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¿A dónde vas Pequeño Juan?
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¿A dónde vas Pequeño Juan?
Libro electrónico466 páginas8 horas

¿A dónde vas Pequeño Juan?

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Sencillamente, saber que hay senderos bellos, a pesar de múltiples pedregullos, me llenó con una reflexión de parte de mi vida; vi las luchas que pensé que eran muy difíciles, pero para mi asombro, vi, descubrí que cada día es un mundo tumultuoso, en que las cosas cotidianas de la vida no son como antes fue en mi niñez, adolescencia y la juventud; y con el análisis pensé en compartir con los demás mis caminos con el Pequeño Juan, pues tal vez sean una guía para las épocas de más batallas, para una sociedad más moderna, donde la electrónica centennials, se ha enriquecido, destruyendo la esperanza de que no hay razón valedera, y que no podemos vivir mejor, sembrando el sueño de un mañana de esperanza. Que sí hay luchas, es real, pero está en nosotros crear el cambio silencioso en nuestro interior, y encontrar los bellos amaneceres de la vida, y gozar que no todo es triste o gris; y que si hay aún bellos amaneceres.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jul 2020
ISBN9781643345185
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    ¿A dónde vas Pequeño Juan? - José María Rocha

    I

    Expresar los criterios de la mente no siempre es posible, debido que el hombre elaborará en variadas formas, debido a los conceptos en que se desarrollaron sus vidas; por ello, cuando hablamos de la historia del Pequeño Juan; él expresó un concepto diferente, cuando lo conocí sonreía de una forma ante algunas situaciones, diferente a los demás, como expresando un análisis diferente. Algunos gritamos o nos irritamos ante algunas situaciones negativas como el fracaso de algún momento.

    Siempre recordaré aquella tarde; había sido un día malo, habíamos trabajado duro y no logramos ningún resultado positivo, más bien diría, había visto llorar a un hombre, compañero de trabajo, por la impotencia de romper la tierra para llegar al tubo del gasoducto, de la Teching, una empresa extranjera; para colocar unos protectores aislantes de seguridad; el día ya caía y el riesgo de amonestación para él era palpable, lo habían sancionado con no comer, para no atrasar el área asignada. Algunos ya habíamos terminado nuestro sector asignado; el Pequeño Juan dijo:

    —¿Por qué no le damos una mano?, él termina y terminamos todos, y nos vamos a la ciudad de la cual estamos a casi una hora de viaje.

    No faltaron los comentarios:

    —Es su trabajo, ya hicimos el nuestro, es su problema.

    Y otros comentarios y uno dijo que era su fracaso, Juan, había tomado su pico y expresó una sonrisa, su sonrisa tuvo una expresión diferente, no era burla, agitó su cabeza y dijo:

    El fracaso pertenece a los mediocres y no a los grandes.

    Todos los rostros quedamos estáticos, algunos ojos con expresión de pregunta, pero ya había sembrado la reflexión. Uno de los que estábamos dijo:

    —Démosle una mano.

    Y sin pensar, todos emprendimos la marcha para ayudar a Pedro, él tenía el rostro demacrado por la fatiga, esfuerzo, sed, hambre, y esa fatiga, la de la incapacidad humana; tomé el pico y entré al pozo y lo lancé con mi conocida fuerza, y rebotó como en una roca, y hasta creí ver saltar chispas eléctricas y; vino a mi mente la frase del pequeño Juan, El fracaso pertenece a los mediocres y no a los grandes. Volví a golpear con todas mis fuerzas, y otra vez fue en vano, levanté mis ojos y busqué los de él y dijo:

    Al rival hay que descubrirle su área débil, y todos las tenemos —y agregó—: Prueba al lado —y añadiendo—: Si lo atacamos lateralmente, tal vez lleguemos al tubo.

    Y así fue, en media hora más, en grupo, logramos llegar al tubo y casi diría que fue gracias a la frase del Pequeño Juan, fue lo que hizo que todo el grupo pidiesen disculpas a Pedro, por el juicio que habían elaborado.

    El regreso, a pesar de la demora, fue de un buen clima, gracias a este hombre y su frase, todos nos habíamos confraternizado. Me senté a su lado en la Pick–up en el polvoriento camino. No quise comentarle lo de las polvorientas tierras porque me dije: «Qué me va a decir ahora, no quiero perder de nuevo», clásico de nosotros los hombres; lo miré a los ojos, y me devolvió la mirada, con su sonrisa apacible; lo que me dio la oportunidad del diálogo y le pregunté:

    —¿Quién eres, de dónde vienes?

    Y profundizó su mirada y dijo contestando:

    —¿Por qué me preguntas eso?

    —Porque no había oído esa frase e inquietó mi mente y no la creo común, y tal vez no tenga importancia conocer dónde nació, pero la sentí motivadora.

