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Arsenio Lupin contra Herlock Sholmes: Arsenio Lupin, caballero-ladrón
Arsenio Lupin contra Herlock Sholmes: Arsenio Lupin, caballero-ladrón
Arsenio Lupin contra Herlock Sholmes: Arsenio Lupin, caballero-ladrón
Libro electrónico263 páginas5 horas

Arsenio Lupin contra Herlock Sholmes: Arsenio Lupin, caballero-ladrón

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Arsenio Lupin contra Herlock Sholmes es una recopilación de dos historias escritas por Maurice Leblanc. Es la continuación del libro "Arsenio Lupin, caballero-ladrón" especialmente de la antepenúltima historia, "Herlock Sholmes llega demasiado tarde".

Continuación del libro "Arsenio Lupin, caballero-ladrón", el libro que cambió la vida de Assane, el héroe de la nueva serie "Lupin" de Netflix.

 
IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento18 mar 2021
ISBN9781071592663
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    Arsenio Lupin contra Herlock Sholmes - Jonathan LAMARQUISE

    PRIMER EPISODIO

    La Dama rubia

    Capítulo I

    Número 514 - serie 23

    El 8 de diciembre del año pasado, el señor Gerbois, profesor de matemáticas en el instituto de Versalles, encuentra, en el revoltijo de un mercader de baratijas, un pequeño escritorio de caoba que le gustó por sus múltiples cajones.

    Esto es lo que necesito para el cumpleaños de Suzanne, pensó.

    Y como se las ingeniaba, en la medida de sus modestos recursos, para complacer a su hija, debatió el precio y pagó la suma de sesenta y cinco francos.

    En el momento en el que daba su dirección, un hombre joven, de aspecto elegante, y que fisgoneaba de derecha a izquierda, vio el mueble y preguntó:

    - ¿Cuánto?

    - Está vendido, replicó el mercader.

    - ¡Ah!... Al señor, ¿quizá?

    El señor Gerbois saludó y, aún más contento de tener ese mueble que otro de sus semejantes codiciaba, se retiró.

    Pero no había andado ni diez pasos en la calle cuando fue alcanzado por el joven hombre, que, con el sombrero en la mano y con un tono perfectamente cortés, le dice:

    - Le ruego infinitamente me disculpe, Señor... voy a hacerle una pregunta indiscreta... ¿buscaba usted ese escritorio especialmente?

    - No. Yo buscaba una báscula de segunda mano para hacer experimentos de física.

    - Entonces, ¿no le importa mucho?

    - Lo quiero, eso es todo.

    - Porque es antiguo, ¿quizá?

    - Porque es cómodo.

    - En ese caso ¿aceptaría cambiarlo contra un escritorio igual de cómodo, pero en mejor estado?

    - Este está en buen estado, y el intercambio me parece inútil.

    - Sin embargo...

    El señor Gerbois es un hombre fácilmente irritable y de carácter hosco.

    Él respondió ásperamente:

    - Le pido, señor, no insista.

    El desconocido se plantó delante suyo.

    - Ignoro el precio que pagó, señor... Le ofrezco el doble.

    - No.

    - ¿El triple?

    - Oh dejémoslo aquí, exclamó el profesor, impaciente, lo que me pertenece no está en venta.

    El joven hombre lo miró fijamente, con un aire que el señor Gerbois no debía olvidar, luego, sin decir una palabra, giró sobre sus talones y se alejó.

    Una hora después llevaron el mueble a la casita que el profesor ocupaba sobre la ruta de Viroflay. Llamó a su hija.

    - Aquí está para ti, Suzanne, si es que te gusta.

    Suzanne era una linda criatura, efusiva y feliz. Ella se lanzó al cuello de su padre y lo besó con tanta alegría como si le hubiera dado un regalo real.

    Esa misma noche, habiéndolo colocado en su recámara con la ayuda de Hortensia, la sirvienta, limpió los cajones y acomodó cuidadosamente sus papeles, sus cajas para cartas, su correspondencia, sus colecciones de tarjetas postales, y algunos recuerdos furtivos que conservaba en honor de su primo Felipe.

