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La princesa del pueblo de Abantos
La princesa del pueblo de Abantos
La princesa del pueblo de Abantos
Libro electrónico366 páginas5 horas

La princesa del pueblo de Abantos

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Tres mujeres en distintas épocas de la historia.

Una geisha que tiene que decidir entre el deber y el amor, una esclava romana que busca vengarse de su hermano, una chica de los años 80 en un pueblo del norte de España que necesita saber por qué su amor se ha suicidado. Tres mujeres, tres historias.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento18 oct 2018
ISBN9788417483869
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    La princesa del pueblo de Abantos - Paqui Gómez Prieto

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    La princesa del pueblo de Abantos

    Primera edición: octubre 2018

    ISBN: 9788417483180

    ISBN eBook: 9788417483869

    © del texto:

    Paqui Gómez

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España — Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A mi familia, a los vivos y a los muertos

    A Rubén y a Juanjo

    A los amigos y conocidos que hacen que mi vida en este mundo sea mucho más agradable gracias a ellos

    Y a José y a Sailloa que me ayudaron a publicar mi primer libro

    La geisha (sin nombre)

    Una vez un monje budista me dijo que yo estaba en una de mis últimas reencarnaciones y para divertirme había decidido ser una geisha. No sé si esto es verdad, ya no es importante pero lo cierto es que he sido una geisha, una de las muchas de la provincia de Waabi y sus alrededores y esta es mi historia.

    Empezando

    Todas las historias

    Tienen un comienzo

    Y yo tuve unos padres

    Empezaré a contar mi historia, pero antes tengo que hablar de mis padres, de cómo se conocieron porque si ellos no se hubieran juntado yo no estaría en este mundo y seguro que no hubiese sido una geisha.

    Mi padre era un importante señor de la isla de Kobe un daikan, recaudador de impuestos. Cuando conoció a mi madre tenía 30 años y se llamaba Miu Naguhuro. Poseía tierras, gentes y una especie de palacio que llamaban «el castillo» Mi madre tenía solo catorce años cuando le conoció. Se llamaba Suzhu y era la hija de una costurera y de un pescador de ostras cojo. Se conocieron cuando él iba a caballo por sus tierras y ella a lavar la ropa en el río Kuan .Según he oído nada más verla amó a esa muchacha. Dicen que salió varias veces más a su encuentro. La amaba y ella también a él. Se casaron tras un largo noviazgo, su amor fue maravilloso. Dicen que hacían toda clase de cosas juntas, como montar a caballo, pasear, hacer negocios. Me contaron también que papá había sido un mujeriego, un galán que iba tras una y otras hasta que conoció a mamá. Que ella era tan inteligente como bella. También me contaron que los dioses tuvieron envidia de tanto amor y que un día que papá y mamá cabalgaban juntos ella se calló del caballo y ese día algo se rompió y que se quedó como muerta pero que no murió. Respiraba y nada más y mi padre se negó a rematarla.

    Ocho años encerrada en el castillo

    Años encerrada en el castillo

    Jugando, riendo

    Como una niña más

    A raíz de este hecho mi padre puso en una habitación, la más bella de la casa, a mi madre. Y cerró el castillo a miradas extrañas. No sé si en un intento de que no me pasase nada malo a mí o simplemente que papá se había desengañado del mundo y estaba demasiado dolorido para estar en él.

    Hay dos versiones sobre mi nacimiento, la primera que ya había nacido cuando mi madre tuvo el accidente, la segunda es que no, que nací seis meses después. Sea como sea mis primeros ocho años de vida los pasé encerrada en una casa— palacio que llamaban «el castillo» y yo no recuerdo a mi madre más que cuando estaba tumbada en la habitación, sin moverse.

    Había criados, comidas exquisitas y otras cosas más pero no pude yo ver la luz del sol más que en el jardín del castillo en donde por la mañana se podía notar el sol, por la noche se veían las estrellas o cuando llovía podía ver la lluvia caer. Así vivía entre las paredes del castillo, con una madre que no se movía y que no estaba muerta, pero que envejecía con un padre distante y con la señora Muku Mineko una joven mujer que contrató mi padre para cuidarme, con un jardinero budista que apenas hablaba. De hecho le llamábamos el mudo.