    Él sonrió y dijo:

    —Creo que todo nació una fría noche, hace unos cuantos años, habré tenido unos seis años, caminaba volviendo a casa y vi un cuadro contra un paredón, o tal vez una foto grande que el viento robó a alguien, o la tiró; era de una rocosa montaña que me daba la impresión que era imposible de subir; y como un susurro vino a mi mente, como si alguien me hablase Así es la vida Juan, difícil de pasar, fue como si alguien me hubieses hablado, miré a mi alrededor, pero no había nadie, solo el silencioso frío de la noche, y vago en mi interior la pregunta: ¿Así es la vida?, no tuve respuesta, como si la mente no trabajara, o no tenía aún la capacidad de responder, o tal vez, no quisiera contestar por el temor del desafío. Levanté mi vista, la noche tenía una claridad por la luz de la luna, que brillaba en el intenso frío que quemaba la piel, metí mis manos profundamente en mis bolsillos, como si buscara algo que no existía y me dije: Vamos Pequeño Juan, (me apodaban, me decían Pequeño Juan, por mi baja estatura), también se reían y bromeaban sobre mí, mi abuela me había enseñado que "No importa lo que otros digan, sino, lo que tú sepas de ti, si eres noble, lo demás no tiene valor, lo que vale es tu grandeza interior".

    »Aunque era niño, me había gustado; continúe mi camino lento, como si el frío no afectara, el sendero se hizo estrecho entre los matorrales —yuyos que crecen en los campos, o lugares desolados—. Mi mirada buscó el cielo, pensé en mi hogar, o refugio de mi familia, yo había salido buscando algo, pero la tarde había sido adversa y me había atrapado la noche, y en mis bolsillos nada traía. Llegué hasta la casucha de maderas y de chapas, también de lonas viejas, y tenía una puerta de tablones que, cuando la abrí crujió, algo al abrir cayó y golpeo mi cabeza, era una taza chica, pero sentí el golpe, y cerrando le di un golpe, no había luz y por el golpe, cuando la cerré, la golpeé fuerte, y se estremeció, como si se fuese a caer por su frágil sostén de construcción, entonces sentí la voz de mi madre decir: Calma Juan, fue que chocó con la bolsa de arena que le puse abajo, para que no nos entre tanto frío y si la tiras no nos cubrirá del frío de esta tremenda noche invernal, y agregó: Hoy escuché en el mercado que puede ser una de las noches más frías del año. No le contesté, hurgué las ollas que les faltaba el enlozado y miré al fondo y no había nada, ella prendió una vela y tuve una pequeña luz y vi que nada tenían, y pregunté: ¿Y el Papa qué trajo?. Ella respondió: No sé nada de él, y agregó: Te dejé una taza de leche y el último trozo de pan que nos queda, hubo pausa, Además todos están enfermos. Los mellizos y Caro también tienen gripe, no le contesté, y dije en mi interior: «¡Allí ya está la montaña que viste!».

    »Y agregando como comentario dijo: Francisco y Eduardo, los mellizos, están enfermos, Caro también, los mellizos tenían fiebre cuando los acosté, y para más, a estos mellizos la ropa les está quedando chica y ya no sé cómo cubrirlos; de golpe se oyó una voz, como de un fantasma, una voz seca que sonó como grave, sí, con la gravedad de los bronquios irritados por el tabaco, era un hombre corpulento, casi agresivo en su forma de expresarse, mi padrastro, aunque por costumbre le llamaba papá, entró y siguió con su clásico olor a alcohol y me dijo: Anduviste todo el día por ahí, sin traer nada, como un idiota, como de costumbre, le devolví su agresión a su forma de ser: Porque no te vas al diablo; sentimos la voz de mamá: No empiecen por favor, y cuando él intentaba pegarme me escapaba, lo había logrado muy bien, siempre, y mi madre continuó diciendo: Ya el día nos dio bastante.

    »Mi mente vagó en las horas que había buscado ganar algo para llevarle a mi madre a la casa y no tener que soportar la voz de ese hombre, nos detuvimos porque ella era el equilibrio, ella se levantó, se había acostado con su ropa, tenía una pollera gris rasgada y una blusa cubierta con un viejo saco negro que le había dado su mamá, sus ojos grises tomaron brillo, el que toman cuando acuden las lágrimas, era menuda, de unos cuarenta años que le habían sido muy difíciles; y como había escuchado sus discusiones, usé palabras de adultos y agregué: No empieces a implorar por este vago (mi padrastro), que si trabajara, podríamos vivir en una miseria menor, pero sí tiene tiempo para irse a tomar con sus amigotes o en sus noches de timbas, —juegos de naipes—, saltó, a pesar de no tener buen equilibrio, ¡Por las bebidas!, gritó más fuerte: ¡Mocoso hijo de mala madre, te voy a enseñar a no faltar el respeto.

    »Y le grité: ¡No me levante la mano!. Si me lanzaba algún golpe, al estar bebido, era fácil saltar de un lado a otro, en esos segundos; a pesar del llanto de los mellizos, que eran hijos de él, nuestros ojos se encontraron, Felipe, así se llamaba, se le encendieron con sangre, y mi madre intervino diciendo: ¡Quietos los dos!; hubo una ira contenida, era musculoso a pesar de los años y el efecto del alcohol era aún fuerte; lo notable era que cuando no estaba bebido, me trataba muy bien; no sé si fue por mi madre, o que en ese momento me sentí con ira, a pesar de ser un niño, como si no existiese el frío, con mi rojizo cabello largo que lo tenía entonces, como una antorcha, mamá puso su mano sobre mí diciendo: Toma tu taza de leche y el pan y vete afuera, al fuego, Entonces me quedé como una estatua griega, que solo tuvo en mis ojos verdosos, parecidos a los de mamá, los de ella tenían brillo, como dije, el brillo de las lágrimas, la miré un segundo, ya lloraba, se sentó en una silla de cortas y torcidas patas, y dijo: Basta Juan, di media vuelta y me fui y retornando mi rostro vi sus lágrimas, que las había causado yo, y esta noche el frío le había tocado más allá del alma, sentí angustia, impotencia.

