La Venganza de la Tierra 4. Un Mundo Nuevo
Por J. P. JOHNSON
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J. P. Johnson vive en la isla de Mallorca. Ex-guardaespaldas de autoridades militares y broker de bolsa, actualmente se dedica en exclusiva a la literatura. Es autor de las célebres sagas El Quinto Origen, La Venganza de la Tierra y El Diablo sobre la isla, además de la serie de autoayuda Sí, quiero. Sí, puedo.
Website: pontailor2000.wixsite.com/jpjohnson
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FICCIÓN
Serie El Diablo sobre la isla
1-El Diablo sobre la isla.
2-Venganza
3- Perros de Guerra
Benet. Jamm Session. (La primera entrega del detective Toni Benet)
NO FICCIÓN
Sí quiero. Si puedo. Cómo escribir tu primer libro y publicarlo online.
LIBROS EN KINDLE CON EL PSEUDÓNIMO J. P. JOHNSON
Serie El Quinto Origen
1-Stonehenge
2-Nefer-nefer-nefer
3-Un Dios inexperto
4-El sueño de Ammut
5-Gea (I)
6-Gea (II)
Serie La Venganza de la Tierra
1-Mare Nostrum
2-Abisal
3-Phantom
4-Un mundo nuevo
5-Ultra Neox
6-Éxodo.
Glaciar. (A kilómetros de profundidad, bajo el hielo de la Antártida, hay algo que acabará con el futuro del planeta)
RESEÑAS EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
J. P. Johnson matiza sus declaraciones a la revista Rolling Stone: "Dije que todas mis novelas incluían una banda sonora porque me daba la gana. De acuerdo, fui bastante engreído y me arrepiento de ello. Hay mucho más que eso, como ocurre con todas las cosas de la vida. En demasiadas ocasiones el novelista se siente atado por la adustez de las palabras, su falta de "espíritu vital". Creo que esto no les pasa a los poetas. Siempre concibo mis obras para ser leídas mientras se escucha música. Es el complemento de las palabras, su alter ego. Esto es lo que quería comentar al respecto."
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La Venganza de la Tierra 4. Un Mundo Nuevo - J. P. JOHNSON
TIERRA
Para Cristian
La Venganza de la Tierra 4. Un mundo nuevo.
© J. P. Johnson / Joan Pont Galmés [2019)
Todos los derechos reservados.
––––––––
Igual que en la batalla de las Ardenas durante la Segunda Guerra Mundial, la climatología se cebó con el mundo aquel invierno, como si la Madre Naturaleza derramara por los muertos lágrimas de hielo. Una capa de nieve de dos metros de altura cubrió la Antigua Federación Rusa, un país de ciento cuarenta y seis millones de habitantes antes de la Extinción en el que ahora solo vivían cincuenta mil almas concentradas en caóticas ciudades, acosadas por la peste negra.
1-MOSCÚ
-Es horrible, en aquel edificio están todos enfermos, ni uno se ha salvado...
Rose of Sharon se sentó junto a Pere Quetglas, quien se calentaba las manos extendidas ante al fuego de una hoguera en el interior de una nave industrial de la Ulitsa Konyayevskaya Tver, el antiguo cuartel general del clan Svetlanevska que, antes de que las dos Abisales despedazaran a todos sus miembros, controlaba la ciudad.
-Los niños enferman más tarde, pero sus bubones crecen tan rápido que ni siquiera da tiempo a reventarlos... pobres criaturas - continuó Rose of Sharon. -¿Tú tienes idea de cómo se cura esta maldita enfermedad, Pere?
Él levantó la mirada y la observó durante unos instantes. Después de lo ocurrido, de su captura, de la amputación de sus extremidades y de su salvación por parte de las dos Abisales llegadas desde algún lugar desconocido, Rose of Sharon había cambiado mucho, básicamente en sus facciones, que cualquier espectador podía percibir simplemente deteniéndose a mirarla (su rostro había dejado de reflejar sentimientos y ahora se mostraba siempre hierático y con una mueca de perenne escepticismo y, por qué no decirlo, de altivez sobrevenida); sin embargo Pere, que podía presumir de conocerla bien pese a llevar tan poco tiempo juntos, sabía que su espíritu también había resultado gravemente dañado tras aquellos horribles acontecimientos.
