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Llamas furiosas
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Libro electrónico368 páginas5 horas

Llamas furiosas

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Información de este libro electrónico

Devon Sanders, un investigador privado conocido por su eficiencia y discreción, está decidido a descubrir los secretos de la Universidad paranormal, Quintessence. A medida que la verdad sobre su propio pasado se revela, aprende que es mejor que algunos secretos queden ocultos.

Cuando una extraña enfermedad se propaga por la Universidad, las pruebas apuntan a alguien que Devon jamás esperaba. Mientras la Universidad y sus estudiantes se ven amenazados, tal vez sea hora de que Quintessence rediseñe las reglas de la comunidad paranormal. Para salvar a los estudiantes, Devon debe correr contrarreloj para detener a un enemigo que es escurridizo… como una sombra.

La magia es elemental.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento15 abr 2017
ISBN9781507181225
Llamas furiosas

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    Llamas furiosas - Rain Oxford

    Capítulo 1

    28 de agosto, 11 p.m.

    Las luces parpadearon sobre mí, casi al ritmo de los pasos del oficial de policía. Cada corredor estaba dividido por puertas de seguridad, que tenían que abrirse desde la oficina principal. Oculté mi apatía, pero solo por poco. Cualquier hechicero podía desarmar y disolver todo el recinto en segundos.

    El oficial abrió otra puerta, lo que reveló ocho celdas que cubrían las paredes a izquierda y derecha. Cada una estaba compuesta de barrotes y de una pared trasera de hormigón. Estaban amobladas con los elementos típicos de una celda: un colchón delgado, un inodoro y una pileta. El oficial sacó un manojo de llaves, abrió la puerta de la celda más cercana, retrocedió y la mantuvo abierta.

    —¿Es lo mejor que tiene? —pregunté.

    —Sí, señor.

    Suspiré y entré a la celda. Giré a unos treinta centímetros de la puerta y observé cómo el oficial cerraba rápidamente y quitaba la llave, claramente preocupado por que yo cambiara de opinión y dejara de cooperar. Retrocedió, y yo saqué los brazos por las rejas para apoyar las muñecas sobre la barra atravesada.

    »Lamento esto —se disculpó.

    —Solo está haciendo su trabajo.

    Justo antes de que se fuera, dejé que mi magia se liberara hacia los barrotes, visualicé la cerradura e imaginé que se abría. La puerta se abrió un centímetro antes de que mi mano la detuviera. El oficial la oyó abrirse y se dio vuelta con su mejor esfuerzo de mirada furiosa.

    Reí.

    »Solo bromeaba. Me quedaré en mi jaula. —La cerré, y se oyó el clic cuando se trabó automáticamente.

    Él se retiró sin decir más. La única otra persona cerca era un hombre en la celda de enfrente. Por el olor a alcohol y a vómito que emanaba de él y por el hecho de que estaba inmóvil sobre la cama, supuse que era un borracho. Sin embargo, en cuanto nos quedamos solos, se sentó. Sus ojos marrones estaban vidriosos, y la barba oscura tenía restos de comida, baba y licor.

    —¿Por qué estás aquí? —masculló.

    —Por haber matado a mi exesposa.

    *      *      *

    25 de agosto

    Un ruido fuerte me sacó de la cama y me hizo tomar el bate junto a la mesa de noche antes de reconocer la silueta que se movía a los pies de mi cama. La luz se encendió y casi me dejó ciego, ya que tenía cortinas blackout.

    —Amelia, ¿qué haces en mi habitación? —pregunté y bajé el bate. Mi corazón palpitaba fuera de control, pero la expresión arrepentida del hada era demasiado sincera para justificar el enojo. Era la última mujer en el planeta que podría hacer algo vengativo u ofensivo a propósito.

    —Lo siento… —expresó con un gesto hacia el plato y la taza de café en sus manos—. Intentaba traerte el desayuno.

    La mujer de pelo rojo y ojos verdes pesaba unos cincuenta kilos, medía un metro sesenta y cinco, y era el paradigma de la belleza celta. Los gatitos estampados en su remera extragrande y los corazones en el pijama celeste no la hacían parecer más feroz. Después de haber convivido con ella por dos meses, estaba convencido de que era la mujer más sumisa, amable y desinteresada que existía.