    »El fuego estaba debajo de un alero —galería—, y mi reflexión fue de no hacerla llorar otra vez, qué culpa tenía ella, que un niño y un hombre hicieran líos sin control, de sus palabras, uno sin educación, sin madurez, y el otro abrazado al fracaso de no vencer la debilidad del trago y otras cosas, y se había acercado a una mujer que estaba sola, pero no le daba lo que ella había esperado. La enfermedad de los niños los llevó a neumonía y unos días más tarde murieron, fue doloroso, angustiante, tenían tres años, eran hermosos y mamá decía que se los llevaron de las difíciles circunstancias y decía al cielo que no había explicación, volviendo a mi salida afuera, busqué el fuego, había que avivarlo; parecía que las cenizas eran la única fuente de la vida del fuego, pero aun siendo niño, había aprendido a buscar la última braza y darle vida con hojas secas y ramas, y cuando la pequeña llamita volvía, darle el soplido, avivando el esfuerzo de su vivencia, aún con las llamitas pequeñas que a veces se cortaban, como en el lamento de un grito: ¡Vivo!, la fui removiendo, me encantaba hacerlo, le seguí acercando pequeños trozos dándole vida, y volvió a agarrar su fuerza; dándome calor, le di calor a la leche y al pan que tostado, más rico fue.

    »Bebí lentamente mientras entibiaba mis manos, y mis ojos se perdieron en la llama principal, siempre lo recuerdo, fueron refugio, el ver su danza interminable, que jamás tienen movimiento igual, mis pensamientos viajaron al pasado de mis primeros pasos conscientes.

    »Días de verano con el sol tibio, la canción de la naturaleza cuando despierta el día, la casa de mis abuelos, su antigua casa, rodeada de plantas frutales, la campiña verde, los días de lluvia corriendo bajo los ojos del abuelo que vigilaba que no me cayera, mis juegos que ya no estaban, el despertar del niño a la vida. ¡Tan niño aún!, el recuerdo cuando mi abuela me daba leche fresca al pie de la vaca, la miel silvestre cuando había ido con el tío Juan a buscar el ganado, los corderos, siendo tan pequeño jugar con los terneritos, los patos, correr con sus pichones, el Titin, el perrito amigo de mi niñez, donde corría con el impulso del que descubre que puede correr, y si caía él me lamía, mientras lloraba; y volví a la realidad del momento, estaba solo y el único amigo en ese instante era el fuego, que por gracias a los últimos trozos de la tabla recogida en las vías del tren las cuales le daban el agónico adiós hasta la mañana siguiente. Sentí unos pasos suaves, sentí eso, infinito, incondicional, el amor de las madres, quería saber si había tomado la leche. Vi el brillo de sus ojos en la clara luz lunar, y fue como si me pidieran disculpas, tomó mi mano y dijo: Mañana será otro día, Sí claro, le respondí y ella dijo: Nunca pensé que sería así, él es un buen hombre que somete su fracaso al trago; apretó mi mano fuertemente y quería que yo lo grabara en mi mente: Prométeme que jamás beberás alcohol, que no fumarás por el daño que te pueden hacer, le contesté: Odio las dos cosas, las odio. Y ella volvió a enseñarme: ¡No las odies, solo véncelas! Estas calentito y eso te ayudará a dormir, mañana si los mellizos tienen fiebre los llevaré al hospital, ¿vendrás conmigo?. Sí, ¿y el pa?, Él no va recordar nada de esta noche, y ya lo sabes, entramos y me refugié en mi lecho, sintiendo una sensación profunda que hacía doler el pecho, el tizón que se llama miseria, no sé si esa noche me refugié en el recuerdo de Titin, ese perrito cálido, buscando su calor; que fue como de mi verdadero padre en mi mente.

    Y eran los secretos de un niño y me decía que había cosas que me gustaría saber, no entendía bien.

    —Sí, mi padre había muerto, había oído a algunos vecinos en sus murmullos que se oían al pasar, que estaba en la cárcel, y mi madre cuando se hablaba el tema decía: Tu padre murió hijo, y casi siempre como un murmullo, agregaba: Murió hijo, entonces esta vida empezó a los tres años, pero una tarde cuando tenía unos diez, encontré a un tío que para mí era simpático, conversador (los que hablan más de la cuenta y entran en problemas). Lo encontré caminando con dificultad y me dijo que venía de la cancha de fútbol, pero donde fueses que hubieses estado, tenía olor a bebidas y me dijo: ¿Qué hace Juancito el abandonado de tu padre, a la suerte de la vida?, ¿Cómo tío?, le dije, ¿Dónde está mi padre?, porque la mama dice que murió. ¡Ja! (como dicen los ebrios); eso dice tu vieja (como sobrenombre). ¡Ja! Él se dedicó al Juego sin importarle el precio que pagaría, él despilfarró todo lo que tenía, y tú escuchaste que había sido de tu abuelo, mi padre; fue mentira, era de él, pero el vicio del juego lo llevó a la ruina, mentía a todo el mundo. Sabes Pequeño Juan, creo que él tomó el peor vicio de los hombres, vivir de la mentira; yo bebo, pero no miento, pero él se fue despilfarrando lentamente hasta donde pudo, pagó con todo lo que tenía, campo, ganado, y con parte de sí mismo, porque estuvo dos años en la cárcel, me miró meneando su cabeza y agregó: ¡Se te han agrandado los ojos!, pero no digas que yo te conté esto, ¡prométemelo!, y echó su cuerpo sobre mí, como casi pidiéndome que lo sostuviera.