Al fin y al cabo ahora no enfermaban.
No contraían la peste a pesar de convivir a diario con los infectados por el bacilo.
No sufrían infecciones por los rasguños y las heridas sobre una piel sucia, impregnada de patógenos.
Algo les ocurría, y los tres, Rose, Marine y Pere, conocían la causa: habían bebido la sangre de las Criaturas Abisales, pero no el motivo.
¿Por qué ellos y no otros?
Dándole vueltas y más vueltas habían llegado a la conclusión de que no existía la casualidad: ellos tres eran el objetivo de las Abisales, nadie más. Si otra persona hubiera sido objeto de su curación, alguien ajeno al trío, las cosas hubieran resultado más sencillas y a la vez menos intrigantes, pero no había que ser muy inteligente para darse cuenta de que la arbitrariedad no formaba parte del modus operandi de las Criaturas que, desde entonces, habían permanecido a su lado como perrillos falderos.
Desde entonces Rose actuaba con más aplomo, decisión y seriedad; controlaba sus instintos, los analizaba antes de cualquier acto, su personalidad se había vuelto maquinal.
-Creo que se trataba con antibióticos, lo leí una vez, aunque la peste se había erradicado de Europa hacía muchos años... Antibióticos como estreptomicina, gentamicina, doxiciclina o ciprofloxacina, pero vete tú a saber dónde podemos encontrarlos en esta ciudad.
Al terminar de hablar Pere volvió a bajar la mirada y la centró de nuevo en las llamas, a las que la madera de teka de un mueble aparador confería un tono verdoso.
-Apúntamelo - dijo Rose, cogiendo un papel arrugado de un rincón repleto de basura.
-¿Qué?
-Apúntame el nombre de esos medicamentos que has dicho, intentaré encontrarlos...
Pere ejecutó un gesto de futilidad. Él también había cambiado después de aquello, y mucho, más que Rose y Marine, pero hacía lo posible para que no se notara; al fin y al cabo era como un padre que debía comunicar a sus hijos que el país estaba en guerra y que pronto empezarían los bombardeos.
-Sí, está bien... ¿Hay algún bolígrafo, o algún lápiz? Espera, te lo escribiré con un carbón.
Garabateó las palabras y le devolvió el papel a Rose.
-¿Y Marine? Hace días que no la veo...
-Está conmigo, reclutando a un equipo, menos mal que habla ruso perfectamente, porque nos está costando mucho organizar todo este caos...
-¿Organizar? - preguntó Pere, intentando aparentar un resquicio de ilusión que no hallaba en su interior. -¿Qué estáis organizando? No sabía nada.
Rose había ladeado el cuerpo hacia la puerta, tras la que se acumulaba un metro de nieve, pero regresó a su posición original y, acercándose al fuego, se puso en cuclillas junto a él.
-Nosotras no nos ponemos enfermas, Pere, así que nuestro deber es ayudar a esta gente... Y tanto Marine como yo pensamos que tú deberías estar ahí fuera, intentando mejorar las cosas. La gente dice que la peste se irá con el frío, pero que ahora empezará la gripe, y la temen tanto como a las balas. Si coges la gripe estás muerto...
-Bueno, contra la gripe no existen medicamentos... La hidratación... es lo único, sueros hidratantes y antipiréticos.
-Joder, deja de decir palabras raras, no entiendo una mierda.
-Vale, vale, medicinas para bajar la fiebre, a eso me refería...
Rose abandonó por unos instantes su hieratismo y ejecutó un esbozo de sonrisa mientras le palmeaba la cara, poblada por una barba espesa de un palmo de largo, cortada de forma burda a tijeretazos.
-Pere, necesitamos un líder ahí fuera... Deberías ser tú...
Pere abrió los ojos de par en par mientras enarcaba las cejas.
-No... olvídate de mí. Yo estoy muerto, acabado...
Rose le dio de repente una fuerte palmada sobre el muslo.