    Arrojé el bate debajo de la cama y tomé la taza de café.

    —No quiero parecer nervioso, pero no estoy acostumbrado a tener gente en casa —expliqué con la esperanza de que eso la tranquilizara. Más de tres meses, y aún no me acostumbro. Por otra parte, Regina casi nunca había estado en casa durante el corto periodo que había vivido con ella—. ¿Qué celebramos?

    Ella sonrió dubitativa.

    —Nada. Solo pensé que sería lindo.

    Bebí el café despacio y la observé por el borde de la taza. Ella jugueteaba con el plato de huevos, panceta y tostadas, y desviaba la mirada. El nerviosismo oscurecía sus ojos verdes brillantes. Apoyé la taza sobre la mesa de noche y tomé el plato.

    —Iré a buscar manteca para…

    —¡Yo la traigo! —interrumpió, y salió disparada hacia la puerta.

    —Detente —le ordené. Ella lo hizo, pero no me miró—. ¿Por qué no quieres que vea mi cocina?

    Ella tragó saliva.

    —¿Cocina? ¿Qué cocina?

    —Veo que Darwin te enseñó a mentir.

    —Sé cómo mentir. Darwin lo limpiará. Lo prometió. Es solo que… le dio hambre anoche… o algo. De verdad, no es gran cosa.

    —¿De verdad? Porque mi café sabe muy similar al de la cafetería de la esquina. —Ella abrió la boca para disculparse—. No estoy enojado —aseguré y le palmeé el hombro—. ¿Cuándo me enojé contigo? —Apoyé el plato a los pies de la cama y abrí la puerta.

    —La semana pasada, cuando Darwin me mostraba cómo hacer globos de agua.

    —De acuerdo, sí, me enojé, pero fue porque él los estaba arrojando a la gente por la ventana. —En ese punto, doblé la esquina, vi la cocina y me paralicé. El propio Darwin estaba sentado en el piso con dos laptops, demasiados cables, y una bolsa de palomitas. Podía perdonar el cereal desparramado por el suelo y por la mesada; ni siquiera me importó que cada cajón, gabinete y electrodoméstico estuviesen abiertos (y la gallina viva que flotaba en la pileta rebosante era un detalle menor).

    Pero cada centímetro de toda la superficie de la cocina iba de un rosa fuerte a un rosa pálido.

    *      *      *

    15 de mayo

    Acepté enseñarle a Darwin a hacer magia o a transformarse porque la alternativa era inaceptable. Tal vez Hunt no quería expulsarlo, pero el Consejo presionaría y les haría la vida difícil a todos. Sin embargo, yo no había acordado ser el que se lo dijera.

    Me dirigí hacia mi nueva habitación lo más despacio posible, con la esperanza de que él se hubiese ido para cuando yo llegara. Las mejoras realizadas a los dormitorios fueron llevadas a cabo por los estudiantes, a pesar de que los profesores también vivían allí.

    Como el objetivo final de Logan Hunt al crear esa institución era mejorarles la vida a los paranormales y mejorar la convivencia, los estudiantes solo compartían habitación con otro de la misma clase de paranormal si eran parientes o estaban casados. Por eso me habían tocado los dos compañeros de cuarto que había tenido desde el primer día. Tradicionalmente, las habitaciones eran asignadas a un hechicero, un cambiaformas y un hada, pero a veces un hechicero tenía un solo compañero, ya que había más cantidad de hechiceros que de otros paranormales en Quintessence. Sin embargo, como una parte de los estudiantes había abandonado la Universidad cuando habían ingresado los vampiros, las habitaciones comenzaron a asignarse a un hechicero, un cambiaformas, y un hada o vampiro. Eso había sido idea nuestra.

    También construimos el edificio con menos pisos porque no podíamos colocar un ascensor. Si bien el diseño de las habitaciones era el mismo, se les permitió a los estudiantes cambiar el color de las paredes, siempre y cuando las volvieran a pintar de blanco al finalizar el semestre.

