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Tierra desolada: Elementos 2
Tierra desolada: Elementos 2
Tierra desolada: Elementos 2
Libro electrónico336 páginas4 horas

Tierra desolada: Elementos 2

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Información de este libro electrónico

Devon Sanders, un investigador privado conocido por su eficiencia y discreción, está decidido a convertirse en un maestro hechicero. Regresa a la universidad paranormal listo para aprender magia y para descubrir la historia del castillo. Lamentablemente, la vida en Quintessence nunca es tan sencilla.

Cuando un estudiante muere sin causa aparente, la búsqueda de algún testigo lleva a Devon a descubrir que hay más secretos ocultos bajo Quintessence de lo que él pensaba. Para salvar al mundo paranormal al que ahora pertenece, enfrentará a un enemigo que puede utilizar el poder de Devon en contra de este. Devon deberá depender de algo más que su excepcional intuición para resolver el caso.

La magia es elemental.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento6 may 2016
ISBN9781507140239
Tierra desolada: Elementos 2

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    Tierra desolada - Rain Oxford

    Tierra desolada

    Elementos 2

    Rain Oxford

    Traducido por Natalia Steckel

    Tierra desolada: Elementos 2

    Tierra desolada: Elementos 2

    Escrito por Rain Oxford

    Copyright © 2016 Rain Oxford

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Natalia Steckel

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    Sommaire

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Epílogo

    Sobre el Autor

    Capítulo 1

    Estaba completamente oscuro, y podía percibir una presencia malévola a mi alrededor. Eso no era un enemigo de carne y hueso que se podía matar. Sentí el mango de una antorcha a mi alcance, así que recurrí al poder en mi interior, me concentré en el calor de una llama, y lo dirigí a la punta de la antorcha. En cuanto el fuego se encendió, las sombras retrocedieron. Había algo antinatural en eso, como si las sombras se alejaran en lugar de que la luz las penetrara.

    Mis instintos nunca se equivocaban: me estaban observando; incluso cazando.

    Estaba en una cueva seca, y el piso era una pendiente bastante pronunciada hacia arriba. Detrás de mí había una pared, así que solo quedaba una salida. Caminé con cuidado por pasadizos tan anchos como trenes y por espacios por donde apenas podía escurrirme. Cuanto más avanzaba, el aire se volvía más frío y seco.

    Finalmente, después de lo que habían parecido horas, llegué a una amplia caverna con una torre de piedra en el centro. La torre tenía unos cinco metros de diámetro y doce de altura. A su alrededor, había enormes puertas de madera, equidistantes entre sí, y cada una tenía extraños símbolos y diseños tallados. Si bien ninguna de las puertas tenía un mecanismo de cierre a la vista, tampoco tenía manija. Empujé una, pero no se movió ni un milímetro ante mi mayor esfuerzo.

    Examiné los símbolos sobre las puertas con más atención. Cuando me acerqué a la última, la palma de la mano comenzó a arderme, así que la levanté hacia la luz para verla. No había nada en la piel, pero sentía como si algo hubiera sido grabado a fuego. Solo me tomó un momento darme cuenta de que las líneas que sentía grabadas en mi piel eran las mismas que estaban sobre la cuarta puerta.

    A pesar de que era un hombre prudente por naturaleza, giré la palma hacia la puerta.

    Una mano bajó mi brazo y otra me tapó la boca para evitar que gritara por el sobresalto.

    —No haría eso si fuera tú. En cuanto les des lo que quieren, ya no te necesitarán.

    Aunque la voz era familiar, el acento inglés no lo era y evitó que identificase al hombre. Como si la antorcha hubiese sido cubierta por la oscuridad, la llama se apagó con un repentino parpadeo.

    *      *      *

    Algo me golpeó la boca con suavidad. Era extraño, pero liviano e inofensivo; lo ignoré. Me golpeó la mejilla con mayor insistencia. ¿Esponjoso...? Luego oí un bufido estridente apenas un segundo antes de que unos dientes afilados se metieran en mi oreja. Maldije e intenté abofetearlo, pero logró esquivar mi brazo semiconsciente.

    —¡Maldición, Ghost! ¡Te dije que no hicieras eso!

    Obtuve un gruñido irritado por respuesta.

    —No me levantaré hasta que la alarma... —Me interrumpió el sonido de la alarma del reloj. Con un suspiro, estiré la mano a ciegas y terminé golpeando al gato en lugar de golpear el reloj.

