Los casos de Axel: la caja de cerezo
Por Jerry Bader
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El investigador privado Axel Webb inicia la caza de una caja de madera de cerezo. La infidelidad, el asesinato, la guerra, los terremotos y los tesoros históricos llevan a Axel desde un ostentoso hotel de Toronto hasta la sede de un Oyabun en Tokio, pasando por casa de subastas de altísimo nivel de Londres;
El pequeño Frankie Darling quiere venganza, Asami Sato quiere su herencia y Oyabun Kitsune quiere el artefacto mágico oculto en la caja de cerezo de ciento cincuenta años de antigüedad. Cada uno de ellos paga al investigador Axel Webb para que la busque, pero las cosas no siempre son lo que parecen y la gente siempre miente para ocultar sus agendas secretas.
Dos sucesos aparentemente dispares, separados por océanos y años, provocan ondas de consecuencias que reverberan por todo el planeta hasta estrellarse en el escritorio de Axel Webb. Axel es capaz de casi cualquier cosa por dinero, pero cuando Little Frankie y su amigo de madera solicitan sus servicios, Axel los rechaza. Little Frankie Darling quiere que Axel busque a los hombres que mataron a su padre, nada más. Cuando los encuentre, él hará el resto. Pero cuando Axel le pregunta qué significa eso, Little Frankie le dice la verdad: «Axel, amigo, voy a matar a esos cabrones. Eso es lo que significa que haré el resto».
Axel hará casi cualquier cosa por dinero, pero tenderle una trampa a alguien para que le den una paliza no está en su lista de servicios. La especialidad de Webb es encontrar cosas, no personas. Puede tratarse de objetos perdidos, robados o incluso sustraídos por algún procedimiento inconfesable. Por eso, cuando Asami Sato interrumpe el desayuno de Axel con un caso que implica la compra de una caja de madera de cerezo de unos grabados shunga históricos, Axel muerde el anzuelo. Pero Sato no le dice a Axel es que entre ella y Little Frankie hay algo, una relación muy singular, por cierto, teniendo en cuenta que Little Frankie solo habla a través de un antiguo muñeco de ventrílocuo, pero ¿quién puede decir qué atrae a la gente?
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Comentarios para Los casos de Axel
1 clasificación1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5En esta novelita —pequeña de tamaño, pero intensa de contenido— el autor se sumerge en las costumbres de Japón, y combina elementos de la cultura occidental de una manera muy entretenida. Obra recomendable, en especial si tienes abono en esta plataforma.
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Los casos de Axel - Jerry Bader
Los casos de Axel: la caja de cerezo
Jerry Bader
––––––––
Traducido por Antonio de Torre
Los casos de Axel: la caja de cerezo
Escrito por Jerry Bader
Copyright © 2023 Jerry Bader
Todos los derechos reservados
Distribuido por Babelcube, Inc.
www.babelcube.com
Traducido por Antonio de Torre
Babelcube Books
y Babelcube
son marcas registradas de Babelcube Inc.
Los casos de Axel:
La caja de cerezo
––––––––
Por Jerry Bader
Copyright © 2022 Jerry Bader
Todos los derechos reservados.
ISBN en rústica: 978-1-988647-81-4
Tapa dura: 978-1-988647-83-8
Libro electrónico: 978-1-988647-82-1
Capítulo 1
El final es el principio
Japón, finales de marzo de 1945
Nadie, salvo los extremistas más recalcitrantes, tiene ninguna duda de que la guerra ha terminado. A principios de este mes, la Fuerza Aérea de Estados Unidos arrasó con feroces bombardeos cuarenta y dos kilómetros cuadrados de Tokio. Murieron entre ochenta y cien mil personas. El final era solo cuestión de tiempo, pero nadie imaginaba la devastación total que aún estaba por llegar.
Hideaki Masuda está en una misión secreta que le ha encomendado su jefe, el Lord Guardián del Sello Privado, un encargo llegado directamente desde el emperador. La oficina del Lord Guardián es pequeña, la componen, además de él mismo, su secretario principal, otros tres secretarios y seis ayudantes. Masuda es uno de esos seis ayudantes.
El deber primordial del Lord Guardián es defender los tesoros del Estado a toda costa. Los objetos conocidos como Tokusanokandakara son diez reliquias mágicas sagradas que muchos consideran apócrifas o perdidas para la historia. El conjunto está formado por dos espejos, cuatro joyas, una larga espada y tres pañuelos mágicos, el Orochi no Hire, que aleja a las serpientes; el Hachi no Hire, que repele a las abejas; y el Kusagusa no Mono no Hire, un pañuelo que ahuyenta otros peligros variados. La misión de Masuda se centra los tres pañuelos. Debe entregarlos en santuarios sintoístas del país. Nadie sabe qué pasará cuando terminen las hostilidades, pero estas piezas sagradas deben mantenerse fuera del alcance del enemigo a cualquier precio.
Masuda ocupa nervioso su asiento en el tren que tenía que llevarlo directamente a Osaka, y que ahora deberá pasar antes por Mito, debido a una avería en la vía. Está viajando en sentido contrario, y esto prolongará y complicará su misión más de lo previsto. Siente un dolor en el pecho, que achaca al ardor de estómago, no al problema de corazón recurrente que le provocan el estrés de la guerra y su trabajo. Palpa bajo el asiento para confirmar que el paquete de los pañuelos sigue ahí escondido. Cierra los ojos; tal vez dormir un poco le calme los nervios. Hideaki Masuda ya no volverá a despertarse.
