Cuentos cortos de espíritus, mitos y leyendas

Por Juan Speciale y John Special

Todos los pueblos originarios de la antigüedad tienen sus creencias populares, mitos y leyendas. Todas transmitidas de generación en generación hasta el día de hoy. La mayoría no pasa de ser ficción. Pero una pequeña porción pasa a formar parte de la vida cotidiana de muchas personas que viven en lugares lejanos a las ciudades. Y en esos pequeños pueblos ocurren hechos extraños, rayando lo sobrenatural, y no tienen una explicación lógica.

• Idioma: Español
• Editorial: Juan Speciale
• Fecha de lanzamiento: 26 feb 2023
• ISBN: 9798215496794

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CUENTOS

CORTOS  

DE 

ESPÍRITUS,

MITOS

Y

LEYENDAS

PRÓLOGO

Estimado lector, desde tiempos inmemorables el ser humano se ha preguntado qué podría ocurrir después de la muerte.

¿Simplemente se termina todo? ¿Es un comienzo nuevo para otra vida? ¿O nos convertimos en espíritus de otro universo?

Sea la respuesta que dé cada persona desde su propia perspectiva, nunca sabremos lo que ocurre después de morir.

Lo que sí es cierto, es que muchas personas han tenido algún tipo de experiencia espiritual.

Personalmente creo que existe algo después de la muerte, y con esta serie de relatos, quiero ir dando, no respuestas, pero sí una nueva perspectiva desde otros puntos de vista.

¿Por qué los espíritus no ayudan a quienes eran sus familiares en esta vida?

¿Por qué se escuchan pasos en muchos lugares donde no hay nadie?

¿Los espíritus ayudan al universo a dar lo que pide fervientemente con el corazón una persona?

EL ESPÍRITU VENGADOR

––––––––

Abrió los ojos, y despertó mejor que nunca. Habían desaparecido todos los dolores, y hasta le pareció haber recuperado las fuerzas que le habían abandonado hacía muchos años, cuando empezó a desarrollar esa terrible enfermedad que lo tenía desde niño, y que lo dejó postrado en cama desde entonces. El sol lo encandiló, pues a esa temprana hora del día apuntaba directamente a través de la ventana de su dormitorio a su almohada, y se colocó de costado para evitarlo. El día estaba hermoso, el sol brillaba con todo su resplandor, anunciando que ese, sería un día caluroso.

No pudo darse la vuelta. Volvió a intentarlo. Estaba mejor que nunca, pero no podía moverse. Se preguntó por qué no podía hacerlo. Se sentía tan sano como nunca antes lo había estado, pero le resultaba imposible mover un solo músculo de su cuerpo. Después de cuatro o cinco intentos se dio por vencido. Esperaría por María Julia, su esposa, que seguramente estaría por salir del baño.

Unos cinco minutos después apareció ella toda lista para ir al trabajo, y luego de darse una última mirada al espejo del placard, lo miró. A pesar de cruzar sus miradas, ella hizo como que no lo vio, o eso pensó él.

La saludó, pero no salió un solo sonido de su boca. No entendió lo que estaba sucediendo. Ella se acercó, sentándose a su lado y dándole un suave beso de despedida en la frente, esperando que él abriera sus ojos y se despidiera de ella como lo hacía siempre. Pero esa mañana Richard no lo hizo y permaneció inmóvil. Sus labios sintieron el frío de su piel. Lo movió un poco para despertarlo, pero no lo hizo, lo volvió a mover... Y allí lo comprendió, cuando María Julia lanzó un grito desgarrador, y llorando desesperadamente, gritó en la soledad de esa habitación, que Richard había muerto.

Había sido diagnosticado a la temprana edad de los diez años con un cáncer de páncreas, que a pesar de ser muy peligroso, aún era benigno. Los médicos dijeron que lo mejor era no operar, por el peligro de diseminarse por todo el cuerpo el mal si fallaba la cirugía, y vivió el resto de su vida cuidándose mucho, pues era un niño, que desde su nacimiento tuvo muchos problemas de salud debido a esa grave enfermedad, y aunque la mantenía a raya, lo acechaba otro mal que podría hacer disparar el cáncer que tenía.

Sufría de hiper­empatía, según muchos médicos, un trastorno mental, que lo mantenía en un estado de estrés permanente que podía hacer pasar de benigno a maligno su afección.

Como le gustaba estar enterado de todas las noticias que ocurrían en el mundo, en su país y con más razón en su ciudad, después de volver del trabajo, le dedicaba su atención toda la noche a ello mientras María Julia miraba la televisión.

Llevaban una buena relación, salían muy poco, casi no tenían amigos, pero se querían mucho, y aunque no tuvieron la fortuna de tener hijos debido a un problema de infertilidad congénita de ella, daban la impresión de ser la pareja perfecta.

Esa empatía le afectaba tanto su vida privada, hasta el punto en que su mayor deseo oculto era ser un justiciero. Y a sabiendas de que no lo sería nunca, su mayor ilusión oculta era que después de su