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El Mago Susurrador y el misterio del Cuervo Nocturno
El Mago Susurrador y el misterio del Cuervo Nocturno
El Mago Susurrador y el misterio del Cuervo Nocturno
Libro electrónico361 páginas5 horas

El Mago Susurrador y el misterio del Cuervo Nocturno

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Información de este libro electrónico

Bienvenido al Anverso.
Los hermanos Callum y Erron necesitan ayuda, una sirena los ha maldecido. Pero,

para poder encontrar dicha ayuda, deberán adentrarse a un mundo que apenas creían

conocer, enfrentar retos que nunca creyeron encontrar y resolver un misterio con

alguien que nunca imaginaron.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 jun 2023
ISBN9788419613929
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    El Mago Susurrador y el misterio del Cuervo Nocturno - D.E.R. Larco

    1

    La insignia del curandero

    En el Anverso, casi nadie y casi nunca utilizaban la palabra «normal», no era algo común. «¿Y qué es normal en este mundo?», respondían si alguien se atrevía a decir que algo no era normal. En cada rincón del mundo lo sabían, incluso en el pequeño pueblo pesquero de Half, un lugar asentado en un islote asimismo pequeño; Half estaba junto a un acantilado mucho más grande con un pueblo mucho más pequeño llamado Half Alto.

    Era muy común ver gente nueva llegar a Half, igual de normal que los recién llegados viajaran un día y medio hasta llegar al pequeño pueblo de arriba, no era muy habitual verlos seguido, pero se veían de todos modos, pues había un motivo en particular que hacía valer el viaje.

    En ambos lugares y sin la mayor sorpresa, las personas realizaban las tareas del día. En Half, los pescadores alistaban sus redes para salir a su labor, artesanos hacían sus manualidades fuera de sus casas: tejían redes, preparaban anzuelos, cañas de pescar, etc. En Half Alto era lo mismo, ancianos sentados en sus mecedoras, cinco niños correteando de un lado a otro, un herrero forjando metal..., todo era tranquilo.

    Pero aquella mañana, dos figuras entraron a Half Alto interrumpiendo la tranquilidad en el lugar. Los cinco niños que corrían se detuvieron de golpe, los ancianos dejaron de mecer sus sillas lentamente; todos habían dejado de hacer sus actividades excepto el herrero, un hombre grande en porte y ancho, con barba hasta el pecho y cabeza calva.

    Parecía que al habilidoso herrero nadie lo interrumpiría, hasta que los dos seres se acercaron tapando la luz del sol y consigo su trabajo.

    El herrero los observó con seriedad y una ceja levantada, pero no emitió palabra alguna aguardando a que cualquiera de los dos explicara el motivo de la interrupción.

    —Eehh, perdón por la interrupción, señor, pero queríamos saber si podría decirnos la dirección del curandero de este lugar —dijo uno de ellos muy cortés, pero con la boca cubierta.

    El herrero no soltó una sola palabra, volvió a sus quehaceres dejando a los recién llegados con intriga.

    —A su derecha sigan de frente y suban esa pequeña colina de ahí —explicó al fin luego de unos segundos.

    —Se lo agradecemos mucho... ¿Ves?, te dije que era buena idea preguntar —argumentó el hombre de la boca tapada.

    Entre tanto, en el interior de una casa, un estetoscopio flotaba poco a poco hasta aterrizar sobre una mesa de madera. Mientras, una voz muy amable y atenta con un acento muy elegante pronunciaba:

    —Por suerte, no es nada grave, señora Gris, parece que solo es alergia a las rosas de mar.

    Una señora de edad adulta con cabello canoso y un vestido muy elegante sonrió con dulzura e, inocente, le replicó:

    —Sí, lo sé, no puedo evitarlo, son mis favoritas y todos los días planto una nueva, ayuda a mantener mi jardín lleno de vida.

    La voz sin perder su tono contestó:

    —Mezcle dos ramas saltarinas de un arbusto sapo y júntelas con lengua de lagartija en agua hirviendo, se sentirá mejor en unos días, y trate de plantarlas una vez al mes.