    »Volvió a agregar: En la cárcel terminó, terminó de pagar sus deudas de juegos, lo cual lo transformó en un huraño, más duro, más cruel, porque nunca le habían golpeado por las deudas como lo hicieron cuando regresó para cobrarle en el ambiente del juego, tu pobre madre también cobró palizas tratando de ayudarlo; fueron años de castigos a un hombre que lo transformó el vicio del juego, pero ella se salvó gracias al tío Alberto que en paz descanse, él le dio de comer ante el abandono de Luichi, que quien sabe dónde andará, el tío abuelo que había muerto, según me narraron, hacía muchos años, yo no recordaba haberlo conocido y él continuó: Tío Rafa, así le llamábamos, cuando ella se sintió desamparada, él les dio una mano, ni abandonándolos ni un instante, ¿te acuerdas de él?. No, lo nombra mamá, pero debo haber sido muy chico, y él siguió casi con nostalgia: Tenía casi todo el pelo gris, como sus grandes bigotes, y la tranquilidad de su mirada hacía que todo fuese más llevadero, tal vez no solo la comida que tu madre no tenía, inclusive alivió mucho el mal que Caro tenía. ¿Qué mal?. Sí, tu hermana tenía un problema de huesos que el frío no la dejaba mover, No lo sabía, y dijo: Hay muchas cosas que no sabes muchachito, y en sus primeros años, el verano era su buena época, hasta que, con inyecciones que pagó el tío, la curaron, pero el tío partió por culpa de una tos que lo postró y los médicos nada pudieron hacer y dijeron que no tenía cura, y con toda su curación se fueron llevando todo poco a poco, todo lo que él tenía, y autorizó a mi tía que vendiera la casa, y que pagara la deuda a los médicos, y él decía que habían hecho todo lo posible por salvarlo.

    »Llorisqueó un poco y continuó: Ahí tu madre quedo más sola, hasta que la encontró este que los tiene ahora. Me abrazó y dijo: Nunca digas que yo te conté, No, por supuesto, lo prometí y nos separamos, y le volví a preguntar: Pero, ¿dónde está mi padre?. Levantó un brazo con un movimiento, como diciendo olvídalo, y no me respondió. Solo digo que hay secretos que el ser humano guarda en el alma.

    »Y nunca me fue aclarado, y he caminado buscándolo, por eso creo que entraré en todo lugar buscando esa repuesta y me dije: Cada día es una conquista, cada amanecer una batalla a veces secreta, otras con los testigos que nos prepara la vida, o aquellos desafíos del camino, puedo decir que, mirando el horizonte he emprendido el camino, sin medir la fatiga y con palabras silenciosas, tengo que ganar esas colinas, repitiendo en mí la palabra silenciosa: "Sé constante y alcánzala, y eso será una conquista de tu alma, en el camino tendí las manos a unos amigos, y esperé ver el fruto y otra vez la voz suave llenando mi mente: Es su tiempo, no el tuyo... ten paciencia, y verás cómo seres independientes, aunque a veces se siente dolor en el corazón; como si lloviera y no se ve la luz, pero lo más importante es: La siembra, la cosecha... llegará... tarde o temprano; y agregó esa suave voz: Aunque el mundo lo grite y no lo quiera ver, hay un ser Creador", tal vez uno no sea culto, pero se puede ver cosas que la mente del hombre no puede negar, son superiores.

    »Sabes amigo —dijo dando un título al encuentro circunstancial, de ese tiempo en que empezamos a conocernos—; ¿hay una maravilla que pudieras dibujar? ¡Cómo el amanecer! —no le dije nada y prosiguió—: Amigo, nunca son iguales; he oído a personas decir que el sol sale todos los días igual; tú me has visto bajar el rostro para que no vean mi expresión, para no ofender a nadie, porque cada persona tiene su modo de ver o pensar, en cambio, casi me atrevo a desafiar que cada amanecer es diferente el uno del otro, en el rocío, en las flores, en la hierba, en las aves, en el canto del agua que corre jugando en los manantiales, el perfume también es diferente a veces, por el cambio de la brisa, el néctar de las flores, el olor de la tierra húmeda después de la lluvia, ¿estuviste alguna vez en el campo?

    —Sí claro, me crie ahí —le respondí.

