Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La misión del hechicero
La misión del hechicero
La misión del hechicero
Libro electrónico236 páginas12 horas

La misión del hechicero

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

No es fácil ser el menor de siete hijos en una familia de hechiceros infames, sobre todo para Ayden Dracre. En un mundo donde los hechiceros solo practican la magia oscura y los magos la magia de la luz, Ayden tiene un problema: es muy malo siendo malvado. Por mucho que lo intente, todos los hechizos que lanza para desatar el caos salen mal. Cuando descubre que su familia está harta de sus errores, decide hacerse cargo de su destino.

Tiene una sola oportunidad para demostrar a su familia que merece el título de hechicero o sufrirá la ira de su madre. Para ello, debe derrotar al mago más poderoso de toda la tierra. Solo hay dos problemas: no sabe cómo luchar con magia y no quiere herir a nadie. Si quiere sobrevivir a esta misión, tendrá que confiar en los aliados más insólitos.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento28 abr 2018
ISBN9781547527618
La misión del hechicero

Lee más de Rain Oxford

Relacionado con La misión del hechicero

Libros electrónicos relacionados

Fantasía para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para La misión del hechicero

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La misión del hechicero - Rain Oxford

    La misión del hechicero

    La saga del hechicero - Libro 1

    Rain Oxford

    Traducido por Isabel Mª Garrido Bayano

    La misión del hechicero

    Escrito por Rain Oxford

    Copyright © 2018 Rain Oxford

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Isabel Mª Garrido Bayano

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    Sommaire

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Epílogo

    Sobre la autora

    Capítulo 1

    —Por favor, déjeme decirle… —me quedé a medias porque de repente estaba hablándole a una puerta. Suspiré y empecé a ir camino abajo; el terror y el hambre me estaban desgastando. Un hombre salió del bosque seguido por un animal enorme, gordo y lento con manchas negras y blancas.

    —Perdone, señor —le dije con el mayor entusiasmo que pude.

    —¿Sí? ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó. Era un hombre amable y, aunque llevaba la ropa raída, tenía la cara y el pelo limpios.

    —¿Estaría interesado en comprar habichuelas mágicas?

    Frunció el ceño y negó con la cabeza.

    —Lo lamento, acabo de intercambiar mis habichuelas mágicas por esta vaca —dijo señalando al animal, que estaba comiendo hierba—. De todas maneras, estaría dispuesto a intercambiar esta bestia por tus habichuelas, ya que no me ha parecido justo este último trato que hice.

    Saqué el puñado de habichuelas de mi bolsillo y observé la bestia.

    —Lo… lo siento. Mi madre me mataría si lo hiciera —mentí, pero no podría vivir conmigo mismo si le dejase un animal a su cargo.

    —Entiendo. Que tengas un buen día.

    —Y usted —retomó deprisa su camino y suspiré. «Al menos no ha visto el sello familiar que llevo grabado en la túnica verde». Seguramente sería porque llevaba puesta la túnica del revés, estaba hecho a propósito.

    Tras llamar a cinco puertas sin que nadie me atendiese, me puse la túnica del revés para esconder el bordado dorado. Funcionó: la gente me abrió la puerta para después darme un portazo en la cara. Dracre era un nombre del que la gente temía hablar en voz alta, y nadie era tan tonto como para abrirnos la puerta. De hecho, conocían a mi madre como la hechicera más vengativa de todas, un título del que se vanagloriaba cada vez que yo metía la pata.

    Y la metía demasiado. Por ejemplo, lo único que tenía que hacer era vender unas habichuelas malditas. Pasé tres días recorriendo el país, explorando cada colina y cada valle en busca de algún pobre hombre que me las comprara, pero las únicas personas que me abrían la puerta eran, de hecho, pobres. No es que a mi familia le hiciera falta dinero, sino que nunca faltaba gente que necesitara maldiciones y pociones. Mi madre solo quería asegurarse de que estaba contribuyendo a desatar el caos.

    Me senté en una roca grande que había al lado del camino. La desafortunada verdad era que debería haber podido venderle las habichuelas a alguien, pero era un pésimo hechicero. Saqué una masa de arcilla y mi varita.

    Era una varita perfectamente recta, hecha de jacaranda con sigilos elegantes tallados en el mango. Mi madre destruyó las tres primeras varitas que hice y me obligó a crear unas dignas de hechicero, como la suya. Su varita era siniestra y retorcida, hecha de ébano con tallas poderosas que se movían aleatoriamente. Por desgracia, no importaba lo mucho que las anteriores varitas se parecieran a la suya cuando las tallaba, se transformaban en esto en cuanto usaba magia. Para mis seis hermanos mayores yo era una fuente inagotable de diversión.