    El animal me mordió.

    Lo golpeé más fuerte.

    Saltó sobre mi pecho, lo que me hizo gritar de dolor. El gato endemoniado era pesado, y sus garras estaban extendidas. Era una bestia malvada y abominable, pero técnicamente había salvado mi vida... al haberme dado la tiza.

    Por fin abrí los ojos, a tiempo para verlo desaparecer. En su lugar había una carta, acerca de la que supe que debía leer de inmediato. Las únicas cartas que Ghost me llevaba eran de su amo: mi tío Vincent. La carta era larga, como siempre, y con esa caligrafía enmarañada en tinta verde oscuro.

    Estimado Devon:

    Ha llegado el momento de comenzar tu segundo círculo en Quintessence. Espero que te hayas preparado adecuadamente para trabajar con tus nuevos compañeros vampiros. Como ya sabes, algunos estudiantes de Quintessence, principalmente las hadas, han decidido abandonar la institución antes que continuar su educación entre vampiros. Debido a que esa es justamente la intolerancia que hemos intentado eliminar de la comunidad paranormal, Logan y yo esperamos que oficies de emisario.

    Lamento informarte que el Consejo de Hechiceros ha decidido honrar a Quintessence con su presencia. Creen que su participación es indispensable para la exitosa integración de los vampiros con el resto de la comunidad paranormal. Sospecho que tienen motivos ocultos y quisiera que lo investigues.

    En la actualidad, no puedo lidiar con el Consejo yo mismo. Ghost puede ayudarte en mi lugar. Aunque comprendo tu conflicto personal con los vampiros, creo que eres la mejor persona para el trabajo, y no se lo encargaría a nadie más.

    Como sabes, el segundo semestre comienza el veintiséis de enero. Sin embargo, debido a los sucesos recientes, Logan y yo decidimos que es necesario tomar ciertas precauciones por seguridad. Por lo tanto, Logan se acercará a tu residencia, y no deberás abandonar el departamento hasta que él llegue.

    Saludos.

    Tu tío.

    Suspiré. Conflicto personal... Eso era quedarse corto. Había aprendido el manejo del agua, según Remy. Podía confiar en las personas... pero no podía confiar en los vampiros. Por más que quisiera, no podía perdonar a Astrid por lo que había hecho. Cada vez que siquiera pensaba en confiar en un vampiro, veía a mi madre desangrarse en el piso.

    Un Miau malhumorado me avisó que Ghost había vuelto. Sin prestar atención, acaricié la cabeza del gato cuando se acercó a mí en la cama. Este ronroneó y se echó de costado. Retiré la mano justo a tiempo para evitar sus garras afiladas.

    —Te odio, gato —expresé.

    Me miró con furia y ronroneó más fuerte.

    —Maldito bicho temperamental. Dile a Vincent que seré el embajador ante los vampiros siempre y cuando se guarden los colmillos.

    El animal desapareció… y dejó otra carta.

    Estimado Devon:

    Además, Ghost dice que pronto tendrás una visita. Deberías ocultarte.

    Saludos.

    Tu tío.

    ¿Una visita? —pensé en voz alta. Me quedé mirando la carta hasta que la abollé en mi mano—. ¿Una visita paranormal o qué?.

    Me sobresalté cuando sonó el celular. Iba a tomarlo y me contuve. Debía tener cuidado. Mis clientes creían que destruía el teléfono a propósito, pero un lamentable efecto secundario de mi nuevo poder era que, a veces, la energía salía de mí en forma de electricidad. Al igual que un golpe de tensión, quemaba dispositivos electrónicos pequeños o intricados, incluso mi celular.

    Esas chispas también habían fulminado la computadora de mi oficina, la cual no me molesté en reemplazar porque supuse que también terminaría quemada.

    Aguardé un momento y luego tomé con cuidado el teléfono de la mesa de noche. Mi pequeño Moto era casi un poco más que descartable. Verifiqué el identificador de llamadas y no me sorprendió que el número figurara como privado. Oprimí la pantalla para responder.

    —¿Hola?

    —Hey, amigo, pensé que ya te habías ido.

    Suspiré.

    —Entonces, ¿por qué me llamas?

    —Bueno, me pediste que cuidara a tu madre durante tu ausencia. Creí que debía comentarte que Regina estuvo enervándola el otro día. La enfermera me informó que Regina estuvo hablando sobre bebés y sobre cómo ustedes estaban arreglando las cosas. Tal vez no sea el mejor momento para que te vayas de viaje.