    No creáis que mi vida fue triste por estar encerrada porque no era así. ¿Cómo explicar mi estancia en el castillo? Desde luego no era consciente de que estaba encerrada. Cuando mi padre salía o alguno de los criados y se abría la puerta yo los miraba con indiferencia. Se abría la puerta y entraba, por así decirlo, un poco de aire fresco, luego volvía enseguida corriendo a casa.

    Cuando fui creciendo los criados me contaban como era la plaza del mercado, el bullicio de la gente, como se paseaban las elegantes geishas y los valientes samuráis. Era como si fueran los cuentos que se cuentan a los niños.

    La señora Muko Mineko era lo más parecido a una madre que tuve. Ella estaba casada y tenía tres hijos. Venía a trabajar al castillo pero no vivía permanentemente allí como otros criados.

    Aunque yo iba a ver a mi madre, la que estaba tumbada y allí solía pasarme bastantes horas, me solía tumbar a su lado y la abrazaba. Estaba casi siempre fría, incluso en verano aunque papá había ordenado que la pusieran al sol por la mañana, junto a la ventana. Muku Mineko solía venir algunas tarde a coser y a remendar la ropa a esta habitación y entonces me contaba alguna historia que se inventaba y era fantástico pasar las horas así. Parecíamos una familia y cuando papá al terminar sus quehaceres se unía con nosotras ya sí que lo éramos. Luego sobre el anochecer venían a recoger a Muku Mineko y se iba con «su otra familia» Yo cuando estábamos con ella le pedía que me contase como era su familia. Y me imaginaba todo. Me gustaban las historias que ella me contaba pero sobre todo me gustaba más lo que ella me contaba de su familia. Luego pasaba dos días sin venir a la semana. O cuando estaba enferma. Se la echaba de menos pero no mucho porque yo siempre pensaba que ella volvería.

    Mi vida en el castillo

    Las estaciones que pasan,

    La vida

    Placida, hermosa, dulce

    Yo veía pasar las estaciones por los ciruelos en el patio. Había un hermoso patio tras la casa, también cerrado por una alta tapia. La nieve caía en invierno y en primavera florecían los ciruelos y las demás plantas del jardín. Yo lo miraba todo, lo observaba. Me gustaba sentarme en ese jardín y pasarme las horas muertas. Tenía también amigos invisibles. Había una niña Memeko que creo que era un fantasma y con la que yo podía hablar. Debía de tener mi edad y creo que había muerto o al menos había vivido en el castillo, pero hacía muchísimos años ya, lo digo por lo que decía, y por los extraños ropajes que llevaba. Una vez vi un retrato de mi bisabuela, abuela de mi padre y me pareció recordar a Memeko al verlo pero en aquel momento yo ya hacía mucho tiempo que había dejado de ver a mi amiga invisible.

    Los criados, eran tolerantes conmigo y no les molestaba ver a una niña pequeña merodeando por allí al menos que les molestase demasiado y en ese caso me regañaban suavemente para que los dejase en paz con sus labores aunque también es cierto que me gustaba estar sola y me habitué pronto a la soledad.

    Mi padre era menos cariñoso que la señora Muku pero también hubo alguna vez que conseguí jugar con él. Recuerdo más de una ocasión en que él se ponía a cuatro patas y yo me subía encima de él y jugaba a cabalgar un caballo, el seguía saliendo a cabalgar siempre que su tiempo libre se lo permitiera , pero a mí nunca me invitó a ir.

    Para una pequeña como yo la casa era un sitio para la contemplación. Tenía una tortuga con la que podía jugar. No recuerdo ahora si le había puesto o no nombre. Me solía tirar al suelo y observarla andar. A veces le daba la vuelta y me divertía ver como el pobre bicho intentaba volverse a su posición original. Un día el jardinero me pilló y me regañó con un gesto, después él mismo colocó la tortuga con cuidado para que pudiese andar.

