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La Venganza de la Tierra 6. Éxodo
La Venganza de la Tierra 6. Éxodo
La Venganza de la Tierra 6. Éxodo
Libro electrónico232 páginas3 horas

La Venganza de la Tierra 6. Éxodo

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Información de este libro electrónico

María Pascual ha sucumbido al ataque de su hija Phantom, una ultraneox. Odisea y Viri, sus padres, han captado su sufrimiento e iniciarán, junto con Susie y Solya, un largo viaje desde las estepas de Mongolia para ir a rescatarla.
En Moscú, Pere Quetglas no tiene más remedio que poner a toda la ciudad en movimiento para escapar de la radioactividad. Marine ha sido comisionada para hablar con Rose of Sharon e intentar evitar una guerra pero, como siempre, las cosas no saldrán de la manera prevista.
La ultraneox Phantom deambula por el planeta adquiriendo cada vez mayor poder. Ella será la encargada de decidir el destino de este Mundo Nuevo.

J. P. Johnson vive en la isla de Mallorca. Ex-guardaespaldas de autoridades militares y broker de bolsa, actualmente se dedica en exclusiva a la literatura. Es autor de las célebres sagas El Quinto Origen, La Venganza de la Tierra y El Diablo sobre la isla, además de la serie de autoayuda Sí, quiero. Sí, puedo.


OTRAS OBRAS J. P. JOHNSON.

FICCIÓN

Serie El Diablo sobre la isla

1-El Diablo sobre la isla.
2-Venganza
3- Perros de Guerra

Benet. Jamm Session. (La primera entrega del detective Toni Benet)

NO FICCIÓN

Sí quiero. Si puedo. Cómo escribir tu primer libro y publicarlo online.

LIBROS CON EL PSEUDÓNIMO J. P. JOHNSON

Serie El Quinto Origen

1-Stonehenge
2-Nefer-nefer-nefer
3-Un Dios inexperto
4-El sueño de Ammut
5-Gea (I)
6-Gea (II)

Serie La Venganza de la Tierra

1-Mare Nostrum
2-Abisal
3-Phantom
4-Un mundo nuevo
5-Ultra Neox
6-Éxodo.

Glaciar. (A kilómetros de profundidad, bajo el hielo de la Antártida, hay algo que acabará con el futuro del planeta)

RESEÑAS EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

J. P. Johnson matiza sus declaraciones a la revista Rolling Stone: "Dije que todas mis novelas incluían una banda sonora porque me daba la gana. De acuerdo, fui bastante engreído y me arrepiento de ello. Hay mucho más que eso, como ocurre con todas las cosas de la vida. En demasiadas ocasiones el novelista se siente atado por la adustez de las palabras, su falta de "espíritu vital". Creo que esto no les pasa a los poetas. Siempre concibo mis obras para ser leídas mientras se escucha música. Es el complemento de las palabras, su alter ego. Esto es lo que quería comentar al respecto."
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 may 2021
ISBN9791220802161
La Venganza de la Tierra 6. Éxodo

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    La Venganza de la Tierra 6. Éxodo - J. P. JOHNSON

    reservados.  

    Tengboche, monasterio budista de la comunidad sherpa, laderas del Ama Dablam, cordillera del Himalaya.

    Phantom se detuvo, jadeante. Algo fallaba en el interior de su pecho.

    -Arf, arf, arf…

    Le costaba mucho respirar, un acto fisiológico de su organismo al que nunca había prestado atención. Pero ahora le incomodaba, y mucho.

    -Arf, arf, arf…

    Hizo un gran esfuerzo y consiguió dar un paso más, y luego otro, pero de repente su vista se nubló y cayó a plomo sobre la hierba de lo que había sido un antiguo sendero de trekking para ascender al campo base del Everest.

    Al despertar y levantar la cabeza una gran manada de muntjacs, pequeños ciervos de apenas once kilos de peso que, antes de la Catástrofe, habían estado a punto de extinguirse, salió despavorida y desapareció en la ladera parduzca que descendía a su izquierda, en dirección a la ruinosa ciudad de Khumbu.

    Phantom había atravesado Khumbu hacía apenas unas horas.

    Caminaba muy rápido. De hecho llevaba semanas haciéndolo. Desde el Mar del Japón hasta las estribaciones de la montaña más alta de la Tierra.