    Al día siguiente, a las siete y media, el señor Gerbois se dirigió al instituto. A las diez, Suzanne, siguiendo un hábito cotidiano, lo esperaba en la salida, y era un gran gusto para él vislumbrar, sobre la banqueta opuesta a la reja, su silueta graciosa y su sonrisa de niña.

    Volvían juntos.

    - ¿Y tu escritorio?

    - ¡Una auténtica maravilla! Hortensia y yo, limpiamos el cobre. Luce igual que el oro.

    - ¿Entonces estás contenta?

    - ¡Que si estoy contenta! Es decir que no sé cómo pude prescindir de él hasta ahora.

    Atravesaron el jardín que está antes de la casa. El señor Gerbois propuso:

    - ¿Podríamos ir a verlo antes de la comida?

    - ¡Oh! si, es una buena idea.

    Ella subió primero, pero, al llegar al umbral de su habitación, pegó un grito de consternación.

    - ¿Qué sucede? balbuceó el señor Gerbois.

    A su vez él entró en la habitación. El escritorio ya no estaba.

    Lo que sorprendió al juez de instrucción, fue la admirable simpleza de los medios empleados. En la ausencia de Suzanne, y mientras la sirvienta estaba en el mercado, un agente llevando su placa - los vecinos la vieron - había detenido su carreta delante del jardín y tocó el timbre dos veces. Los vecinos, ignorando que la sirvienta no estaba, no sospecharon nada, de manera que el individuo efectuó su faena en la más absoluta tranquilidad.

    Hay que resaltar lo siguiente: ningún armario fue destruido, ningún péndulo fue perturbado. Aún más, el monedero de Suzanne, que había dejado sobre el mármol del escritorio, se encontraba sobre la mesa vecina con las piezas de oro que contenía. El móvil del robo estaba entonces claramente determinado, lo que volvía el robo aún más inexplicable, ya que, al final, ¿por qué correr tantos riesgos por un botín tan mínimo?

    El único indicio que pudo dar el profesor fue el incidente del día anterior.

    - De inmediato ese joven mostró, con mi negativa, una viva contrariedad, y tuve la impresión muy clara que me dejaba bajo una amenaza.

    Era muy vago. Interrogaron al mercader. Él no conocía ni a uno ni al otro de los dos señores. En cuanto al objeto, lo había comprado cuarenta francos en Chevreuse, en una venta después de un deceso, y creía haberlo revendido a su justo valor. La investigación llevada a cabo no arrojó nada más.

    Pero el señor Gerbois estaba convencido de que había sufrido un daño enorme.

    Una fortuna debía estar escondida en el doble fondo de un cajón, y era la razón por la cual el joven hombre, conociendo el escondite, había actuado con tal decisión.

    - Mi pobre padre, ¿qué habríamos hecho con esa fortuna? repetía Suzanne.

    - ¡Como! Pero con semejante dote, tu podías pretender a los más altos partidos.

    Suzanne, que limitaba sus pretensiones a su primo Philippe, quien era un partido lamentable, suspiraba amargamente. Y en la pequeña casa de Versalles, la vida continuó, menos alegre, menos despreocupada, ensombrecida de remordimientos y de decepciones.

    Pasaron dos meses. ¡Y de pronto, uno tras otro, los eventos más serios, una secuela imprevista de afortunadas coincidencias y de catástrofes!...

    El primero de febrero, a las cinco y media, el señor Gerbois, que acababa de llegar, con un periódico en la mano, se sentó, se puso sus lentes y comenzó a leer.

    La política no le interesaba, dio vuelta a la página. De inmediato un artículo llamó su atención, titulado:

    Tercer sorteo de la lotería de las Asociaciones de la Prensa.

    El número 514 - serie 23, gana un millón...

    El periódico se le resbaló de las manos. Los muros vacilaron delante de sus ojos, y su corazón dejó de latir. El número 514 - serie 23, ¡era su número!

    Lo había comprado por casualidad, para hacer un favor a uno de sus amigos, porque él no creía en los favores del destino, ¡y había ganado!

    Rápido, sacó su cuaderno. El número 514 - serie 23 estaba bien inscrito, para acordarse, en la portada. ¿Pero el billete?