    Y él continuó:

    —De visitas en lo de mi abuelo, mi madre me daba leche en una lata, al pie de la vaca, el olor de la leche fresca y con calor natural es algo inolvidable, los días de la primavera, los otoñales, con el tapiz que ponen las hojas al caer, con el color dorado, o la inmensa variedad de colores, del rojizo al marrón, hasta el gris negruzco, como una señal de su muerte para volver a producir la vida; tal vez me digas qué filósofo estas hoy Pequeño Juan, pero es así, algo gigante que maneja las cosas, en el invierno, las heladas que queman la piel, que también queman los sembrados fuera de tiempo, y que como un cuchillo que quita la vida a la siembra, cuando la nieve no nos deja ver, los árboles cubiertos, como si no tuviesen vida, y más cuando solo se oye el crujir al caminar, y no queda más que las marcas del andar, ni en las montañas que no ves más, los senderos que marcaron los ciervos.

    »Pero, cuando el sol vuelve con su calor, aún en las mañanas, se comienza a derretir y ver en los pinares el verdor a su color, el verde, como un canto a la vida y los otros, que los retoños vuelven a nacer, con sus pimpollos, ¡increíble!, qué más te puedo decir... una planta muerta que vuelve a la vida, da hojas y con su fresca sombra nos cubre, qué refugio para el cansado peregrino... —hizo una pausa y me miró a los ojos y agregó—: por ello te digo amigo, el hombre puede romper fácilmente un árbol, pero no puede volver a construir un árbol igual; entonces resumiendo, aunque no lo conozcamos, y tal vez soy algo torpe, hay un Creador.

    Lo interrumpí y le dije:

    —¿Juan sos religioso o estás en alguna religión?

    —No mi amigo, no mi amigo, estoy lleno de preguntas —y volviendo al comienzo de la charla dijo—: Cada día es una conquista, si siembras bien, la cosecha será para bien, o si siembras mal, aunque algunos digan que no, se cosecha como el mal sembrado; si se cosechara la mala siembra, como dije, cada amanecer es diferente; en la vida es igual, no sabemos que hay adelante, pero por mis pequeñas experiencias: se cosecha como hiciste el camino.

    »Vuelvo a narrarte aquella historia del niño, y lo que le dijo el tío Rafa, mi madre me había mandado a ver cómo estaba, porque nos habían dicho que estaba muy mal, y creo que fueron sus últimas palabras diciendo: Querido sobrino, tal vez no me pueda quedar mucho tiempo con ustedes, pero quiero pedirte que me prometas que nunca dejaras sola a tu mamá, y ni tampoco a tu hermana; sé que eres joven, pero todo un hombrecito, y lo harás en medida de tus posibilidades, que no les falte cómo vivir.

    »Recuerdo cómo me sentí en ese momento, sentí un nudo en la garganta y no supe qué decir, busqué una repuesta y no la tuve, queriendo entender el porqué de sus palabras, es como el que se despide, pero yo no lo sabía, fue la última tarde que vi al tío Rafa, caminé, corrí para avisar a mamá, para que fuese a verlo, demoró solo en arreglarse un poco y fuimos; cuando llegamos casi no estaba consciente, su rostro estaba blanco, como si no tuviese sangre debajo de su piel, sus ojos tenían un brillo muy particular, estaban ausentes, la sonrisa que siempre lo acompañaba después de sus palabras, ya no estaba, cuando mamá lo nombró, como diciéndole que habíamos llegado, hizo una leve mueca que quiso ser sonrisa, pero ya no estaba en él; a mamá le cayeron las lágrimas y un mudo gesto, acompañó el apretón de la mano que luego me contó que estaba fría, como cruda mañana invernal, fue lo último, levantó un suspiro, como queriendo retener el aire, y se quedó como cuando uno duerme profundamente, y se le dibujo una sonrisa, como cuando uno ve algo muy grato que da paz.

    II

    Luego se quedó callado; y yo le dije:

    —Juan, cómo con conceptos tan claros sobre que hay un Dios, filosofas de la vida en tus análisis; ¿no fuisteis sacerdote?, eso habría cambiado todo en tu vida; ellos tienen buena vida.

    Hizo pausa y silencio por unos instantes y dijo:

    —Mira Beto —el cual era mi nombre o, diría el preguntón de cosas a Juan; y respondió—: cuando tenía cerca de trece años, andaba por la calle que casi diría que fue como mi hogar, muchas veces cuando se vive solo, buscando algo para llevar a casa; conocí a un cura, al que llamaban Curita Abregu, no sé por qué; y que tenía una camioneta Ford A, bien arruinada por su uso; lo había visto llevando muchachos, no sabía a dónde; tenía una sonrisa agradable y su cigarrillo en su mano izquierda, amarillenta por ello; me saludó y me preguntó: ¿Cómo te llamas?, mientras me daba una medialuna, algo rico que hacían las monjas, creo que de origen italiano, y le respondí: Juan, nuestros ojos se encontraron y tal vez los míos preguntando por qué su dádiva o regalo, los de él eran mansos, amigables y con una sonrisa sincera repitió: Tómala, es tuya, y en esta mañana primaveral tal vez sea una manera de decir: ¡Qué lindo día!, la tomé y la mordí con ansiedad por el dulce olor o el apetito matinal; y como no era común para mí comer algo así; y le respondí, con la boca llena: ¡Sí, lindo día!, y volvió a preguntar: ¿Qué haces?. Nada, le respondí y él dijo: ¿Voy al seminario, ¿quieres venir a conocerlo?, es lindo; yo voy a buscar comida para el asilo de ancianos y si me ayudas te pagaré con otras medialunas, pensé en mi mamá y en mi hermana Caro, sería lindo regalo para ellas, me gusto la oferta; y le dije que sí y subí a su camioneta, tenía asiento solo para dos, más adelante recogió a dos muchachos más y fuimos al seminario.

