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Los casos de Axel: la fulana de Florence
Los casos de Axel: la fulana de Florence
Los casos de Axel: la fulana de Florence
Libro electrónico126 páginas1 hora

Los casos de Axel: la fulana de Florence

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¿Qué haría usted para ser rico? No solo rico, sino fabulosamente rico. Quizá sea usted esa persona rara sin sueños, ni aspiraciones, ni planes... en tal caso, que le vaya bien. Debe de ser una existencia muy monótona. Pero si es como los demás, tiene una fantasía, una visión de lo que podría ser, de lo que querría hacer. Quizá sea un sueño egoísta, o quizá altruista, o quién sabe... extremista.

¿Y si existiera una joya familiar, una exquisita pieza rosa de 133 quilates de perfección, un diamante que históricamente le perteneciera, y si esa gema fuera robada y desapareciera durante ochenta años? ¿y si, según los rumores, ese diamante reapareciera de repente? ¿Hasta dónde llegaría para recuperarlo? ¿y si la persona que robó ese diamante se lo prometió a gente muy perversa para poner a salvo a su familia durante una guerra? ¿y si esa persona fue asesinada por hacer ese trato fáustico que se negó a cumplir? ¿y si...? ¿y si...?

Cuando la gente está desesperada, cuando la gente se queda sin opciones, cuando la gente no tiene otro lugar al que ir... ¿a quién recurre? Quizá a un hombre como Axel Webb. ¿Por qué? Pregúntele a él. Él se lo dirá: «Encuentro objetos; descubro hechos sobre los objetos, y hallo pruebas de lo que encuentro».

Así que no es de extrañar que un exiliado italiano y su esposa, un par de extremistas sociales con motivaciones religiosas y la bisnieta del hombre que robó la gema encuentren el camino a la oficina de Axel Webb.

Intriga internacional, extremismo religioso, autoconservación y asesinato son todas las facetas del reluciente premio rosa. ¿Quién lo encontrará, y a qué precio? ¿Acaso sigue existiendo?

IdiomaEspañol
EditorialMRPwebmedia
Fecha de lanzamiento3 ago 2023
ISBN9781667460826
Los casos de Axel: la fulana de Florence

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    Entretenida novelita de este autor. Axel no defrauda, y las referencias geográficas y culturales están muy bien llevadas. Recomendable

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Los casos de Axel - Jerry Bader

Capítulo 1

La muñeca de Dace

1941. Hotel Geneve, Ciudad de México

Otto Dace entra en la cafetería del vestíbulo del Hotel Geneve. Su hijo de siete años, Heinz Victor, y su hija de cinco, Florence Katrina, se agarran a él con fuerza. La niña está intranquila. Agarra la mano de su padre tan fuerte como puede. El viaje de Zúrich a Buenos Aires y a Ciudad de México ha sido largo, fatigoso e incómodo. Los niños habrían deseado volver a su hogar en Suiza, pero esto era inviable.

Otto encuentra sitio para sentarse en la cafetería del vestíbulo. Intenta consolar a los niños con unos refrescos helados al estilo americano, de caramelo para Heinz y de chocolate para Florence, pero ninguna dosis de helado puede calmar los nervios de Otto. No está acostumbrado a la ansiedad, ni por la guerra, ni por el reciente fallecimiento de su esposa, ni por haber huido de su patria de una neutralidad impostada. Lo que perturba a Otto Dace es la extraordinaria piedra preciosa rosada que lleva cosida en el forro de su gabán. A pesar del intenso calor estival, ni siquiera se atreve a despojarse de esa prenda de abrigo.

El navío Nebel des Krieges ofreció la oportunidad de escapar de Europa con la preciada posesión del conte. Solo el tiempo dirá si se saldrá con la suya tras esta vertrauensbruch[1]. Se sentía mal por haber traicionado al conte, pero la guerra lo cambió todo. Es ist jeder für sich: cada uno a lo suyo, sálvese quien pueda. Quién sabía si el conte sobreviviría siquiera al conflicto. Otto tenía sus prioridades y una obligación para con sus hijos. Tenía que asegurar su futuro.

Espera a que llegue su interlocutora mientras Heinz y Florence intentan disfrutar de sus helados. Ha quedado con una monja en la cafetería del hotel. Ella le proporcionará los documentos con los que podrá entrar en Canadá con los niños. A cambio, Otto suministrará información de inteligencia al contacto de los sinarquistas en Toronto, que a su vez la transmitirá a la embajada alemana en Ciudad de México. La Monja es miembro de la Unión Nacional Sinarquista, un partido político extremista católico de orientación nazi y seguidores de Hellmuth Oskar Schleiter, agente alemán y miembro del Partido Nazi.

La religiosa lleva un sobre marrón en una mano y una muñeca de tela en la otra. Otto se levanta para saludarla. Puede ver que es joven y de un aspecto que sería muy atractivo si no fuera por la larga cicatriz roja que le afea el lado derecho de la cara. Se sienta junto a la familia, le entrega el sobre al padre y le explica:

—Todo lo que necesita está en el paquete, visados, dinero y el nombre y la dirección de su contacto en Toronto.