    Huía del recuerdo de su madre, a la que había matado.

    Levantó la cabeza y miró hacia la cumbre del Everest, en la que apenas había ya nieve. El aumento de la temperatura a causa de la nube radiactiva procedente del Mediterraneo la estaba derritiendo a marchas forzadas, aunque Phantom no sabía nada sobre aquella explosión de mil megatones ni sobre el precioso archipiélago de las Islas Baleares que se había volatilizado en apenas unos minutos. El hogar de su familia antes y después de la Extinción.

    El agua procedente del rápido deshielo corría a su alrededor con una furia tremenda, provocando avenidas y avalanchas de barro y piedras que arrastraban todo lo que encontraban en su camino. La cordillera del Himalaya parecía un helado derritiéndose al sol de un mediodía de Agosto.

    Phantom se sentía a gusto en aquel lugar, en medio del caos y la destrucción de las avalanchas. Su respiración se estaba adaptando a la altura, unos cinco mil metros. Lo que ocurría era que, al haber ascendido hasta allí en apenas dos días, un edema pulmonar había podido con ella.

    Madre… ¿por qué te hice eso?

    ¡Oh, no, la pregunta regresaba de nuevo!

    Lo mismo que había estado repitiendo sin cesar desde que terminó aquella horrible batalla con su madre, que no permitía que la viera.

    ¡Solo quería ver su rostro!

    ¡Saber quién era su madre!

    No lograba entender porqué ella no la dejaba verla y eso provocaba que se enfureciera cada vez que ese pensamiento aparecía en su cabeza.

    En realidad la batalla entre Phantom y María Pascual, su madre, había sido psíquica, pero el matiz no era menos ominoso que si las cosas hubieran sucedido a la manera tradicional, con puños, patadas o armas.

    La he matado, eso es todo. Lo he hecho y jamás podré liberarme de eso.

    A pesar de todo aún seguía percibiendo a su madre, aunque su cuerpo flotara inerte en la desembocadura del río Negro, afluente del Amazonas, en el oceáno Atlántico.

    Percibía su cuerpo, pero no su mente.

    ¡No dejaste que te viera, mamá! ¡Solo quería saber si nos parecíamos! ¡CUALQUIER HIJA QUIERE VER LA CARA DE SU MADRE!

    De pronto recordó cómo se sentía al abandonar a sus abuelos Odisea y Viri, apenas hacía un año: el mundo había muerto para ella.

    Los dejó porque necesitaba respuestas, a pesar de ser solamente una niña de dos años, pero su mente crecía tan deprisa que todas las preguntas del mundo se debatían en su interior.

    Ahora su cuerpo ya era el de una mujer adulta. Un rostro bellísimo, una larga cabellera rubia. Todo sería perfecto si su cabeza la dejara en paz, pero eso era imposible.

    ¡Podía leer todas las mentes, animales y humanas, en kilómetros a la redonda!

    Por ejemplo, acababa de darse cuenta de que la manada entera de muntjacs que pastaba a su alrededor cuando se había despertado, estaba ahora enterrada bajo un deslizamiento de rocas y lodo colina abajo. Muchos animales todavía estaban vivos, pero asfixiándose bajo metros de fango. Otros habían sido aplastados por rocas que pesaban toneladas, sujetas hasta aquel momento por hielos glaciares que se habían fundido en apenas semanas. Phantom sentía sus gemidos de dolor, percibía su pánico, sus gritos de agonía. Los animales gritaban como las personas y, era curioso, llamaban a sus madres en el momento de su muerte.

    Igual que las personas…

    De pronto se le ocurrió que, si ella misma podía morir, lo haría pensando en su madre, y eso sería una recompensa inestimable por la desgracia que le había tocado vivir. Levantó la mirada y encontró, unos quinientos metros más arriba, un saliente rocoso que se asomaba a un precipicio. Se trataba de una mole inmensa cuya base estaba siendo socavada por un riachuelo que caía desde la parte superior.

    Esa roca no tardará en caerse… Es perfecta. Acabará con mi sufrimiento de una vez por todas…

    Se levantó, renqueante, y empezó a caminar con dificultad hacia la base de la roca. De vez en cuando caían piedras rodando y le golpeaban en las piernas. Ella ignoraba el dolor y continuaba avanzando, impregnada de barro. Cuando llegó al lugar perfecto donde la mole de granito impactaría al desprenderse de su anclaje de hielo, se sentó a esperar, con los brazos sujetándose las rodillas, mirando hacia la extensión infinita de la planicie del Hindu Kush.