    Maldición.

    »¿Sabes?, si te mudaras a Chicago, Regina te seguiría… Supongo que será cuestión de días hasta que ella irrite a la mafia… Quiero decir… es solo una sugerencia.

    —No me mudo a Chicago. Ahora voy a cortar. Recuérdale a la enfermera de mi madre que Regina no tiene permitido acercarse a ella. Dile que estará despedida si Regina se acerca a quince metros de mi madre otra vez.

    Corté. No era descortés; teníamos un acuerdo de tres minutos. Marcus y yo nunca hablábamos por teléfono durante más de tres minutos y teníamos sumo cuidado de no dar a conocer su verdadera identidad. Mientras que yo había matado a mi padre hacía poco y casi me habían elogiado por ello, Marcus había observado a su padre haber asesinado a su madre, y casi lo habían matado a él por haberle contado a la policía.

    Golpearon la puerta, y todos mis instintos detectaron el peligro. Alguna despiadada criatura del mal aguardaba afuera. Entonces, por supuesto, abrí la puerta.

    —¿Qué demonios estás haciendo aquí? —le pregunté al flagelo de mi existencia.

    Regina revoleó los ojos, pasó a mi lado y entró.

    —¿Es ese el modo de hablarle a tu esposa? ¿Cuánto tiempo más jugarás a este estúpido juego? Estás siendo tan ridículo... —Arrugó la nariz en señal de repulsión mientras recorría con la mirada mi humilde departamento.

    Regina medía un metro sesenta, era delgada, con pelo rubio platinado y grandes ojos castaños. Era extremadamente hermosa por fuera. Vestía una remera ajustada y escotada, color gris claro, que le llegaba casi hasta las rodillas, y unos shorts negros que apenas se veían por debajo. La remera era lo suficientemente fina como para verle el corpiño negro de raso. Conociendo a Regina, apostaba a que le había costado más de un mes de renta.

    Entre su apariencia y su sonrisa inocente, un hombre podría pensar que con esa mujer había encontrado un buen partido. Yo lo había hecho.

    Por desgracia, Regina era una serpiente de muchas maneras. Era una experta en manipulación, ya que podía actuar con mucha ingenuidad y abnegación cuando en realidad por dentro era tan amigable como una serpiente de cascabel. Solo oía lo que quería oír, razón por la cual aún creía que nuestro divorcio era solo una fase por la que yo estaba pasando.

    —No veo por qué debes resolver tus problemas en una pocilga como esta. De verdad, nuestros vecinos están comenzando a hablar.

    Sabía lo que decía: se pasaba el noventa por ciento del tiempo que estaba en casa espiando a los vecinos. Claro que la mayoría de su tiempo lo pasaba afuera jugando al bingo, apostando o de compras. Suspiré.

    —¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté resignado.

    —No me hables en ese tono, Devon Sanders. No me interesa de qué se trata todo esto —lo reprendió señalando mi departamento—. Tienes facturas que pagar en casa. Ahora bien, estuve hablando con tu madre, y ella está de acuerdo conmigo. Decidimos que deberías ver a un terapeuta. Sé que será costoso, pero vale la pena. Está claro que todo esto surgió porque estabas trabajando demasiado, así que te encontré un muy buen terapeuta para que te ayude a superar la situación.

    —Regina, te dejé porque me estabas engañando, no porque trabajaba demasiado para pagar tus deudas de juego. —Fui hasta la cocina deseando dar un portazo detrás de mí. Pero, como el departamento tenía un diseño de espacio abierto, tomé una gaseosa de la heladera y cerré la puerta de un golpe. Se me vino a la cabeza una agradable imagen en la que la metía en uno de esos congeladores grandes. (Lástima que no tenía uno).

    De pronto, el rostro de Regina se transformó en una mueca de dolor.

    —¿Cómo puedes sacar ese tema? Sabes que te perdoné por no estar nunca en casa y sabes que fue tu culpa por no darme la atención que merecía. No te engañé: simplemente encontré a alguien más que me diera lo que necesitaba.

    Hizo una pausa y aguardó a que estuviera de acuerdo con ella.

    Como no dije nada, entrecerró los ojos en señal de ira.