Al llegar a Mito, descubren el cadáver de Masuda. Su equipaje está en el compartimento que hay sobre su asiento; no contiene ningún dato identificativo. La misión era confidencial, por eso los documentos de identidad de su chaqueta son falsos. El bulto que dejó bajo el asiento permanece oculto varios días, hasta que un comerciante de Mito, Atomu Harada, de regreso a su casa, lo encuentra por casualidad. Es su día de suerte; tal vez contenga algo de valor. Confía en que no sea la ropa sucia de alguien. Al llegar a casa, lo abre y se lleva una decepción: solo son unos viejos pañuelos de seda. Se los muestra a su mujer, que le manda ponerlos a la venta en su propia tienda. Así lo hacen, y allí permanecen durante años, olvidados y sin compradores.
Capítulo 2
El hombrecito y su amigo
En la actualidad
Despacho de Axel Webb y Asociados
En mi trabajo me cruzo con personas peculiares, pero ninguna tan extraña como el hombrecillo de la maleta que JoJo acaba de hacer pasar a mi despacho. A continuación, ha puesto en blanco sus bonitos ojos verdes y ha depositado la tarjeta del recién llegado sobre mi mesa, con un número de teléfono local y dos palabras: El Fantoccio por toda información. JoJo no regresa a sus dominios en la oficina. En lugar de eso, se acomoda en mi sofá, cruza sus largas y atractivas piernas y se sienta, con su libreta y su Lamy preparadas para la acción. Tiene un sexto sentido para saber cuándo un caso puede ser interesante.
He pensado en levantarme para acomodarme junto al personajillo y equilibrar su desventaja vertical, pero ha atravesado su maleta entre los brazos de la silla que tiene al lado. Ahora, salta de su silla y abre el maletín de un modo mucho más elaborado del que sería necesario si solo quisiera sacar algún objeto de referencia. Muchas veces los clientes traen cosas relacionadas con sus casos que consideran de interés. Como quizás se sepa, mi especialidad es encontrar cosas para la gente. Puede tratarse de objetos perdidos, robados o incluso sustraídos por algún procedimiento inconfesable. Mis clientes suelen aportar algo vinculado con lo que desean hallar. Eso sí, en general, las presentaciones suelen ser más directas. Lo de hoy es toda una actuación, bien ensayada y ceremoniosa. No soy un hombre de paciencia, pero la mirada divertida de JoJo me basta para seguir esta opera buffa hasta su desenlace.
No veo lo que hace el hombrecillo, que me ha dado la espalda. Para colmo, su cabeza apenas asoma por el borde de mi escritorio. Adivino que está montando un numerito. Solo confío en que no requiera una respuesta a base de plomo. El suspiro distendido de JoJo me dice que mis colegas Smith y Wesson pueden quedarse donde están.
El pequeño adulto se vuelve, regresa a su silla de un salto y coloca un antiguo muñeco de ventrílocuo sobre su rodilla. Me recuerda a uno de los dos vejestorios del balcón de los Teleñecos. No dice nada, pero a su colega de madera si le gusta hablar: —Es usted un detective privado.
Es una afirmación, no una pregunta. La marioneta mira a JoJo, alarga el cuello hacia adelante y pone en blanco sus ojos de cristal en un gesto de apariencia lasciva que no se veía desde los primeros tiempos del vodevil, antes del Código Hays[1].
—¡Vaya, vaya! —exclama— Menudo pivón, amigo ¿es su Effie Perine[2]?
No respondo, pero JoJo suelta una risita. El hombrecito ignora a todo el mundo, incluido el muñeco. Mira alrededor de la habitación, en busca de algo interesante que observar. Está totalmente desvinculado de la teatralidad de su compañero de madera.
—Ya sé lo que está pensando —dice, a través del muñeco, mientras yo contengo el estupor que me produce esta actuación—. «¿Por qué habla el muñeco mientras el enano se queda callado?» Le explico, amigo —el muñeco mira al que lo maneja, que parece haber encontrado algo fascinante en el techo; este sacude la cabeza con suficiencia—: yo tengo el cerebro; él tiene las piernas. Es una asociación justa. Como usted y la maciza, salvo que yo no me acuesto con el enano.
Le daría un guantazo a ese capullo insolente en su boca de tarugo, pero él es una marioneta y yo no. Además, el hombrecito que lo maneja ya le acaba de sacudir esa bofetada a su alter ego antes de seguir buscando el Santo Grial en la pintura del techo de mi despacho. El sopapo en la boca no parece disuadir al pequeño capullo de madera.
—En resumen —prosigue—, yo hablo y el enano camina. Diríjase siempre a mí, no a él. Yo soy Fantoccio; él la marioneta. ¿Lo pilla? Es igual. Ahora sigamos. Quiero que busque a los hombres que mataron a mi padre. Tiene que encontrar a Jimmy Cavolo, alias «el repollo», a Snorky Tracadéro y a Big Tony Burattino, y yo haré el resto.
Por fin consigo meter baza: —¿Y qué significa exactamente que «usted hará el resto»?
—Axel, muchacho, ¡yo mataré a esos cabrones! Eso es lo que significa «yo haré el resto».
Capítulo 3
Fantoccini Posto
Veinte años antes
Damian Darling es un marido cuarentón, padre y agente. Se podría decir que es un hombre de cierto éxito si el dinero fuera el único criterio. Dolores Darling, su esposa, es