    Me detuve frente a mi puerta y apoyé la frente. Hunt y Maseré me habían dejado la tarea de contarle a Darwin que debía hacer magia o transformarse. Sabía que él no lo comprendería. Resignado, abrí la puerta. Darwin escribía en un anotador en su escritorio, mientras Henry empacaba sus libros.

    Mi compañero de cuarto más joven me sonrió.

    —¡Mira esto, amigo! Tengo el cronograma listo para mi viaje a Sídney. Tomaré fotografías, y luego Henry las dibujará cuando regresemos a clase.

    —Tal vez quieras aguardar antes de empacar el traje de buzo.

    —No lo tenía planeado. Tienen playas nudistas.

    —Entonces, será mejor que tengas cuidado con las fotografías que tomas —advirtió Henry.

    —En realidad, no te irás de vacaciones este verano. —Cuando le conté lo que sucedía y que se debía a que el Consejo estaba presionando a Hunt, Henry tuvo que sujetarlo. Nos tomó una media hora tranquilizarlo lo suficiente para pensar en un plan.

    La definición de Throwback de Darwin era una persona que no encajaba en el mundo humano ni en la comunidad paranormal, lo que lo incluía a él porque hasta le dolía si tocaba a alguien. Para el Consejo, era una persona nacida de padres paranormales, que no podía controlar sus poderes. Para poder continuar sus estudios en Quintessence, Darwin tenía que quitarse esa etiqueta.

    »Según sus reglas, no eres realmente un Throwback, así que esto debería ser fácil —comenté cuando se sentó. Henry se paró frente a la puerta para que Darwin no saliera a cazar al Consejo de Hechiceros—. Transformaste tus manos en garras dos veces.

    —Esas fueron… circunstancias inusuales, y solo sucedió cuando nuestras vidas estuvieron en peligro.

    —¿Qué hay sobre tu poder de cambiar de color?

    Se sonrojó avergonzado.

    —Es un poder que heredé de mi madre. Se supone que debería ser camuflaje. Ella puede cambiar los colores y texturas de las cosas para ocultar la ubicación de su tribu. Yo ni siquiera puedo hacer eso bien. Mi poder hace parecer que una caja de crayones escupió por todos lados. Y eso tampoco puedo controlarlo. El color que sale está totalmente controlado por mi estado de ánimo.

    —Bueno, al menos es un punto de partida, así que practícalo lo más posible durante el verano. Tu padre y Hunt ya lo han conversado, y Maseré aceptó que te quedes conmigo. No te obligaré, pero prepárate para cualquiera que sea la decisión de Hunt si te niegas.

    Permaneció en silencio por un momento.

    —Te… Te agradezco que me ayudes. No creo que la Universidad pueda enseñarme algo, pero me gusta estar aquí.

    *      *      *

    25 de agosto

    Regresé a mi habitación en silencio, tomé el teléfono y marqué el primer número de la memoria rápida. Esperé la voz familiar y oí un suspiro aún más familiar.

    —¿Qué hizo ahora?

    —Puso toda la cocina rosa.

    Silencio.

    —¿La… emmm… heladera también?

    —Sí, la heladera es la maldita cosa más rosa que vi en mi vida.

    Luego hubo risas disimuladas.

    —Bueno, le pediste que practicara.

    —Y por eso estoy estrangulando el teléfono, y no el cuello de su hijo. Envíe un pintor. Si el administrador ve esto, nos quedamos en la calle.

    —Haré algo mejor: mi esposa y yo pensábamos ir de visita. Odio estar mucho tiempo sin ver a mi niño, y Anya puede resolver tu problema rosa.

    Su niño tenía veintidós y se pondría más rojo que un tomate al tener que presentarle a Amelia a su madre. A pesar de que Darwin no podía tocar a nadie, yo sabía que Anya intentaba casarlo. Al menos ellos querían lo mejor para su hijo, no como los padres de Henry.

    Me asomé a la habitación de huéspedes, donde Amelia se alojaba. No me había molestado en amoblarla cuando vivía solo, por lo que fue renovada recientemente con el mejor colchón inflable de Walmart y una mesa de madera, que llevó unos cinco minutos armar. Sus maletas estaban prolijamente apiladas en un rincón.