    »Estoy harta de tu comportamiento egoísta. Sé que estás metido en algo porque no has ido a ver a tu madre en seis meses. Vendrás a casa esta noche. Hasta tu madre se avergüenza de cómo me tratas. Tienes turno con el terapeuta mañana a las nueve. Les dije a los vecinos que comenzaríamos clases de yoga, así podremos explicar por qué te vas cada mañana.

    Vacié la mitad de la lata de gaseosa en la pileta y apoyé los codos sobre el borde metálico. Esas eran las ocasiones donde las cosas salían mal: el calor comenzaba a acumularse en mi pecho. Intenté pensar en estar sentado a orillas del lago, dándole de comer al kappa o en estar sentado a la mesa por la mañana con una taza de café… pero Regina no se callaba. Cada pensamiento de serenidad que podía encontrar se desvanecía con sus incesantes quejas, críticas y demandas.

    Traté de pensar en los buenos tiempos con ella… cualquier buen momento… pero no se me ocurría nada. Tuvo que haber buenos momentos, ¿no? Tal vez nuestra primera cita o cuando nos conocimos... Recordé la cafetería donde la había conocido. Ella trabajaba allí de camarera. Estaba sentado solo, con la cabeza puesta en un caso y ni había mirado a la camarera hasta que me llevó la cuenta.

    Era preciosa y su sonrisa, muy dulce. Hablaba con suavidad y respeto, hasta con timidez. Me dejó su número de teléfono en la factura, y supuse que los escalofríos que sentí estaban relacionados con el caso en el que trabajaba.

    »… Por supuesto que piensan que has estado ausente por trabajo. Es decir, nunca deberían enterarse de que has estado tonteando por una crisis de la mediana edad. Oh, y acerca del auto: el modelo más nuevo viene en ese azul metálico que a mí me gusta, así que lo pedí, pero algo estaba mal con tu tarjeta de crédito. Me sentí tan avergonzada... no tienes idea. Tuve que llamar y explicarles que era tu esposa y que...

    —¡Regina! —Mi control se quebró, mi poder se descargó, y las luces parpadearon con violencia—. ¡Vete! —La miré a tiempo para ver cómo la conmoción invadía su rostro antes de darse vuelta y dirigirse hacia la puerta. Me sentí culpable por usar mi poder sobre ella—. ¡Aguarda! Detente. —Maldición, pensé cuando se paralizó. En realidad no quería que se detuviera.

    Antes de que mi mente pudiera comenzar a leer sus pensamientos y recuerdos, me obligué a soltarla. Era más fácil cuando ella no estaba hablando. Regina tambaleó y tuvo que tomarse de la mesa de centro para estabilizarse.

    —Lo siento —me disculpé—. No quise hacerlo.

    Se sentó con cuidado sobre la mesa, claramente perturbada, y ni siquiera me miró.

    —Nunca antes me habías gritado. ¿De verdad ya no me amas?

    Quería decirle que nunca la había amado, pero me contuve. Aunque ella necesitaba seguir con su vida, no quería dejarla herida.

    —Ya no te amo.

    —Conociste a alguien, ¿verdad? —Los ojos se le llenaron de lágrimas de cocodrilo.

    —¿Hay algún problema aquí?

    Ambos nos dimos vuelta para ver a Clara Yocum parada en el umbral de la puerta abierta, que creía haber cerrado. Clara estaba en la lista de las diez mujeres más hermosas que había visto, así como también en la lista de las cinco personas que no quería volver a ver.

    Su complexión pálida no tenía defectos, sus rasgos eran perfectos en forma y proporción, y sus ojos color borgoña parecían más exóticos que artificiales. Su pelo largo era violeta oscuro la última vez que la había visto, pero se lo cambió a un azul oscuro. Vestía una remera de color rojo sangre con pantalones y campera negros de cuero.

    Si Regina era una serpiente, Clara era una bomba atómica. La mujer no solo era un vampiro, sino que era un vampiro de la realeza. Podía masacrar a una ciudad entera, y nadie podría detenerla. Y estaba a cargo de la sección de vampiros en Quintessence.

    —¿No me invitarás a entrar? ¿O necesito golpear primero?

    Ella sabía sobre Astrid.

    —Invitaría a entrar a John Cross antes que a ti —gruñí.

    —Oh, eres un adulador. —Bajó la voz en tono seductor—. Vamos, Devon, sabes que quieres hacerlo. —Me miró a los ojos, sin ningún temor a mi poder.

