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Las extraordinarias aventuras de Arsène Lupin, caballero ladrón
Las extraordinarias aventuras de Arsène Lupin, caballero ladrón
Las extraordinarias aventuras de Arsène Lupin, caballero ladrón
Libro electrónico257 páginas3 horas

Las extraordinarias aventuras de Arsène Lupin, caballero ladrón

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Información de este libro electrónico

Arsenio Lupin es un ladrón de guante blanco, maestro del disfraz, amante de las obras de arte y las joyas más preciadas, cuyas aventuras transcurren en París a principios del siglo XX. Le encanta robar en los castillos y salones de los ricos: joyas, muebles, cuadros, nada escapa a su ojo experto. Una obra extraordinariamente divertida que se a
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 oct 2021
ISBN9789585162556
Las extraordinarias aventuras de Arsène Lupin, caballero ladrón
Autor

Maurice Leblanc

Maurice-Marie-Émile Leblanc (1864 – 1941) estudió en Francia, Alemania e Italia para después trabajar en un negocio familiar. Se formó en Derecho y abandonó los estudios para trabajar como reportero policial en varios periódicos. Publicó su primera novela en 1887 con escaso éxito, y en 1905, por encargo del editor del periódico «Je Sais Tour», publicó por entregas un relato que tenía por protagonista a Arsène Lupin, que alcanzó un éxito inmediato. Dos años más tarde, publicaría la primera novela de este personaje, del que obtuvo fruto durante veinticinco años, publicando sesenta novelas o relatos cortos.

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    Las extraordinarias aventuras de Arsène Lupin, caballero ladrón - Maurice Leblanc

    Arsenio-Lupin-portada.jpg

    Colección Hilos de Sangre

    Título original: Arsène Lupin Gentleman-Cambrioleur

    Autor: Maurice Leblanc

    HISTORIA DE LA PUBLICACIÓN

    Estos relatos fueron publicados originalmente por la revista Je Sais Tout, y publicados como libro en 1907.

    Editado por: ©Calixta Editores S.A.S

    E-mail: miau@calixtaeditores.com

    Teléfono: (571) 3476648

    Web: www.calixtaeditores.com

    ISBN: 978-958-5162-55-6

    Editor en jefe: María Fernanda Medrano Prado

    Coordinador de colección: Alvaro Vanegas

    Adaptación y traducción: María Fernanda Carvajal

    Corrección de estilo: Tatiana Jiménez, Ana Rodríguez y Alvaro Vanegas

    Corrección de planchas: Ana María Rodríguez Sanchez

    Maqueta e ilustración de cubierta: David Avendano @Davidrolea

    Diseño y diagramación: Juan Daniel Ramirez @Rice_Thief_

    Primera edición: Colombia 2021

    Impreso en Colombia – Printed in Colombia

    Todos los derechos reservados:

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

    Contenido

    1. LA DETENCIÓN DE ARSÈNE LUPIN

    2. ARSÈNE LUPIN EN PRISIÓN

    3. LA FUGA DE ARSÈNE LUPIN

    4. EL VIAJERO MISTERIOSO

    5. EL COLLAR DE LA REINA

    6. EL SIETE DE CORAZONES

    7. LA CAJA FUERTE DE LA SEÑORA IMBERT

    8. LA PERLA NEGRA

    9. HERLOCK SHOLMES LLEGA DEMASIADO TARDE

    1. LA DETENCIÓN DE ARSÈNE LUPIN

    Fue un final muy extraño para un viaje que empezó de forma tan prometedora. El Provence era un trasatlántico rápido y cómodo, bajo el mando de un hombre muy amable. A bordo se encontraba reunida la sociedad más selecta. El encanto de conocer gente nueva y las diversiones improvisadas ayudaron a que el tiempo pasara de manera agradable. Disfrutábamos de la sensación de estar separados del mundo, viviendo, por así decirlo, en una isla desconocida y, en consecuencia, obligados a acercarnos los unos a los otros.