    Darwin, por otro lado, tenía un horario caótico para dormir (en el mejor de los casos), por lo que dormía en el sofá. En consecuencia, toda la sala de estar tenía pilas de ropa, libros y aparatos electrónicos. Al parecer, su desorden se extendía. A la media hora de haber recibido a Darwin en el departamento, descubrí que era Henry quien contenía el caos de los hábitos de Darwin en nuestra habitación de la Universidad. Estaba muy tentado de llamar al jaguar.

    »¿Devon?

    —Sí, lo siento. Soñaba despierto. Venga. Estoy seguro de que a Darwin le encantará verlos.

    —¿Cómo va Amelia?

    —Bien.

    —¿De verdad? Entonces, ¿Darwin no le está enseñando malos hábitos?

    —Emm…

    *      *      *

    22 de mayo

    —Creí que habría algo de acción y movimiento —se quejó Darwin. Sentado frente a mí en el escritorio, dejó caer la cabeza sobre la madera con un ruido sordo. Mi escritorio era de madera buena, no de esa barata, por lo que era de esperar un nuevo quejido.

    No había pasado ni una semana desde que Darwin y yo habíamos dejado la Universidad, y ya quería devolvérselo a sus padres en una caja. Era mi primer día oficial de regreso en el trabajo y estaba en mi oficina revisando un contrato. Como Darwin no había llevado su laptop aquella mañana, le dio un ataque cuando descubrió que mi computadora era poco más que un pisapapeles. Maseré había llevado ropa, libros y cajas y más cajas de aparatos electrónicos. Estas incluían todo, desde laptops hasta discos duros especiales, de los que Darwin me advirtió que destruyera si la policía llegaba a aparecer por allí. Cuando le pregunté cuánto de todo eso era legal, me respondió con un ¿En qué país?.

    —Ser un investigador privado no siempre es una tarea ajetreada.

    —¡Deberías habérmelo dicho antes de que aceptara quedarme contigo este verano! Podría estar en Australia.

    —En primer lugar, sí te lo avisé. Segundo, en realidad, no fue decisión mía. Si quieres regresar a Quintessence, debes controlar tu magia o transformarte. ¿No es invierno en Australia?

    —El final del invierno, sí.

    —Mira, eres brillante; puedes revisar el contrato —sugerí y deslicé los papeles y la lapicera por el escritorio.

    Él los miró con el ceño fruncido como si fuera comida podrida.

    —De ninguna manera. Odio la basura legal. Tú puedes jugar al abogado. Yo iré a la biblioteca y hackearé… —Sonó el timbre mientras se abría la puerta y, cuando volteamos a ver quién entraba a la oficina, su rostro se iluminó—. ¡Amelia! —Se veía que se moría por abrazarla.

    Amelia llevaba puesto un vestido verde esmeralda de raso, largo y elegante, con cintas plateadas alrededor de su delgada cintura. Tenía el pelo rojizo atado, pero unos bucles quedaban sueltos a los costados del rostro. El hombre que entró detrás de ella era alto y delgado, con pelo largo trenzado de color castaño y tenía los mismos ojos verdes de Amelia.

    —Tú debes de ser Devon —señaló con un sutil acento irlandés. Su tono no era cariñoso, pero tampoco era hostil.

    —Así es. Él es Darwin Mason.

    —Soy Sean Bell. —Hizo un gesto de asentimiento amable hacia mi joven amigo—. No te había visto desde que tenías cuatro o cinco años —comentó.

    —No sabía que nos conocíamos.

    —Maseré y yo nos conocimos en Northolt, casi por casualidad. De hecho, es la razón por la que vinimos a vivir aquí. —Se dirigió a mí—: ¿Cuánto sobre nuestra situación te ha explicado Maseré?

    —En realidad, nada, excepto que necesitaba un guardaespaldas para Amelia.

    Sean asintió.

    —La madre de Amelia, Gracie, era humana. Cuando mi tribu descubrió que yo estaba con ella, prometieron matarla si no terminaba la relación. Así lo hice, pero ellos continuaron vigilándola. Luego, nació Amelia. Yo no tenía idea de que ella existía hasta que mi tribu comenzó a perseguirlas. Logré llevármelas, pero Gracie ya estaba herida de muerte y falleció antes de que pudiera curarla. Amelia y yo nos mudamos a Northolt para alejarnos de ellos.