    —Qué jovencito más inteligente, veo que también sabe de plantas —dijo mientras se levantaba de la silla y se dirigía hacia la puerta—. Ya sé que es la cuarta vez que pregunto, pero, se me hace familiar, ¿no nos hemos visto en algún lado?

    —La quinta, de hecho —dijo alegre—. Pero lo dudo mucho, señora Gris, no me he movido de aquí en mucho tiempo.

    —Qué extraño, yo jamás olvido nada, pero, bueno... Muchas gracias, doctor, lo veré en unos meses.

    La dulce mujer descendió los escalones con cuidado, fue escoltada por su cochero, quien no demoró en abrir la puerta de un carruaje grande de color negro con detalles de oro, luego de ayudar a la mujer, el cochero se despidió levantando su sombrero.

    Montó el carruaje y agitó las riendas, los caballos relincharon y, como un trueno, salieron disparados a una velocidad sorprendente desapareciendo en el horizonte del vasto océano.

    Admirado y sonriente por aquella veloz despedida, el hombre entró deseoso de volver a casa, pero se vio interrumpido por un par de voces irreconocibles. Con rareza, dirigió su mirada hacia la dirección de la que provenían, descubriendo que discutían. Una de ellas parecía muy cansada y molesta:

    —¡Si no hubieras gastado lo que nos quedaba de dinero en esas nueces de sabores, hubiéramos comprado un caballo para llegar hasta aquí!

    —El señor que me las vendió dijo que nos darían energía para lo que nos quedaba de viaje y de regreso —expresó la otra voz agitada y con algo tapándole la boca.

    —¿ENERGÍA? ¡TENGO TODO MENOS ENERGÍA!

    El hombre, con una sonrisa amigable, no dudó en intervenir:

    —Su guardián empleó bien su dinero, lo que faltó fueron las instrucciones.

    Ambos se detuvieron asombrados, ahí estaba, un joven de veintitantos, estatura promedio y barba recién afeitada. Vestido con pantalón de tela, chaleco y camisa con las mangas arremangadas, zapatos bien cuidados, aunque cubiertos con lodo. Detrás del hombre, una casa extraña se elevaba, con madera negra, ventanas largas y angostas..., una especie de torre alta y deforme en zigzag.

    Dejando el asombro a un lado, los seres recordaron lo que aquel hombre dijo, se miraron el uno al otro y preguntaron al mismo tiempo:

    —¿Guardián?

    De nuevo se vieron confundidos recordando su condición: uno traía una bata larga de color verde limón que le cubría los pies y parte de sus manos, poseía una barba blanca que llegaba hasta más abajo del pecho, cabello de igual color y tamaño, su figura era encorvada y traía consigo una rama larga como bastón. El otro traía puesta una opaca armadura abultada que le cubría de pies a cabeza, con un costal de tela medio repleto colgado del brazo.

    Al instante, el hombre de la armadura dio un paso al frente con la intención de hablar:

    —No soy su guardián, señor... Mi nombre es Callum y él es mi hermano Erron, y es por eso que hemos venido hasta aquí, buscando ayuda.

    —¿Qué clase de ayuda? —interrogó el hombre.

    —Hemos estado buscando una solución desde hace tres meses y no hemos tenido resultado, así que alguien nos contó de este lugar, nos dijeron que un hombre, un curandero en este pueblo, era capaz de curar cualquier cosa…

    —¿Qué clase de cosas?

    —Maldiciones, señor —dijo Erron mientras acariciaba su barba canosa—. Mire, mi hermano y yo hemos estado así durante tres meses, yo evidentemente soy más joven y puede estar seguro de que Callum no lleva esa armadura porque quiere.

    —¿Y cómo es que dos hermanos terminaron así? ¿Algún hechizo mal conjurado o una poción mal suministrada?

    —No poseemos magia, señor..., somos seres comunes —dijo Callum.

    —Todos somos comunes, Callum, hasta que se nos da la oportunidad de demostrar lo contrario —dijo el hombre con entusiasmo—. Sean bienvenidos... Es por aquí —concluyó mientras mostraba con una mano su casa.