    Dazhuan Kexiang. Muy cerca de Pekín. China.

    Odisea había estado soñando aquella noche. Escenas remotas, que ya no tenían ningún sentido, pero en el interior de su mente se reproducían de una forma tan real, revestidas de una envoltura de familiaridad tan verídica que, al despertar con los primeros rayos de sol, creyó que todo lo sucedido en los últimos veinte años no había sido más que un espejismo.

    -¡Oh, no! Sueños… sueños… ¿por qué tenemos que sufrir de esta manera? - maldijo, al abrir los ojos y darse cuenta del engaño creado por su subconsciente.

    Viri, tumbado a su lado en el saco de dormir, llevaba un rato mirándola.

    -¿Pesadillas, otra vez?

    -No, no precisamente eso… - respondió ella, frotándose los ojos. Un mechón de sus cabellos se le había introducido en la comisura de los labios. - Lo preferiría, de verdad. Una horrible pesadilla que te produzca alivio al despertar, pero es todo lo contrario…

    -Ya… en cambio a mí no…

    -¡Sí, ya sé que a tí no te pasa, Viri! - se revolvió ella, pero enseguida se dio cuenta de su salida de tono. -Lo siento, es que…

    -No importa - Viri volvió a meterse de nuevo dentro del saco. Apenas había dormido aquella noche, vigilando el sueño de su mujer. A veces Odisea se levantaba en medio de la noche, inmersa en uno de sus viajes oníricos, y deambulaba por los alrededores, convirtiéndose en la presa ideal para una manada de lobos o uno de aquellos tigres de bengala que habían visto a lo lejos, hacía dos días. La radioactividad expulsaba de sus hábitats y obligaba a vagar lejos de sus territorios también a los animales, no solo a las pocas personas que, como ellos cuatro, no habían sucumbido a los abisales o a las epidemias.

    Desde que habían visto al tigre todos dormían con sus armas al lado y avivaban el fuego por turnos, aunque en aquel instante solo quedaran algunas ascuas humeantes en la hoguera; alguien se había olvidado del fuego aquella noche, posiblemente Viri, concentrado en su mujer. Susie y Solya continuaban en el interior de su saco, que compartían siempre excepto durante alguna de sus monumentales peleas de las que, al terminar, se arrepentía siempre Susie, que era la que las provocaba.

    -De todas formas, si quieres contarlo… ya no dormiré más por hoy… - susurró Viri, emergiendo de nuevo desde el interior del saco. Ahora que se había dado cuenta de que el fuego estaba apagado le había invadido un resquemor que no lograba sacarse de encima. Aprovechó la pregunta para escrutar el paisaje en un ángulo de trescientos sesenta grados y acariciar al mismo tiempo la culata del revólver Norinco NP-50, usado por la policía china antes de la Extinción y que había encontrado semienterrado entre las cenizas de una comisaría de Huaguo hacía una semana.

    -Lo de siempre… - musitó Odisea. -Sueño con gente que tú no conoces. La tía Úrsula, mis padres, mi hijo Joanet… ¡Es tan real! Mi propia mente me martiriza. ¿Dónde demonios estarán guardados esos recuerdos? ¿En que jodido lugar de mi cerebro? Si pudiera me lobotomizaría, Viri, con tal de destruirlos, aunque me quedara idiota para siempre.

    -¡Ja, ja! ¿Lobotomía? - rió Viri. -¿Sabías que entre 1936 y la década de 1950, la lobotomía se popularizó en los Estados Unidos? Un médico llamado Freeman comenzó a viajar alrededor de la nación en su propia furgoneta, a la que llamaba el lobotomóvil, enseñando el procedimiento en muchos centros médicos e incluso realizando lobotomías en cuartos de hotel.

    Odisea esbozó un rictus de denuesto.