    ¿Alguna vez se han detenido a pensar en cuánta originalidad y espontaneidad emanaba de estos individuos que, la noche anterior, ni siquiera se conocían y quienes ahora, y por varios días, están condenados a llevar una vida de extrema intimidad, a desafiar juntos la ira del océano, la embestida furiosa de las olas, la violencia de la tempestad y la angustiante monotonía de las aguas tranquilas? Una vida así se convierte en una especie de existencia trágica, con sus tormentas y su grandeza, su monotonía y su diversidad; es por eso, quizá, que nos embarcamos en este corto viaje con sentimientos encontrados de placer y miedo.

    Pero, en los últimos años, una nueva sensación viene a sumarse a las emociones del viajero transatlántico. La pequeña isla flotante depende ahora de ese mundo del cual nos creíamos desprendidos. Los une un vínculo, un nudo que no se desata sino poco a poco, en pleno océano, y poco a poco también, y en pleno océano, se vuelve a anudar. Ese vínculo es la radiotelegrafía, es como una llamada de otro universo del cual se reciben noticias en la forma más misteriosa. Sabemos muy bien que el mensaje no viene a través de un cable hueco. El misterio es todavía más insondable y poético también, y es a las alas del viento a lo que hay que recurrir para explicar este nuevo milagro. Durante el primer día, nos sentimos seguidos, escoltados, incluso precedidos por esa voz lejana que, de vez en cuando, nos susurraba a alguno de nosotros unas palabras llegadas de ese otro mundo que se alejaba. Dos amigos me hablaron. Y otros diez, otros veinte nos enviaron, a todos los pasajeros, a través del espacio, palabras alegres o tristes despedidas.

    Al segundo día, a quinientas millas de la costa francesa, en una tarde tempestuosa, el telégrafo inalámbrico nos transmitió un mensaje cuyo contenido decía:

    Arsène Lupin, a bordo de su navío, primera clase, cabello rubio, herida antebrazo derecho, viaja solo, bajo el nombre de R...

    En ese preciso momento, en el cielo sombrío, estalló un violento trueno. Las ondas eléctricas quedaron interrumpidas. El resto del mensaje nunca llegó a nosotros. Del nombre bajo el cual se ocultaba Arsène Lupin no se supo más que la inicial.

    Si se hubiera tratado de otra noticia, no dudo en absoluto que el secreto habría sido guardado con bastante escrúpulo por los operadores de la estación radiotelegráfica, así como por el comisario de a bordo y por el capitán. Pero hay acontecimientos que parecen romper la discreción más rigurosa. Ese mismo día, nadie supo cómo, el hecho había sido difundido y todos los pasajeros sabían que el famoso Arsène Lupin se ocultaba entre nosotros.

    ¡Arsène Lupin entre nosotros! ¡El ladrón irresponsable, cuyas hazañas habían sido narradas en todos los periódicos durante los últimos meses! ¡El enigmático personaje con el que el viejo Ganimard había entablado aquel duelo a muerte y cuyas circunstancias se desarrollaban de manera tan pintoresca! Arsène Lupin, el excéntrico caballero que no opera sino en los castillos y los salones y quien, una noche entró en la casa del barón de Schormann y se marchó con las manos vacías, dejando su tarjeta, en la que había escrito: «Arsène Lupin, el ladrón caballero, volverá cuando los muebles de esta mansión sean auténticos». ¡Arsène Lupin, el hombre de los mil disfraces, que de pronto aparecía como chofer, como tenor, como corredor de apuestas, como hijo de familia, como adolescente, como un anciano, como comerciantes marsellés, como médico ruso o como torero español!

    Entonces, hay que considerar esta situación alarmante: ¡Arsène Lupin, deambulaba dentro de los límites relativamente restringidos de un trasatlántico! En este pequeño rincón del mundo, en ese comedor, en ese salón de fumar, en el de música. Arsène Lupin era quizá aquel señor, o aquel otro, o mi vecino de mesa, o mi compañero de camarote...