    —Eh, disculpe... —expresó Callum con inseguridad—. Sobre el pago…

    —Nunca dije que debían pagarme.

    —Pero, señor...

    —Primero veamos qué tan grave es, luego hablamos de un precio.

    En el momento que el anciano y el caballero empezaron a caminar, una bola de pelos blancos junto a las escaleras robó su atención. Lo que se asemejaba a un montón de nieve pronto empezaba a moverse, adquiriendo dos orejas puntiagudas y unos penetrantes ojos azules que inspiraban miedo.

    Un lobo blanco furioso y temible. La criatura de dos metros saltó tan rápido que nadie imaginó lo que haría. Como dos presas para comer, la enorme bestia caminaba lentamente hacia los hermanos, acechándolos y gruñendo con ira. Callum, en un reflejo instintivo, se puso delante de su hermano para protegerlo.

    —Ace, con calma, amigo —dijo el curandero con inquietante tranquilidad a su bestia blanca.

    Sorprendente y con una voz muy grave y decidida, el canino, sin abandonar su posición, regresó hacia su amo para hablar:

    —Pude oler su peste desde que el barco arribó...

    Luego, con furia, miró a ambos viajeros y continuó:

    —Esa es la clase de aroma que poseen seres perversos.

    —¡De qué está hablando! —exclamó Callum con un miedo que le invadía el cuerpo entero.

    Sin perder la serenidad y con optimismo en la voz, el curandero lo persuadió:

    —Yo también lo sentí, pero no hay nada que temer... Confía en mí, necesitan ayuda... Vamos, déjalos.

    Reacio, Ace los dejó pasar sin quitarles los ojos de encima. En su lugar, los hermanos, sin apartarse el uno del otro y observando con cuidado los movimientos del lobo blanco, paso a paso, se dirigieron a la casa.

    —Lo siento por eso... Ace no confía mucho en la gente nueva, pero, aparte de eso, sean bienvenidos... Mi nombre es Will.

    —Pero ¿a qué se refería con eso de la peste? —interrogó Erron con su voz senil.

    —Sus cuerpos desprenden un olor en particular, ustedes no lo sienten, pero los seres mágicos lo hacen... Por lo general, ese aroma lo suelen tener personas que practican magia muy oscura y prohibida —explicaba Will mientras se dirigía a una mesa que estaba a unos centímetros de él.

    Siendo sus pasos más calmados dentro de la casa, no dejaban de curiosear de un lado al otro sorprendidos por lo que había frente a ellos; para empezar, la casa era un poco más grande de lo aparente por fuera.

    En lo más alto residían varias jaulas de pájaros con las rendijas abiertas y, de un lado a otro, aves de todas las formas y colores volaban con tranquilidad. En unas vigas de soporte que atravesaban la casa, varios animales más dormían o se relajaban; de igual manera, todos de diferentes formas y tamaños: monos, lagartos, ratones, gatos, en fin. Pero los viajeros quedaron asombrados al ver a una serpiente con plumas de varios colores acercándose insistente a un koala azul que retrocedía temeroso ocultando algo en sus espaldas.

    —Señor Hufool, recuerda que debes compartir tu comida con Pieragliss —dijo Will al ver el mismo espectáculo que los hermanos.

    El koala, tímido, devolvió la mirada a Will y después a la serpiente, moviendo los ojos rápido pensó en su siguiente movimiento. Temeroso, aceptó y mostró lo que tenía oculto, unas semillas que ahora iban a ser compartidas.

    —Lo siento por eso, al señor Hufool no le gusta compartir mucho su comida.

    Los hermanos Callum y Erron seguían avanzando y continuaban observando a su alrededor. Varias pilas de libros, marcos de fotos vacíos, relojes colgados en la pared con el tictac al unísono, artefactos extraños con apariencia que no debían ser tocados, una pareja de escobas con vida limpiando y un plumero flotante levantando polvos aquí y allá.

    Extrañados con todo lo que habían visto, Callum no dudó en preguntar:

    —Usted no es un curandero, ¿verdad?

    —No, en realidad, no —dijo con una pequeña risita—. ¿Cómo lo supiste?