    Saltó a su gabinete de trabajo para buscar ahí la caja de sobres entre los cuales había deslizado el precioso billete, y desde el principio se detuvo, vacilante de nuevo y con el corazón contraído, la caja de sobres no se encontraba ahí, y, cosa espantosa, ¡se dio súbitamente cuenta que hacía semanas que no estaba ahí! ¡Hacía semanas que no la veía delante de él durante las horas en las que corregía las tareas de sus alumnos!

    Un ruido de pasos sobre la grava del jardín... él llamó:

    - ¡Suzanne! ¡Suzanne!

    Ella legaba corriendo. Subió precipitadamente. Él tartamudeaba con una voz sofocada:

    Suzanne... la caja... ¿la caja de sobres?...

    - ¿Cuál?

    - La del Louvre... que traje un jueves... y que estaba en la orilla de esta mesa.

    - Pero acuérdate, papá... la guardamos juntos...

    - ¿Cuándo?

    - La noche... tú sabes... el día anterior del día...

    - Pero ¿dónde?... responde... me estás matando...

    - ¿Dónde?... en el escritorio.

    - ¿En el escritorio que robaron?

    - Si.

    - ¡En el escritorio que robaron!

    Repitió esas palabras en voz baja, con una especie de terror. Entonces la tomó de la mano, y en un tono aún más bajo:

    - Contenía un millón, hija mía...

    - ¡Ah! padre, ¿por qué no me lo dijiste? murmuró ella inocentemente.

    - ¡Un millón! retomó él, era el número ganador de los bonos de la Prensa.

    La enormidad del desastre los aplastaba, y durante un largo tiempo guardaron un silencio que no tenían el valor de romper.

    Al fin Suzanne pronunció:

    - Pero, padre, te lo pagarán de todas maneras.

    - ¿Por qué? ¿Con qué pruebas?

    - ¿Se necesitan pruebas?

    - ¡Diantres!

    - ¿Y no tienes?

    - Si, tengo una.

    - ¿Entonces?

    - Estaba en la caja.

    - ¿En la caja que desapareció?

    - Si. Y es el otro quien lo recibirá.

    - ¡Pero es abominable! Anda, padre, ¿podrías oponerte?

    - ¡Que sabemos! ¡Que sabemos! ¡Ese hombre debe ser tan fuerte! ¡Dispone de tantos recursos!... Acuérdate... el asunto de ese mueble...

    Se levantó en un sobresalto de energía, y golpeando con el pie:

    - Pues, no, no, no lo tendrá, ese millón, ¡no lo tendrá! ¿Por qué lo tendría él? Después de todo, por muy hábil que sea, él tampoco no puede hacer nada.

    Si se presenta para reclamarlo, ¡lo detenemos! ¡Ah! ¡ya veremos, hombrecito!

    - ¿Tienes entonces una idea, padre?

    - La de defender nuestros derechos, hasta el final, ¡pase lo que pase! ¡Y triunfaremos!... ¡El millón es mío y lo tendré!

    Algunos minutos más tarde, envió este cable:

    Gobernador de Créditos Hipotecarios, calle Capucines, Paris

    Soy poseedor del número 514 - serie 23, pongo oposición por todas las vías legales a toda reclamación desconocida.

    Gerbois.

    Casi al mismo tiempo llegaba al Crédito Hipotecario este otro telegrama:

    "El número 514 - serie 23 está en mi posesión.

    Arsenio Lupin.

    Cada vez que me aventuro a contar alguna de las innombrables aventuras de las que se compone la vida de Arsenio Lupin, experimento una verdadera confusión, tanto me parece que la más banal de sus aventuras es conocida de todos los que van a leerme. De hecho, no hay un gesto de nuestro ladrón nacional, como lo han llamado tan amablemente, que no haya sido señalado de la forma más resonante, ningún logro que no haya sido estudiado en todas sus caras, ni un acto que no haya sido comentado con esta abundancia de detalles que se reserva de ordinario al relato de acciones heroicas.

    Quién no conoce, por ejemplo, la extraña historia de La Dama rubia, con sus episodios curiosos que los reporteros titulaban en grandes letras: El número 514 - serie 23... ¡El crimen de la avenida Henri-Martin!... ¡El diamante azul!... ¡Cuánto ruido alrededor de la intervención del famoso detective inglés Herlock Sholmes! ¡Qué efervescencia después de cada una de las peripecias que marcaron la lucha de esos dos grandes artistas!