    -No, por Dios, olvídalo. No quiero ser la causante del resurgir de la trepanación de cráneos…

    Dazhuan Kexiang era un suburbio de la antaño gigantesca ciudad de Pekín que todavía no había resultado demasiado maltratado por el tiempo. Los edificios de dos plantas con jardín conservaban incluso los cristales de las ventanas, pero el lugar estaba, a todas luces, completamente deshabitado y colonizado por un tupido bosque de olmos cuyas raíces se habían nutrido de los residuos orgánicos de pozos negros y alcantarillas durante los primeros años de su crecimiento. La mayoría de árboles superaban ya la altura de los edificios y grandes bandadas de camachuelos y pinzones aprovechaban los aleros y recovecos de las fachadas para anidar.

    Habían llegado a la ciudad al atardecer, pero les había dado miedo entrar en ella y explorarla mientras caía la noche. La única que había protestado, Solya, debido al pánico que les tenía a los lobos y, por ende, al tigre que habían visto hacía poco, dejó de poner reparos cuando encendieron una hoguera con dos sofás que Odisea y Susie sacaron de una de las primeras casas. Los muebles, con su relleno de espuma y el forro de piel sintética, ardieron de una forma explosiva lanzando columnas de humo rojizo al frío aire de la estepa y otorgándoles una taimada sensación de seguridad. Pero las llamaradas que producían las maderas encoladas se apagaban muy rápido, así que tuvieron que sacar una aparadora entre los troncos de los árboles para ir lanzándola al fuego poco a poco, desmontada en piezas.

    -Aunque daría lo que fuera para poder dormir, solo una noche… - continuó Odisea. -Llevo varios días que… no sé, noto algo raro en la cabeza, una sensación…

    -¡Eh! ¡Mira allí! - gritó de repente Viri. -¡Es el tigre! ¡Susie! ¡Solya! ¡Despertad!

    El abultado saco de dormir que estaba a sus espaldas se abrió y de él surgieron dos cabezas con expresiones de pánico.

    -¡Bah, parece que se ha hinchado a comer! - exclamó Susie al cabo de unos segundos, malhumorada,  con el pelo enredado como un estropajo metálico. -¿No véis lo despacio que camina? Ese no nos causará problemas hoy…

    Todos seguían la silueta del enorme felino  que acababa de devorar a una cría recién nacida de caballo de Przewalski y buscaba un lugar donde refugiarse y descansar.

    -Podría dispararle desde aquí - dijo Solya a su lado, con el rifle Dragunov que había sido de su padre en vertical, apoyado sobre la culata.

    -Puede que sea mejor dejarlo en paz. A lo mejor nos protege de los lobos - intervino Odisea.

    -Tienes razón - dijo Viri. -Con un tigre por aquí los lobos no se atreverán a acercarse. Establezcamos una relación de simbiosis con ese carnívoro. Seremos los primeros humanos que disfrutemos de ello.

    Solya bajó el rifle y volvió a meterse en el saco. Susie se fijó en ese momento en el armazón del aparador que continuaba junto a las ascuas, esperando a que alguien a quien se le había encomendado esa misión lo empujara al fuego durante la noche.

    -¡Eh, habéis dejado apagarse el fuego! ¿Quién estaba de guardia?

    Viri levantó la mano con el gesto de un colegial pillado mirando debajo de una falda.

    -Mea culpa. Odisea ha estado soñando y, temí que se fuera a dar un paseo como otras veces…

    Susie le miró con un gesto furioso y se metió en el saco maldiciendo.

    -Ya sabes… olvídalo… Ella es así - Odisea puso la mano en el hombro de Viri para consolarle.

    -Sí, sí, Susie se está volviendo gruñona con los años, pero resulta que tú y yo tenemos su edad - respondió él.

    Odisea asintió con la cabeza mientras levantaba la mano para señalar un promontorio rocoso en el que había desaparecido el felino.

    -Mira, ya sabemos donde duerme. Habrá encontrado una cueva. Menos mal que le has descubierto antes de que se acercara más…

    Viri chasqueó los labios.

    -Gracias. ¡Por fin soy bueno en algo!

    De repente Odisea se quedó completamente quieta, con la mirada perdida en algún punto del cielo tapizado de cúmulos.

    -¿Odisea? ¿Qué te ocurre?

    Ella no contestó. Tenía el rostro congelado y ni siquiera pestañeaba. Viri le puso las manos en los hombros y empezó a zarandearla.

    -¿Pero qué te ocurre? ¡Responde!