    —La insignia del curandero… La de la pluma, el olivo y la espada. No la vi en su puerta y tampoco veo que lleve una, además, mi hermano y yo hemos ido con varios curanderos, sean magos o no, poseen casi los mismos artefactos y no veo ninguno por aquí.

    Con temor de incomodar a Will, Erron golpeó el codo de su hermano en un intento por callarlo, sin embargo, con una sonrisa, Will replicó:

    —Veo que eres muy observador, incluso con el casco encima... Soy solo un mago en realidad. Soy diestro en el arte de la curación, no como los curanderos, pero hago lo que puedo... Trato de ayudar a tantos como puedo con las habilidades que poseo y un pequeño conocimiento en plantas medicinales, es todo. Espero que no sea un inconveniente.

    Ambos hermanos movieron la cabeza rechazando tal afirmación.

    —Por cierto, nunca me dijeron cómo es que terminaron así.

    —Larga historia, le aburriría si se la contáramos.

    —Podría ayudarnos..., ya no soporto la espalda —exclamó Erron con voz quejumbrosa.

    —¡Claro que sí!, veamos qué tan grave es.

    Will tomó una lupa de la mesa y empezó a revisarlos, de pies a cabeza, entre las canas y las aberturas de la armadura. Volvió frente a ellos, chasqueó los dedos y dos sillas en lados opuestos de la casa cobraron vida y caminaron hacia los hermanos incitándolos a sentarse.

    De un lado a otro, Will recorría la casa y en cada vuelta tenía un nuevo objeto en sus manos. Pasaba de unos frascos con líquidos extraños a ramas pequeñas y plantas de todo tipo: rojas, verdes, ovaladas y hasta con espinos.

    Lo combinó todo en un frasco grande de vidrio y, sin siquiera preguntarles, acercó el remedio, primero con Erron forzándolo a beberlo, luego de vaciarlo hasta la mitad, fue con Callum abriendo las rendijas del casco, dentro de él no se veía nada más que oscuridad, así que vertió el líquido esperando dar en el blanco.

    Atónitos por el desagradable sabor y por la brevedad en que lo bebieron, miraban a todos lados y después a ellos mismos, pero nada había cambiado, Callum dio unos pequeños jalones a su casco y seguía sin poder quitárselo y Erron seguía siendo un anciano. El remedio no había funcionado.

    —Curioso… —dijo Will mientras acariciaba su barbilla.

    —¿Qué es curioso? —expresó Callum con un poco de temor en su voz.

    —Creo que esto me va a llevar más de lo que esperaba.

    —Pero ¿tiene cura? —interrogó Erron también asustado.

    Con optimismo, Will los animó:

    —Por supuesto, para todo existe un remedio y lo encontraré.

    Unas cuantas horas y varios intentos fallidos habían pasado, ya era de noche y las estrellas iluminaban la isla de Half y el acantilado donde Will había intentado de todo: varias combinaciones de brebajes, comidas extrañas y hechizos que tuvieron diferentes resultados.

    Desde encogerlos, agrandarlos, convertirlos en diferentes animales, incluso intercambiaron cuerpos, pero nada sirvió; de todos los métodos convencionales, ninguno había funcionado.

    —Creo que es momento de intentar algo más fuerte —pronunció Will un poco más preocupado.

    Mucho más asustado, pero sin perder la compostura, Callum dijo:

    —¡Ha intentado de todo y nada funciona...!

    —¿Qué más le puede faltar? Nos ha dado de beber y comer cosas que ni sabía que existían y, además, ya intentó con hechizos y nada funciona. Hemos ido ya con todos los curanderos posibles y nadie encuentra la solución... —habló Erron cansado de tantos intentos.

    —¿Qué hay de hablar con la persona que puso la maldición? —interrogó Will motivado por la idea.

    —¿Cómo sabe que alguien nos maldijo? —indagó Erron.

    —Si hubiera sido un accidente, ya habría encontrado el antídoto, pero esto tiene un seguro que no me deja entrar, así que se resume en que alguien quiere que se queden así.

