El inicio del cuento
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Este libro quiere ser tu compañero en la búsqueda de respuestas. Ven a redescubrir la anécdota, la magia y el camino, de la mano de los personajes que iniciaron las historias. Ven, sufre con la princesa encerrada en una torre, estremécete con el dragón que la guarda y emociónate con el caballero que quiere liberarla. Ven a estas páginas donde nada será como lo has escuchado antes. Ven, iniciemos el cuento.
Sigrid Victoria Dueñas
(La Habana, 1980). Escritora de literatura infanto-juvenil, en la que explota principalmente los recursos del género fantástico, guionista y traductora. Ha obtenido los siguientes premios literarios en Cuba: Premio «Calendario de Literatura Infantil» de 2003; Premio «Dinosaurio», categoría infantil, de 2004; Beca de Creación «La Noche» de 2005; Primera Mención del concurso «Edad de Oro» de 2009. Su trabajo incluye guiones de teleseries y largometrajes animados, en conjunto con el grupo creativo al que pertenece, y traducciones de libros de temática cristiana con ministerios como ISOM y ANM publishers. Actualmente es estudiante de Historia en la Universidad de La Habana.
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El inicio del cuento - Sigrid Victoria Dueñas
caballero…
La princesa
No se trata de que no quiera ser princesa. Claro que me gusta tener ropas bonitas y buena comida, y dormir en una cama suave. Decididamente, ser princesa está muy bien. Lo que no está bien es que todo lo decidan por mí, como si fuese idiota, o peor, una cosa sin sentimientos ni ideas propias. Es tu deber como princesa
, me dicen, y se supone que eso lo arregle.
Mi vida se volvió patas arriba cuando papá me dijo que estaba comprometida.
―¿Cómo, comprometida? ―en el primer momento creí que había oído mal―. ¿Qué quieres decir con eso?
―Comprometida, claro. Igual que cualquier muchacha de tu edad. Ya tienes diecisiete años…
―Estamos hablando de matrimonio… ¿no?
―Exacto. De tu matrimonio con el príncipe del país vecino ―mi padre sonrió ampliamente. Al parecer creía darme una buena noticia―. Es un guerrero valiente y ha matado varios dragones que asolaban su reino. Ahora sus dominios están en paz, pues ni enemigos ni monstruos se atreven a atacarlo.
Rememoré la cara del príncipe. Estaba segura de que los dragones habían muerto del susto al verlo.
―Además, hija mía, es una alianza importante. Tu deber es hacer un matrimonio que traiga ventajas a tu país.
―¿Mi deber? Creí que mi deber era gobernar con sabiduría.
―Pero tú eres mujer, hijita. No puedes reinar sola, te hace falta un marido que se encargue de esas cosas.
―¿Por qué? He estudiado mucho para ser una buena reina.
―Las mujeres no son apropiadas para estas cosas, hija mía. ¿Qué vas a hacer si entras en guerra?
―Pero el país vecino también ha tenido paz durante muchos años. ¿Cómo sabes que el príncipe va a ser mejor que yo en una guerra?
―¿No me has oído, niña? Ha matado varios dragones, es todo un guerrero.
Bueno, la cosa parecía estar en matar dragones. No gigantes, ogros, o brujos, eso lo hace cualquiera. Dragones. Son grandes, echan fuego por la nariz y, sobre todo, guardan oro. Según mi padre, son lo más parecido a un ejército enemigo, así que alguien capaz de enfrentarse a un bicho como ese, fácilmente puede decidir la estrategia para mover las tropas en un combate. Un dragón no es cosa de juego, es más fácil pensar en matarlo que llevarlo a la práctica. Volví a recordar la cara del príncipe… Tampoco era cosa de juego, pocas veces había visto un hombre con semejante aspecto de imbécil. Además, lo había encontrado en dos o tres banquetes, y tenía una idea muy propia sobre sus malos modales y su grosería. Me decidí.
―Padre mío, estaría dispuesta a obedecerte si en verdad los méritos del príncipe fueran tan singulares como dices. Pero no creo que matar dos o tres animales sea suficiente para gobernar sobre nuestro pueblo y sobre mi persona, que, sinceramente, es lo que más me preocupa.
―Pero… ¿qué dices, hija?
―Digo que matar dragones lo hace cualquiera. Hagamos una apuesta. Dame un año solamente y cazaré un dragón para demostrártelo. Si lo logro, dejarás el trono en mis manos, al igual que la elección de mi esposo.
Vi que mi padre hacía esfuerzos para aguantar la carcajada. Con todo, logró contenerse y decirme, muy