    »Era un colegio para curas, y unas dos cuadras más adelante en un camino cubierto de hermosa arboleda, estaba donde las monjas hacían comidas, me relató que: eran para el asilo, el orfelinato y para el seminario; así conocí el seminario para curas; lindo lugar, silenciosas arboledas; creo poder decir, un clima apacible; luego de cargar la comida para el asilo; y ya estábamos listos para salir, me hizo una pregunta: "¿Conoces a los Boy Scouts?. No, ¿y eso qué es?. Un grupo de muchachos que salen de excursiones, campamentos, es lindo, ¿quieres venir?, los sábados se reúnen después del mediodía, diles que vienes de parte mía", y me dio las tres medialunas y con ellas ni pensé en contestar, diciendo sí a su invitación, volviendo a tu pregunta: ¿por qué no fui sacerdote?, luego de este encuentro que se repitió muchas veces, se dio el final de las clases de la primaria en la escuela, y se hizo una linda amistad, con el Curita Abregu, había ido a los scouts, muy lindo; y como el seguir los estudios era muy difícil por los problemas de mi hogar; todo se daba a Caro, lo bueno es que ella me enseñaba en las noches, aprendí casi todo.

    »Abregu me propuso que fuera al seminario a hacer la secundaria, era una tarde cuando me hizo la propuesta y estábamos preparando equipos para campamentos; y me sorprendió, solo le dije como excusa: hable con mi mamá, no sé qué dirá, aspiró su cigarrillo y dijo: Cargamos tu bicicleta que prestó tu vecino en la camioneta, te llevo y hablo con tu mamá, por su aspecto amistoso le dije que sí; la idea de no pedalear la vieja bici que se le movía la rueda de atrás; y que los muchachos me hacían reír, porque decían: No te preocupes, así no pisas espinas o piedrecitas, era una buena broma, sí, una cálida y buena broma que la disfrutaba cada vez que me la repetían, ellos también se reían con ganas, y al andar sentías un clack–clack en cada giro que daba, entonces con tan buena propuesta, acepté que me llevara los ocho kilómetros a casa y hablara con mi madre, sin pensar, ni imaginar lo que ella contestaría y del padrastro no era problema, ella aceptó, quería lo mejor para mí, no interno, luego vería; pero no lo narraré ahora.

    »Me detengo porque hubo dos hechos que produjeron vacíos, los cuales no se pueden describir; los mellizos y el tío Rafa, es un tiempo en que nos detenemos, y es como si los oídos se llenaran de preguntas, pero me detuve muy nostálgico; y a veces el tiempo corre como una gacela, y uno siente que ha dejado sus páginas vacías, como en un silencio, y cuando rugen las tormentas como un grito, o sencillamente sale un gemido y volver a volcar la pluma, que es una expresión sagrada, es tal vez abrir las páginas del corazón; alguna de las cosas que cuando era niño o joven no entendía, era la partida de la tierra a la silenciosa tumba, como la llaman, los mellizos y con el querido tío Rafa. No lo podía creer, me decía que eran buenos y se van, con los mellizos, fue una noche después que con mamá los llevamos al hospital y le dijeron que no estaban bien, pero no tan mal y le pidieron al pa que se quedara como compañía, al anochecer salí a buscar fiambres y pan, para comer esa noche en casa, cuando se es niño, el tiempo no se mide, parece mentira pero es así, no sé cuánto demoré, cuando llegué sentí a mi madre llorar, le pregunté por qué mientras le entregaba el pedido de compras, y vi al pa parado agarrándose la cabeza, y mi hermana también lloraba y casi como un susurro la ma dijo: Los mellizos se fueron; corrí, corrí, recuerdo que al llegar había mucho movimiento en la pieza que habíamos dejado a ellos, entré y vi muchos rostros que tenían una expresión de algo grave, y vi que los mellizos no estaban en ese lugar, una mujer me abrazo y dijo: ¿Eres su hermanito verdad?, le dije que sí y ella dijo: Tienes que esperar a tus padres y luego entraras donde están, ¿Qué pasó?. Ellos se fueron al cielo, con solo dos horas de diferencia, tu padre estaba aquí; y para ellos no hay más dolor".