    —No serviría, ¿en dónde la encontraríamos en todo el Anverso? —contestó Callum desanimado.

    —Si alguien los puso así, tal vez deberías dejar que me los coma —dijo Ace desde un rincón—. Tuvo que tener un buen motivo para hacerlo.

    —¡Fue un accidente! —respondió Erron con severidad.

    —Mmmm... En ese caso, intentaremos algo más. Pero debo advertirles a ambos que es algo peligroso —intervino el mago ignorando por completo el pequeño encuentro.

    —No creo que exista algo más peligroso que beber lava, pero eso fue el quinto intento…

    —No era lava, Erron, era la sangre de un varm —argumentó Will distraído y pensativo.

    —¿Qué es un varm?

    —Criaturas que viven en la Quinta Fosa de los Inviernos por venir, un lugar muy frío y peligroso para personas comunes, debido a las bajas temperaturas, la sangre de los varm se eleva unos grados más que la lava de los volcanes.

    —Y sigo sin saber cómo fuimos capaces de beberlo —expresó Callum con sarcasmo.

    —Y, bueno, ¿qué es eso tan peligroso que falta por intentar? —interrogó Erron preocupado y ansioso.

    Will miró a ambos hermanos dudando del método que estaba a punto de poner en práctica, pero este tomó un suspiro y decidió hablar:

    —Un proceso de transmutación.

    —¿Qué es eso? —preguntaron los hermanos al mismo tiempo.

    —Ya lo verán —dijo Will mientras tomaba a los hermanos por el brazo y los llevaba afuera de la casa, hacia la gran planicie iluminada por las estrellas.

    —Te encerrarán por esto... es una locura —comentó Ace el lobo blanco.

    —«Si te desarmas por el desconocido...» —dijo Will con un suspiro.

    —Esa frase no aplica en estos momentos, Will —argumentó Ace con decepción.

    —Tal vez podríamos resignarnos a vivir así, no le veo nada de malo —dijo Callum con voz asustada.

    —La verdad, me estoy acostumbrando al dolor de espalda —le siguió Erron con la misma intriga y miedo.

    —No creo que sea buena idea, la maldición avanza como una infección, según lo veo para Callum, a cada momento es más pesada la armadura, y Erron se vuelve más viejo, no sé el resultado final de esta maldición, pero no creo que sea bonito —dijo el mago cuando los hermanos no paraban de temblar.

    —A-antes de e-empezar, ¿por qué su lobo dijo que lo encerrarían? —muy asustado, preguntó Erron.

    —Transmutar es sencillo, pero solo si se trata de objetos sin vida, estos no poseen nada más que el cuerpo físico. Pero si se trata de algún ser con vida, resulta demasiado riesgoso, la incompatibilidad con lo que le hace tener vida y lo que entra en el proceso es el problema, algunos alquimistas aseguran que incluso en la práctica de este tipo de acciones pueden terminar en resultados terribles, la prohibieron desde entonces.

    Los hermanos tragaron saliva fuerte y al mismo tiempo.

    Will levantó ambas manos apuntando hacia los hermanos, cerró los ojos y calló por un instante, mientras Ace, sin resultados de convencer a su amigo, se retiró hacia el interior de la casa. Alrededor de los hermanos aparecieron unas paredes de cristal, venían de todas las direcciones encerrándolos en un cubo grande.

    —¿Y este cubo? —cuestionó Erron más calmado.

    —Es un cubo hermético, se usa para convertir materia.

    —Y con exactitud, ¿cuál es el plan? —preguntó Callum.

    —Cuando estén encerrados ahí, debo dibujar los símbolos correctos, la naturaleza hace el resto.

    —Y ¿ya habías hecho esto antes? —dijo con dudas Erron.

    —En unos minutos te respondo —contestó Will con los ojos cerrados mientras los hermanos se miraban con miedo.

    El mago colocó su mano izquierda como si estuviera sujetando el cubo haciéndola girar, después, con la derecha, comenzó a dibujar símbolos de todo tipo con su dedo y trazos brillantes aparecieron en las paredes de cristal.

