le conceden al pintor Stanley Spencer el título de caballero, él se presenta, como debe de

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