Binomios Literarios Cuentos
Por Ana Luisa Tapia
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Caperucita está tan pendiente de su teléfono móvil que no conoce al verdadero señor
Feroz: un lobo cordial, deportista y… vegetariano. Las empresas tecnológicas,
obsesionadas con controlar las mentes de sus clientes, cambian para que todo siga
igual. Lucía debe decidir si acepta la herencia de su abuela, que tuvo un siniestro
pasado nazi. Dos mujeres recorren lentamente el inseguro camino que conduce a la
firma de sus divorcios. Estas y otras historias componen Binomios literarios, una obra
que no dejará a nadie indiferente.
Ana Luisa Tapia
Escritora mexicana que emigró a Alemania. Ahí estudió filología en laUniversidad Libre de Berlín. Se enamoró y se quedó para compartir su vida demadre, esposa, docente universitaria en una pequeña ciudad en el corazón deAlemania.
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Binomios Literarios Cuentos
Ana Luisa Tapia
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© Ana Luisa Tapia, 2023
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
Obra publicada por el sello Universo de Letras
www.universodeletras.com
Primera edición: 2023
ISBN: 9788419613059
ISBN eBook: 9788419613547
Para Dani, Elena, Luis y Clara.
«Si vosotros sabéis lo que es la noche,
os ruego que entendáis mi oscuridad».
Pita Amor
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WLM
Wolf Lives Matter
Ein Bild, das Strichzeichnung enthält. Automatisch generierte Beschreibung—Buenos días —dijo él.
—Buenos días —contestó Caperucita Roja asombrada al ver pasar al señor Feroz.
Le extrañó verlo a esas horas de la mañana y, sobre todo, por ese lado del bosque al que seguramente él no acostumbraba visitar, pero ella siguió su camino rumbo a casa de su abuela. Volvió la cabeza varias veces para comprobar que el Sr. Feroz continuaba realmente con su camino.
Faltaban apenas unos cuantos metros para llegar a esa hermosa casita de campo. Pequeña, con mucho colorido, flores por doquier, un jardín grande y bien cuidado, una terraza cómoda y fresca desde donde, en las tardes claras, se podía ver al sol despedirse. Caperucita tocó la campana de la entrada. Tres toques, como lo habían acordado cuando ella la visitó sola por primera vez. Al no escuchar nada en el interior de la casa, extrajo la llave de la canasta que llevaba consigo y la introdujo en el cerrojo de metal. Era aún muy temprano y la abuela podía estar dormida. Entró con mucho cuidado para no despertarla, cerró la puerta de la entrada lentamente y se dispuso a preparar el desayuno. La sorprendería. Pero no sin antes echar una mirada rápida a su abuela y asegurarse de que todo estaba bien. Con paso lento y de puntas, se asomó a la alcoba solo para descubrir que ella no se encontraba ahí. Imposible. La llamó varias veces mientras recorría la pequeña casa con prisa. Salió al jardín a gritar su nombre, la buscó en el sótano, en el trastero, en el gallinero. Nada. Ni rastro de la abuela tan querida. Tenía que hacer algo y, sin desperdiciar más tiempo, llamó al 911. Al cabo de unos minutos, la guardia de cazadores del pueblo ya estaba interrogándola. Caperucita les dijo todo lo que sabía. Les contó que había visto al Sr. Feroz, quien no tenía nada que hacer por ahí, en esa comarca, ya que vivía al otro lado del bosque. Su presencia esa mañana ya la había extrañado sobremanera, pero ahora tenía un presentimiento y, a decir verdad, su presencia la había incomodado y, ahora, parecía explicar y justificar sus miedos. El Sr. Feroz la había saludado de una forma tan cordial que a ella le había parecido muy sospechosa. En esa parte del bosque nadie se saluda con amabilidad.
La guardia de cazadores no perdió ni un minuto más. En casos especiales, los cazadores utilizaban sus motocicletas todoterreno y pidieron los refuerzos que consideraron necesarios para ese tipo de situaciones. Describieron al sospechoso como un animal grande, peludo, negro y, seguramente, peligroso. Responde al nombre de Lobo Feroz. Caperucita había podido echarle una mirada a pesar de estar chateando en su móvil y había podido interpretar sus malas intenciones debido a sus movimientos un tanto titubeantes, aseguraba ella.
Veinticinco minutos más tarde, el señor Feroz se encontraba bajo la custodia oficial de la guardia de cazadores. Caperucita, sabiéndose influyente y sin preámbulo, entró al cuarto de interrogaciones y le gritó a bocajarro al Sr. Feroz que qué había hecho con su abuela.
El señor Feroz, que no entendía muy bien ni la situación ni de qué lo acusaban, le contestó:
—No sé de qué me habla, señorita. Yo solo hago mis ejercicios como todas las mañanas. Normalmente, corro 10 km diarios. Salgo temprano de mi casa, corro 5 km de frente, llego al margen del bosque y regreso.
—¡A nadie le interesa lo que hace! Lo único que se le pide es que diga dónde está mi abuela. ¡Confiese ya! —le increpó Caperucita.
El señor Feroz no supo qué responder, miró a los oficiales cazadores que hacían como que no veían ni escuchaban nada y, finalmente, dijo:
—Mire, señorita, yo no he hecho nada malo. No la conozco a usted ni quiero conocerla. Mi esposa estará ya preocupada por mí. ¿Puedo hacer una llamada? No sé por qué estoy aquí. ¿Podrían explicármelo? —exigió saber el Sr. Feroz con desconcierto.
—No juegue con nosotros —le volvió a gritar Caperucita—. Todo el mundo sabe cómo son los lobos. Mejor díganos: ¿qué ha hecho con mi abuela? ¿Se la ha comido?
—Señorita, yo soy vegetariano desde hace dos años. Siento mucho la desaparición de su abuela, pero yo no tengo nada que ver con ella. ¿Por qué no han apresado al Sr. Venado que también estaba haciendo ejercicios cerca de la casa de su abuela? ¿Por qué no interrogaron a la familia de liebres que estaban bañándose al borde de la ribera? ¿Por qué solo me han prendido a mí?
El Cazador Uno le dijo con tranquilidad:
—Lo siento, Sr. Feroz, pero deberemos tenerlo aquí hasta que sepamos algo. Las estadísticas más actuales hablan por sí solas y es un hecho que personas de su condición cometen más delitos que otros.
—No sé a qué se refiere —le contestó el señor Lobo con seguridad—. Los lobos siempre hemos sido generosos. Sin nosotros, Roma no existiría. Y se nos conoce por proteger a los que nos necesitan cuando los hombres los abandonan.