    Solo una vuelta fue suficiente para llenar la jaula de vidrio de símbolos alquímicos: triángulos, círculos, cuadrados, incluso runas extrañas fueron dibujadas.

    Todo estaba listo, existió un pequeño momento de silencio, los símbolos empezaron a brillar y del suelo empezó a salir un polvo brillante anaranjado que pronto envolvería a ambos hermanos formando un pequeño tornado de luz.

    Todo parecía estar bien, no había nada que interfiera el proceso. Lo siguiente por ver era al tornado brillar todavía más fuerte impidiendo mantener la vista en él.

    —Callum..., Erron, ¿están bien? —cuestionó el mago.

    —Sin problema.

    —Muy bien, mantengan la conversación conmigo, así sabré que están bien, ¿de acuerdo?... ¿Chicos?

    Sin respuesta de los hermanos, el desastre comenzó. Sus gritos aparecieron y sin cesar eran más fuertes, los animales de la casa miraban por las ventanas llenos de preocupación y los destellos del cubo hermético se llegaban a ver desde la isla de Half.

    —¡DEBES DETENERLO, NO LO RESISTIRÁN! —exclamó Ace, que salió a toda prisa de la casa.

    Will dio la vuelta al cubo en busca de los hermanos, pero fue inútil; en donde quiera que mirase, el brillo era muy fuerte.

    —¡Si lo detengo ahora, la fuerza podría matarlos, deben resistir!

    Los destellos de luz eran todavía más fuertes, Will tuvo que taparse los ojos con su brazo, Ace tuvo que cerrar los suyos y voltear hacia otro lado, los animales que observaban a través de la ventana debieron apartarse y los gritos no se detenían.

    De repente, la agonía se silenció y el brillo comenzó a bajar su intensidad. Ace y Will empezaban a ver con más claridad. La luz se desvaneció por completo dejando a la vista a Callum y Erron, arrodillados y con vapor saliendo de sus cuerpos, el proceso no había tenido éxito. Solo estaban un anciano de edad avanzada y a su lado un hombre con una armadura de metal que cubría todo su cuerpo.

    El mago chasqueó los dedos y una de las paredes de cristal se desvaneció, luego, él y Ace se acercaron a socorrerlos, Will ayudó a levantar a Erron y el joven anciano no tardó en preguntar:

    —¿Funcionó? Por favor, díganme que funcionó.

    —No, lo siento, fue otro... —Se vio interrumpido el mago, sorprendido porque Erron tenía algo en su frente.

    Al instante, Ace también lo llamó intrigado por lo que vio en el peto de la armadura de Callum, ambos se alejaron de los hermanos para tener un mejor panorama de lo que pasaba.

    En la frente de Erron y en el peto de la armadura de Callum se encontraba un símbolo, un escudo que parecía estar adherido a los hermanos por medio de marca de fierro, en un instante de observarlas, pasaron de un rojo vivo a desvanecerse por completo, sin dejar huella y oportunidad de analizarlo.

    Todos miraron a Will con la esperanza de que supiera qué significaba aquella breve señal. Rápido, sin meditarlo y mirando fijamente a los hermanos, dijo:

    —Es momento de hacer un viaje.

    2

    Los trenes sobre el agua

    Con ambos hermanos en hombros, el mago hizo todo lo que pudo para regresarlos a casa, pero Callum y Erron inconscientes pesaban más de lo que él creía y, sin soportarlo un segundo más..., los arrojó por accidente.

    —Oye, gracias por la ayuda —dijo sarcástico a Ace, quien entraba justo detrás.

    —Sabes que me encanta ayudar.

    Luego de asegurarse de que dormían, William fue hacia un sillón en una esquina de la casa, junto a la ventana por donde ingresaba la fuerte luz de las estrellas.

    En eso, el señor Hufool descendió por las vigas con una manta en mano, la criatura cubrió a los invitados en lugar de Will como era costumbre.

    —Gracias, amigo —dijo Will al koala azul mientras llevaba su puño a la quijada.

    —¿En serio crees que podemos confiar en ellos? —interrogó Ace saliendo de entre la oscuridad.

    —Si algo llegara a pasar, sé que tengo a mi mejor amigo cubriendo mis espaldas.