    —¡Y esta situación durará cinco días! —exclamó al día siguiente, por la mañana, la señorita Nelly Underdown—. Pero ¡esto es intolerable! Yo espero que lo arresten.

    Y dirigiéndose a mí, agregó:

    —Usted, señor de Andrézy, está en las mejores relaciones con el capitán, ¿acaso no sabe nada?

    Me habría encantado poseer alguna información que pudiera interesarle a la señorita Nelly. Ella era una de esas magnificas criaturas que a dondequiera que van llaman la atención. La belleza y la fortuna forman una combinación irresistible y Nelly poseía ambas.

    Educada en París por una madre francesa, iba a reunirse con su padre, el señor Underdown, de Chicago, un hombre riquísimo. La acompañaba una de sus amigas, lady Jerland.

    Al principio, yo había presentado mi candidatura a coquetear con ella. Pero, en la creciente intimidad del viaje, su belleza, pronto, me impresionó y mis sentimientos se volvieron demasiado profundos y reverenciales para un simple coqueteo. Sin embargo, ella acogía mis atenciones con cierta aceptación y favor. Se reía ante mis frases ingeniosas y mostraba interés por mis anécdotas. Solo un rival, quizás, me inquietaba; era un joven guapo, elegante y reservado, y ella parecía preferir su carácter taciturno a mi frivolidad parisina. Ese joven formaba parte del grupo de admiradores que rodeaban a la señorita Nelly cuando ella me interrogó. Nos encontrábamos en el puente, instalados con comodidad en sillas mecedoras. La tormenta de la noche anterior había aclarado el cielo. El clima ahora era delicioso.

    —Yo no sé nada con exactitud, señorita —le respondí—, pero ¿acaso es imposible para nosotros el llevar a cabo nuestra propia investigación, como lo haría el viejo Ganimard, el enemigo personal de Arsène Lupin?

    —¡Ay! Usted se anticipa mucho, señor.

    —Para nada, señorita. ¿El problema es acaso tan complicado?

    —Muy complicado.

    —Olvida usted los elementos que nosotros disponemos para resolverlo.

    —¿Qué elementos?

    —Primero, Lupin se hace llamar señor R...

    —Esa es una información bastante vaga.

    —Segundo, viaja solo.

    —Si esta particularidad le basta a usted...

    —Tercero, es rubio.

    —Y luego, ¿qué?

    —Luego, nosotros no tenemos más que consultar la lista de pasajeros y proceder por el sistema de eliminación.

    Yo tenía esa lista en mi bolsillo. La tomé y me puse a examinarla.

    —Noto que solo hay trece personas cuya inicial llame nuestra atención.

    —¿Trece solamente?

    —En primera clase, sí. Y de esas trece personas cuya inicial es R..., como ustedes pueden comprobar, nueve vienen acompañadas de esposas, de niños o de criados. Quedan solo cuatro personas aisladas: el marqués de Raverdan...

    —Secretario de embajada —interrumpió la señorita Nelly—. Yo lo conozco.

    —El comandante Rawson.

    —Es mi tío —dijo alguien.

    —El señor Rivolta.

    —Presente —exclamó uno de nosotros, un italiano, cuyo rostro desaparecía bajo una barba del más hermoso color negro.

    La señorita Nelly estalló a reír.

    —El señor no es precisamente rubio.

    —Entonces —Volví a hablar yo—, estamos obligados a llegar a la conclusión que el culpable es el último de la lista.

    —¿O sea?

    —El señor Rozaine. ¿Alguien de ustedes conoce al señor Rozaine?

    Todos callaron. Pero la señorita Nelly, interpelando al joven taciturno cuyas atenciones hacia ella me atormentaban, le dijo:

    —Y bien, señor Rozaine. ¿Por qué no contesta?