    —Déjalo en paz, Clara —ordenó Remington e hizo a un lado a la vampira. Remy entró al departamento con facilidad y miró a Regina como un gato a una pulga—. ¿Quién es esta? —me preguntó; claramente no le impresionaba mi compañía.

    Quería hacerle un comentario sobre quien la acompañaba, pero me contuve.

    —Regina.

    Ella hizo una mueca de desprecio.

    —¿Tu exesposa? ¿En serio?

    Regina se puso de pie, y su rostro se encendió de ira.

    —Devon, no me voy a dejar menospreciar por tus mujerzuelas. Les explicarás que aún soy tu esposa, y luego nos iremos a casa y terminaremos con este estúpido juego.

    —¿Qué parte de nuestro divorcio no entendiste? Ya no soy tu marido, y tú nunca volverás a ser mi esposa de ninguna forma.

    —¡¿Cómo puedes hablarme así frente a estas personas?! —chilló Regina.

    —Devon, ¿de verdad no me invitarás a entrar?

    —¿Por qué estás aquí? —pregunté.

    Ella suspiró.

    —En realidad no quería romperte la ilusión. —Entró, hizo una pausa y luego caminó hasta donde estaba Remy—. Es un mito que necesitemos invitación —explicó con una sonrisa de superioridad.

    Observé el corredor. Si Clara atacaba, no tenía posibilidades de alcanzar el arma. Había visto lo rápido que un vampiro podía moverse.

    —¿Dónde está Hunt? —consulté.

    —Mi padre se retrasó hablando con tu casera —explicó Remy—. Clara y yo oímos que tenías visitas y pensamos en venir a ver si necesitabas ayuda. Rosin debe ocuparse de la Universidad desde que no está Rebecca, y April está escondiéndose del Consejo, así que Clara tuvo que venir con nosotros.

    No conocía a Clara lo suficiente como para predecir qué haría. Sabía que no era factible que me atacara a mí o a mi exesposa justo frente a Remy. Sin embargo, nunca hubiese podido predecir lo que en realidad hizo: tomó a Regina del cuello de la remera, la atrajo hacia ella y la besó.

    Regina gimió y tomó a Clara de la campera casi sin fuerzas; ni la empujó ni la atrajo hacia sí. Probablemente era descortés quedarse mirando, pero no era habitual ver a dos hermosas mujeres malignas besarse frente a mí.

    Remy se aclaró la garganta. Clara retrocedió unos centímetros y mi ex abrió los ojos. Clara sonrió.

    —Ahora te irás a casa y no volverás a molestar a Devon ni a su madre.

    Regina parpadeó con la mirada perdida, se dio vuelta, y salió sin decir palabra.

    —Eso nunca será permanente —opiné.

    —Una persona terca puede, a veces, superar el encanto de un vampiro, pero nadie puede resistirse a mí cuando los beso.

    —¿Por qué el encanto no es un mito y la necesidad de invitación lo es? No parece justo para los seres humanos.

    —No es muy diferente de tu poder singular —replicó ella.

    Temblé ante la idea de que todos los vampiros tenían el mismo poder que John. ¿Había Astrid alguna vez utilizado su encanto sobre mí?

    —¿La persona lo recuerda?

    —No, a menos que nosotros lo queramos.

    Hunt apareció por la puerta.

    —Si ya terminaron de jugar, sugiero que nos vayamos —exhortó.

    Mis maletas ya estaban empacadas. No podía encontrar el libro de Vincent, pero no me preocupé porque cada tanto desaparecía. Diez minutos después, nos apiñamos en un todoterreno negro. Extrañamente, no me preocupé cuando Clara se acomodó en el asiento del conductor. Sin duda los reflejos de los vampiros la hacían una conductora confiable. Claro que, después de haber experimentado un viaje con April Nightshade, no podía imaginar que alguien más pudiera asustarme. Cuando Clara arrancó con cuidado, se detuvo demasiado tiempo en todas las señales, y condujo a ocho kilómetros por hora debajo del límite, me acomodé para un viaje largo y seguro.

    Luego, llegamos a la autopista.

    Allí condujo al menos a unos cien kilómetros por hora sobre el límite de velocidad.

    *      *      *

    Para cuando llegamos a la Universidad paranormal, me sentía como si hubiera estado en una montaña rusa durante horas. Dado que Clara había hecho el camino de novecientos cincuenta kilómetros en apenas cinco horas, me sentía un poco agitado.