    Con el jardinero pasaba muchas tardes en el patio. El hombre era ya anciano y papá decía que le había oído hablar pero nadie más que él en el castillo lo creía y le llamábamos el mudo como ya he contado. A él no parecía molestarle ese nombre. En el patio jardín o lo que fuera aquello había ciruelos como ya he dicho, había también un magnolio, a mí me gustaba subirme en el gran magnolio y coger alguna de sus flores para llevárselas a mamá o a la señora Muku. A mamá le ponía la flor al lado de su rostro, sobre la almohada como si ella la estuviese contemplando y también entre sus cabellos.

    Había un pequeño jardín de arena que el jardinero rastrillaba todos los días que no llovía, y en un pequeño rincón había plantado unos bulbos. Cuando nacían los bulbos, a lo mejor de Jacintos morados o los hermosos narcisos amarillos era una delicia verlos. A veces iba a ese rincón y había nieve y pocos días después ya estaban despuntando del suelo los bulbos que nacían. Me gustaba ver trabajar al jardinero. Este hombre vivía permanente en el castillo, al lado del rincón de los bulbos tenía una pequeña cabaña con una sola habitación que hacía las veces de casa y de cuartucho para guardar las herramientas del jardín. Solía invitarme a tomar el té cuando acababa de terminar su trabajo. El único recuerdo personal que tenía era un retrato de una joven mujer, quizá su esposa ya fallecida. A un lado del jardín había un huerto en el que el jardinero plantaba plantas comestibles. Este jardín era propiedad suya aunque no le importaba que la cocinera le pidiese algunas hierbas para cocinar. Creo que el jardinero y la cocinera tenían algún trato comercial y puede que sexual y que este le vendía a ella sus productos. Papá me dijo una vez que el jardinero ya estaba en la casa cuando él y mamá entraron a vivir en ella. Un día después de tomar el té, esté hombre sacó del suelo unos cuantos útiles para escribir. Ese día comenzó a enseñarme a escribir. Empecé a oír su voz ese día, me decía — a y era la letra a — neko (gato) y era neko. No dije en la casa que el jardinero me estaba enseñando a escribir, aunque había un pequeño desván sobre la habitación de mi madre en donde yo intentaba escribir. Este lugar pasó a ser mi rincón secreto. Otro más en una casa tan grande. Tampoco dije en la casa que el jardinero mudo me estaba hablando. Me gustaba guardar los secretos, todavía me gusta guardar secretos.

    También estaba el estanque de las carpas doradas, amarillas, blancas, o naranjas. Era muy divertido para mí verlas. Estaba situado en una especie de zaguán, a la entrada de la vivienda. A veces el gato intentaba cazar alguna porque hubo un tiempo en que en la casa había un hermoso gato de pelo largo y blanco y ojos azules. Me gustaba imitarle y jugar con él. Era un animal que parecía muy elegante y yo tenía la idea de que me entendía. Se llamaba Samurái y nos entendíamos muy bien.

    Otro de mis lugares preferidos era el establo. Papá tenía dos hermosos caballos, supongo que uno de ellos perteneció a mi madre. Me gustaba cepillarles el pelo y acariciarlos. A papá no le gustaba que estuviese en el establo, le recordaba el accidente de mamá supongo. En el establo también había una vaca, que a mí me daba miedo y no me acercaba a ella y una mula. Las gallinas tenían su propia habitación, una curiosa y elegante galería convertida en gallinero en la planta baja de la casa. Una de las criadas más jóvenes se encargaban de sacar a pasear a las gallinas .Su misión consistía sacarlas de la galería por la mañana y guardarlas al atardecer sin que faltase alguna de ellas .A mí me hacía gracia ver a la muchacha ,un par de años quizá mayor que yo, hacer su trabajo. Que estaba claro que ella se tomaba muy en serio.