-Entonces también lo estamos nosotras. Marine es buena organizando las cosas, yo hago que la gente nos ayude a base de golpes y disparos, pero nos ven como algo momentáneo y pasajero, en definitiva no nos toman en serio. Necesitamos un líder, Pere, y para ayer, no para mañana...
Pere se quedó mirándola con las mejillas iluminadas por la esmeralda luz de las llamas.
-Vaya, nunca pensé que te oiría hablar de esta manera tan... adulta.
Rose frunció el entrecejo, levantándose entre el crujir de sus rótulas.
-¡Estoy cansada de hablar! Yo no sirvo para dar discursos...
Pere la vio salir y desaparecer con la nieve hasta la cintura. Rose había cerrado la puerta, pero el empuje de la nieve la volvió a abrir sin que ella se diera cuenta.
Se miró las manos, temblorosas, luego se acarició la barba con una de ellas. La barba emitió un chasquido como de papel de periódico arrugado. ¡Qué difícil resultaba todo! ¡Qué fácil en cambio hubiera sido morir desangrado en aquel edificio plagado de ratas con las tripas desparramadas por el suelo! Sí, eso hubiera sido lo ideal: haber muerto ese día, el de la matanza, cuando llegaron las Abisales... Ya no tendría que pensar en los problemas que surgían, ni renegar contra el mundo que le llamaba a gritos, porque en aquellos momentos no era capaz de sentir ilusión por nada ni por nadie.
-Ahora mismo me gustaría tener la peste, saber con certeza que me matará en tres días...
Una de las abisales agitó su cuerpo, tumbado en un rincón de la estancia. La otra se había ido con Marine, pero aquella criatura, a la que Pere había bautizado de forma alegórica como Erato[1], prefería, por algún motivo desconocido, quedarse junto a él. Pere agradecía su compañía por un motivo muy simple: gracias a la presencia de la Abisal nadie se atrevía a molestarle, aparte, por supuesto, de Rose y de Marine. La Criatura de piel gelatinosa y ojos y mandíbulas de Mantis aterrorizaba a cualquiera que la viese, incluso en algunas ocasiones a Pere. Erato tenía la costumbre de acercarse a él mientras dormía y observarle durante horas con sus ojos y su boca muy cerca de su cara, lo que le producía un despertar horrible, aunque nunca había hecho amago de causarle daño alguno.
-Erato, la gente de esta ciudad necesita ayuda, ya has oído a Rose, pero no me siento capaz de mover ni un dedo por ellos. ¿Tú qué harías?
Por toda respuesta la Abisal desencajó sus mandíbulas y las volvió a cerrar en un gesto que, a pesar de haberlo presenciado en numerosas ocasiones, provocó un estremecimiento en la espina dorsal de Pere.
-¿Eso es un sí o un no? Pensándolo bien tú estás mucho peor que yo, y ni siquiera puedes quejarte... Está bien, está bien, vamos a echar un vistazo.
Se incorporó y se acercó a una esquina, junto a la puerta, para coger un grueso abrigo colgado de un clavo, después se quedó mirando hacia la blancura de la calle barrida por efímeros torbellinos de nieve en suspensión.
-Tú ya conocías ya la nieve, ¿a que sí Erato? En Mallorca, mi isla, nevaba muy de vez en cuando al nivel del mar... Entonces se convertía en todo un espectáculo, un gran acontecimiento. Mi madre siempre me hablaba de la gran nevada
, allá por mil novecientos cincuenta, o sesenta. Ella era un niña y vivía en el campo con mis abuelos. Junto a varios de sus hermanos inventaron un juego: lanzarse desde un tejadillo a la nieve blanda, que tenía una altura de un metro, pero debajo de la nieve había un cristal y ella cayó encima, cortándose un pie. Ese recuerdo se le quedó grabado en la memoria para siempre, y a mí también. De pequeño me imaginaba a mi madre rodeada de nieve manchada de sangre, pero todo eso lo hemos vivido aquí multiplicado por diez ¿verdad?