    ¡Y que estruendo en los bulevares, el día en que los vendedores ambulantes gritaron El arresto de Arsenio Lupin!

    Mi excusa, es que yo aporto algo nuevo: yo aporto la clave del enigma. Todavía queda sombra alrededor de esas aventuras: yo la disipo.

    Reproduzco artículos leídos y releídos, yo copio antiguas entrevistas: pero todo eso lo coordino, lo clasifico, y lo someto a la exacta verdad.

    Mi colaborador, es Arsenio Lupin cuya complacencia hacia mí es inagotable. Y es también, en este caso, el inefable Wilson, el amigo y confidente de Sholmes.

    Recordamos la formidable carcajada que recibió la publicación del doble telegrama. El nombre solo de Arsenio Lupin era una garantía de imprevisto, una promesa de diversión para la galería. Y la galería, era el mundo entero.

    De las investigaciones operadas inmediatamente por el Crédito Hipotecario, resultó que el número 514 - serie 23 había sido emitido por el intermediario del Crédito Lyonnais, sucursal de Versalles, al comandante de artillería Bessy. No obstante, el comandante falleció de una caída de caballo. Supimos por camaradas a los que se había confiado que, algún tiempo antes de su muerte, había tenido que ceder su billete a un amigo.

    - Este amigo, soy yo, afirmó el señor Gerbois.

    - Pruébelo, objetó el gobernador del Crédito Hipotecario.

    - ¿Que lo pruebe? Fácilmente. Veinte personas le dirán que yo tenía con el comandante una relación cercana y que nos encontrábamos en el café de la Plaza de Armas. Fue ahí que un día, para ayudarlo en un momento de necesidad, yo le compré su billete contra la suma de veinte francos.

    - ¿Tiene usted testigos de este intercambio?

    - No.

    - En ese caso, ¿sobre qué basa usted su reclamación?

    - Sobre la carta que él me escribió a propósito del tema.

    - ¿Qué carta?

    - Una carta que estaba pegada con el billete.

    - Muéstrela.

    - ¡Pero se encontraba en el escritorio robado!

    - Encuéntrela.

    Arsenio Lupin la entregó, él. Una nota insertada por el Eco de Francia - que tiene el honor de ser su órgano oficial, y del cual es, según dicen, uno de los principales accionistas - una nota anunciaba que ponía entre las manos del Maestro Detinan, su abogado consejero, la carta que el comandante Bessy le había escrito, a él personalmente.

    Fue una explosión de alegría: ¡Arsenio Lupin tomaba un abogado! Arsenio Lupin, respetuoso de las reglas establecidas, ¡designaba para representarlo a un miembro de la barra!

    Toda la prensa se apresuró a casa del Maestro Detinan, diputado radical influyente, hombre de gran integridad al igual que de espíritu fino, un poco escéptico, alegremente paradójico.

    Maestro Detinan no había tenido jamás el placer de conocer a Arsenio Lupin - y lo lamentaba profundamente - pero acababa de recibir de hecho sus instrucciones, y, muy emocionado de una elección de la que sentía todo el honor, tenía previsto defender vigorosamente el derecho de su cliente. Abrió entonces el expediente recientemente constituido, y, sin rodeos, exhibió la carta del comandante. Esta probaba la cesión del billete, pero no mencionaba el nombre del comprador. Mi querido amigo..., decía simplemente.

    Mi querido amigo, soy yo, añadió Arsenio Lupin en una nota adjunta a la carta del comandante. Y la mejor prueba es que yo tengo la carta.

    El enjambre de reporteros se abatió inmediatamente a casa del señor Gerbois que no pudo más que repetir:

    - Mi querido amigo no es otro más que yo. Arsenio Lupin robó la carta del comandante con el billete de lotería.

    - Que lo pruebe replicó Lupin a los periodistas.

    - ¡Pero si fue él quien robó el escritorio! exclamó el señor Gerbois delante de los mismos periodistas.

    El Lupin replicó:

    - ¡Que lo pruebe!

    Y fue un espectáculo de una fantasía encantadora ese duelo público entre los dos poseedores del número 514 - serie 23, esas idas y venidas de los reporteros, la sangre fría de Arsenio Lupin frente al pánico del pobre señor Gerbois.