    La vida que llevé de pequeña me enseñó a aprender que incluso en el bullicio más extremo puedo aislarme del ruido y observar una flor en un jarrón creada como ikeraba o ver un pájaro cruzando el cielo. He tenido cada vez más momentos así, de estar en silencio, de estar tranquila y en paz y creo que esto es debido al tiempo en que pasé encerrada en el castillo. Porque cuando se tiene mucho tiempo se encuentra tarde o temprano la paz.

    La abuela busca a su hija

    La abuela busca a su hija

    Nunca descansará su alma

    Si no logra poder encontrarla

    La abuela, madre de mamá, venía de vez en cuando al lado de los muros del castillo a preguntar por su hija:— Suzhu —gritaba —¿Estás ahí? Suzhu, Suzhu ¡Háblame!

    Y andaba de un lado a otro de la tapia gritando desesperada hasta que anochecía y volvía solitaria y sin respuestas a su casa.

    Ella no sabía que mi madre no podía moverse, aunque tal vez Suzhu oyese su voz.

    Una vez yo corrí al lado de la tapia y empecé a tocar la pared por el lado en que yo estaba y donde oía su voz allí tocaba. Mi padre me miraba sentado pero nada decía. Solo me hacía un gesto con la mano de silencio. Entonces corrí a sus brazos y me tuvo cogida mientras la abuela lloraba y llamaba a mi madre. Papá me besaba en la cara y me canturreaba algo muy bajito. Luego cuando todo termino me dijo:— Pequeña princesa, pequeño fantasmita, tú no puedes hablar con esa mujer, eres un fantasma, los fantasmas no existen y ella no quiere a los fantasmas. Les tiene miedo porque no puede verlos.

    —¿Quién es ella?— recuerdo que pregunté

    —Ella es tu abuela, Maeko. Pero no debes hablar con ella nunca. Prométemelo princesilla

    —Te lo prometo papa.

    La abuela no obstante insistía y volvía a las andadas.

    Papá me contó que si esa señora sabía que yo existía nos separarían, no era cierto claro, pero yo me lo creía. Por aquel entonces yo creía todo lo que él me decía.

    Mi padre que sí salía del castillo se encontraba con la abuela y ella le preguntaba —¿Tienes a Suzhu?

    —Ella está bien, no insistas, tienes otros hijos, comportase señora Tami

    —¡La amo tanto! ¡Es mi hija! ¡Me gustaría tanto verla!

    —No, es imposible, ya se lo he dicho

    Y dejaba a la señora con su tristeza e incertidumbre

    El final del encierro

    Me convierto en nada,

    En un fantasma, una sombra

    En nada

    A mi oírla hablar así a la señora me ponía tan triste que a veces me ponía a llorar. Yo no podía hablarle porque yo era un fantasma y no debía hablar con ella. Papá me había dicho que si oía a la señora me metiese dentro de la casa y así dejaría de oírla.

    Pero un día él no estaba en casa. Empecé a mover la mano como siempre, siguiendo su voz con mi mano. En un momento dado me caí tropezando con algo y di un pequeño grito

    —¿Hay alguien hay?— preguntó la abuela

    ¡Qué susto! Enseguida me tapé la boca con las dos manos

    —No hables— pensé— No tienes que hablar con ella

    —¿Estás ahí? ¿Eres tú mi Suzhu? —Había una rendija en la tapia. Yo hasta entonces no me había fijado en ella. Al final hablé con ella

    —No, no soy Suzhu, soy Maeko

    Pensé que no me escucharía porque yo era un fantasma como decía papá pero ella dijo:— ¿Maeko? ¿Eres una niña? Entonces ¿No eres tú mi Suzhu?

    —No

    —¿Conoces a Suzhu? ¿Sabes dónde está ella?

    —Es que yo no puedo hablar con usted… Me voy

    —¡No te vayas! Dime quien eres— dijo como una garza herida

    —Suzhu es mi mamá —¿Eres hija de Suzhu?

    —Claro —Y ¿Quién es tu papá?

    —El señor Miu Nagahuro

    —¿Miu Nagahuro es tu papá?