    Susie emergió de nuevo del saco de dormir al escuchar sus gritos.

    -¿Pero qué os pasa?

    -¡Es Odisea! ¡Se ha quedado… paralizada!

    De pronto el cuerpo de Odisea perdió toda la fuerza y se escurrió entre sus manos. Un hilo de saliva había empezado a caerle desde las comisuras de los labios. Susie se acercó, y después lo hizo Solya.

    -¿Qué le pasa? ¿Qué está diciendo?

    Odisea murmuraba algo con los labios cerrados. Viri se levantó, perplejo, al entender sus palabras.

    -Está diciendo María... María... Tengo que ayudarte…

    -¿María? - Susie también se levantó y empezó a mirarle, extrañada. En ese instante el tigre rugió en el interior de su cueva, y sus rugidos llegaron hasta ellos tan amplificados que todos se volvieron hacia el origen del sonido.

    -¡Entremos en aquella casa! - gritó Solya. -¡No sé qué hacemos aquí, con ese animal tan cerca!

    Entre los tres llevaron a Odisea a través del bosquecillo de olmos y entraron en el edificio de dos plantas del que habían sacado los muebles para quemarlos.

    -¡Arriba hay varias camas, las vi anoche! - gritó Susie, entre una algarabía de pinzones levantando el vuelo en el tejado.

    Una de las habitaciones conservaba los cristales de las ventanas y no había tantos excrementos de pájaros como en las otras. Viri apartó con cuidado las polvorientas sábanas y depositaron a Odisea sobre el colchón de muelles.

    -Bueno, dejémosla que descanse… - murmuró Susie. -No nos queda ningún medicamento, ni siquiera una jodida cápsula de Stilnox.

    -Os dije que no tomarais esas pastillas… - murmuró Viri. -Esa es la causa del malestar de los últimos días, el maldito síndrome de abstinencia…

    -¡Pero si no es más que un hipnótico que pertenece al grupo de las benzodiazepinas! - respondió Susie en modo irónico, con una mueca que intentaba formar una sonrisa.

    -Un hipnótico caducado hace muchos años… - añadió él.

    Habían encontrado muchas cajas de Stilnox en una caja fuerte del ayuntamiento de Uujim, antes de emprender el viaje en busca de Phantom y, a pesar de la fecha de caducidad serigrafiada en las cajas, Odisea y Susie se habían vuelto adictas desde el primer día. El hipnótico les borraba la ansiedad de un plumazo.

    -Pues te juro que conservaba todas sus propiedades, para que veas que eso de la fecha de caducidad no es más que una patraña de los laboratorios… - dijo la última con aire de suficiencia, aunque nadie más que ellas sabía cuánto les había costado superar el síndrome de abstinencia cuando se acabó definitivamente el Stilnox y tuvieron que lidiar con el día a día sin más ayuda que su propia voluntad.

    Solya se asomó en ese momento a la puerta del dormitorio.

    -Parece que aquí no ha vivido nadie desde la Extinción, pero hay muchas latas en un mueble de la cocina…

    -¿Se pueden comer? - dijo Viri, subiéndose la montura de las gafas con el índice.

    -No están en mal estado, pero hasta que no se abran… - respondió Solya, mirando a Odisea. -¿Cómo está? - añadió a continuación.

    Viri se sentó junto a su mujer y le tomó la mano.

    -Sigue en una especie de estado de shock… Espero que no sea el resultado del Stilnox.

    Susie se sintió aludida y gritó:

    -¡A mí no me ha pasado nada igual! Así que… no me eches la culpa. Ella es mayorcita y toma lo que le da la gana…

    -Voy a acercar los muebles que quedan abajo a las puertas y a las ventanas, por si el tigre se acerca esta noche - dijo Solya, incómoda. Le ocurría siempre lo mismo cuando estaba en presencia de Odisea, Susie y Viri. Era como si no formara parte de aquella coalición, porque ellos tres, a pesar de que en muchas ocasiones se empeñaran en demostrar lo contrario, estaban tan unidos, habían pasado por tantas cosas juntos, que Solya estaba convencida de que nada en el mundo podría separarlos, excepto la muerte; y contra eso también estaban blindados gracias al efecto de la sangre de María, que ella misma había vertido en sus bocas durante la huida de la explosión nuclear del Mediterráneo, para protegerles

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