    Estando de pie, dejé la túnica con cuidado a un lado y agité la varita, intentando con todas mis ganas transformar la masa en un trozo de carne sangrienta. En cambio, la energía me dio una descarga, salió de la varita y convirtió la arcilla en… una manzana y brócolis. Grité. «¿Por qué tengo que ser vegetariano?». Todos mis hermanos podían conjurar carne. Tenía que depender de la caza, pero cada vez que lo intentaba no tenía el valor para matar a un animal.

    —No deberías comer eso, joven —una voz me sacó de mi miseria. Levanté la mirada y vi a un hombre con una camisa bonita color beis y pantalones de vestir azules. Por el decente estado de su ropa y su arreglado pelo castaño, sabía que era un vendedor ambulante. Este tipo de personas solían tener las mejores posesiones. Señaló hacia mi túnica, en la que se veía claramente el escudo de armas de mi familia.

    —Es el emblema de mi familia —dije, intentando sonar fiero.

    Frunció el ceño con recelo, sin duda por mi pelo rubio y ojos azules. Todos los Dracre tenían el pelo negro y los ojos borgoña.

    —Es el escudo de armas de los Dracre y sé que no tienen ningún mago.

    —¡No soy un mago! ¡Soy un hechicero! —terminé.

    —¿Con pelo rubio? Imposible —dijo riéndose. Se fue negando con la cabeza y murmurando algo sobre los magos que intentaban ser lo que no eran.

    Suspiré. Mis hermanos se burlaban de mí a menudo diciéndome cosas como que Madre me robó de una familia de magos, o peor… ¡de taumaturgos! Los magos eran anti magia negra, mientras que ningún hechicero decente movería un dedo por ayudar a otra persona. Las únicas personas a las que mi familia consideraba peor que los magos eran los taumaturgos, que eran sanadores y aventureros.

    Como a los magos se les conocía por el pelo rubio y a los hechiceros por el pelo negro, nunca me aceptarían en mi familia. Me comí la manzana y los brócolis, después suspiré y emprendí el camino a casa.

    *      *      *

    Llegué a una cabaña oscura en mitad del bosque al atardecer. Estaba hecha de piedra gris y cubierta con hiedra color sangre. Los árboles a su alrededor estaban muertos, lo que alertaba a cualquiera que pasara por ahí que era una casa de usuarios de la magia negra. Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. Suspiré y llamé a la puerta.

    —¿Madre? He vuelto —al no recibir respuesta, saqué la varita y la sacudí frente al pomo de la puerta. El metal respondió con una explosión de energía estridente que me quemó la mano.

    La puerta se abrió revelando a mi hermano mayor. Zeustrum me estaba mirando con desagrado, lo que resaltó más de lo habitual sus rasgos angulares y puntiagudos.

    Sabía que eras un mago.

    —Fuera de mi camino —dije.

    —Di «por favor», mago.

    —¡Largo! —grité. Llevaba la cabellera negra trenzada, como siempre. Estaba tan orgulloso de su pelo que jamás se lo cortaba. Me encantaría cortárselo y verle llorar. Cuando era pequeño y él intentaba practicar sus métodos de tortura conmigo, solo conseguía que me dejara en paz tirándole de la trenza. Pero ahora sabe mis trucos y no podía arriesgarme esta vez.

    —Madre dijo que si no vendías las habichuelas malditas no te permitiría entrar —dijo sonriendo con superioridad.

    —¡No es mi culpa! No tienes ni idea de lo difícil que es vender productos mágicos hoy en día.

    —Eres una decepción para la familia —dijo antes de cerrarme la puerta en la cara. Esperé unos momentos antes de girar el pomo y entrar.

    El interior de la casa era diez veces más grande que el exterior. La cocina era el corazón de la casa y la rodeaba una zona común. Una pared que llegaba a las rodillas separaba la cocina de la habitación a su alrededor, la cual también servía como una mesa larga en la que preparábamos los ingredientes para las pociones. Había muchas ollas, mezcladores y herramientas de medición que mi familia usaba para hacer venenos, pociones y maldiciones.

    La sala de estar se usaba sobre todo para entretener a los invitados y hacer planes. En la parte norte, una escalera de caracol llevaba al segundo piso, donde estaban las habitaciones. Me dirigí a las escaleras, pero me topé con lo que parecía una pared sólida.

    —Ayden, Zeus me ha dicho que has fracasado en la sencilla tarea que te encomendé —la voz de mi madre venía de la cocina. No la vi cuando entré, pero tendría que habérmelo imaginado.

    —Buenas tardes, Madre. Yo no lo llamaría fracasar. No conseguí dinero por ellas, pero fue porque…

    —¿Las regalaste? —preguntó.