    —¿Sabe tu padre lo rápido que conduces? —preguntó Hunt cuando Clara apagó el motor.

    Ella hizo una mueca.

    —Sí, lo siento. Sé que fue un viaje tortuoso, pero papá ha estado encima de mí, rogándome que bajara la velocidad. Por lo general, conduzco el doble de rápido. Es solo que él ha tenido muchas cosas en la cabeza últimamente, así que estoy intentando ser servicial.

    Hunt extendió la mano, y las llaves salieron disparadas hacia aquella como atraídas por un imán. Intentó dárselas a Remy, que estaba sentada frente a mí, en el asiento del acompañante, pero ella lo miró como si le estuviese dando una serpiente.

    —Tú serás nuestra nueva conductora —le anunció a su hija.

    —No sé manejar.

    Suspiré y le quité las llaves a Hunt.

    —Yo puedo manejar. ¿Alguno de ustedes siquiera tiene licencia de conducir?

    —¿Por qué necesitaríamos una licencia de conducir? —preguntó Clara con inocencia.

    Guardé las llaves en mi bolsillo, tomé las maletas y me bajé de la camioneta.

    —Su maestro de Elemento le entregará el programa de estudios por la mañana. Recuerde que, en adelante, necesita dieciocho créditos para aprobar —explicó Hunt—. Su habitación es la misma.

    —¿Y Henry y Darwin?

    —Aún son sus compañeros. Si prefiere otros...

    —No, están bien. Solo no quería que me tocara alguien como Jackson o un vampiro.

    —En realidad, los vampiros dormirán en una zona subterránea renovada —contó Hunt—. Por su propia seguridad decidimos que no deberían estar dormidos alrededor de otros estudiantes.

    —¿Y qué opina el Consejo de Hechiceros?

    —El Consejo no tiene que saberlo todo.

    Suspiré y giré hacia el castillo.

    —Oiga, ¿no había una torre justo allí? —pregunté señalando una parte del techo.

    —¿Ah, sí?

    Eran alrededor de las dos de la tarde, así que el castillo no se veía tan oscuro ni ominoso. De hecho, las manchas de nieve sobre el techo y en el patio lo hacían casi pintoresco. Casi. Si la estructura extravagante del edificio no era suficiente para suponer que no era una escuela normal, el león adulto que dormía sobre el césped entre el castillo y los dormitorios sí lo era.

    —Iré a guardar mis cosas. —Me dirigí hacia los dormitorios, apresurado por alejarme de la vampira. Abrí la puerta de entrada al edificio y di un paso atrás, justo a tiempo para evitar que me atropellaran dos tigres. Zhang Wei perseguía a Li Na, pero supe que solo jugaban.

    Cuando llegué a mi habitación, vi la colección de libros de Henry perfectamente organizada en su estante. El jaguar cambiaformas tenía un TOC con la organización. Darwin a veces movía uno de los libros o de los lápices un centímetro o dos y, cuando Henry regresaba, siempre los acomodaba antes de hacer cualquier otra cosa.

    Desarmé las maletas y bajé al comedor, donde vi que las mesas estaban corridas a un lado y había una docena de estudiantes reunidos en círculo. Suponiendo que fuera una pelea, como solía ocurrir en Quintessence, casi me di vuelta para regresar a la habitación. Sin embargo, sentía curiosidad. Llegué hasta el grupo y me confundió lo que veía: una serpiente negra se retorcía sobre fuego. Había un líquido en el suelo que ardía, mientras que la serpiente de un metro de largo se sacudía sobre el fuego.

    —¿Qué demonios sucede? —pregunté.

    —No está herido —explicó Becky. No me había dado cuenta de que estaba parado junto a ella hasta que me habló—. No es fuego real; es solo una ilusión. —Justo entonces el fuego se apagó, y la serpiente se transformó en un tipo menudo, de pelo negro. La mayoría de los estudiantes comenzó a aplaudir.

    Me acerqué a tomar una bandeja con comida y me senté en mi lugar de siempre, aunque habían corrido la mesa unos metros más cerca de la pared. Para mi sorpresa, Becky se sentó junto a mí, pero se ajustó los anteojos y concentró la atención en su comida, que no era más que un par de frutillas y un poco de brócoli.

    —¿No tienes hambre? —pregunté.

    Ella se estremeció.

    —Mi padre está preocupado por

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