Levanta la muñeca y dice:

—Su hija debe estar asustada, esto la ayudará. Le entrega la muñeca a Florence.

—¿Y para el niño? —pregunta Otto.

La monja niega con la cabeza.

—Es un niño. ¿Para qué iba a querer una muñeca?

Heinz le quita la muñeca a su hermana, la lanza hacia la cara de la monja y grita:

—¡Es una Flittchen! —después, la tira al suelo y su hermana Florence corre a recuperarla.

—Mis hijos necesitan dormir, ha sido un viaje largo y pesado.

La monja frunce el ceño ante el niño y le espeta:

—¡Un buen azote es lo que necesita! —se levanta y se marcha.

Esa misma noche, Otto se sienta en el escritorio de su habitación del hotel. Tiene delante un pequeño costurero y su gabardina. Florence está junto a él, abrazando a su nuevo y preciado tesoro; adora a su regalo y a su papá. Otto saca una navaja de su bolsillo. Florence mira mientras Heinz permanece enrabietado en la cama. El padre rasga el forro del gabán y extrae una bolsita de cuero marrón. La abre y saca el diamante rosa. Lo levanta para que Florence pueda verlo.

¡Wunderschön!

Otto sonríe.

—Sí, cielo, es una joya preciosa.

Heinz se levanta de un salto y corre hacia el escritorio. Le arrebata el diamante a su padre:

¡Es ist meins!

Otto le quita la joya a su hijo.

—¡Nein! ¡No es tuyo!

El chico vuelve a la cama para seguir con su rabieta un rato más. Otto toma la muñeca de manos de su hija. Le hace una incisión en la espalda y la ahueca. De reojo aprecia cómo brotan algunas lágrimas de los ojos de Florence, mientras que Heinz se regocija ante la angustia de su hermana. El padre le da un beso en la frente a su hija. A continuación, toma el diamante y lo vuelve a introducir en la bolsita de cuero para colocar todo en el orificio que había hecho en la parte trasera del juguete. Otto cose el dorso de la muñeca y el diamante queda asegurado en su interior. Le devuelve el juguete reparado a Florence, que abraza a su padre y le besa.

—Ten mucho cuidado con la muñeca. Sujétala con fuerza. No la pierdas nunca de vista. La niña asiente con la cabeza tan dramáticamente como puede.

¡Flittchen! —gruñe Heinz.

Capítulo 2

Axel y el cretino

En la actualidad

Ivars Dace se seca la frente con un pañuelo de seda blanca por tercera vez. Vuelve a colocar el pañuelo en el bolsillo de pecho de su chaqueta. Dudo que permanezca allí mucho rato.

—¿Está incómodo, Dace?

—Usted me pone nervioso, señor Axel.

Vuelve a sacar el asqueroso pañuelo y se seca de nuevo un inexistente sudor de la frente. Me recuesto en la silla. Pongo los pies sobre la mesa y sonrío. Exhibo el tipo de sonrisa que delata poca amistad. Después, le instruyo:

—Es señor Webb, Axel, o tú, o usted, pero no se dice señor Axel, ¿me entiende?

No presta atención a mi comentario resabido; en vez de eso, se lleva la mano al bolsillo de la chaqueta. El repentino movimiento me hace retirar rápidamente los pies del escritorio y estirarme hacia el cajón superior, donde se alojan mis queridos Smith y Wesson. Me detengo. Saca la mano y deja caer un sobre blanco sobre mi mesa. Esta acción provoca el despliegue de un abanico de billetes de cien ante mis ojos. Acaricio el dinero como lo haría con el interior del muslo de una amante.

—¿Quién está nervioso ahora, señor Axel?

No le hago caso. Ivars Dace es un hombrecillo sórdido con acento de Peter Lorre y modales nerviosos y serviles. Será un cretino rastrero y desagradable, pero el montón de billetes de cien dólares que cubre mi mesa reclama mi máxima atención, algo que rara vez concedo si no hay un incentivo.

Soy una persona impaciente. Quizá por eso tenga pocos amigos y mi agenda esté repleta de enemigos. Enfrentarte a la gente por sus vicios ocultos y sus fechorías recientemente reveladas no acumula méritos para ningún concurso de Míster Simpatía. Suelo ser áspero, sobre todo con quienes no me gustan, personas como Ivars Dace.

Como la mayoría de los clientes que entran en mi santuario, estoy seguro de que este tío también tiene sus secretos. No es lo que finge ser. Quiere que le busque un diamante, un maldito gigante rosa de ciento treinta y tres quilates.

—Si me lo permite, señor Axel, solo a modo de advertencia —¿no es increíble? el muy necio me está amenazando—; señor Axel, si intenta quedarse con el tesoro, venderlo o quizás colgarlo del cuello de esa preciosidad que adorna su despacho... bueno, pues... tendría que matarle. ¿Entiende, señor Axel, que lo enviaré al otro barrio sin pestañear?

—Sí, lo entiendo. Si yo me quedo con la gema, usted me mata o al menos lo intenta. Le conviene saber que ya lo han intentado antes. Si quiere, puede comprobarlo usted mismo. Solo tiene que visitar el cementerio de Mount Pleasant.

—Eso no tiene mucha gracia, señor Axel. Soy un persona reservada

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