    —No.

    Era una mujer alta y delgada con pelo negro y liso, ojos fríos color borgoña y pómulos prominentes. No había nada dulce o cálido en su apariencia. Incluso sus largas uñas se parecían más a unas garras que a las uñas planas de otras personas. Por experiencia, sabía que podían causar dolor. En los pálidos dedos llevaba anillos poderosos y peligrosos.

    —Ve a tu habitación. Me ocuparé de ti por la mañana —su voz era suave, lo que me confirmó sin duda alguna que estaba en un grave problema. Si hubiese regalado las habichuelas, al menos habría cumplido con el objetivo de desatar el caos.

    Corrí escaleras arriba, hacia el fondo del pasillo circular hasta la última puerta y me encerré en mi habitación, que era la más pequeña de la casa, lo suficiente para la cama. Saqué el baúl de debajo de la cama y me cambié la camisa y los pantalones negros por una camisa de manga corta y pantalones marrones más cómodos.

    Había una razón por la que no había espejo en mi habitación, no bastaba con ser el único de la familia al que no le gustaba causar caos, también era el enano. Mientras doblaba la túnica, escuché a varios de mis hermanos hablando en el pasillo.

    —¿Crees que al fin le echará Madre? —preguntó Thaddeus, el más joven de mis hermanos mayores. Thad nunca incitaba a nada, prefería mantenerse alejado y dejar que el resto se pelease antes de apoyar al ganador. Básicamente, seguía a Zeus.

    —Eso espero. Quizás entonces podremos conseguir un hermano que valga algo —dijo Bevras. Era mi segundo hermano mayor, claramente el más violento. Zeustrum y Bevras eran gemelos y siempre se apoyaban entre sí.

    —Madre jamás le dejaría ir —argumentó Zeustrum—. No dejaría que alguien arruinase nuestro buen nombre. Escuché decirle a Padre que esta era su última oportunidad, supongo que se deshará de él para siempre.

    «¿Para siempre? Madre no lo haría… Sí, lo haría».

    —Entonces, ¿no vendrá con nosotros a destruir a Magnus?

    «¿Magnus? ¿Madre les va a enviar a derrotar a Magnus?». El mago era muy conocido por toda Akadema por su habilidad legendaria. Ni los más poderosos hechiceros podían entrar en su castillo.

    —Por supuesto que no. Ayden no tendría ninguna oportunidad contra un mago tan poderoso como él.

    Mi corazón se hundió cuando me di cuenta de lo que tenía que hacer. No nací cruel como mis hermanos y era obvio que no me iba a convertir en eso. La única manera de que mi familia me aceptara era haciendo algo drástico. Si pudiera practicar mientras desato el caos sobre la marcha, mejor que mejor para mi reputación.

    Reuní todas mis posesiones en una bolsa pequeña y esperé a que volviese la calma. Justo después, abrí la puerta, vi que mis hermanos se habían ido y pasé a hurtadillas por el pasillo. Dudé cuando llegué al final de las escaleras, pero no vi a nadie. Fue demasiado fácil escurrirme por la puerta principal.

    Paré frente a un sauce enorme que usaba para esconderme de niño y miré atrás hacia la casa, seguro que era algún tipo de trampa… pero no había nadie mirando ni esperando para detenerme. Después me giré y salté dando un chillido. Me puse la mano en la boca para callarme. Mi padre, que estaba de pie justo delante de mí, no se sorprendió al verme.

    —Por favor, no se lo digas a Madre —le susurré. Quería maldecirme a mí mismo por pensar que sería capaz de escapar a mi destino… a menos que fallara también en eso.

    Se puso un dedo en los labios en un gesto de silencio. Lo hacía a veces cuando estábamos solos, siempre pensé que era extraño. Mi padre no era como mi madre. Sí, era un hechicero y, por lo tanto, solo usaba la magia para fines egoístas, pero no era cruel conmigo o con mis hermanos. Si pensase que un hechicero fuese capaz de eso, diría que sentía pena por mí.

    Aunque Kille Rynorm no tenía músculos corpulentos como un guerrero, era mucho más fuerte que un hechicero normal. Tenía el pelo negro y corto y rostro serio. Llevaba la barbilla afeitada minuciosamente. La gente se fijaba primero en sus ojos, que supuestamente cambiaban de color según su estado de humor. Solían ser de color teja, pero esta noche eran dorados.

    Jamás levantó la voz ni perdió la paciencia, pues no lo necesitaba. Cuando estaba cerca, la gente se mantenía cabizbaja y se comportaba. Aunque nunca conocí a su familia, imaginaba que serían igual.