    »Me senté en un banco, no sé qué tiempo, tal vez aún no sepa lo que es la muerte, ni sé qué impresión tener de lo que llaman muerte; Es como cuando cae el día, pero mi gran pregunta: ¿habrá un nuevo amanecer?, tal vez sean solo ideas y no sé llorar a alguien querido. No sé, lloro por otras cosas, pero a los que parten no, y me lo he preguntado muchas veces, llegaron los de mi familia, parientes, y al día siguiente, en dos cajoncitos blancos, los acompañamos al cementerio. Algunas personas se quedaron con mi madre hasta la noche, yo caminé sin saber a dónde ir, y en la noche regresé y luego del último saludo, mi madre me dijo que me acostara, pasó su mano suavemente sobre mi cabeza y con una dulce expresión de cariño dijo: Mañana será otro día, habrá luz y Dios dispondrá, estas palabras me volvieron a la realidad: la caminata iba a continuar, me refiero a la caminata de la vida; creo que sentí el frío invernal nuevamente, el frío del alma, que es como despertar cuando la mente se adormece, con un suceso que nunca he olvidado, mi catre viejo, —una cama de lona sostenida por dos maderas laterales y dos en X hasta el suelo—, me abrigué con todo y no sé cuándo llegó el sueño. Siempre recordaré esa noche, no sé si me hice como un bebé en la entrañas de su madre, me cerré entre brazos y pies, buscando un calor más que el de los abrigos de esa noche; sin pensamientos, tal vez truncos, sin el poder de la razón que es un equilibrio en los seres humanos, no hubo razón; sin repuestas a las preguntas del niño, no recuerdo más porque el sueño me venció.

    »Y luego, fueron días como cuando las hojas pierden el verdor que les da brillo, y comienza el amarillento color que anuncia el otoño o el que busca el invierno, del amarillo va al marrón y lentamente van buscando el tallo, que es el último sostén del color de la vida, de las hojas; era un niño solo, y sin quien pudiera decirle el por qué, mi pa no bebió en ese tiempo, pero en secreto lloraba, mamá también. Mi refugio era caminar, sin un rumbo determinado y buscar la caída de cada día; una tarde, en una calle con semáforos se detuvo un auto por el no paso, y su música tocó todo mi ser, era suave, como un mensaje con voz quebrada en inglés, no entendía la letra y me acerqué al auto y le pregunté qué música era, y dijo antes de arrancar: ¡Un mundo mejor!, el auto partió e inundó mi alma, mis hermanos en ¡Un mundo mejor!. Lloré y en la noche les di el mensaje a Caro, a mamá y al pa, diciéndoles que ellos estaban en un mundo mejor, sentimos bonanza los cuatro, fue como un baño de paz, y la vida continuó volviendo a lo normal, sin la amargura de su ausencia.

    III

    Volviendo a sus narraciones, contó que, más allá de donde vivía, se levantaba el Barrio Obrero de la gran fábrica, y ya en las calles de arreglo municipal, ya con pisos planos; en la segunda había un taller de autos; y escrito a mano, sin los clásicos y buenos detalles, en una vieja puerta delantera de un Chevrolet del año cuarenta, decía: Taller don Pedro, su honrado servidor...

    —Todos cuando lo leímos, sonreíamos porque abajo había puesto Si el cliente no tiene dinero, se lo arregla lo mismo, y la última palabra escrita completaba toda su publicidad y era Después me lo paga; él quería que sus hijos no fueran incultos como él, y se lamentaba diciendo: En mis tiempos no había escuela secundaria, si no yo habría estudiado, y en broma agregaba: Hubiera sido ingeniero en autos, reía amigablemente y volvía a sus tareas, porque no tenía tiempo libre, porque trabajo no le faltaba; su aspecto inspiraba confianza, tomaba mate mientras trabajaba, cantaba o silbaba, su baja estatura, su cabeza de pocos pelos y unos alegres ojos, le daban un tono de confianza, por lo cual trabajo no le faltaba, porque lo que hacía, lo hacía honradamente.

    »¿Por qué hablo de él? Recuerdo una tarde que caminaba pateando pedregullo y al pasar frente al taller, me llamó y dijo: Muchacho, ¿me quieres ayudar?, mis hijos están en la escuela y necesito que muevas la fragua —soplador manual, moviendo la turbina para que tire aire—. Encogí mis hombros y le acepté su pedido, pero no de buena gana, pero él dijo: Te pagaré, ¿qué te parece?. Eso endulzó mis oídos y fui con él; estuvimos juntos no sé cuánto tiempo y me habló ganando mi confianza; y cuando llegaron los hijos bulliciosamente le preguntaron: ¿Quién es él?, y él respondió con una sonrisa: Es Juan, un excelente ayudante y gracias a él enderezamos el eje de la chata de don Jiménez y quedó perfecto y hoy la necesita y ya está lista, me miró y dijo: Gracias Juan, y metió su mano al bolsillo y sacó un billete de dos pesos y me lo dio, mis ojos se desorbitaron, era mucho para mí, y él agregó: Si te parece bien, lávate las manos y toma un mate cocido con nosotros y luego te puedes ir llenito, los hijos rieron amigablemente y así lo hice; puedo decir que tengo el recuerdo grabado porque hubo otras tardes, cenas, o momentos con ellos, una sencilla amistad y recuerdo sus consejos: "Los seres humanos tenemos que hacer las cosas un poco con el corazón, pero también que lleven razón, no tan solo los impulsos del momento, porque no es la madre de las cosas bien hechas". Siempre me ayudó este concepto o consejo, como a Hugo, Lucho y Leticia, que siempre le daban la razón quizás por respeto, su tono no era autoritario, era amable; y a veces observé que no les preocupaba lo que su padre esperaba de ellos; Lucho tenía la debilidad de hacer desaparecer herramientas que tanto le costaban a su padre, fumaba a escondidas y con Hugo pensábamos que su negocio era venderlas y si le decíamos algo, casi con instinto nos contestaba: Cada uno tiene su forma de ser; y en mis reflexiones me preguntaba: ¿Es así? ¿No puede cambiar el hombre? ¿Está destinado a un camino sin salida?