    —Sí, debo irme. Viene papá, él no quiere que yo hable contigo

    —Dime que hablarás más veces conmigo

    —Bueno, sí, pero ahora no

    —No se lo cuentes a nadie

    —No, no

    —¿Con quién hablabas?— preguntó papá cuando me acerqué a él

    —Con mi amiga Memeko

    —¿Está aquí ahora?— dijo él cogiéndome en brazos

    —Claro

    El no veía a Memeko porque como ya he contado antes ella era mi amiga invisible

    —¿Qué dice Memeko hoy?

    —¡Qué tiene hambre! ¿Nos has traído algún pastelito de arroz dulce?

    —¿Tu amiga se va a comer el pastelito de arroz?

    —No, no creo. A ella no le gustan mucho, me regala siempre el suyo. Es una buena amiga —ya veo

    También le decía que hablaba con la esposa. Él era supersticioso y se lo creía con temor

    A veces me preguntaba: ¿Qué piensa la esposa de esto? (la esposa era mamá, Suzhu)

    Yo se lo decía, no recuerdo ya si me lo inventaba o podía de verdad hablar con mamá

    Una vez le dije:— la esposa quiere que le lean cuentos.

    Entonces trajo un cuenta cuentos para mamá. La señora Muku y yo nos sentábamos a escuchar los cuentos que le contaban a mamá. A mí me encantaba oír cuentos. Luego, cada vez que venía a la ciudad uno de esos cuenta cuentos ambulantes papa solía invitarle a visitar, previo pago de algunas monedas, a pasar algunos días en el castillo.

    Otro día, como la señora Muku me había hablado tan bien de lo hermosas que son las geishas le dije a papá que invitará a alguna de ellas a casa, que la esposa deseaba oírlas tocar. Papá lo hizo. Hacia cualquier cosa por ella.

    Recuerdo lo que sentí perfectamente, como si fuera ayer, al ver a las geishas entrar por la puerta del castillo. Eran dos y me parecieron tan elegantes que creía que eran de otro mundo, como los santos buenos a los que rezábamos en el altar. Ellas andaban de un modo tan bonito e iban tan bien maquilladas. Ambas me sonrieron levemente. Una tocaba el koto de un modo precioso, esta era la primera vez en mi vida que oía música y la otra cantaba. Hicieron la ceremonia del té tan bien como lo hacía el jardinero mudo. Yo estaba en los cielos de cómo me sentía y cuando dijeron más adelante que iba a ser una geisha creo que pensé en estas dos mujeres que tenían algo inalcanzable y que me gustó la idea de ser como ellas. Las geishas, volvieron más veces, no sé si estas mismas u otras distintas, pues siempre eran dos las que venían y siempre consiguieron que me sintiese muy bien en su presencia.

    Como mi vida tenía pocos alicientes volví a hablar con la abuela. Y ahora que conocía la existencia de la rendija también miraba por allí. En realidad solo se veía el bosque de cedros y un camino.

    Con la abuela hablaba de todo. Ella tenía una voz muy agradable y era muy paciente conmigo. Ella decía que vigilase y que cuando no estuviese papá hablase con ella. Teníamos una contraseña para que al oírla ella se callase.

    Así le conté la historia de mi vida como pensaba que había sido. Y le conté como estaba mamá.

    Papá me pilló un día que hablaba con la abuela. Me cogió, yo le vi y antes de que yo pudiese decir algo me tapó la boca

    Me alejó de la rendija mientras la abuela preguntaba:— ¿Maeko? ¿Estás hay Maeko?

    Yo estaba muy asustada cuando me soltó papá pero pude decir la contraseña — Neko —y la señora se fue en silencio

    Pero papá no estaba enfadado. Simplemente quería que le contase cosas sobre lo que había hablado con la abuela. Yo se lo dije todo.

    —Entonces ¿Sabe cómo está Suzhu?

    —Si

    —¿Qué ya no se mueve, que fue un accidente?— preguntaba él llorando

    —Sí, si— decía yo

    Papá lloro tanto que creía que ya no tendría lágrimas. No dijo nada más.