    —Sabes que no es lo que pregunté.

    —Lo sé, pero la maldición se extiende rápido, jamás había visto algo así y, si mis cálculos no fallan, en cuatro días ellos... Bueno, tú sabes. Debo ayudarlos, por ahora eso es lo que están demostrando y... es lo que ella... Es lo que haríamos todos.

    —Pues si me lo preguntas, vamos a morir. Nos van a traicionar o por su culpa alguien más nos mata. Así que creo que perdiste la cabeza.

    —¿En el Anverso es posible? —cuestionó Will mostrando una sonrisa.

    —Al parecer, estás haciendo los honores de demostrarlo —argumentó Ace mientras se dirigía a dormir. Y Will quedaba en aquel sillón contemplando la quietud del exterior.

    Con el cantar de las aves de la mañana y el reflejo de un sol cálido y brillante entrando por las ventanas, los hermanos yacían despiertos y atentos en el mismo lugar en el que fueron atendidos el día anterior.

    Llenos de curiosidad, Callum y Erron movían sus cabezas de un lado a otro mirando a un pequeño nuevo conocido. Un ave, muy rápida, con un pico alargado y en forma de flor.

    Entre tanto tenía a sus visitantes entretenidos, el mago escribía una carta con cierto apuro, para quien quiere que fuese, se apresuró en terminarla, la dobló, la metió en un sobre y partió a toda prisa por la puerta sin alertar a los hermanos, quienes no dejaban de mirar a la pequeña ave.

    —¿Y bien? ¿Están listos? —intervino el mago agitado y de vuelta en casa.

    —¿Listos para qué? —cuestionó Callum distraído.

    —Para viaj... ¿Qué están mirando?

    —A ese pequeño amigo tuyo —contestó Erron apuntando con el dedo a la pequeña ave.

    —Ya veo, con que conocieron a Moris —dijo extendiendo su mano para que el ave pudiera aterrizar—. Es un colibrí de Bangzhu.

    —¿Colibrí de... Bangzhu?

    —Son aves estupendas, ¿ven el pico en forma de flor que tiene? De él sale un néctar curativo que lo utiliza para ayudar a seres que estén en peligro, es útil para varias enfermedades, heridas o el cansancio.

    —Increíble —dijeron ambos a la vez.

    —Bueno... ¿En qué iba?... Ah, sí, prepárense, saldremos de viaje.

    —¿A dónde?

    —Con alguien que puede ayudarnos a romper la maldición.

    El mago extendió su mano y en segundos un bastón llegó a él. De madera, color negro, muy elegante, le llegaba a la cintura, con una punta dorada en la parte de abajo y una esfera del mismo color como empuñadura. Una vez en su mano, con la punta dorada golpeó el suelo dos veces.

    Las mangas de su camisa se desdoblaron y abotonaron solas, su chaleco se abotonó sin tocarlo y un saco vino a él sin que nadie se lo trajera. Por último, un sombrero de copa con una franja blanca llegó a sus manos y, con una admiración hacia él, lo colocó en su cabeza con extremado detalle asegurándose de que no cayera en ningún momento. Un pequeño diario negro de cuero voló hasta el interior de su saco y un reloj de bolsillo plateado hasta uno de los bolsillos del exterior.

    —¿Nos vamos? —cuestionó Will listo para partir mientras los hermanos lo miraban con admiración.

    Sin hacer más preguntas, Callum y Erron se pusieron de pie, con la intención de seguir al mago a donde quiera que fuese. Ambos, con la esperanza en que Will sabría a dónde guiarlos.

    —Vámonos, amigo —dijo Will a Ace caminado hacia la puerta.

    —Claro que sí... —contestó cuando se levantaba y estiraba—, viajar con personas extremadamente poco confiables es algo que siempre he querido hacer —concluyó con ironía.

    —Rupert, te quedas a cargo —dijo Will mientras salía por la puerta, se lo decía a uno de sus tantos amigos animales. En esta ocasión, una rana zambullida en un frasco de miel, que ni atención prestó a la indicación que su amigo de sombrero dijo.

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