    »La lógica dice que no, pero es un reto interior; siguiendo con este grupo, Hugo el mayor, cuando creció, solía usar su tiempo en salidas de noche, iba a una casa cercana donde se reunían en grupo, que su tiempo lo usaban en lo que llamaban vivir, jugar juegos de azar, divertirse con chicas alegres y de despreocupas vidas, ayudaba a su padre en el taller, porque necesitaba dinero y era el único medio de obtenerlo, salvo que la suerte le acompañara en una de sus noches de juego, fue el primer mecánico que vi usar guantes, los había hecho hacer por su madre y todos los demás nos reímos, los ataba sobre el puño, siempre observé a su madre, hablaba poco y expresaba solo algunas palabras sin valor, y me preguntaba por qué, y un día Leticia me dijo: Porque tiene dos dolores de cabeza, Hugo y Lucho, teme que le den a su padre un gran dolor de cabeza.

    »Un anochecer, años después, encontré a Hugo en la calle, y su comentario bromista: Juan, no has cambiado, conservas tu aspecto de la villa del río, y le sonreí, luego del encuentro no vi muchos cambios en él, es decir, en la esencia de su ser, casi diría no había cultivado nada, en el hombre anterior, tendría unos veinticuatro años y me dijo: Ven, tomemos un trago. No, le respondí, y caminé a su lado con el fin de preguntarle de don Pedro, me habían dicho que había tenido un accidente, El viejo bien, anda con la cabeza vendada, pero ya se le pasará. Su respuesta fue frívola, llegamos a una casa de buen aspecto y tocó el timbre con intervalos, como contraseña, entramos y había todo tipo de personas, en el ámbito del juego que también eran atendidos por lindas muchachas de la vida, mostrando sus lindos cuerpos con sonrisas; creo que algo bueno del programa Scout, fue el que me enseñó a observar rápido; porque hay bellas cosas que graba la vista rápidamente, como hechos silenciosos que dicen más que las palabras.

    Yo lo interrumpí diciéndole:

    —¿Haces eso con la mujer también Pequeño Juan?

    Cuando le pregunté, hizo una pausa, me miró y dijo:

    —Sí; pero solo para saber quién es, la mujer es una élite de todo, si no se presta para el comercio —y agregó—: Si los hombres miraran con sus ojos más allá de las pasiones, los impulsos, o la inseguridad propia de los hombres débiles, que con solo el afán de conquistar, seducir, o el orgullo de decir: soy el dueño de ella, como si fuesen solo un elemento y agrietan la joya más hermosa que existe, el don de la mujer —volvió al silencio y agregó—: Cómo habría sido el mundo si los hombres no hubieran hecho el daño a tantas hermosas madres, que heridas no pudieron criar a sus hijos, las anulan y no las ven más que un objeto.

    Se volvió a quedar callado y me pareció ver que sus ojos estaban húmedos, su alma se alejó más allá de las palabras, en su reflexión nos quedamos callados, tras un momento levantó la vista y dijo:

    —Cuándo las vi como esa noche me dan pena, un mundo de engaños; seguiré con Hugo, él vestía bien, como aparentando tener dinero, bufanda de seda, un peleto en cuadrille que hacía juego con el sombrero, como hombre bien elegante, pero sus ojos marrones que rara vez se los podía observar, eran esquivos, como si siempre estuviera ocultando algo, casi diría un clásico de los hombres del juego, no se dejan mirar. Un señor a quien me presentó, se llamaba Dante, que siempre tenía un cigarrillo en la boca, a un lado, que solo lo retiraba para tirar su ceniza o balbucear una sonrisa cínica y casi en broma pensé: «No le des la espalda», porque son los que duermen con un ojo abierto —y con sonrisa agregó—: Sabes, este tipo de hombres no confían ni en su sombra, ¿es triste verdad?

    —Ya lo creo —le respondí.

    Y continuó:

    —Entramos a un pasillo, era una casa distribuida en salas, apareció una muchacha de veintiocho a treinta años, se llamaba Mary, que llevaba unas bandejas con vasos, dejó pasar a Dante, el cual le dijo: Dile al Turco que vaya dando cartas, nos detuvimos los tres y tomamos una pausa; tanto Hugo como Mary esperaron que se fuese en el pasillo a otra sala más adelante. Mary abrió la puerta a la izquierda, que estaba frente de la sala que había mencionado el Jefe como lo llamaban; Hugo siguió a Mary e hizo señas que lo siguiera, era como un bar con sillones tapizados de ocre rojizo, con madera dorada a los lados y los apoya manos tenían la señal de los años.

    »Hugo se acercó a Mary, mientras llenaba un vaso y la tomó por la cintura diciéndole: Hace mucho que no te veía, y ella giró sobre sí, Has estado perdida, y ella contestó: Unas vacaciones nunca vienen mal —y le dijo—: ¿me extrañaste?. La repuesta fue

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