    Al día siguiente, cuando la abuela vino tras la tapia no sabía qué hacer, papá dijo que le dijese que…

    —Dile que venga mañana por la tarde a tomar el té, que está invitada por mí y que verá a Suzhu — me lo dijo en voz baja, muy dulce

    Yo se lo dije a la abuela, ella preguntó entonces:

    —Entonces ¿Miu Nagahuro me permitirá ver a mi hija?

    —Pues claro abuela—contesté yo sonriendo aunque ella no me viese— Y también me verás a mí. Abuelita ¡Estoy deseando verte! No te retrases mañana ¿Vale?

    Ella lloraba cuando me dijo que no lo haría

    Al día siguiente las puertas del castillo se abrieron para dejar entrar a la abuela. El sol se estaba poniendo por el horizonte. Esa fue la primera vez que vi una puesta de sol y me pareció mágica.

    La abuela entró, vino sola dijo —Maeko — y me abrazo. Ella era casi anciana pero se parecía mucho a mi madre pero ella estaba más gordita y sus mejillas sonrojada y también se movía.

    Luego fuimos a ver a mamá

    —Yo no la hubiese podido cuidar mejor Miu Nagahuro

    Luego estuvieron hablando a solas hasta altas horas de la noche, haciendo planes mientras yo cenaba sola con el jardinero. Decidieron que yo aparecería en el bosque de cedros, estaría medio desnuda y diría que no sabía nada de donde había estado estos años, sería una hija de la fortuna y solo diría el nombre de mi padre Miu Nagahuro, sin decir que era mi padre y él se encargaría de todo lo demás.

    Eso se hizo. Eso ocurrió y no pasó nada. Fue como si fuese normal mi aparición en el bosque. Era una leyenda que ese bosque era mágico, que solía desaparecer gente, que las acogían hadas y fantasmas. Yo dije que había estado viviendo entre fantasmas. Había una leyenda de niñas y niños secuestrados por fantasmas que les cuidaban estos tras haber perdido a sus propios hijos, luego al crecer volvían a sus casas ya creciditas amando siempre a sus padres fantasmas. Una manera de que una mujer no perdiera su honra era el esconder su embarazo y luego al parir llevar a su hijo al bosque, tras unos días ese niño o niña era declarado como hijo de fantasma y cuidado por quien quisiera quererlo. Hay una tradición en mi pueblo y en todo Japón, el obon, en que los difuntos pueden reunirse con sus familiares, en este día se hace una ofrenda a los difuntos como dulces y flores, así como arroz y pasteles y se encienden farolillos en las casas para guiar a los espíritus de los difuntos hasta ellas también ese día podemos ir los hijos de los fantasmas al bosque y agasajar a nuestros padres difuntos. Yo no sé hasta qué punto la gente de mi pueblo se creyó que yo era un fantasma o solo la hija escondida del señor daikan, pero la verdad es que puede que pareciera yo un fantasma con esa piel tan pálida tras ocho años casi sin sol. Cuando estaba encerrada solía salir al jardín pero aun así mi piel siempre ha sido muy pálida.

    A los pocos días de salir de mi encierro fui oficialmente dada «por muerta» en esta ceremonia se vestía al difunto con ropas de color blanco y se rezaba un plegaría por su alma. Y como difunta que fui la gente del pueblo me tenía respeto y miedo. Tan pronto me ofrecían presentes como me tiraban piedras o no me hacían caso como si no existiese y fuese un alma invisible. Hasta la señora Muku tuvo que tratarme como un fantasma y para reforzar la idea de fantasma la señora me pintaba el rostro con polvos de arroz y los labios con un poco de rojo, unas ojeras pintadas de negro bajo los ojos me hacían pasar por fantasma. Me cambiaron el nombre, ya no era Maeko sino Fu (el alma errante). En medio de todo esto yo era una chiquilla de casi nueve años asustada. Miraba con miedo a la gente, había demasiada, por primera vez estaba en la calle pero no me adaptaba bien y en algún momento estuvo a punto de atropellarme un carro o me topaba con la gente. Realmente prefería vivir en la casa castillo como un ciego está acostumbrado a las cuatro paredes de su casa y se siente inseguro y torpe al salir de esta. Cuando casi me volvió a atropellarme otro carro mi padre me puso un criado, un hombre mayor que me llevaba a todos lados de la mano. Creo que por aquel entonces llegué a creerme que había vivido entre fantasmas y que era hija de un espíritu. Ayudaba a creer esto ver que las personas me mirasen raro y que muchos, sobre todo las mujeres se santiguasen al verme pasar. En el pueblo esta creencia en fantasmas era muy fuerte, muy real. Para el colmo papá decidió adoptar al fantasma ¿Ya no era su hija? Oficialmente era hija de nadie. Y aunque volví a ser Maeko, papá me puso ese mismo nombre, todo había cambiado.