    —¿Qué hay sobre unirse a otra tribu de hadas?

    —Existen muchas hadas en esa región, pero debes nacer en la tribu o casarte con un miembro. Maseré hizo una alianza con una de esas tribus al tomar una esposa y tener un hijo. Nos hicimos amigos, y me mudé aquí con Maseré y su familia. Como después de eso Maseré anduvo por todo el mundo, perdimos contacto durante muchos años.

    —Entonces, ¿Amelia y yo ya nos conocíamos? —preguntó Darwin. Amelia y él se observaron, como si los recuerdos fueran a aparecer de repente.

    —Así es pero, para poder permanecer ocultos, le cambié el color del pelo y de los ojos, y la llamé…

    —¡Amy! —interrumpió Darwin—. Lo recuerdo. Me caí del manzano de mi madre tratando de conseguirte una manzana.

    Ella abrió los ojos aún más.

    —¡Tú eras el de los guantes, el que me ató a un manzano!

    Darwin se sonrojó y desvió la mirada.

    —No, ese fue el hijo del vecino.

    —Entonces, ¿cuál es el problema? —indagué tratando de volver al caso.

    —Tres meses atrás, un amigo nos contó que alguien llamado Gale estaba detrás de paranormales poderosos para conseguir su magia. Como Amelia estaba en la Universidad, no me preocupé mucho, hasta que una noche regresé a casa y la encontré destruida. Dos días más tarde, Logan envió a Amelia a casa con Rosin, y me contaron que había presenciado un asesinato y que necesitaba alejarse lo más posible. Nos comunicamos con Drake pero, como hubo otros asesinatos, no podía ayudarme. En su lugar, nos enteramos de que uno de nuestros amigos, Bryson, había sido asesinado, y su hijo, Jake, estaba perdido. Más tarde, Logan me contó que habías salvado a Jake.

    —¿Gale aún los persigue? —Él ya no tenía el amuleto, por lo que no tenía motivos para matar gente. Claro que eso nunca detuvo al resto de los sicópatas.

    —No, aparentemente, no. Parece que mi antigua tribu es más vengativa de lo que creía. Hay un nuevo líder, y está resuelto a encontrarnos. Nunca habría sabido que estábamos en este país de no haber sido porque el Consejo está creando una especie de registro de todas las hadas de América del Norte. Nos estábamos quedando en una casa de la que Drake nos había hablado, pero nos encontraron a los pocos días y recibimos ataques continuos.

    —Bueno, estarán a salvo con nosotros —afirmó Darwin con una sonrisa.

    Sean no parecía tan seguro.

    —Entiendo que no es el trabajo habitual que haces. Te recomendaron varias personas y, según Amelia, eres bastante pacífico, a menos que tus amigos o tu familia sean amenazados. Para nuestra gente, esa es la clase de persona más fuerte.

    —Seguramente sus propios poderes son los mejores para…

    —Amelia tiene una variación rara del gen Vouxeng —interrumpió Sean—. Puede controlar las emociones y alimentarse de energía emocional. Mis dos padres eran Vouxeng, por lo que mis habilidades son más comunes. Controlo los sueños. Había una razón para que no fuera el líder de mi tribu. Aparte de ese poder particular, no tengo más medios para manejar esto que cualquier ser humano. Todo lo que necesito es que la protejas durante el verano y que la vigiles en la Universidad. Una vez que regrese a Quintessence, espero que los guardianes de Logan puedan protegerla.

    —¿Y usted no necesita ayuda?

    —Si estoy solo, puedo viajar hasta que ellos pierdan mi rastro. Simplemente necesito saber que Amelia está a salvo.

    Asentí.

    —Lo haré.

    —Entonces… —comenzó a exponer Sean, con un leve rubor. Había un parecido distintivo entre él y su hija—. Nosotros no tenemos mucho dinero, como Maseré y Stephen. Las hadas viven de lo que provee la naturaleza. Sin embargo, me enteré de que no tenías auto, y creo que puedo darte uno apropiado a cambio de que protejas a mi hija.