    Todos volvimos la mirada hacia él. Era rubio. Debo confesar que yo mismo me sorprendí; el profundo silencio que pesaba sobre nosotros me indicó que los otros asistentes a aquella escena experimentaban también esa misma clase de alarma. Sin embargo, la idea era absurda, puesto que, nada en el porte del caballero permitía sospechar de él.

    —¿Que por qué no respondo? —dijo—. Pues porque una vez visto mi nombre, mi carácter de viajero solo y el color de mi cabello, llegué a la misma conclusión y ahora creo que deberían arrestarme.

    Tenía un aspecto extraño al pronunciar esas palabras. Sus labios, finos como dos trazos inflexibles, se hicieron todavía más finos y palidecieron. Hilos de sangre estriaron sus ojos. Sin duda bromeaba. Sin embargo, su fisonomía y su actitud nos impresionaban.

    —Pero ¿usted no tiene una herida? —preguntó la señorita Nelly con ingenuidad.

    —Es verdad, me falta la herida —replicó él.

    Con un ademán nervioso se subió la manga y descubrió el brazo. Pero esa acción no me engañó: el hombre nos mostraba el brazo izquierdo. Yo estaba a punto de hacer esa observación, cuando un incidente distrajo nuestra atención. Lady Jerland, la amiga de la señorita Nelly, llegaba en ese instante corriendo, exclamaba:

    —¡Mis joyas, mis perlas!, ¡se las llevó todas!

    Pero no, no se habían llevado todo, como luego nos enterarnos; cosa muy curiosa: ¡habían hecho una selección! De la estrella de diamantes, colgantes de rubí, de los collares y de los brazaletes, el ladrón no se había llevado las piedras más gruesas, sino las más finas, las más preciosas y de mayor valor. Las monturas estaban sobre la mesa. Yo las vi, las vimos todos, despojadas de sus joyas como flores a las que les habían arrancado, sin piedad, sus pétalos de colores. Y este robo debió cometerse durante la hora en que lady Jerland tomaba el té, a plena luz del día y en un pasillo muy concurrido; el ladrón se había visto obligado a forzar la puerta del camarote, buscar el joyero, escondido en el fondo de una caja de sombreros, abrirlo, seleccionar su botín y separarlo de las monturas.

    Por supuesto, todos los pasajeros llegaron a la misma conclusión; era obra de Arsène Lupin.

    A la hora de la cena, los asientos a la derecha e izquierda de Rozaine quedaron vacíos y, a lo largo de la velada, surgió el rumor de que el capitán lo había arrestado; esa información dio origen a una sensación de seguridad y alivio. Respirábamos de nuevo. Esa noche reanudamos nuestros juegos y bailes. La señorita Nelly, en especial, se mostró alegre e irreflexiva, me demostró que, aunque las atenciones del señor Rozaine le habían agradado al principio, ya las había olvidado. Su gracia acabó de conquistarme. Hacia la medianoche, bajo la serena claridad de la luna, yo le declaraba mi devoción con un ardor que no pareció disgustarla.

    Pero al día siguiente, ante la estupefacción general, Rozaine quedaba en libertad. Nos enteramos de que las pruebas presentadas en su contra no eran suficientes, él había presentado documentos que estaban en regla y que demostraban que era hijo de un rico comerciante de Burdeos. Además, sus brazos no presentaban la menor huella de heridas.

    —¡Documentos! ¡Certificados de nacimiento! —exclamaron los enemigos de Rozaine—. Por supuesto, ¡Arsène Lupin les presentará tantos como ustedes quieran! Y en cuanto a la herida, lo que ocurre es que no sufrió ninguna, ¡o bien borró la huella de esta!