Erato se levantó de un salto y, pasando junto a Pere, salió al exterior y empezó a revolcarse en la nieve, lanzando nubes de copos al aire. Le encantaba la nieve y el frío. A la mínima ocasión se lanzaba al río Volga, que estaba a punto de congelarse, y buceaba en busca de peces.
Pere la miró con un gesto lánguido, envidiando una vez más su desgracia. Ahora, que acababa de decidir que sí, que haría algo por los habitantes Moscú, tenía que localizar a Rose of Sharon, porque ni se había molestado en preguntarle en qué lugar exactamente se encontraban ella y Marine. Recorrió con la mirada los grises edificios sin ventanas que se extendían a ambos lados de la calle hasta diluirse en la niebla. Tendría que salir de aquel desolado polígono industrial, encontrar un núcleo de población y preguntar por las chicas con gestos, cosa nada fácil teniendo en cuenta que la gente, incluso los moribundos, echaba a correr despavorida cuando veían acercarse a Erato.
-¡Debe ser hacia allí, Erato! - gritó, señalando con la mano hacia la Moskovskaya Shosse, la carretera paralela al Volga por la que habían llegado hasta aquel lugar. Hundiéndose en la nieve hasta la cintura empezó a andar, avanzando a trompicones.
2- YURTA DE HAIRATHAN ULGII. ESTEPA DE MONGOLIA
-¿Sabes? Crece tan rápido que me abruma - dijo Odisea.
Viri se subió las gafas con el dedo índice, como había hecho miles de veces antes; el milagro consistía en que continuara teniendo las mismas gafas.
-Sí, aunque por otro lado no es muy diferente a cómo lo hizo María...
La sola mención del nombre de su hija hizo que los dos se estremecieran.
-Es mejor que no... no la nombres de momento, ¿vale?
Viri afirmó con la barbilla y los hombros.
-Perdona, yo...
-No te preocupes, solo es que...
-Sí, lo entiendo perfectamente... Oye, parece que Phantom tiene frío...
La niña jugaba en la nieve, frente a ellos, junto a una pila de maderos recién cortados con hacha sobre un tocón de conífera que ninguno de los dos podía abarcar con los brazos, de lo gigante. Los habían estado cortando ellos dos alternativamente mientras Phantom jugaba a destruir la entrada de uno de los últimos hormigueros cuyos habitantes aún no estaba hibernando. Como a todos los niños le encantaba matar insectos.
-¿Frío? ¿Con esas mejillas arreboladas? Yo diría que el frío es su menor preocupación... - murmuró Odisea.
Viri suspiró con un fuerza inusual en él.
-Vale, vale, tengo que dejar mi lado mis dichosas preocupaciones, ¿verdad? Ella tiene poderes sobrenaturales y hay que aceptarlo de una vez por todas...
-Tengo la impresión de que no hemos visto aún de lo que es capaz, Viri - le interrumpió su mujer.
-¿Cómo que no? ¿Lo de curar, mejor dicho, resucitar gente no es suficiente? Tú misma lo viviste, al llegar, y luego lo de Solya, con ese corte en la garganta...
Odisea no respondió durante unos instantes, pero en su mente visualizaba ambas escenas: el día que aterrizaron con el helicóptero junto a la abandonada ciudad de Uujim, los disparos de Hairathan, la quemazón en su costado, la visión de un largo túnel al final del cual una explosión de luz auguraba una paz definitiva, pero de pronto había sido como cuando, de niña, al amanecer, se escondía bajo las sábanas: su madre las apartaba de súbito y un torrente de claridad procedente de la ventana abierta la cubría como un manto celestial; Susie había tenido la idea de pinchar el talón de Phantom y de verter unas gotas de su sangre milagrosa sobre el agujero de la bala y el resultado había sido que Odisea había salido del túnel. Y lo de Solya, que habían visto todos, incluido su padre: la garganta destrozada por los dientes de un lobo gigantesco surgido de la nada, las convulsiones de la chica, la sangre oscura saliendo de su arteria carótida como si alguien la impulsara con una bomba hidráulica, en fin, la palidez mortal de su rostro... Y de nuevo las gotas de sangre que confieren la vida, la resurrección...
-Por supuesto - logró articular, con un gran esfuerzo,