    Abrí la boca para decir que no era necesario, pero Darwin se aclaró la garganta y sacudió la cabeza detrás de Sean.

    ¿Qué?, pregunté en su mente.

    Nunca rechaces un regalo o un pago de un hada. Tienen un sistema de equilibrio similar al karma y, si te niegas, básicamente les estás deseando un mal. Además, darte algo con valor monetario es un último recurso para nosotros porque eso significa que él no tiene nada personal relacionado con su linaje que iguale el valor de la vida de su hija. Por lo tanto, en este caso, una negativa también significará que lo mejor de él no es suficiente para ti.

    —Un auto será maravilloso —respondí rápidamente.

    *      *      *

    25 de agosto

    —Lo verá usted mismo cuando venga de visita —contesté. Sabía que el hombre solo quería ver a su hijo.

    Darwin tenía edad suficiente para vivir solo y era increíblemente inteligente, pero no era tan funcional por su cuenta. Podía trabajar días en su investigación y en su escritura, olvidarse de comer y caerse dormido frente a la computadora como un niño. Claro que su madre era un espíritu del bosque, que solía vivir en tribus, y su padre era un lobo cambiaformas, que solía vivir en manadas. Por lo tanto, a Darwin nunca le habían enseñado a ser independiente.

    Un pitido agudo me alertó de una llamada entrante.

    »Tengo otra llamada, así que hablaremos cuando venga.

    —Bien. ¿Alrededor de las cinco?

    —Suena bien. —Corté con él, y atendí la otra llamada. El número era privado—. ¿Hola? —Nunca daba mi nombre por teléfono antes de saber con quién hablaba.

    —Hola, hermano.

    Marcus.

    —¿Qué sucede?

    —Mi novia y yo intentaremos salir de la granja este fin de semana y esperábamos que pudieras cuidar a Joey.

    El ladrido de fondo se oyó en el momento exacto. Marcus no tenía novia ni perro. Era un código que habíamos creado poco después de que él había descubierto que los Federales no podían protegerlo del padre. Lo que en verdad me estaba diciendo era que alguien lo seguía y que no sabía quién era.

    —No hay problema. Tráelo.

    —En realidad, pensaba en dejarlo en casa de tu madre de camino. Supuse que podría protegerla después de que tu ex se fuera.

    Maldición. Regina estaba con mi madre, y Marcus estaba en demasiado peligro como para lidiar con eso. Sin embargo, aún no había dicho las palabras que indicaran que necesitaba ayuda, y sabía que las diría si la necesitara. Miré el reloj. Quince segundos.

    —Claro, no hay problema. Lo recogeré y pasaré por tu casa a regar las plantas.

    —Tengo unos nebulizadores térmicos puestos. Si pudieras… —Marcus trabajaba en seguridad y tenía información confidencial de mucha gente. Si la persona equivocada conseguía esa información, podría acabar con mucha gente buena.

    Cinco segundos.

    —Claro. Iré para allí ahora. Nos vemos cuando regreses. —Ambos cortamos. Marcus tenía un software que podía llamar a mi teléfono, encriptar la ubicación y borrar el número por completo luego de la llamada. Lamentablemente, era cien por ciento seguro por tres minutos.

    Me di una ducha rápida y me vestí. Amelia entró mientras colocaba el arma en la funda.

    —Saldré un momento. Asegúrate de que Darwin no ponga mi habitación rosada con su magia.

    Ella cerró la puerta.

    —A Darwin se le acaba el tiempo —susurró.

    —Lo sé. —Amelia y yo habíamos hecho todo lo posible sin resultado. De hecho, ahora coloreaba todo sin ningún control, cuando antes por lo menos podía detenerlo.

    La magia feérica de Darwin estaba unida a la naturaleza, en particular, al bosque, mientras que la magia de cambiaformas era más una habilidad innata. Los niños cambiaformas aprendían a gatear, a hablar, a caminar y a transformarse… Darwin nunca llegó a la última etapa. Por desgracia, tampoco había estado en sintonía con la naturaleza. Mucho de eso era indefensión aprendida. Cuanto más intentaba enseñarle, más caprichoso se ponía. Él creía que no podía hacerlo; entonces, cuando fallaba, eso reforzaba su creencia.