    Una objeción que se presentaba contra eso era que, a la hora del robo, y estaba demostrado, Rozaine se paseaba por el puente. A lo que sus enemigos replicaban que un hombre como Arsène Lupin puede cometer un robo sin estar presente en realidad. Y luego, más allá de las otras circunstancias, había un punto al cual hasta los más escépticos no podían constatar: ¿quién, salvo Rozaine, viajaba solo, era rubio y tenía un nombre que comenzaba con R? ¿A quién apuntaba el telegrama, si no era a Rozaine?

    Y cuando Rozaine, algunos minutos antes del desayuno, se dirigió con audacia a nuestro grupo, la señorita Nelly y lady Jerland se levantaron de sus asientos y se alejaron.

    Una hora más tarde, una circular manuscrita pasaba de mano en mano entre los empleados a bordo, la marinería y los viajeros de todas las clases: el señor Luis Rozaine prometía una suma de diez mil francos a quien desenmascarara a Arsène Lupin o encontrara a la persona en cuyo poder estuvieran las joyas robadas.

    —Y si nadie me ayuda, yo mismo desenmascararé al sinvergüenza —le declaró Rozaine al capitán.

    Rozaine contra Arsène Lupin o, más bien, conforme a la frase que corría de boca en boca, el propio Arsène Lupin contra Arsène Lupin. Y esa lucha prometía ser interesante.

    Nada pasó en los dos días siguientes. Vimos a Rozaine ir de un lado a otro, día y noche; buscaba, interrogaba e investigaba. El capitán, por su parte, también desplegó la mayor energía y actividad. Hizo que registraran el barco de proa a popa; revisaron todos los camarotes, sin excepción, con el pretexto, que era muy de justicia, de que los objetos estaban ocultos en cualquier lugar, menos el camarote del ladrón.

    —Supongo que encontrarán algo pronto —comentó la señorita Nelly —. Por muy brujo que sea, no puede hacer que los diamantes y las perlas se hagan invisibles.

    —Claro que no —le respondí yo—, pero deberá registrar las copas de nuestros sombreros, el forro de nuestros abrigos y todo cuanto llevamos puesto.

    Y mostrándole mi Kodak, de 9 por 12, con la cual yo no dejaba de fotografiarla en las posturas más diversas, le dije:

    —En un aparato no más grande que este se podrían esconder las joyas de lady Jerlan. Puede pretender que toma fotos y nadie sospecharía nada.

    —Pero yo he oído decir que todo ladrón deja alguna pista detrás de él.

    —Eso puede ser cierto, en general —contesté—, pero hay una excepción: Arsène Lupin.

    —¿Por qué?

    —¿Por qué? Porque él no piensa solo en el robo que realiza, sino también en todas las circunstancias que podrían conectarse con su identidad.

    —Hace algunos días usted se mostraba más confiado.

    —Pero desde entonces lo vi en acción.

    —Entonces, ¿qué piensa usted ahora?

    —Según yo, perdemos el tiempo.

    Y, de hecho, la investigación no produjo resultado alguno. Pero, mientras tanto, le habían robado el reloj al capitán. Estaba furioso y redobló sus esfuerzos y vigiló aún más de cerca Rozaine. Sin embargo, a la mañana siguiente, el reloj fue encontrado entre los cuellos postizos del capitán de segunda clase.

    El incidente causó un considerable asombro y mostró el lado humorístico de Arsène Lupin, sí, era un ladrón, pero también era un diletante. Él trabajaba por gusto. Nos recordó al autor que casi muere de un ataque de risa provocado por su propia obra. Decididamente se trataba de un artista en su género. Cuando yo observaba a Rozaine, sombrío y obstinado, y meditaba en el doble papel que ese curioso personaje estaba sin duda representando, no podía hablar de él sin una cierta admiración.

    A la noche siguiente, el oficial de guardia oyó lamentos que provenían del lugar más oscuro del puente. Se acercó. Ahí estaba tendido en el suelo un hombre con la cabeza envuelta en un grueso chal gris y con los puños

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