    El desdichado, ¡la prensa estaba llena de sus lamentaciones! Confiaba su infortunio con una ingenuidad conmovedora.

    - Compréndanlo, señores, ¡es la dote de Suzanne lo que ese bribón me roba! Por mí, personalmente, no me importa, ¡pero por Suzanne!

    Piensen entonces, ¡un millón! ¡Diez veces cien mil francos! ¡Ah yo sabía que el escritorio contenía un tesoro!

    Por mucho que le objetáramos que su adversario, al llevarse el mueble, ignoraba la presencia de un billete de lotería, y que nadie en todo caso podía prever que ese billete ganaría el gran lote, él gemía:

    - Vamos, ¡él lo sabía!... ¿Sino porque se habría molestado en tomar ese miserable mueble?

    - Por razones desconocidas, pero ciertamente no para hacerse de un pedazo de papel que valía entonces la modesta suma de veinte francos.

    - ¡La suma de un millón! Él lo sabía... ¡él sabe todo!... ¡Ah! ¡no lo conocen, al bandido!... ¡A ustedes no los ha privado de un millón!

    El diálogo habría podido durar un largo tiempo. Pero el doceavo día, el señor Gerbois recibió de Arsenio Lupin una misiva que portaba la mención confidencial. Leyó, con una inquietud creciente:

    "Señor, la galería se divierta a nuestras expensas. ¿No estima usted que ha llegado el momento de ser serio? Yo estoy, por mi parte, firmemente resuelto.

    "La situación es clara: yo poseo un billete que no tengo, yo, derecho de recibir, y usted tiene, el derecho de recibir un billete que no posee. Entonces no podemos hacer nada el uno sin el otro.

    "Entonces, ni usted consentirá a cederme SU derecho, ni yo a cederle MI billete.

    "¿Qué hacer?

    "Solo veo una manera, separemos. Un medio millón para usted, un medio millón para mí. ¿No es una oferta justa? ¿Y ese juicio de Salomón no satisface acaso a esa necesidad de justicia que está en cada uno de nosotros?

    "Solución justa, pero solución inmediata. No es una oferta en la que tenga la oportunidad de discutir, sino una necesidad a la cual las circunstancias lo obligan a plegarse. Le doy tres días para reflexionar. El viernes en la mañana, quiero pensar que leeré, en los anuncios del Eco de Francia, una nota discreta dirigida al señor Ars. Lup. conteniendo, en términos ocultos, su aceptación pura y simple del pacto que le propongo.

    Mediante lo cual, usted tendrá posesión inmediata del billete y canjeado el millón - me dará quinientos mil francos por la vía que le indicaré más adelante.

    "En caso de rechazo, tomé mis disposiciones para que el resultado sea idéntico. Pero, además de los muy graves problemas que le causaría tal obstinación, recibirá una retención de veinticinco mil francos por gastos adicionales.

    "Reciba usted, Señor, la expresión de mis sentimientos más respetuosos.

    Arsenio Lupin.

    Exasperado, el señor Gerbois cometió el grave error de mostrar esta carta y de dejar sacar copias. Su indignación lo orillaba a todas las tonterías.

    - ¡Nada no tendrá nada! exclamó delante de la asamblea de reporteros.

    ¿Compartir lo que me pertenece? Jamás. ¡Que rompa su billete, si quiere!

    - Sin embargo, quinientos mil francos son mejores que nada.

    - No se trata de eso, sino de mi derecho, y ese derecho lo estableceré delante de los tribunales.

    - ¿Atacar a Arsenio Lupin? Eso sería gracioso.

    - No, al Crédito Hipotecario. Deben entregarme el millón.

    - Contra entrega del billete, o al menos contra la prueba que usted lo compró.

    - La prueba existe, ya que Arsenio Lupin confiesa que robó el escritorio.

    - ¿La palabra de Arsenio Lupin será suficiente para los tribunales?

    - No importa, yo continuo.

    La galería saltaba. Fueron creadas apuestas, unos asegurando que Lupin le ganaría al señor Gerbois, los otros que no sería así por sus amenazas. Y se sentía una especie de aprensión, tanto las fuerzas eran desiguales entre los dos adversarios, uno tan rudo en

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