    No ayudaba que no pudiera tranquilizar su mente el tiempo suficiente para practicar la meditación que me habían enseñado a mí. Le había sugerido entrar a su mente otra vez, pero se quejó de que tenía trabajo que hacer en la computadora. Comenzaba a pensar que él tenía miedo de controlar la magia.

    *      *      *

    El viaje en auto hasta el departamento de mi madre fue largo, y tuve que poner música porque mi ira aumentaba con cada kilómetro. Regina era una serpiente que podía envenenar la frágil mente de mi madre. Se suponía que la enfermera debía mantenerla alejada.

    Para cuando estacioné frente a la comunidad privada, elegante y costosa, estaba listo para deshacerme de Regina de una vez por todas. Detuve mi nuevo Lexus LS 600h L 2013 de color azul junto a un BMW M6 cupé plateado y resistí el deseo de dispararle al parabrisas. Era el auto que le había comprado cuando se había quejado de que el BMW anterior estaba vergonzosamente pasado de moda. Ella también se había quedado con mi Prius en el divorcio, aunque lo detestaba, solo porque no quería que yo tuviese algo, y yo estaba demasiado harto de ella como para pelear.

    Me estaba yendo muy bien económicamente y podía costear un auto con facilidad, pero Regina seguía intentando demandarme por razones estúpidas, así que no me había molestado en tener uno.

    La unidad era un departamento en planta baja, pintoresco, similar a una cabaña, hecha de ladrillo rojo y bordes de madera marrón oscuro. El patio estaba prolijamente adornado con flores de estación, que enloquecían las alergias de mi madre. En lugar de deshacerse de las flores como yo había pedido, le daban medicamentos para la alergia, que le reducían la lucidez. Había creído que tener una enfermera permanente hacía que valiera la pena, pero decidí que cambiaría a mi madre de lugar.

    No me molesté en golpear. El hecho de que la puerta estaba con llave no me detuvo. Estaba tan enfurecido que mi poder se liberó y la abrió. Ni siquiera sabía que podía hacer eso.

    El interior de la casa combinaba con el exterior, ya que las unidades estaban amobladas con objetos anticuados y chabacanos, que olían a viejo y a polvo. La sala de estar estaba oscura, y el sillón floreado y las sillas al tono me parecieron muy depresivos, casi tanto como las cortinas blancas de encaje.

    Intenté tranquilizarme antes de entrar al comedor, pero era demasiado tarde. Regina y la enfermera de mi madre estaban sentadas a la mesa tomando ron y riendo.

    —¿Qué demonios haces aquí? —le pregunté a mi ex. Ambas me miraron.

    Regina se enfadó; aún no estaba ebria.

    —No me puedes gritar, Devon —protestó ella.

    Miré con furia a Danielle, quien solo revoleó los ojos.

    —No tiene derecho a evitar que Regina visite a su suegra —me dijo en tono de burla—. María está avergonzada por el modo en que usted trata a su esposa. Debería dejar esta pantomima y mudarse con ella de nuevo. ¿No ve que su pobre esposa se merece más que…?

    —Está despedida. Váyase —le ordené. Se me ocurrió que debería haber llevado a Amelia para que me ayudara a tranquilizarme.

    Danielle hizo otro gesto de burla y sacudió la mano con desdén.

    —No puede echarme.

    —Yo la contraté, yo le pagué, ahora la echo. —No necesitaba amenazar; era todo lo que podía hacer para no invadir su mente y lastimarla.

    Regina le palmeó el brazo con una sonrisa.

    —Se pone así. Tómate la tarde libre, con goce de sueldo, por supuesto. Te veré mañana.

    Dejé que Danielle se fuera, ya que no tenía intenciones de que mi madre estuviera allí por la mañana. Giré hacia Regina.

    —¿Sabes lo que es una orden de restricción? No tienes permitido…

    Ella intentó abofetearme, pero le detuve el brazo. Sus ojos se abrieron aún más por la sorpresa mientras yo apretaba. Mi poder se liberó un poco, y ella hizo un gesto de dolor.

    —¡Me estás

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