    Lo bueno de aquello es que además de vivir en el castillo ahora podía salir, desde entonces acompañaba a la señora Muku a hacer las compras y conocí, quería hacerlo y hasta que no lo conseguí de incordiar a papá, a la familia de la señora Muku, a su esposo Macao, y a sus dos hijas Sayuki y Mimi y a su hijo Roco. ¿Así que eran reales? Ellos me preguntaron lo mismo ¡Su madre me había hablado tanto de ellos!

    También tuve tratos con la abuela y el abuelo. Al abuelo Mimuko no le conocía, yo creo que me parezco a él, el hombre estaba cojo por que se clavó un anzuelo en la pierna derecha mientras pescaba pero no importaba porque andaba muy rápido ahora. Con él me iba a pasear por los campos y también le acompañaba cuando vendía la leche de sus dos vacas Taiyo (sol) y Mum (luna) y los quesos que con esa leche hacía. El abuelo me quería mucho, más que la abuela creo me decía:— ¿Qué vas a ser tú un fantasmita? Tú eres mi niña bonita, tú eres mi princesita, mi Maeko, la dulce Maeko y me besaba mucho y se reía. Se reía mucho. Era gracioso verle reír porque le faltaban casi todos los dientes pero también era una delicia verle reírse así.

    Mis últimos días en el castillo

    Cambio de escenario

    ¿Cuál será mi destino?

    Incertidumbre

    En un principio, por lo que hablaban la abuela y papá pensé que me iban a prometer con un hombre, con un muchacho de mi edad pero no sé por qué cambiaron de idea y papá quiso que yo fuese geisha. Él conocía a las geishas, como ya he contado venían al castillo a hacer la ceremonia del té y tocar música. Tengo la certeza de que a veces alguna de ellas consentía tener relaciones sexuales con mi padre porque una vez les vi hacerlo. Pero con las geishas hay algo más que sexo, de hecho algunas lo tienen prohibido tras vender su virginidad y creo que papá quería eso de mí.

    Y un día la señora Muku nos cogió a mí y a su hija mediana Mimi y nos vistió de forma especial, como más guapas. Luego quiso que me despidiese de mi madre. Papá estaba en la habitación de mamá, le abracé asustada:

    —Pero papá ¿Por qué? — le pregunté

    —Porque vas a ser una geisha

    —Una geisha

    —Sí, tú y Mimi. Os han aceptado en la casa de la señora Makusama, en la ciudad de Waabi

    —Pero ¿Volveremos a vernos?— volví a preguntar yo

    Y papá me dijo mintiendo— Si

    Pero en realidad pasó mucho tiempo hasta que volví a verle, cuando él era un anciano y yo una mujer. Y a mamá no la volví a ver porque al poco tiempo de mi marcha quedó embarazada de nuevo y murió. Eso me contó, nunca supe a ciencia cierta si llegué a tener o no un nuevo hermanito. También me dijeron que después de su muerte papá vendió la casa llamada castillo y se compró otra en algún lugar que nunca supe.

    Estuvimos viajando durante casi dos días hasta llegar a nuestro destino la ciudad de Waabi. En ese tiempo, por primera vez Mimi y yo pudimos ver el mar que a mí personalmente, me impresionó. Puede que a Mimi también la impresionara pero

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