    La familia Rynorm estaba formada por entrenadores de dragones expertos hasta que mi padre se casó con mi madre. Ella intentó dominarlos, sin embargo, después de que murieran varios debido al trato inapropiado, liberaron al resto. Mi madre me decía con frecuencia que los dragones se extinguieron mucho antes de que yo naciera, pero me gustaba pensar que solo se escondían de ella.

    En sus habitaciones.

    Como yo.

    En vez de dejar caer la mano, la posó con suavidad en mi hombro.

    —No se lo voy a decir a tu madre. Deberías haberte ido hace mucho tiempo.

    —Zeus dijo que Madre se desharía de mí. ¿Tiene en mente matarme?

    —Sí. Tu madre siempre ha sido demasiado ambiciosa. Para ella, los hijos son como los esclavos. Huye mientras tienes la oportunidad.

    Asentí.

    —¿Se enfadará contigo por dejarme ir?

    Sonrió maliciosamente, lo que me dejó impresionado. No pensé que mi padre fuese capaz de eso.

    —Me encargaré de ella. Al menos por hoy —su sonrisa se desvaneció—. Al final, te perseguirá.

    —Entonces, demostraré que soy el hechicero más fuerte de Akadema antes de que lo lleve a cabo —al ir camino abajo, mi determinación se fortaleció. Sabía que podía convertirme en un hechicero tan poderoso que ni siquiera mis hermanos lo discutirían. Eso, o nunca más podría volver.

    *      *      *

    Al tercer día, me arrepentí de mi decisión. Akadema era un lugar increíble para vivir en un pueblo tranquilo o solo en una cabaña en el bosque, pero no había mucho más. Había unos pocos castillos, y hasta estos eran pequeños. En resumen, teníamos abundantes bosques, caminos sucios, campos llanos y colinas.

    Aunque me crucé con muchos viajeros, muy pocos estaban interesados en algo que no fuera comerciar. En los caminos principales me cruzaba normalmente con cuatro o cinco pueblos al día. Me habría venido bien un cambio de paisaje.

    Estaba a punto de dar media vuelta y volver a casa cuando escuché un escándalo a mi derecha. Había gente gritando y pidiendo ayuda, así que decidí echarle un vistazo. Después de todo, siempre había algo que podía hacer un hechicero para agravar el problema.

    Seguí el sucio camino que subía una colina y vi un pueblo pintoresco en un valle poco profundo. Probablemente fuese agradable en circunstancias normales, sin embargo, en ese momento estaba ardiendo. Cuando vi hombres corriendo de un lado a otro con los brazos repletos de botín, asumí que eran saqueadores.

    —Bueno, si ya les están saqueando… lo menos que puedo hacer es unirme. «Madre estaría muy orgullosa si le llegaban rumores de que había aterrorizado a un pueblo entero».

    Mientras deambulaba por el pueblo, podía distinguir con facilidad los invasores de los residentes por las capas color bosque. La mía estaba demasiado limpia para confundirme con ellos, pero bastó con tirarla al suelo y pisotearla unas cuantas veces. Me crucé con un saqueador que llevaba una bolsa pesada con joyas de oro. Sabía que contenía joyas porque había un agujero en la bolsa por el que se estaba cayendo el contenido.

    Recogí rápidamente las riquezas y las metí en mi bolsa. «Vaya, eso ha sido fácil». El camino estaba flanqueado por pequeñas cabañas, así que escogí la más cercana. Antes de haber puesto un pie en ella, un saqueador salió y me lanzó a los brazos un saco repleto de botín.

    —Eh, hola —dijo—. ¿Cuándo empezaste?

    —Hoy —respondí de forma automática.

    —Bueno, me alegro de que estés aquí. Ve a echarle una mano a Dorna.

    Dudé. Se supone que no debo ayudar a nadie.

    —¿Quién es Dorna? —pregunté, pero el hombre estaba entrando ya en otra cabaña. Deambulé por el pueblo recogiendo otras piezas de botín que se habían caído. Por desgracia, solo encontré comida, tallas de madera y telas lujosas.

    Escuché un relinche tranquilo detrás de mí, me giré y me agaché para evitar que me ensartaran. Se había acercado un unicornio blanco y puro con un cuerno perlado. Me olfateó la túnica como si buscase un premio, lo que me hizo más difícil esquivar el cuerno. En verdad estaba asombrado, pero también perturbado. Era ampliamente conocido que a los unicornios no les gustaban los hechiceros, por lo tanto, que este unicornio se comportara como si yo fuese su persona favorita no auguraba nada bueno para mi misión.

    —Por favor, vete —le susurré, esperé desesperadamente que nadie me

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1